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Melchor Portocarrero y Lasso de la Vega

Biografía

Portocarrero y Lasso de la Vega, Melchor. Madrid, 4.VI.1636 – Lima (Perú), 22.IX.1705. Conde de la Monclova (III). Grande de España, comendador de Zarza en la Orden de Caballeros de Alcántara, consejero de Guerra y gentilhombre de Cámara de Carlos II, XXIX virrey de Nueva España (1686-1689) y XXIII virrey del Perú (1689-1705).

Segundo hijo del I conde de la Monclova, Antonio Portocarrero y Enríquez de la Vega, y de María de Rojas y Manrique de Lara. Fue bautizado en la iglesia parroquial y monasterial de San Martín y adquirió el título de conde por fallecimiento de su hermano mayor, Gaspar.

Desde muy pequeño fue menino de la Corte, al servicio de la reina Isabel de Borbón, y pronto se dedicó a la carrera militar en la Real Armada, sirviendo en el arma de Caballería, en la que destacó de manera singular.

Sirvió sucesivamente en las guerras de Francia, Flandes, Sicilia, Cataluña y Portugal. Se encontró en los sitios de Arrás, Condé y San Guillén, y tomó parte en ellos de manera brillante, así como en la batalla de las Dunas de Dunquerque (1658), en la que perdió el brazo derecho. Al serle sustituido éste por otro artificial, hecho de metal (en algunas versiones se dice que era de plata), se le llamó con el sobrenombre de “brazo de plata”. Había participado en el sitio y batalla de Villaviciosa (1655), en la que también resultó herido.

En su carrera militar fue ascendiendo sucesivamente a capitán de jinetes, maestre de campo, teniente general de Caballería y comisario general de la Infantería y Caballería de España. En 1680 se le promovió al cargo de consejero de Guerra y miembro del Consejo de Indias.

Casó en Zaragoza, en la iglesia parroquial de San Pablo, el 4 de octubre de 1673, con Antonia Jiménez de Urrea, natural de Épila, hija de Antonio Jiménez de Urrea y de la condesa de Aranda, con quien tuvo cuatro hijos, dos varones y dos niñas. Nombrado virrey de Nueva España doce años después, solicitó y obtuvo permiso para que le acompañaran en esta misión su esposa y sus hijos: Antonio José, que tenía apenas doce años de edad y más tarde heredó el título y la Grandeza —llegó a alcanzar el grado de general de mar y tierra sirviendo en Perú— Joaquín y las dos niñas. La virreina llegó embarazada a Lima y allí tuvo otro hijo, Francisco Javier.

Al solicitar el marqués de la Laguna el cese de su cargo, el rey Carlos II designó virrey de Nueva España a Melchor Portocarrero el 17 de abril de 1686, con las mismas instrucciones que había recibido anteriormente el duque de Veragua (en 1673). España se encontraba en las horas más bajas del Imperio y a pesar de las mejores intenciones, la Monarquía en América sufría una profunda decadencia. En cambio, una de las mayores preocupaciones de la Corte seguía siendo confirmar la existencia de colonos franceses, posiblemente establecidos en las costas del golfo de México.

Llegó a Veracruz a mediados de octubre y su primera misión fue encomendar al piloto Juan Enrique Barroto que recorriera el seno mexicano (golfo de México) para comprobar la consistencia de aquellos rumores. Barroto utilizó dos naves de las llegadas en la flota, con la orden de averiguar si los franceses se encontraban en algún punto de la costa. En la Corte se temía que algunos extranjeros hubieran efectuado desalojos de pobladores por la fuerza, pero también se perseguía la introducción de ideas extrañas o el ejercicio de influencias no deseadas.

El nuevo virrey llegó a Puebla de los Ángeles el 24 de octubre, se entrevistó con el marqués de la Laguna, que regresaba a España, y en San Cristóbal Ecatepec recibió la bienvenida del arzobispo. El día 5 de noviembre se alojó en Chapultepec y tras la toma de juramento por parte de la Audiencia y otras ceremonias, el 30 de noviembre se efectuó el solemne acto de su entrada oficial en la Ciudad de México.

Los barcos enviados por el virrey navegaron toda la costa del golfo sin encontrar ningún establecimiento francés, aunque se hallaron restos de naufragios y señales de haber pasado gente por algunos lugares. La expedición reconoció el cabo Apalache, entró en la bahía de Mobile y llegó frente a la bahía del Espíritu Santo, pero, obligada a refugiarse en La Habana por una tormenta, regresó pronto a Nueva España para dar cuenta de sus hallazgos.

A pesar de las buenas noticias, el virrey ordenó construir un presidio en Coahuila, junto a una villa que tomó el nombre de Monclova en su honor, dotada de una población de ciento cincuenta familias, en total más de doscientos setenta hombres, capaces de tomar las armas en cualquier situación de emergencia. Se trataba del inicio de una cadena de presidios y lugares que fueran poblando poco a poco aquellas enormes extensiones vacías.

Se ocupó preferentemente de hacerse con el control de la situación política, resolver los enfrentamientos y conseguir el orden y la paz. Entre otras instrucciones tenía la de expulsar a los sacerdotes que hubieran pasado a Nueva España sin licencias reales, costumbre que se extendía también a los extranjeros y aventureros españoles.

En el terreno de las obras públicas siguió trabajando en el interminable problema del desagüe de la ciudad y el valle de México, la construcción del canal de Huehuetoca, abandonado por el enfrentamiento con el franciscano fray Manuel Cabrera, a quien repuso en la superintendencia de esta enorme y trascendental infraestructura. También mandó construir a sus expensas las cañerías que conectaban Chapultepec con el Alcázar, a través del llamado Salto del Agua.

El padre Kino, célebre jesuita, al conocer que no se había adelantado nada en la conquista de California, donde Isidro de Otondo había llegado a fundar un pueblo que se llamó San Bruno, solicitó permiso de sus superiores para salir de México y establecer misiones en la Pimería alta de Sonora. Su intención era abrirse paso hacia California, y una vez colonizado aquel terreno explorar hasta el río Gila y conocer si los territorios al otro lado del mar de Cortés eran una isla o una península.

De paso por Guadalajara, solicitó que a los indios convertidos se les eximiera por diez años de los trabajos personales de las tandas, porque el temor a ser llevados a las minas u otra clase de labores les retraía de reducirse al cristianismo. Se le concedió por la Audiencia de Guadalajara, porque era de justicia, ya que así se había ordenado por varias cédulas reales desde principios de siglo, “que los indios reducidos por la predicación no fueran encomendados, ni pagaran tributo, ni sirvieran en diez años”. Carlos II, en cédula de 14 de mayo de 1686, prevenía “que los bárbaros convertidos fueran exentos por veinte años, contados desde su reducción, de trabajar en las haciendas y en las minas”.

Desde Guadalajara, el padre Kino se dirigió a Sonora.

En febrero de 1687 presentó sus credenciales al alcalde mayor de la provincia, en el real de San Juan, y partió en busca de los indios, a los que convirtió, estableciendo varias misiones y fundando algunos pueblos.

En 1688 se recibieron nuevas noticias de que los franceses se habían avecindado en América, lo que alarmó a la Corte y al virrey. Se había apresado a un buque enemigo cerca de La Habana y entre los prisioneros estaba un Rafael Huitz, quien confesó que los franceses “tenían una colonia en el seno mexicano, donde él mismo había estado”. El capitán general de Cuba remitió esa relación y a esta persona a la ciudad de México.

Enviado un navío a recorrer minuciosamente la costa, no encontró ningún vestigio de colonia extranjera, por lo que se condenó a Huitz a galeras por mentiroso.

Posteriormente se comprobó que tenía razón y decía la verdad. Los misioneros establecidos en Nuevo México informaron de la llegada a ese territorio de tres colonos extranjeros, que desde su lugar de establecimiento habían penetrado hasta allí. También en el valle de Candela, en Coahuila, los indios habían comunicado la noticia de que “algunos hombres blancos y bermejos estaban avecindados en la orilla del mar”.

El gobernador de Coahuila se apresuró a comunicárselo al virrey, que se dispuso a preparar una nueva expedición por mar a las órdenes del capitán Andrés de Pez, en la que se incluyó al reconocido cosmógrafo y científico Carlos Sigüenza y Góngora.

Según despacho real firmado el 3 de mayo de 1688, cuando apenas llevaba dos años de gobierno, se encomendó al conde de la Monclova que pasara a regir el virreinato de Perú, nombrando al conde de Galve para sustituirle. Éste llegó a Nueva España a finales de noviembre, por lo que su encuentro personal y la entrega del mando se retrasó algunos meses. Se vieron, como era habitual, en Otumba y desde allí viajaron juntos a la Ciudad de México, en la que el conde de Monclova y su familia siguieron residiendo hasta el 18 de abril de 1689, fecha en que se trasladaron a Acapulco para embarcar rumbo a Paita y Lima.

La selección de un nuevo virrey del Perú había resultado demasiado complicada. El cargo se había ofrecido al mejor postor con el deseo de obtener alguna compensación económica, y en cierto modo como mercado de influencias, pero los candidatos se frustraron, ya fuera por enfermedad y muerte (conde de Cañete) o por cambio de opinión a última hora (marqués de Camposagrado). Al final, el presidente del Consejo de Indias se decidió por el envío de una persona “que no tenía nada que ofrecer excepto su lealtad al trono, su capacidad como militar y su probidad como administrador” (Hanke).

Las instrucciones que recibió el conde de la Monclova, fechadas el 3 de mayo de 1688, fueron las mismas que para el conde de Lemos, a las que se agregó un capítulo en el que se le recomendaba conversar ampliamente con su antecesor “para haceros capaz y saber el estado en que estuviere cada cosa de por sí.

Y adelante, cada año, me daréis cuenta de lo que en conformidad de lo contenido en esta instrucción fuéreis obrando”.

Su entrada oficial en la ciudad de Lima, bajo palio, se efectuó el 15 de agosto de 1689, fiesta de la Asunción.

Permaneció en el Gobierno por espacio de más de dieciséis años, convirtiéndose en el virrey de mayor duración en el cargo a lo largo de los tres siglos de dominación española y, por otra parte, en la Monarquía española, el virrey de la transición entre las casas de Austria y de Borbón.

Al llegar se encontró con la ciudad completamente arrasada, consecuencia del terremoto de 1687, por lo que bajo su mandato se reedificaron el Palacio virreinal, la Catedral, la Real Audiencia y el Cabildo, remodelando la plaza de Armas con ochenta y tres portales, que se inauguraron en 1693. Para celebrarlo, el día 8 de diciembre se organizó una gran corrida de toros en la plaza Mayor (de Armas). Tres años más tarde se concluyó la construcción de un nuevo muelle en el puerto de El Callao. Volvían a aparecer corsarios por las costas, se perdió Cartagena de Indias (saqueada por los franceses en 1696), reconquistada por el general Juan Díaz Pimienta, que también expulsó de la zona del Darién a los corsarios escoceses que habían fundado allí la llamada colonia de Caledonia. El virrey estaba preparando una escuadra, construida en Guayaquil, compuesta de tres navíos provistos de excelentes baterías, que no fue necesario enviar tanto a Cartagena como al Darién.

A consecuencia del terremoto que había asolado Lima y amplios territorios del virreinato, que también afectaron a las minas de Huancavelica (1687), ordenó la rebaja de la carga impositiva sobre los indios de las mitas, estipulando que su salario se fijara en 7 reales por jornada, lo que prácticamente suponía doblarles la cantidad que percibían hasta ese momento (4 reales), por lo que los propietarios de las minas elevaron su airada protesta. A lo largo de este conflicto, el virrey pudo comprobar los fraudes habituales en el pago de esos salarios y la existencia de “indios alquilones”, que se realquilaban a precios cada vez más bajos con el consiguiente beneficio de los intermediarios.

También comprobó el problema de los socavones y cegado de minas, que se aprovechaban para realizar ventas de azogue de manera clandestina.

Esta actuación fiscalizadora se extendió también a las minas de Potosí, pero a pesar de las medidas correctoras siguieron despoblándose, por lo que se acentuó la caída de la producción de plata y del trabajo de la molienda.

En cambio, floreció el ramo del comercio en general, alentado por el tráfico marítimo del puerto del Callao con los puertos de Valparaíso y Arica, así como Guayaquil y Panamá, lo que animó a la Corona a imponer nuevos impuestos que servirían para el financiamiento de las flotas y galeones de Indias. La protesta del Consulado de Lima, representante de los mayores traficantes de la región, no consiguió prosperar sino tras el envío de sendas remesas de plata, en 1690 y 1695, que llegaron a alcanzar los 30 millones de pesos. Aunque aumentó la salida de mercaderías del virreinato, las llegadas a España y las cuentas de la Casa de Contratación de Sevilla no lograban cuadrar, por lo que se sospechó una desviación de tráfico o la creciente importancia del asalto de los galeones por las naves piratas, que no dejaban de multiplicarse.

Bajo el mandato del conde de la Monclova, el patronato real se expandió con la terminación de nuevas obras, como el Monasterio del Carmen de Huamanga en 1690, los beateríos de las Nazarenas del Cuzco en 1695, y en Lima los de las indias nobles de Nuestra Señora de Copacabana en 1698 —del que fue su primera superiora “la célebre Francisca Ignacia Manchipula, hija de los curacas del Callao”—, y el Monasterio de Jesús, María y José en 1699, fundado por María Jacinta, “viuda del siervo de Dios Nicolás de Ayllón”, conocido indio chiclayano. Se sabe que la Orden betlehemita, que celebró capítulo en 1698, se hizo cargo del Hospital de Incurables de Santo Toribio y fundó nuevos establecimientos en Huarás, Cuzco y Potosí. Esta actividad asistencial se completó con la disposición del virrey de que el beaterio de las amparadas de Lima se hiciera cargo de las rameras arrepentidas, a cuya actividad algunos fanáticos atribuían el desastre del terremoto de 1687.

En el campo de la educación, en la Universidad de San Marcos se crearon las Cátedras de Método Galeno (1691) y la Orden de San Agustín obtuvo en 1692 el permiso para fundar las Cátedras de Prima y Vísperas de Dogma y Prima de Escoto, “el maestro de las sentencias”, a las que no fue fácil dotar de presupuesto.

En 1694 se reincorporó a la escuela o Universidad de San Marcos la del Digesto Viejo, que hasta entonces estaba en el Colegio Real de San Felipe. En Cuzco se fundó el Colegio de San Buenaventura en 1691 y el de San Antonio Abad se transformó en universidad, según Real Cédula de 1 de junio de 1692.

La inclinación personal del virrey por las actividades culturales, y en especial su afición por las funciones teatrales, le llevó a promover y fomentar las buenas letras, apoyando el trabajo poético de autores de cierto renombre como Agustín de Campo y Torres, Lorenzo de las Llamosas y Juan de Urdaide. También protegió las bellas artes y entre otras obras se recuerda que ordenó pintar en una sala de palacio los escudos del Monarca y de todos los virreyes anteriores, con armas y blasones y las fechas de nacimiento y sucesos más importantes de sus vidas, encargo que recibió el artista Gregorio Sánchez, en un camarín que se acabó de pintar a mediados de 1702. Un año más tarde, el impresor José Contreras recogió esta colección de retratos en un cuaderno que se conserva en la Biblioteca de Lima.

Los últimos años de gobierno virreinal, como reflejo de los sucesos y las guerras que provocó en Europa el posible cambio de dinastía en España al acercarse la muerte del rey Carlos II, pasaron sin pena ni gloria, sumidos sus habitantes en el frenesí de los malos augurios y los temores de fin de siglo. Entre 1694 y 1703 se sucedieron terremotos en Lima, Quito, Latacunga y Riobamba, con fortísima pérdida de vidas; cayó una fuerte nevada en Callao y una intensa inundación arrasó Trujillo; hubo epidemias de viruela y disentería en Quito, Potosí y Cuzco, y, finalmente, por todo el cielo del virreinato cruzaron tres rarísimos cometas (1700, 1702 y 1703) que “causaron gran espanto y se tomaron por perniciosos meteoros”.

El rey Carlos falleció el 1 de noviembre de 1700 y Felipe V fue proclamado en Lima el 5 de octubre de 1701. Con este motivo se celebraron en la ciudad las acostumbradas funciones, religiosas y civiles, que en estos casos se acostumbraba llevar a cabo.

Al iniciarse el nuevo siglo se firmó la alianza con Francia, lo que provocó un nuevo enfrentamiento con Portugal y, como consecuencia, en 1701 se canceló el contrato para el tráfico en exclusiva de los esclavos con los portugueses que se entregó a la Compañía Real de Guinea (francesa). Pero esta medida, a partir de aquel año, fomentó el aumento del contrabando francés en las costas del virreinato. La desaparición de los galeones y el cierre de la feria de Portobelo, consecuencia de la guerra, forzó a la aparición cada vez más frecuente de naves francesas por las costas del mar del Sur, dedicadas al comercio irregular. Se iniciaba el final de la exclusiva española en el comercio colonial.

El cambio de casa reinante en la Monarquía y la consecuente alianza con Francia fue de muy difícil encaje para el virrey, que siempre consideró enemigos a los franceses. “Perseguir piratas u organizar expediciones militares a Panamá, resultaron para el viejo soldado cosas familiares, casi fáciles; ahora, recibir los barcos franceses tratándolos a la vez como aliados a quienes hay que mimar, contemplar al contrabandista, otrora perseguido, escuchar quejas de respetables comerciantes limeños perjudicados por un tráfico ilícito que no puede suprimir —todo esto resultó nuevo—, complicadísimo” (Céspedes y Moreyra Paz Soldán).

Aunque se dice que en 1695 el Rey había dado permiso al conde para que regresara a España cuando quisiera, dejándole la libertad de elegir en una lista de tres candidatos quién se hiciera cargo del virreinato, el virrey no hizo uso de esta posibilidad. Pero abrumado por constantes problemas familiares y cierta desgana, que le llevó a desatender los asuntos oficiales, el conde de la Monclova, cada vez más molesto y dolorido, falleció en Lima de enfermedad desconocida el 24 de septiembre de 1705. Se le sepultó en la Catedral.

Se le ha descrito como “un bravo en el campo de batalla, un hombre de costumbres puras y muy religioso en su vida privada, conciliador y moderado en el gobierno, pero carecía de dotes aun para administrar una ciudad” (Céspedes y Moreyra Paz Soldán).

Aunque se le preparaba un juicio de residencia, éste no se pudo llevar a efecto, por razones no explicadas.

El conde, por su parte, tampoco redactó la relación de gobierno, tal y como estaba ordenado. En cambio, se han publicado las trescientas noventa y tres cartas enviadas a España entre 1689 y 1700, así como las cédulas reales y numerosos manuscritos relacionados con su correspondencia.

 

Bibl.: M. Orozco y Berra, Historia de la dominación española en México, México, Librería Robredo, 1938; G. Céspedes del Castillo y M. Moreyra Paz Soldán (eds.), Colección de cartas de virreyes: Conde de la Monclava, Lima, 1954; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), 1955- 1963; R. Vargas Ugarte, Historia General del Perú, Lima, Ed. Milla Batres, 1966-1971; L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria, Madrid, Editorial Atlas, 1976; E. de la Torre Villar, Instrucciones y memorias de los virreyes Novohispanos, México, Editorial Porrúa, 1991.

 

Manuel Ortuño Martínez

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