Cerda Sandoval Silva y Mendoza, Gaspar de la. Conde de Galve (VIII). Pastrana (Guadalajara), 11.I.1653 – El Puerto de Santa María (Cádiz), 12.III.1697. Virrey de la Nueva España.
El VIII conde de Galve nació en la palacio de los duques de Pastrana (Guadalajara), el 11 de enero de 1653. Era hijo del IV duque de Pastrana, Rodrigo de Silva y Mendoza, y de la VIII duquesa del Infantado, Catalina de Sandoval y Mendoza. En 1677 se casó en primeras nupcias con María de Atocha Ponce de León y Guzmán; de este matrimonio hubo dos hijos que murieron pronto. Casó después en segundas nupcias con Elvira de Toledo, matrimonio que tampoco dejó sucesión.
Nombrado virrey de la Nueva España el 6 de mayo de 1688, recibió la misma instrucción de gobierno que el duque de Veragua, Pedro Nuño Colón de Portugal (Archivo General de Indias, Indiferente 514, libro 2). Asimismo, le fue concedida una cédula secreta de prórroga anticipada para su segundo mandato, lo que era signo de un trato privilegiado. Acompañado de su segunda esposa, tomó posesión de su cargo el 20 de noviembre de 1688, sustituyendo al conde de la Monclova, que había sido ascendido al virreinato del Perú. Durante su gobierno, en el que en lo personal hay que destacar su contacto con las dos grandes figuras de la cultura mexicana del siglo xvii, sor Juana Inés de la Cruz —fallecida el 17 de abril de 1695— y Carlos de Sigüenza y Góngora, el conde de Galve hubo de hacer frente a la defensa del virreinato, acuciado tanto por ataques exteriores provenientes de potencias extranjeras como interiores protagonizados por rebeliones indígenas. El impulso dado a la Armada de Barlovento, el aumento de los presidios en lugares estratégicos y una mayor financiación de las zonas con escasos medios generaron un aumento de los gastos de defensa, que fueron financiados gracias al aumento de la producción de plata. La contrapartida fue el descenso de las remesas enviadas a la metrópoli, motivando las protestas del Consejo de Indias y una mayor presión sobre el conde de Galve.
La mayor financiación de la Armada de Barlovento y el aumento del número de sus efectivos permitieron al conde de Galve unos importantes triunfos. Así, se obtuvo la victoria sobre los franceses en Santo Domingo el 21 enero de 1691, hecho inmortalizado por Sigüenza y Góngora en sus obras Trofeo de la justicia española (México, 1691) y Relación de lo sucedido a la Armada de Barlovento a fines del año pasado u principios de éste de 1691 [...] (México, 1691); una segunda victoria tuvo lugar en 1695; asimismo se logró el desalojo de piratas de la isla de Términos, de donde sacaban el palo tintóreo. Por último hay que mencionar la expedición realizada en 1693 al seno mexicano en busca de los franceses establecidos en la desembocadura del río Misisipi desde la expedición de René Robert Cavalier, señor de La Salle, en 1682. Encomendada al almirante Andrés de Pez, a quien acompañó como cosmógrafo el erudito Sigüenza y Góngora, dio como resultado el establecimiento a fines de 1696 de la fortificación San Carlos de Austria en la bahía de Panzacola, que recibió el nombre de Santa María de Galve en honor del virrey.
Otro problema al que tuvo que hacer frente el conde de Galve fue la serie de sublevaciones indígenas acaecidas en la inestable frontera norte. Fomentadas con el ejemplo de la rebelión de los indios pueblo de Nuevo México de 1680, diversas etnias de la Nueva Vizcaya (tobosos, tarahumaras, etc.) y Sonora (pimas, apaches, etc.) se insurreccionaron el 2 de abril de 1690, saqueando haciendas, reales de minas, misiones y pueblos. Hasta fines de 1691 no se logró sosegar estas regiones.
El siguiente paso fue la reconquista de Nuevo México, llevada a cabo por Diego de Vargas Zapata, nombrado gobernador de dicha región. Apoyado económica y militarmente por el conde de Galve, Vargas inició sus operaciones en agosto de 1692. Reconquistada la capital Santa Fe (13 de septiembre) y después de cuatro meses de campañas, para enero del siguiente año ya estaban casi enteramente pacificadas las tribus indígenas de la región (zuñis, moquís, jémez, keres, pecos, apachos, teguas, tanos, picuríes...). Para conmemorar este acontecimiento, Sigüenza y Góngora escribió por orden del conde de Galve la obra titulada Mercurio Volante, con la noticia de la recuperación de las provincias del Nuevo México conseguida por D.
Diego de Vargas Zapata y Luxán Ponce de León, gobernador y capitán general de aquel reyno (México, 1693).
Por otra parte, el virrey animó al pacificador a realizar una segunda expedición, ésta con carácter colonizador.
En su transcurso se fundaron misiones y restauraron haciendas abandonadas desde 1680, pero también se sufrieron diversos avatares, como la falta de provisiones y varios ataques indios, entre los que hay que destacar el sufrido por Santa Fe en diciembre de 1693, respondido por Vargas con un fusilamiento en masa con el fin de sembrar el pánico entre los pueblos circunvecinos. A pesar del tacto político del gobernador, en los últimos meses de 1695 y a lo largo de ese invierno, Nuevo México sufrió una pertinaz sequía que asoló los campos; el hambre llevó a que algunos indios volvieran a levantarse en junio de 1696.
Otro foco de inestabilidad era la región de Yucatán, suscitada por la presencia de corsarios en los dos extremos de la península, la isla de Términos y Zacatán, territorio este último que los ingleses llamaban Belice y, después, Honduras Británica. Asimismo preocupaba al gobierno la situación de los mayas en el interior, en la región del Petén Itzá, donde se habían refugiado los que no querían someterse al dominio hispano.
Si en cuanto al primer problema se mencionó la actividad de la Armada de Barlovento, el segundo se quiso resolver tratando de unir las jurisdicciones de Yucatán y Guatemala por medio de un camino entre el puerto de Campeche y la ciudad de Santiago de Guatemala. Las operaciones fueron encargadas a Martín de Ursúa y Arizmendi, quien se comprometió a costearlas a cambio de encabezar en su momento el gobierno de Yucatán al cese del entonces gobernador Roque de Soberanis. Los problemas entre ambos surgieron cuando éste, acusado de diversos delitos, fue depuesto del cargo por la Audiencia de México y nombrado gobernador interino Ursúa, quien aprovechó para impulsar la apertura del camino. Sin embargo, la reposición pocos meses después de Soberanis en el cargo (13 de febrero de 1696) supuso el cese de Ursúa y la orden de que abandonase la región. La disputa entre ambos llegó al Consejo de Indias, y el Monarca determinó aprobar la labor de Ursúa y mandar al gobernador Soberanis ayudase al primero en todo (RC Buen Retiro, 29 de mayo de 1696). Esto significó la apertura del camino al año siguiente, ya en tiempos del virrey conde de Moctezuma.
Pero los logros en política de defensa del conde de Galve se vieron empañados por el motín sucedido en la alhóndiga de la capital el domingo 8 de junio de 1692, del cual se cuenta con la relación escrita por Sigüenza y Góngora en una carta dirigida al almirante Andrés de Pez, titulada Alboroto y motín de México del 8 de junio de 1692. La causa fue la falta de granos ocasionada por las malas cosechas habidas desde el año anterior. En efecto, heladas y lluvias hicieron que el trigo y el maíz disponibles resultaran insuficientes para satisfacer la demanda, lo que unido con el acaparamiento llevado a cabo por algunos propietarios ocasionó una fuerte carestía y la consiguiente subida de precios. A pesar del racionamiento impuesto, no se evitó la aglomeración de la población hambrienta a las puertas de la alhóndiga. Las protestas fueron reprimidas con golpes por parte de los oficiales encargados del reparto. La muerte de una india, real o fingida, enardeció los ánimos, empezando a congregarse una multitud de personas ante el palacio virreinal, aunque el virrey se encontraba en el convento de San Francisco, de donde no se atrevió a salir. Los disparos de la guardia virreinal fueron respondidos por la multitud primero con piedras y luego incendiando el palacio, las casas del Cabildo —de las que Sigüenza y Góngora pudo salvar parte de sus archivos— y la alhóndiga, así como saqueando los cajones de los mercaderes instalados en la Plaza Mayor. El agotamiento de la turbamulta, la exhibición del Santísimo Sacramento por los religiosos y la llegada de gente armada acaudillada por el conde de Santiago pusieron fin al motín, quedando medio centenar de muertos y numerosos edificios incendiados. Seis días más tarde el suceso volvió a repetirse en Tlaxcala, donde unos seis mil indios se sublevaron contra el alcalde mayor Fernando Manuel de Bustamante y Bustillo —más adelante gobernador de las Islas Filipinas (1717-1719)— acusado de tener “atravesado” el grano, prendiendo fuego a la residencia de la citada autoridad y saqueando los trojes de maíz del cercano pueblo de Santa Ana.
En los días sucesivos se tomaron diversas medidas.
Unas tenían un claro signo represivo: varios indígenas fueron ajusticiados, otros azotados e incluso recluidos en obrajes; se levantaron dos compañías de gente armada; se aumentó la vigilancia por medio de rondas nocturnas, se prohibió la reunión de más de dos personas, se reguló el traje indígena, se ordenó la reducción de los indios a sus barrios, se prohibió el baratillo de la Plaza Mayor por ser el lugar donde se congregaban los maleantes y, asimismo, se prohibió la producción de pulque, a cuya ingesta por los indios se atribuyó la responsabilidad del motín. Otras medidas, en cambio, tendían a aumentar la oferta de granos en la capital, tales como el envío de comisionados para conducir maíz a la capital, triplicar la producción de pan y disposiciones contra la regatonería.
Políticamente las autoridades hicieron recaer toda la responsabilidad de los sucesos sobre los pobres indios y su ingesta de pulque, obviando que el abuso de acaparar el trigo y el maíz era cometido por los criollos y peninsulares. A la par, la existencia de un resentimiento racial entre estos dos grupos sociales se manifestó al día siguiente del motín con la aparición en los muros del ennegrecido palacio de un pasquín que decía: “Este corral se alquila para gallos de la tierra y gallinas de Castilla”. Para Octavio Paz (1982: 570), no hay duda de que tanto este cartel como los varios que aparecieron en los días siguientes infamantes contra el conde de Galve eran obra de criollos.
Una grave consecuencia del tumulto fue el desprestigio de la figura del virrey. Sin embargo, el conde de Galve, que hubo de trasladarse con su familia a las cercanas casas del marqués del Valle, no fue cesado ni se le concedió inmediatamente la licencia para regresar a España, a pesar de que comenzó a solicitarla a partir de 1693. Por fin, en 1696 le fue aceptada la renuncia, siendo nombrado para sucederle José Sarmiento de Valladares, conde de Moctezuma, el 9 de abril de 1696. Mientras éste llegaba, asumió el mando interinamente el obispo de Michoacán Juan Ortega y Montañés, quien tomó posesión el 27 de febrero de 1696. No hay indicio de que el conde de Galve haya preparado una relación de gobierno, pero sí existen varios documentos relacionados con su residencia (Archivo General de Indias, Escribanía 230C, pieza 2, f. 670v.). Después de ella, el conde de Galve regresó a España. Poco después de haber desembarcado, murió en El Puerto de Santa María (Cádiz), el 12 de marzo de 1697.
Bibl.: C. Sigüenza y Góngora, Trofeo de la justicia española en el castigo de la alevosía francesa que, al abrigo de la Armada de Barlovento, ejecutaron los lanzeros de la isla de Santo Domingo en los que de aquella nación ocuparon sus costas, México, 1691; Relación de lo sucedido a la Armada de Barlovento a fines del año pasado u principios de éste de 1691. Victoria que contra los franceses, que ocupan la costa del Norte de la Isla de Santo Domingo, tuvieron con ayuda de dicha Armada los lanzeros y milicia española de aquella isla, abrasando el puerto de Guarico y otras poblaciones, debido todo al influxo y providentísimas órdenes del Excelentísimo Señor D. Gaspar de Sandoval, Cerda, Silva y Mendoza, gobernador y capitán general de esta Nueva España, México, 1691; Mercurio Volante, con la noticia de la recuperación de las provincias del Nuevo México conseguida por D. Diego de Vargas Zapata y Luxán Ponce de León, gobernador y capitán general de aquel reyno, México, 1693 [las tres obras en C. de Sigüenza y Góngora, Obras históricas, ed. y pról. de J. Rojas Garcidueñas, México, Porrúa, 1960 (2.ª ed.), págs. 109-204, 205-223 y 77- 107 respect.]; M. Rivera Cambas, Los gobernantes de México, t. I, México, 1872-1873, págs. 265-278; Alboroto y motín de México del 8 de junio de 1692: relación de D. Carlos de Sigüenza y Góngora en una carta dirigida al Almirante D. Andrés de Pez, ed. anotada de Irving A. Leonard, México, Museo de Arqueología, Historia y Etnografía, 1932; A. de Valle Arizpe, Virreyes y virreinas de la Nueva España, México, 1933 (México, Porrúa, 2000, págs. 100-108); J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1959, 4 vols.; R. Feijoo, “El tumulto de 1692”, en Historia Mexicana, XIV, 4 (1965), págs. 656-679; L. H anke (ed.), Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria: México, t. V, Madrid, Atlas, 1978, pág. 107; O. Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Barcelona, Seix Barral, 1982; M.ª P. Gutiérrez Lorenzo, De la Corte de Castilla al virreinato de México: el Conde de Galve (1653-1697), Guadalajara, Diputación Provincial, 1993.
Patricio Hidalgo Nuchera