Güemes y Horcasitas, Juan Francisco de. Conde de Revillagigedo (I). Reinosa (Cantabria), 16.V.1681 – Madrid, 27.XI.1766. Capitán general, virrey de Nueva España, virrey de Navarra, consejero de Guerra.
Juan Francisco de Güemes y Horcasitas nació el 17 de mayo de 1681 en Reinosa en una familia de la baja hidalguía montañesa. Sus padres, Francisco Güemes y Gordón, alférez mayor oriundo de Ramales (Burgos), y Francisca de Horcasitas y Sáinz de Villa, nacida en Balmaseda (Vizcaya), se habían trasladado pocos meses antes a esta localidad junto con sus dos hijos mayores, José y Manuel. En el nuevo destino, Francisco Güemes se hizo cargo de la administración de las rentas reales y servicio de millones del valle de Campoo, para lo cual estableció su residencia y oficinas en la calle principal, en una casa alquilada al marqués de Villatorre. Murió tan sólo cinco años más tarde y su viuda asumió la recaudación. El primogénito, José Güemes y Horcasitas heredó el mayorazgo pero —tras su temprano fallecimiento— pasó al tercer hijo, Juan Francisco, puesto que Manuel había ya profesado como religioso.
En 1700, Juan Francisco se alistó como cadete en los tercios españoles, poco antes del estallido de la Guerra de Sucesión. Su primer destino durante el conflicto fue Italia, donde permaneció hasta 1704.
En 1710 fue ascendido a sargento mayor del Regimiento de Segovia y poco después tuvo una brillante participación en los sitios de Brihuega y Villaviciosa, circunstancia que favoreció el que ese mismo año Felipe V le concediera el hábito de una Orden Militar y en 1711 le ascendiera a teniente coronel del Regimiento de Infantería de Burgos. Tras finalizar la guerra intervino en las campañas de Italia, en concreto en las expediciones a Cerdeña y Sicilia que tuvieron lugar en 1717 y 1718. En ambas coincidió con José Patiño, que supo apreciar las cualidades militares de Güemes y Horcasitas, y sería en adelante su principal promotor.
A finales de 1717 fue ascendido a coronel del Regimiento de Infantería de Granada, ciudad en la que residió oficialmente durante trece años (1717-1730).
En 1727 intervino en el asedio de Gibraltar. En 1731 fue nombrado inspector interino de Infantería española y extranjera en Aragón, Navarra y provincias de Guipúzcoa —en sustitución de Sebastián de Eslava, destinado a Italia—. Fue ascendido a brigadier en 1732, coincidiendo con su participación en la campaña de Orán, en la que desempeñó un papel destacado el marqués de la Ensenada, como comisario real de marina. De nuevo, esta ocasión le dio la posibilidad de entrar en el círculo de este “hombre de Patiño” que tanta influencia tuvo después en su carrera política.
El 21 de febrero de 1733, fue nombrado gobernador y capitán general de la isla de Cuba y el 4 de diciembre de ese año se le concedió el grado de mariscal de campo. Tenía cincuenta y dos años y su promoción coincidía con la década del secretario Patiño, que quiso elegir para el puesto a una persona de su confianza.
El 26 de diciembre de 1733, contrajo matrimonio en la iglesia de San Sebastián de Antequera con Antonia Padilla y Aguayo, de veinticuatro, natural de Granada, perteneciente a una ilustre familia del lugar.
El 8 de enero de 1734 embarcó en Cádiz, en el navío El Xavier, con su mujer y cuatro criados —uno de ellos su sobrino Joaquín, que falleciera en La Habana en 1743—. Tomó posesión de su cargo el 18 de marzo de 1734. Su gobierno cubano (1734-1746) estuvo marcado por la coyuntura bélica de la guerra de los nueve años o “guerra de la oreja de Jenkins” (1739-1748), el más importante conflicto bélico que hasta entonces había tenido lugar en el escenario caribeño.
La experiencia militar acumulada le permitió hacerse rápidamente cargo de la situación. Se ocupó de reforzar las defensas de la isla y, en concreto, la muralla de La Habana de modo que la ciudad quedó prácticamente circunvalada. También mejoró las defensas de artillería en la entrada de la bahía y en Matanzas, y organizó las milicias. En abril de 1741 fue ascendido a teniente general de los ejércitos reales, en reconocimiento a su carrera militar y a su esfuerzo por defender la isla de Cuba.
Para Güemes y Horcasitas el momento más peligroso del conflicto se produjo cuando los ingleses desembarcaron en la bahía de Guantánamo en julio de 1741 con el fin de establecerse en el estratégico enclave. El capitán general de la isla movilizó hacia esa zona, por mar y tierra, efectivos regulares y milicias para apoyar al gobernador de Santiago de Cuba, Francisco Cagigal de la Vega. Estos refuerzos impidieron que los ingleses avanzaran tierra adentro hacia Santiago por una zona prácticamente deshabitada. El desembarco acabó siendo un fracaso; las tropas británicas, en espera de socorros, sufrieron la llegada de la estación lluviosa hasta que, presionadas por la falta de agua y víveres, el calor y las plagas, se retiraron. La Florida fue también un escenario del conflicto dependiente del capitán general de La Habana, que alentó en 1740 el traslado de San Agustín y despachó en 1742 hacia Georgia una fuerza expedicionaria que fue destruida por los ingleses pero logró, al menos, detener su avance.
Otro aspecto destacable fue el apoyo dado por el gobernador de La Habana a la iniciativa de algunos comerciantes cubanos de crear en 1741 la Real Compañía de La Habana, de la que él mismo fue accionista.
Se ocupó además de combatir el comercio ilícito mediante guardacostas y fomentó la construcción naval con las obras de reforma del astillero de La Habana.
Durante esos doce largos años de estancia en la isla nacieron los ocho hijos que tuvo con Antonia Padilla y Aguayo. El 28 de mayo de 1745 Güemes y Horcasitas sufrió una hemiplejía que le dejó sin conocimiento durante varias horas y requirió una convalecencia de dos meses.
Su gobierno en la isla no estuvo exento de dificultades con sus colaboradores, especialmente con el teniente de gobernador, Antonio Palacián y Gatica, que le acusó reiteradamente de ser una persona excesivamente autoritaria, que apenas contaba con su parecer.
Finalmente el teniente fue depuesto en 1744.
Tampoco los cargos puestos en su juicio de residencia —para el que contó con apoderados de enorme influencia procedentes de destacadas familias de la ciudad— afectaron su prestigio en la Corte. Su dilatada carrera militar y sus años de gobierno americano le habían aportado una amplia experiencia en los asuntos de Ultramar, que fue esencial para su promoción al virreinato mexicano. Además él mismo se ocupó de hacer valer en la Corte reiteradamente sus muchos méritos. De hecho, en 1742 fue nombrado por Patiño virrey de Nueva Granada en sustitución de Sebastián de Eslava, que había sido promovido al virreinato del Perú. Hubiera sido la segunda ocasión en la que pasaba a sustituir a Eslava, sin embargo, declinó el nombramiento alegando la dificultad que entrañaba trasladarse a un lugar tan distante con su numerosa familia; la verdadera razón es que aspiraba a un destino mejor, que llegó tres años más tarde.
Su nombramiento como virrey de la Nueva España —entonces el puesto de máxima importancia de la administración virreinal— se produjo el 13 de noviembre de 1745, siendo ya el marqués de la Ensenada secretario de Guerra, Hacienda, Marina e Indias.
Sustituía a Pedro de Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara (1742-1746). En abril de 1746, dejó La Habana y entró oficialmente en la capital mexicana en julio de ese año, el mismo día del fallecimiento de Felipe V. Una de sus primeras cartas como virrey fue dirigida a Ensenada para agradecer al poderoso secretario su favor, que igualmente se hizo notar cuando recibió, el 11 de septiembre de 1749, el título de conde Revillagigedo, denominación que construyó unificando dos topónimos montañeses.
Los nueve años de gobierno novohispano (1746- 1755) transcurrieron durante el período de paz que tuvo lugar en el reinado de Fernando VI. De este período se conserva un magnífico retrato del pintor novohispano Miguel Cabrera que le representa con los símbolos de poder propios de un virrey y un gesto duro y autoritario que parece reflejar una fuerte personalidad.
La paz favoreció un período de expansión económica en el virreinato, basada principalmente en la minería y el comercio. El primer sector fue objeto de una atención especial por parte del virrey. En 1746 comenzó a explotarse el yacimiento argentífero del real de minas de Bolaños (Jalisco). Con el fin de potenciar su producción, el virrey asumió la administración directamente —inhibiendo a la Audiencia de Guadalajara— y nombró un corregidor, dependiente también de él. Promovió además las inversiones al respaldar dos importantes propuestas de creación de compañías de aviadores de minas que fueron después aprobadas por la Corona: la de Pachuca, avalada por Alejandro Bustamante y Bustillo, minero de ese real, y la de México, apoyada por Francisco Javier de Gamboa y los grandes mineros de México.
Aunque se mostró en cambio contrario a la implantación de las intendencias en la Nueva España, cuestión que le había planteado el mismo Ensenada, sí adoptó en cambio los primeros pasos hacia la reforma militar del virreinato mediante la elaboración de reglamentos para las tropas y guarniciones de La Habana, Santiago de Cuba, Santo Domingo y Roatán.
Además mejoró las dotaciones de los principales puntos defensivos del virreinato: Veracruz, Pensacola, isla del Carmen, Yucatán y Omoa.
En este contexto debe igualmente entenderse la fundación de nuevos presidios en Texas, Nuevo México y Nuevo León y, sobre todo, la colonización del Nuevo Santander (actual Tamaulipas), territorio que se extendía desde la Sierra Gorda y la costa del Seno Mexicano. Encargó este proyecto a su paisano José de Escandón, coronel del Regimiento de milicianos de Querétaro, que ya en 1747 había realizado cuatro entradas en el territorio y fundado catorce poblaciones con sus respectivas misiones —encomendadas a los franciscanos—. El nombre de Nuevo Santander y los numerosos topónimos montañeses asignados a los nuevos establecimientos (Altamira, Santander, Reinosa, Burgos, Camargo, Revilla, Santillana...) confirman el paisanaje común de ambos protagonistas.
También se utilizaron nombres alusivos al virrey y la virreina, como San Antonio de Padilla, San Juan Bautista de Horcasitas, Santa María de Aguayo y San Francisco de Güemes.
Durante su mandato se acometieron las primeras reformas regalistas en el virreinato y, en concreto, se intentó aplicar —con el respaldo del arzobispo Manuel Rubio y Salinas (1748-1765)— la Real Cédula de 1749 sobre secularización de doctrinas de indígenas. En esa fecha el 40 por ciento de las parroquias de México permanecían bajo dominio del clero regular. La primera ejecución se hizo en diferentes doctrinas que tenían vacantes los religiosos agustinos y no estuvo exenta de tensiones con la orden.
A pesar de ello, en 1751 era ya efectivo el traspaso de 12 doctrinas de dominicos y agustinos al clero regular en la diócesis mexicana. La secularización continuó en los arzobispados de Michoacán y Guatemala. El proceso conllevó la confiscación de algunos conventos como los de Santiago de Tlatelolco, Acolman y Tzintzuntzan, emblemáticos de la primera evangelización, que acabaron en ruinas. En el resto del territorio el virrey optó por una fórmula moderada: la provisión de las vacantes de las doctrinas en el clero secular.
En materia fiscal realizó algunas reformas importantes que se plasmaron en un aumento de los caudales remitidos a la metrópoli. Cabe destacar el arrendamiento a particulares de la alcabala de la ciudad de México —que venía cobrando el Consulado—. El considerable aumento de los ingresos de este ramo le permitió acometer diferentes reformas urbanísticas (caminos, puentes, abastecimiento de agua, empedrado, desagües, etc.) en la capital del virreinato. A pesar de haber tomado esta medida, procuró siempre tener una actitud conciliadora con los comerciantes mexicanos.
La etapa novohispana supuso un auténtico reto en la medida que los asuntos militares eran tan sólo una parte de las muchas competencias del cargo. A los aspectos ya mencionados habría que añadir, a modo de ejemplo, su empeño en paliar las crisis agrícolas —como la que tuvo lugar entre 1749-1750— con un adecuado abastecimiento de maíz y trigo y el esfuerzo puesto para reducir el consumo de alcohol mediante establecimiento del juzgado de bebidas prohibidas, para el que elaboró unas completas ordenanzas (1755).
Es indudable que Güemes y Horcasitas reunió una considerable fortuna en estos años. Desde la Nueva España remitió caros y exóticos regalos a la Corona.
El abogado de la Audiencia de México, Joaquín Castro Santa Ana, denunció que al salir de la ciudad sus bienes personales tuvieron que cargarse en alrededor de doscientas mulas. Parte de estos ingresos pudieron proceder del rendimiento de sus acciones en la Compañía de La Habana, pero es indudable que también engrosó sus arcas en el virreinato. Aunque no se han encontrado datos que revelen la procedencia de estos caudales, algunas de las redes clientelares establecidas por el virrey en la Nueva España pueden dar pistas al respecto.
Güemes y Horcasitas aprovechó el cargo de virrey para promover a sus familiares, criados y allegados, a pesar de haber criticado esta forma de proceder.
Los primeros beneficiarios fueron sus hijos, Juan Vicente y Antonio, que recibieron muy pronto sendos nombramientos como capitanes de la guardia virreinal a pesar de su corta edad. También protegió en diversas ocasiones a la familia Gorospe Irala y Padilla, establecida en Puebla y emparentada con su mujer; el caso más claro fue el nombramiento de Diego de Gorospe y Padilla como primer corregidor de Bolaños (9/12/1754). Situó en puestos estratégicos distantes de la capital a personas de confianza: en el corregimiento de Antequera de Oaxaca, de forma interina, a su pariente Nicolás Villegas y Horcasitas y en el gobierno de Nuevo México a su caballerizo Tomás Vélez Cachupín. También resultan evidentes los lazos establecidos con dos destacados comerciantes mexicanos que fueron amigos personales y ejercieron como apoderados en su juicio de residencia. Uno era Manuel Rodríguez Sáenz Pedrozo, primer conde de San Bartolomé de Jala, Caballero de la Orden de Santiago, cuya hija se casó con el secretario del virrey, Alfonso Antonio Gómez de Bárcena. Otro era el capitán Jacinto Martínez de Aguirre, a cuyo yerno promovió al gobierno de Nuevo México, tras años de ejercicio de Vélez Cachupín; además su hijo Juan Vicente fue su padrino en la toma del hábito de Calatrava. La vinculación con ambos hombres de negocios pudo permitir al virrey realizar actividades de este tipo, siempre a través de intermediarios.
A partir de la caída de Ensenada, comenzó a preparar la relación para su sucesor, fechada en 28 de noviembre de 1754. Finalmente se la entregó a Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de Amarillas (1755- 1760) casi un año después, el 10 de noviembre de 1755, lo cual le permitió elaborar otros informes más concretos sobre Nuevo Santander, el establecimiento del juzgado de bebidas prohibidas, la secularización de curatos y el real de minas de Bolaños. Dedicó los últimos meses de 1755 a preparar el regreso a España con su numerosa familia.
Llegó a Cádiz a comienzos de agosto de 1756. Sus dos hijos se incorporaron inmediatamente al Regimiento de Soria, y el resto de la familia permaneció en esta ciudad, donde el 26 de agosto falleció su hija mayor, Francisca Rosa. Aunque desde América había planeado un posible retiro a la casa familiar de Ramales —convertida en una mansión por sus sobrinos con los caudales que había enviado desde América—, optó finalmente por establecerse en la Madrid. Antes viajó a Granada para entrevistarse con su amigo y protector, el marqués de la Ensenada, que estaba desterrado en aquella localidad; también visitó a la familia de su esposa. Pero Antonia Padilla y Aguayo falleció al poco tiempo de instalarse la familia en la villa y Corte, el 11 de octubre de 1756. Al día siguiente se publicaba oficialmente el ascenso de Güemes y Horcasitas a capitán general de los reales ejércitos, en agradecimiento del Monarca a sus cincuenta y siete años de servicios.
En Madrid adquirió una lujosa mansión que pasó a ser conocida como Palacio de Revillagigedo, situada en la plaza de los Mostenses, y comenzó a relacionarse con la aristocracia de la Corte. Se puede afirmar que dedicó su amplia fortuna principalmente a promover a su familia directa. Fundó sendos mayorazgos para sus dos hijos, que hicieron brillantes carreras militares y fueron también gentilhombres de la cámara del Rey. Juan Vicente perteneció a la Orden de Calatrava (1747) y a la de Carlos III (1792), heredó el título de II conde de Revillagigedo y llegó a ser también virrey de México (1789-1794). Antonio María perteneció a la Orden de Santiago (1748) y recibió en 1781 el título de conde de Güemes; en ese momento era ya teniente coronel y había servido a la Casa Real como enviado a diversos lugares de Europa. Dio cuantiosas dotes a sus hijas y concertó para ellas excelentes bodas. Antonia se casó con el conde de Bobadilla en 1758, Juana María con el de Cancelada en 1759, Teresa con el marqués de Claramente en 1766 y, más tarde, Francisca Brígida con el conde de Herrería. Sólo quedó soltera Francisca Javiera.
Acumuló cargos y distinciones entre los que cabe destacar el de gentilhombre de cámara del rey. Carlos III le confirmó además como comandante militar de Madrid y el 1 de diciembre de 1759, le nombró virrey de Navarra en sustitución de Manuel de Sada y Antillón. Sin embargo, pocos meses más tarde, declinó este nombramiento por haber sido promovido al Consejo de Guerra. Siguiendo su habitual proceder, no dudó en hacer valer sus méritos, en este caso como capitán general, para obtener del Rey la preferencia sobre los demás consejeros, a pesar de que normalmente se establecía por la antigüedad. En 1765 llegó a ser decano de esta institución y un año más tarde, con motivo del “Motín de Esquilache”, pidió ser relevado. Carlos III accedió a su petición el 11 de abril de 1766 y nombró en su lugar al conde de Aranda, que sería gran amigo de su hijo Juan Vicente.
Güemes y Horcasitas pasó los meses que le quedaban de vida en su casa de Madrid, acompañado de su hija Francisca Javiera. Murió el 27 de noviembre de 1766 a la edad de ochenta y cinco años, tras sesenta y ocho años de servicio a la Monarquía “con notorio zelo, desinterés y acierto” (Gaceta de Madrid, 2 de diciembre de 1766).
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Pilar Latasa Vassallo