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Toribio José Miguel de Cossío y Campa

Biografía

Cossío y Campa, Toribio José Miguel de. Marqués de Torre Campo (I). ¿San Vicente de la Barquera? (Cantabria), 1665 – Ciudad de México (México), 29.X.1743. Gobernador de Guatemala y Filipinas.

Antes de desempeñar los dos gobiernos en Indias, se había dedicado Cossío al comercio, como algunos de sus parientes (Juan Pérez de Cossío, Mateo González de Cossío). Siendo vecino de El Puerto de Santa María (Cádiz) se le concedió licencia de cargador (1695) para pasar a Nueva España con dos criados en uno de los navíos de la flota al mando del general Ignacio de Barrios. En 1699 se le volvió a dar autorización por tres años en calidad de factor. El viaje lo hizo en la flota del general Manuel de Velasco y Tejada que, a la vuelta, sería atacada e incendiada por una armada inglesa en Vigo. Estaba casado con la madrileña María Ignacia de Miranda Zúñiga y Trujillo y había obtenido el título de caballero de la Orden de Calatrava.

Atendiendo a los “servicios propios y heredados”, Felipe V le otorgó el empleo de gobernador de Guatemala por ocho años (22 de julio de 1704) y un salario de 5.000 ducados de plata anuales, cargo que llevaba anexo el de capitán general y presidente de la Audiencia y de los cuales tomó posesión el 2 de septiembre de 1706. Sus primeras gestiones respondieron a la petición de caudales que, para el sostenimiento de las contiendas (Guerra de Sucesión), le demandaba con la mayor urgencia el primer Borbón, ya fueran de los existentes en esas Cajas o a través de donativos graciosos y de préstamos, incluidos los procedentes de bienes eclesiásticos y de obras pías.

Pudo remitir Cossío en una de las ocasiones 100.041 pesos más una libranza de 8.776, habiendo contribuido él con 2.000, pese a la precaria situación de Guatemala por la falta de comercio, los excesivos gastos en la reducción de los indios de El Petén, el mantenimiento de los castillos de San Felipe del Golfo Dulce (Guatemala) y el de la Inmaculada Concepción (Nicaragua) y otros desembolsos extras originados por la presencia de navíos ingleses y holandeses en el Mar del Sur. Se preocupó, también, de que se recaudara por espacio de tres años un 5 por ciento de todos los salarios, gratificaciones o rentas que pagaba el Erario y los derivados del indulto concedido por el soberano a los reos pendientes de juicio por los disturbios en la mina de oro El Corpus.

En los diez años de su mandato, las principales dificultades se las plantearon los indígenas, una población en la que hizo estragos la epidemia de peste y la plaga de langosta en sus cultivos. La primera de las dos rebeliones más graves que tuvo que sofocar ocurrió en un área tradicionalmente díscola: Talamanca (Costa Rica), el 28 de septiembre de 1709 cuando los indios de esa región y otros aliados quitaron la vida a los misioneros franciscanos fray Pablo de Rebullido y fray Antonio de Zamora, a una decena de soldados de los treinta que formaban la guarnición y a otras personas, profanando y quemando sus catorce iglesias. Temiéndose que la población mestiza de la costa de los Mosquitos pasara a apoyarlos, ordenó Cossío al gobernador de Costa Rica, Lorenzo Antonio de Granda, que acudiera al lugar del levantamiento con gente armada y le remitió seis mil pesos para los gastos de la campaña. Se consiguió capturar a más de seiscientos indios y al impulsor de la sedición, el cacique Pablo Presbere, que fue ajusticiado. Con esta pacificación se facilitaba el tránsito de Costa Rica con Panamá y se daba un nuevo impulso a la obra misional.

La otra rebelión (1712), de mayor magnitud, fue llevada a cabo por una confederación de treinta y dos pueblos (los zendales) de la provincia de Chiapas. La coalición superaba las dieciséis mil personas de las que nueve mil habían tomado las armas y dado muerte a algunos civiles y eclesiásticos (batalla de Huixtan) logrando hacerse con el control de varios pueblos (San Martín, Cancuc). Llegaron a amenazar seriamente el de Ciudad Real, símbolo de la opresión española por ser centro de los poderes civiles y religiosos y en donde los españoles se habían atrincherado. Negaron el dominio del Rey, apostataron de la fe cristiana y nombraron a sus propios jefes temporales y espirituales, asegurando tener revelaciones de la Virgen, a través de la joven india María López (“María de la Candelaria”), para crear un nuevo orden social.

El gobernador hizo un llamamiento a los alzados ofreciéndoles el indulto general y envió a los más expertos militares (Nicolás de Segovia, Juan de La Rea, Juan de Losada) para su pacificación, pero los indios siguieron en actitud rebelde. Cossío resolvió ir personalmente (10 de octubre de 1712) acompañado del auditor de guerra, Diego de Oviedo y Baños, y de las Compañías de Infantería y Caballería del Batallón de Guatemala, dejando el gobierno a cargo del oidor decano Manuel Baltodano. A estas fuerzas, que se repartieron por Chiapas, Soconusco y otras provincias, se le unirían las enviadas por el gobernador de Tabasco, Juan Francisco Medina Cachón. Una parte de los insurrectos fueron vencidos en Oxchuc, mientras que otros ofrecieron alguna resistencia y se refugiaron en los montes, lo que costó a las tropas españolas varios meses de duros trabajos el lograr dominarlos.

Cossío había arrasado y sembrado de sal los pueblos que más se destacaron en esta subversión, dispersando a sus habitantes a otros lugares o congregándolos en el nuevo paraje de Nuestra Señora de la Presentación y Santo Toribio. Mandó ajusticiar a los principales cabecillas y envió a presidio a otros implicados.

Consciente de las extorsiones que se venían haciendo a los indígenas por parte de algunas autoridades locales civiles o religiosas, entre ellas, el alcalde mayor de Chiapas, Martín González de Vergara, en el remate del maíz, frijoles y chile que pagaban de tributo, dictó una serie de reglas y perdonó los tributos durante unos años a los pueblos que se habían mantenido fieles (Simojovel, Chamula). Su labor le fue gratificada con la prórroga del gobierno por dos años y el título de marqués de Torre Campo (27 de agosto de 1714).

Se produjo en su etapa un enfrentamiento entre el obispo, fray Diego Morcillo, y el gobernador de Nicaragua, Miguel Camargo, al suponer el prelado que el gobernador y sus partidarios atentaban contra su persona y familia. Cossío encargó al oidor Gregorio Carrillo la investigación del caso. Los calumniados quedarían absueltos pero, al margen de este asunto, resultaron doce cargos contra Camargo por contrabando y maltrato a los indios. Otras comisiones daría Cossío, en especial, para combatir el tráfico ilícito, ya de géneros o de plata sin registrar, que tan pertinazmente se ejecutaba por aquellos puertos (Acayutla, El Realejo) destinando lo embargado íntegramente al Erario y deteniendo y enviando a España a los comerciantes extranjeros.

Trató por todos los medios a su alcance de desalojar a los ingleses y sus asociados, los zambos y mosquitos —dedicados al pillaje, contrabando y captura de indios—, de las costas centroamericanas. Por la escasez de embarcaciones, pretendió, sin conseguirlo, que el virrey Alburquerque le enviara la Armada de Barlovento, siendo también vano el guardacostas despachado desde Campeche por la belicosidad y destreza de aquéllos en el manejo de las armas y de las piraguas.

Se vio en la necesidad de mudar algunos pueblos de sitio como ocurrió con el de San Antonio (Nicaragua) y aprovechó el ofrecimiento de Juan Bautista Jolip, capitán de la fragata francesa María Magdalena para expulsar a los que habían atacado a los indios recién convertidos de Verapaz permitiéndole, por este servicio, la venta de algunas bagatelas para carenar el barco. A pesar de la gente y bastimentos que Cossío mandó preparar, el capitán francés no fue. Al gobernador se le reprendería por haber tolerado la venta de las bagatelas, ya que con este pretexto se encubría la introducción de géneros y ropas para comerciarlos ilícitamente.

Quiso este gobernador que los catorce mil hombres que formaban las milicias de esa ciudad y sus provincias estuvieran disciplinados, se les suministrasen armas —sólo disponían de dos mil— y se les adiestrara en su manejo, con la mira de estorbar cualquier ataque enemigo. Denunció (1714) la precaria situación que atravesaba ese territorio y alertó del peligro de su despoblación por la falta de moneda acuñada —se traficaba a trueque o con cacao—, y por la poca salida que tenían los productos de la tierra. Todo ello lo achacaba a la prohibición de comerciar con Perú y La Habana cierta cantidad de caudales y productos que antes estaban permitidos. Hizo tentativas para que, aprovechando la existencia de trece minas de oro y quince de plata, se edificara en la capital una Casa de Moneda. Esta propuesta no tuvo efecto en su época, sino en 1733.

En el juicio de residencia que le hizo el alcalde del Crimen, Domingo Gomendio, quedó libre de cargos y su reputación como gobernador de Guatemala se resume en la opinión del sargento mayor, Juan Ignacio de Uría: “en todo obró con celo, cristiandad y buen ejemplo, manteniendo en paz y quietud este reino todo el tiempo de su gobierno”.

Después de servir este empleo, el virrey y otras autoridades expusieron al Monarca que era merecedor de que se le concediera un puesto correspondiente a sus méritos, alegando también su pobreza y crecida familia.

Ya en España, en febrero de 1720, se le tuvo presente para la vacante de la plaza de asistente de Sevilla.

Unos meses más tarde, se le dio la de gobernador de Filipinas (30 de junio) en sustitución de Fernando Manuel Bustillo Bustamante a quien el Monarca había depuesto de su empleo y, antes de llegar Cossío, había sido asesinado.

Acompañado de su esposa, de sus ocho hijos y de varios parientes y criados, emprendió el viaje hacia Nueva España para, desde Acapulco (10 de abril de 1721) en el galeón Santo Cristo de Burgos, pasar al archipielago filipino. En el trayecto tuvo noticias de que un conocido pirata inglés intentaba robar un patache y de que algunos sangleyes habían cometido robos en aquellas provincias. Supo también que, aliados los sultanes de Mindanao y Joló y el reyezuelo de Butic, habían tenido sitiado un fuerte que los españoles mantenían en Zamboanga. Llegó a Manila el 23 de julio y al día siguiente tomó posesión de su nuevo empleo, en cuyo destino estuvo ocho años.

El flamante gobernador llevaba el encargo de efectuar el juicio de residencia del tiempo que Bustillo gobernó esas islas y de que se hicieran indagaciones para descubrir a los culpables de su muerte y la de su hijo. El primer mandato lo cumplió, pero no el segundo por estimar que, de hacerse en ese tiempo, se podrían producir graves perjuicios públicos debido a lo enmarañado del asunto, exaltación de los ánimos de muchos y la supuesta implicación en el suceso de relevantes personas civiles y eclesiásticas.

En los inicios de su gobierno, hizo una visita ordinaria a las Cajas Reales en donde comprobó que la deuda del Erario ascendía a 112.000 pesos. Esto le causó un gran desconsuelo por los muchos e indispensables gastos que tenía que hacer en la administración de ese gobierno pero, aprovechando la llegada del galeón de Manila, dispuso que se ingresaran en las Cajas los caudales que traía de particulares, antes de que fueran distribuidos y, por medio de diversas diligencias, consiguió ir aumentando el Haber. Trató repetidamente de que el virrey de Nueva España le enviara íntegro el situado de los 250.000 pesos que le estaban asignados, sin el descuento de 110.168 pesos practicado desde 1696 por el que fuera gobernador de Filipinas Fausto Cruzat y Góngora.

Estuvo atento Cossío a que no entraran navíos y géneros franceses procedentes del puerto de Marsella por el posible contagio de la peste e hizo que un médico reconociera los barcos que llegaban a la isla de Marieles, que era la garganta por donde pasaban al puerto de Cavite.

El envío de los sueldos de los soldados de las islas Marianas era complicado por la falta de embarcaciones, a lo que se unía todo tipo de percances. Cossío mandó construir (1722) en el astillero del puerto de Cavite un patache al que denominó Santo Toribio y San Miguel. El barco, de buenas dimensiones, duró poco porque, a consecuencia de un huracán, quedó destruido cuando venía de regreso de dichas islas, falleciendo toda la tripulación. Otro de los navíos que transportaba el situado, Nuestra Señora de los Dolores y San Francisco Javier, quedó varado, años más tarde, en una ensenada. Tuvo, también, que echar al través, por inservible, el galeón Nuestra Señora de Begoña, recuperando el hierro y demás materiales aprovechables.

En 1726 encalló el galeón Santo Cristo de Burgos en las playas de Ticao.

Cossío organizó varias expediciones de castigo por las hostilidades que los mahometanos instalados en el archipiélago de Joló, la isla de Borneo, Mindanao y otras, hacían a los indígenas de las costas de las Virayas y Calamianes, propagándose, también, por las de Luzón y, a veces, por la bahía de Manila. Una de esas campañas, sin resultado satisfactorio, estuvo a cargo del general Antonio Fernández de Rojas (1721). En cambio, los moros, en un nuevo ataque, saquearon las islas de Alutaya, Cuyo y Mindoro. Tampoco tuvo el éxito deseado la armada enviada en 1722 a Virayas al mando del general Andrés García Fernández. En 1723 se consiguió recuperar el presidio de La Sabanilla.

A petición del sultán de Joló se revisó el tratado de paz (1725), quebrándose pronto la armonía al perpetrarse varios ataques a los establecimiento españoles en Mindanao. Cossío ordenó (1725) construir de piedra el presidio de Santa Isabel de la Paragua, que antes era de madera. En 1726, teniendo noticias de que el sultán de Joló pretendía de nuevo la paz con el rey de España y el intercambio comercial con esas islas, envió al general Miguel Aragón con dos galeotas y gente de infantería a verificar su certeza. El sultán ratificó los deseos de alianza y prometió remitir dos emisarios a Manila.

Acudió regularmente a la Audiencia y a las visitas de las cárceles, esforzándose en que se acataran las numerosas disposiciones recibidas en orden a combatir el contrabando, las casas y mesas de juego ilícitas, la fabricación y venta del aguardiente de caña y demás bebidas prohibidas u otras cuestiones que iban en contra de la moralidad y el bien público o que entorpecían los intereses económicos de la metrópoli. Aunque hizo cumplir con todo rigor la real cédula (17 de octubre de 1720) en que se prohibía el comercio de seda entre esas islas y Nueva España y consiguió que el galeón Santo Cristo de Burgos zarpara hacia Acapulco con esta limitación, no dudó en manifestar al Monarca los perjuicios que este veto ocasionaba a los comerciantes de Filipinas. En 1724 estos mercaderes lograron que se autorizara dicho comercio, con algunas condiciones contenidas en un reglamento que se aprobó en 1726.

Su gobierno coincidió con la abdicación de Felipe V, la subida al trono y muerte de su hijo (Luis I) y la vuelta de aquél (1724). Las ceremonias que se realizaron en Manila a tales efectos, y a otros relacionados con la realeza (bodas, nacimientos), fueron modestas por su estrechez económica.

En su etapa se continuaron las obras de los reales almacenes de Manila y se prosiguió con la limosna de vino, cera y aceite que a cuenta del Erario se daba a los religiosos. Introdujo la práctica de que estuviera a cargo del gobernador de Filipinas la provisión de los oficios políticos y militares, exceptuando las plazas de los galeones, previa propuesta de los ministros de la Audiencia, novedad que su sucesor no compartió. Cossío corrigió, amplió y actualizó (1727) las Ordenanzas del Hospital Real de Manila formadas en 1637 por el gobernador Sebastián Hurtado de Corcuera.

Durante su gobierno en Filipinas, el mayor de sus hijos varones, José Felipe —heredero del título— fue soldado en el Real Tercio de esas islas, nombrándole después su progenitor capitán de los soldados de su guardia. En 1725 se le ascendió a sargento mayor del Tercio y capitán de una de las compañías de infantería española. Al cesar su padre, renunció a esos empleos.

El segundo, Enrique, fue capitán de alabarderos de su guardia (1725-1729). Los otros dos hijos varones, Francisco y Miguel eran colegiales y tres de sus hijas (Águeda, Mariana y Antonia) contrajeron matrimonio.

Entregó el mando al nuevo gobernador, el brigadier Fernando Valdés Tamón, el 15 de agosto de 1729, quien fue su juez de residencia y le sacó veintiséis cargos.

De todos ellos lo absolvió, excepto del número 15 consistente en no haber asignado presidio a doscientos reos que se enviaron desde Nueva España, por lo que le impuso una multa de 4.000 pesos aplicados a la edificación de cuarteles en esas islas. Cossío dio la cantidad fijada y renunció a cualquier derecho que pudiera asistirle, en caso de obtener sentencia favorable del Consejo de Indias, por estimar que era preciso hacer esos cuarteles. El Consejo le absolvería de todos los cargos. Terminado este trámite embarcó el 31 de julio de 1730 en el puerto de Cavite para llegar “de milagro” al de Acapulco casi siete meses después, “quebrantado y horrorizado del viaje” por lo estropeado que estaba el timón del galeón de Manila.

Sin ánimo para hacer otros desplazamientos, estando en México (julio de 1731) le pidió al ministro José Patiño que intercediera para que se le proporcionara algún empleo en esos parajes. Cossío murió siendo viudo.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, 8976, exp. 246, fols. 1-2v.; 9873, n.º 1; Archivo General de Indias (Sevilla), Contratación 5459, N. 29, fols.

1-3; 5457, N.58, fol1-4v.; 5470, N.1, R 76, 5540B, L.5.

274v.; Escribanía, 353A, 369B, 426C, 1194; Filipinas, 132, 134, 139; Indiferente General, 140, N19; 166.

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Ascensión Baeza Martín

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