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Diego Morcillo Rubio y Auñón

Biografía

Morcillo Rubio y Auñón, Diego. Villarrobledo (Albacete), 3.I.1642 – Lima (Perú), 11.III.1730. XXVII virrey del Perú, arzobispo de Charcas y de Lima.

Fueron sus padres Alonso Morcillo y María Manzano.

Desde joven abrazó la formación religiosa ingresando en el Convento de los trinitarios descalzos de Madrid. Obtuvo los puestos de provincial para Castilla, León y Navarra, luego predicador de Su Majestad y, por último, teólogo de la Junta de la Inmaculada Concepción. Poco después, durante su estancia en Toledo fue nombrado examinador sinodal y calificador del Supremo Consejo de la Inquisición.

En 1704, es decir, a los sesenta y dos años, Felipe V propuso a la Santa Sede su candidatura al puesto de obispo de Nicaragua. No llegó a tomar posesión de ese cargo, ya que esta decisión fue cambiada en 1708 por su nombramiento como obispo de La Paz en la Audiencia de Charcas. Lo más destacado de su labor en la diócesis paceña fue la visita pastoral que emprendió entre 1709 y 1710 y que interrumpió en 1711 al ser promovido al cargo de arzobispo de Charcas.

En esta circunscripción realizó una visita pastoral y edificó en la Catedral de Charcas la capilla dedicada a San Juan de Mata.

Por destitución del virrey del Perú, el arzobispo Diego Ladrón de Guevara, el arzobispo Morcillo fue nombrado por pliego de providencia virrey interino en mayo de 1716. En Lima el arzobispo tomó posesión de su cargo el 15 de agosto y entregó el 5 de octubre el poder al titular nombrado por Felipe V, el príncipe de Santo Buono. El suceso más importante ocurrido en la coyuntura de este breve mandato fue su solemne recibimiento por parte de las principales corporaciones de la ciudad minera de Potosí cuando se trasladaba por tierra de Charcas al puerto de Arica, escala obligatoria antes de dirigirse a Lima por mar.

De este hecho han quedado registrados dos importantes testimonios históricos, por un lado, está el cuadro de gran formato pintado por el pintor potosino Melchor Pérez Holguín titulado Entrada del virrey arzobispo Morcillo en Potosí, que se conserva en el Museo de América de Madrid y, por otro lado, el extenso relato incluido por el cronista Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela en su monumental Historia de la Villa Imperial de Potosí, culminada en 1730. Según se desprende de ambos testimonios, Morcillo fue agasajado por el poderoso gremio de mineros potosinos con el propósito de que este religioso, una vez posesionado de su cargo, promoviese el fortalecimiento de sus privilegios, que pasaba por respetar el sistema forzado de trabajo indígena conocido como mita y, además, permitiese la explotación de las minas con indios voluntarios.

Grande fue la decepción de los mineros potosinos cuando se enteraron que Morcillo apenas gobernó cincuenta días el virreinato del Perú y nada pudo hacer en su provecho.

Nada se sabe de su actuación nuevamente como arzobispo de Charcas entre los años de 1716 y 1720.

Este último año Morcillo por segunda vez asumió el cargo de virrey interino del Perú en sustitución del príncipe de Santo Buono. Haciendo el mismo recorrido por tierra y mar de la primera vez, el flamante virrey hizo su entrada en la capital peruana el 26 de enero de 1720 y gobernó poco más de cuatro años al entregar el poder a su sucesor el 14 de mayo de 1724.

Bajo su mandato el virreinato del Perú volvió a recuperar su extensión territorial por el norte al ser suprimido en 1722 el virreinato de Santafé que había sido creado tres años antes. Ese mismo año por el fallecimiento del arzobispo de Lima Antonio de Soloaga, Morcillo fue designado por la Santa Sede para ocupar su lugar. Éste tomó posesión de su cargo el 18 de diciembre de 1723.

Debido a su avanzada edad el flamante arzobispo virrey delegó algunas de sus funciones como máximo responsable de la Iglesia peruana a su sobrino Pedro Morcillo Rubio y Muñón, a quien nombró obispo in partibus de Drazen. Fue su asesor en el gobierno civil Alonso Eduardo de Salazar y Cevallos.

En materia económica Morcillo tuvo que enfrentar en primer lugar el problema del comercio ilícito practicado desde principios del siglo xviii por los navíos franceses en toda la extensión de las costas peruanas que no pudieron solucionar las autoridades que le antecedieron en el cargo. El 11 de marzo de 1720 expidió un bando prohibiendo dicho tráfico bajo severos castigos a los infractores. Pero el asunto relacionado con el contrabando se complicó todavía más a raíz de la celebración en 1722 de la feria de Portobelo, un puerto ubicado en la costa del Pacífico perteneciente a la circunscripción de Panamá a la que estaban obligados a acudir los comerciantes peruanos agremiados en el Consulado de Comercio de Lima para intercambiar bienes con los galeones procedentes de Cádiz. La última feria de este tipo había sido celebrada en 1706 y su reanudación se promovió al amparo del Real Proyecto de Flotas y Galeones que se puso en vigor en España en 1720 con el propósito de modernizar el sistema mercantil vigente desde dos siglos atrás. Pero a la feria de 1722 iba a acudir un invitado inesperado. Por una cláusula del Tratado de Utrecht de 1713 Inglaterra obtuvo el derecho de acudir a Portobelo con un navío de permiso que para la ocasión se trató del Royal George. Las operaciones mercantiles de la feria de Portobelo se realizaron entre junio y agosto de 1722. El navío de permiso inglés fue el principal beneficiario de la transacción al vender toda su mercancía calculada oficialmente en mil toneladas. En cambio, el galeón español, a cuyo mando estuvo el general Baltasar de Guevara, no pudo vender buena parte de su mercancía a los comerciantes peruanos debido al alto costo de los bienes que ofertaba.

El hecho es que la feria de Portobelo no sólo fue un excelente negocio para los ingleses sino que generó nuevas prácticas fraudulentas en Perú. Una significativa cantidad de mercancías del Royal George, no declaradas oficialmente, fueron introducidas de modo ilícito por la ruta terrestre entre Cartagena de Indias y Quito, y a ello se añadió el contrabando procedente de Buenos Aires tras celebrarse una feria paralela a la de Portobelo en este puerto con dos buques de registro procedentes de España. El resultado fue que los comerciantes limeños al arribar a Lima con sus compras realizadas en la feria panameña se encontraron con un mercado ya saturado con los mismos productos resultado del contrabando procedente del norte y del sur del virreinato. Los comerciantes limeños, a partir de esta funesta experiencia, expresaron al virrey su decisión de no acudir a ninguna feria en Portobelo mientras no se resolviese el tema del contrabando. Pero Morcillo no encontró la fórmula para combatir el comercio ilícito y este problema iba a ser solucionado en los siguientes años por el virrey marqués de Castelfuerte.

Otro asunto económico que convocó la atención del virrey fue el llamado problema de los derechos de la avería, el almojarifazgo, las alcabalas y la unión de armas, impuestos marítimos y aduaneros, cuyo cobro era responsabilidad del Tribunal del Consulado de Comerciantes de Lima como resultado del asiento firmado en 1690 entre este gremio y el virrey conde de la Monclova.

Con ocasión de la celebración de la feria de Portobelo los comerciantes limeños firmaron con el virrey Morcillo un nuevo asiento el 24 de enero de 1722, cuyo resultado era favorable a los intereses de la real hacienda.

El cobro de la avería fue aumentado en un cincuenta por ciento según estipulaba el Real Proyecto de 1720, y a cambio los comerciantes obtuvieron el aplazamiento del pago de la deuda derivada del atraso en el pago del asiento cuyo monto ascendía a 719.084 pesos. En una de las cláusulas del nuevo asiento se señalaba que la referida deuda debía abonarse a la Corona en el transcurso de cuatro armadas que siguieran a la de 1722.

Pero el asiento de 1722 fue anulado por el efímero rey Luis I mediante Real Cédula de 1724, aduciendo que iba contra los intereses de la real hacienda. La Corona desautorizando lo dispuesto por el virrey Morcillo dispuso que los impuestos de la avería, las alcabalas y los almojarifazgos fueran en adelante recaudados por los oficiales reales. Al mismo tiempo se creaba una comisión para investigar las irregularidades cometidas por el Consulado de Lima durante su administración de los asientos. Tales decisiones motivaron que el virrey Morcillo con el respaldo de los comerciantes limeños optase por enviar a la Corte de Madrid a un diputado general para hacer la defensa de su actuación y la de los comerciantes limeños así como la conveniencia de reconocer el asiento firmado en 1722. La elección como representante recayó en el madrileño Dionisio de Alsedo y Herrera, quien partió a España a principios de 1725. Morcillo confirió plenos poderes a este diputado para negociar en la metrópoli. De paso confió a éste el traslado a la Corte de un cajón cargado de alhajas como obsequio a la reina Isabel de Farnesio. Alsedo y Herrera publicó en 1725 con motivo de esta gestión el Memorial Informativo del Consulado de la Ciudad de los Reyes sobre diferentes puntos tocantes a al estado de la real hacienda y comercio. Sus argumentaciones no cambiaron la decisión tomada por el Monarca de arrebatar los asientos al gremio limeño de comerciantes.

En cuanto a la producción minera, Morcillo se ocupó del restablecimiento de la producción de azogues de la mina de Huancavelica, que desde principios de siglo había entrado en un período de decadencia. Para llevar a cabo su reforma nombró como superintendente al marqués de Casa Concha y entre las instrucciones dadas a esta autoridad se le comunicó el que se prohibiese la mita de indios forzados y en su lugar se promoviese la contratación de trabajadores voluntarios. Con relación a las minas de plata de Potosí, Morcillo acató el compromiso que había adquirido en 1716 con el gremio de mineros de esta villa para fomentar su reactivación y, de acuerdo a ello, no suprimió la mita de indios.

Sin embargo, esta medida fue aplicada en medio de una coyuntura demográfica adversa para la población indígena, que fue la principal afectada por las devastadoras epidemias de 1719 y 1720. Las repercusiones de la alta mortandad indígena se dejaron sentir sobre las comunidades afectadas por los repartimientos mineros que se vieron imposibilitadas de proporcionar el contingente de mitayos exigidos por los capitanes de mina. Esta situación crítica de la masa laboral minera se prolongó más allá del gobierno del virrey arzobispo.

La Real Orden de supresión de las encomiendas arribó al Perú durante el primer año de gobierno de Morcillo y éste dispuso su aplicación. Esta medida, que afectó los intereses de los hacendados, fue desa catada en varias regiones. En 1723 se produjo un período prolongado de lluvias torrenciales en la región de la costa norte peruana que produjo la total destrucción de la villa de Miraflores de Saña. Este hecho conocido en la actualidad como el Fenómeno del Niño provocó no sólo la destrucción de uno de los poblados más prósperos de la región por sus haciendas dedicadas a la producción de azúcar sino que acabó con una serie de edificaciones religiosas de alto valor arquitectónico. La población superviviente de Saña se trasladó al pueblo de Lambayeque.

En cuanto a las edificaciones más destacadas bajo el mandato de este virrey, destaca la inauguración en Lima de la iglesia y convento de las trinitarias el 30 de mayo de 1722. También fue motivo de festejo público el enlace entre el príncipe de Asturias con la princesa de Orleans en diciembre de 1721, cuando se conoció en Lima la noticia.

Otro aspecto a reseñar de la actuación de este mandatario del Perú fue su decisión de contener los últimos ataques de la piratería inglesa por las costas peruanas.

En 1720, después de atravesar el cabo de Hornos, apareció por las costas del Pacífico una fragata inglesa con cuarenta cañones al mando del corsario inglés John Clipperton.

El navío inglés apresó en Guayaquil una nave que transportaba al marqués de Villa Rocha, ex presidente de la Real Audiencia de Panamá, a quien mantuvo como rehén. El arzobispo virrey ordenó la persecución de la embarcación inglesa y para ello aprestó dos navíos de guerra al mando de Bartolomé de Urdinzu y Pedro de Medranda, así como la fragata Águila Volante a cargo de Nicolás Gerardino. Ninguna de estas naves pudo capturar a Clip perton, que halló refugio en la región de Nicoya en Guatemala. Las correrías por el Pacífico del corsario inglés prosiguieron por el puerto de Paita, en donde procedió a bombardear e incendiar este poblado al no pagarse el rescate exigido. Cerca de ese lugar capturó una nave que se dirigía a Guayaquil y transportaba a la condesa de las Lagunas, esposa del gobernador de Popayán, a quien finalmente liberó. Tras estas acciones el corsario inglés enrumbó hacia las islas Marianas y fue finalmente capturado en las Islas Filipinas por los barcos españoles.

Morcillo, casi al finalizar su mandato, tuvo que hacer frente el conflicto que estalló en Asunción del Paraguay, conocido como la “rebelión de los comuneros”, y que iba a tener como su principal protagonista al fiscal de la Audiencia de Charcas José de Antequera y Castro.

Morcillo no pudo resolver esta crisis y la captura y ajusticiamiento de Antequera le correspondió al virrey marqués de Castelfuerte. El arzobispo virrey, al cesar en su cargo, no dejó a su sucesor una relación de su gobierno, como era la costumbre. La defensa del gobierno del virrey Morcillo fue realizada por el polígrafo limeño Pedro de Peralta y Barnuevo en su obra Diálogo político.

La Verdad y la Justicia. El ex virrey fijó su residencia en Lima con el propósito de dedicarse plenamente a su labor de arzobispo, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento a los ochenta y ocho años. Sus restos están sepultados en la Catedral de Lima.

 

Bibl.: P. de Peralta y Barnuevo, Diálogo político. La Verdad y la Justicia, Lima, 1724; D. de Alsedo y Herrera, Memorial informativo del Consulado de la Ciudad de los Reyes sobre diferentes puntos tocantes al estado de la real hacienda y comercio por ~, Madrid, 1725; J. Zaragoza, Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros pueblos de Europa en la América Española, Madrid, Imprenta de Manuel G. Hernández, 1883; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico Biográfico del Perú, t. VIII, Lima, Librería e Imprenta Gil, 1933, págs. 16-28; R. Vargas Ugarte, Historia del Perú. Virreinato, siglo XVIII, Lima, Imprenta Gil, 1954, págs. 97-124; G. J. Walker, Política española y comercio colonial, 1700-1789, Barcelona, Ariel, 1979; I. González Casasnovas, Las dudas de la Corona. La política de repartimientos para la minería de Potosí (1680-1732), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicos (CSIC), 2000; A. Moreno Cebrián, “Poder y ceremonial: El virrey-arzobispo Morcillo y los intereses potosinos por el dominio del Perú (1716-1724)”, en Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia. Anuario 2001, Sucre, 2001, págs. 517-551; V. Peralta Ruiz, “Un indiano en la corte de Madrid. Dionisio de Alsedo y Herrera y el Memorial informativo del Consulado de Lima (1725)”, en Histórica (Alsedo y Herrera, Memorial informativo del Consulado de la Ciudad de los Reyes sobre diferentes puntos tocantes al estado de la real hacienda y comercio por ~, Madrid, 1725), vol. XXVII, n.º 2 (2003), págs. 319-355.

 

Víctor Peralta Ruiz