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Fernando de Alencastre Noroña y Silva

Biografía

 Alencastre Noroña y Silva, Fernando de. Duque de Linares (IV), marqués de Valdefuentes, marqués de Goubea, conde de Portoalegre. ?, m. s. xvii – Ciudad de México (México), 3.VI.1717. Virrey de Nueva España.

Nació en el seno de una ilustre familia descendiente de un hijo de Eduardo III, rey de Inglaterra —Juan de Lancaster—, que emparentó con la Casa Real portuguesa.

Era el segundo hijo del duque de Abrantes, Agustín de Alencastre y Sande, Grande de España, y de Juana de Noroña y Silva, por cuya línea heredó el ducado de Linares (29 de agosto de 1703). Poseía también los títulos de marqués de Goubea y conde de Portoalegre. Se dedicó a la carrera de las Armas alcanzando el grado de teniente general de los Reales Ejércitos. Había servido a la Monarquía con tres campañas a su costa, dos en Cataluña y una en Orán por lo que en 1700, cuando llevaba ya cinco años de capitán de caballería en Milán, solicitó que se le asignara la capitanía de Flandes que estaba vacante. En 1704, siendo general de Batalla, se le otorgó el título de director de caballería del Ejército de Milán.

Debido a sus dolencias y avanzada edad, pidió en 1709 desde París que le fuese permutado el cargo que se le había concedido de virrey del Perú por el de Nueva España por ser el viaje más corto, petición que fue aceptada otorgándole la Reina Gobernadora el pase de licencia a Indias el 16 de mayo de 1710. Se le permitió llevar hasta cincuenta criados y parientes, entre ellos a su secretario José de Granara.

Era viudo de Leonor de Silva —familiar suyo— con quien había tenido dos hijos que murieron en la infancia.

Su arribo al puerto de Veracruz se verificó el 10 de octubre de dicho año, tomando posesión del gobierno en México el 13 de noviembre. Los diversos y complicados asuntos que tuvo que abordar a lo largo de casi un quinquenio de mandato rebasaron su capacidad física, poniendo de manifiesto su buena fe, integridad y consagración a la nueva dinastía, pero también un espíritu sensible que no siempre acertó al intentar armonizar los intereses de la Corona con la cruda realidad americana.

Teniendo noticias de lo infestado que estaba ese territorio de ladrones, bandidos y otros delincuentes, despachó una serie de disposiciones para que la Sala del Crimen de la Audiencia de México y los alcaldes mayores auxiliaran a los alcaldes provinciales de la Hermandad. Con estas medidas se consiguió que, antes de su entrada solemne en la capital, se aplicara a dos reos la pena de muerte, a otros muchos las de azotes, obrajes o presidios, habiéndose conseguido la detención de un famoso salteador conocido como El Prójimo y a varios miembros de su cuadrilla.

A fin de facilitar las rondas y acudir al más pronto reparo de los desórdenes que se cometían, dividió la capital mexicana en seis cuarteles adjudicando a cada cuartel un ministro. Aumentó en gran número los soldados de la guardia del Real Palacio para su custodia y las rondas de la ciudad —lo que fue censurado por considerarse innecesario— de manera que el pago de los sueldos de tanta tropa supuso el retraso en la retribución de los salarios de la gente de los presidios.

Después del conato de deslealtad a la nueva dinastía que se produjo durante el gobierno de su antecesor, el duque de Alburquerque, Felipe V ordenó a Linares que procurase la detención del disidente Pedro Collazo y exhortó al arzobispo de México, José de Lanciego y Eguiluz (1711), a que pusiera el remedio conveniente para que no se expidieran libros ni gacetas que pudiesen perturbar la lealtad de esos vasallos. El virrey comunicó al Monarca que a Collazo no se le vio por esas tierras, y el arzobispo, la fidelidad de ese pueblo a la causa borbónica.

Linares informó al Rey de la abundancia de murmuraciones, chistes y libelos contra su persona y otra mucha gente atribuyéndolo, sobre todo, a la ociosidad de la población. Para evitar perjuicios y enemistades entre los vecinos, mandó desterrar cincuenta leguas de la capital mexicana a dos de los responsables: Gregorio de Prado y Zúñiga y Alejandro de Castro y Velasco consiguiendo que el arzobispo hiciera lo mismo con los presbíteros Pedro Muñoz y Juan Rufo por los corrillos que se formaban en la catedral.

Su talante benefactor le impulsó a dictar algunas medidas, fundamentalmente en materia económica, no arregladas a la usual normativa y que afectaban a la Real Hacienda, como el pago de sueldos a los militares que le habían acompañado en su viaje al Virreinato o en dispensar las penas que se le habían impuesto a los ministros del Tribunal de Cuentas.

Esta actitud no enturbió su alto sentido del deber, ya que cuando ese mismo Tribunal demoró en exceso el cobro de ciertas cuentas no tuvo reparos en participárselo al Monarca. De igual modo, censuró la falta de ética administrativa imputando el retardo en los trámites de los litigios a la dejadez y escasa asistencia de los ministros de la Audiencia a los despachos, lo que causaba perjuicio al público, en especial, a los pobres y foráneos.

En la misma línea, informó sobre los graves daños que se experimentaban por el trato y comercio de los alcaldes mayores en sus jurisdicciones, pese al juramento que prestaban cuando se hacían cargo del empleo y, por ello, hizo algunos embargos. No obstante, también alertó de que estos funcionarios tenían un sueldo escaso y tardaban mucho en cobrarlo. Igualmente, puso de relieve el exceso de algunos togados de la Audiencia que defendían los pleitos de los indios llevándoles una suma añadida a lo que ya contribuían en concepto del medio real para salarios de ministros.

En su gobierno se efectuó la primera visita general a la Real Hacienda (1710-1712) por Francisco de Pagave, visita ligada a la necesidad de fondos de la Corona para sufragar los gastos de la prolongada Guerra de Sucesión y a los indicios de irregularidades de los funcionarios en el manejo de las cajas reales novohispanas.

Esta inspección fue aconsejada por el propio Linares al Rey sugiriéndole como visitador a Pagave.

En un principio hubo una gran afinidad entre ambos, pero durante su transcurso mantuvieron criterios opuestos acerca de los términos de la misma llegándose a romper su amistad y cooperación. Este hecho y la poca aceptación que tuvo entre los ministros y tribunales visitados, abocaron al fracaso de la visita, pero, con los informes de Pagave se tuvo en la metrópoli un conocimiento más auténtico del estado de esas cajas reales.

Se dieron unos años de crisis en este gobierno debido al terremoto (1711) y las epidemias. Otras veces esta delicada situación fue provocada por las sequías, heladas o lluvias torrenciales que causaron la esterilidad o pérdida de las cosechas, la merma del ganado y el decaimiento del comercio y laboreo de las minas.

Se esforzó en recaudar el millón de pesos y otros donativos que el Rey pedía para costear las contiendas bélicas y la fabricación de navíos que facilitara el tráfico de la Carrera de Indias. A este fin, el virrey logró enviar diversas cantidades, al igual que el producto del tercio de las rentas y oficios enajenados y el 10 por ciento de los salarios de los ministros (1714-1715), solicitado también por el Monarca.

Aún no se había firmado el Tratado de Utrecht (1713) por lo que Linares estuvo atento a que se vigilara la posible incursión enemiga por cualquiera de los principales puertos del virreinato —los ingleses se mantenían en La Laguna de Términos y en Tabasco— y de auxiliarlos con caudales, víveres y armas, pese a los escasos fondos del Erario. Estas ayudas no siempre llegaron con éxito. Las dos balandras que envió para socorrer a la guarnición de La Habana en 1712 con 300 cargas de harina, 100 de pólvora y 50 de cuerdas, fueron apresadas por un corsario inglés.

Con el propósito de que se pudieran conducir los situados a las islas de Barlovento, que no llegaban desde hacía dos años, decidió en 1714 comprar, a cargo del Haber, al general de la flota Juan de Ubilla el navío San Juan Evangelista valorado en 40.000 pesos. También la fragata Nuestra Señora de la Candelaria en 9.203 pesos para llevar socorros al presidio de Santa María de Galve, quedando luego al servicio de la Armada de Barlovento.

Nombró Linares (1714) a los ministros Bracamonte, Oyanguren y Uribe para la visita a los obrajes, haciendas, ingenios y otros lugares donde trabajaban los indios y así evitar que se le hicieran estragos.

Se interesó por la pacificación de los indios de Texas y Nuevo León para lo cual dio comisión a Francisco Barbadillo (1715) y dinero de su propio caudal, fundándose algunas poblaciones de españoles, entre ellas la de San Felipe de Linares. Lo mismo hizo con los indios de Sierra Gorda encargando este cometido a Gabriel Guerrero de Ardila. Envió al coronel e ingeniero José Mazoni a la inspección de los presidios internos, quien hizo una relación de los indios de la Junta de los ríos del Norte. Con las noticias que había aportado Mazoni organizó Linares una expedición al mando del sargento Juan Antonio Transviña Retis el cual llevó y mantuvo a su costa sesenta hombres llegándose a fundar varias misiones en Nuevo México.

Estableció Linares el presidio de Mapimí para defender juntamente con otros ya fundados, la frontera norte de las frecuentes hostilidades de los indios gentiles y advirtió de la inutilidad del presidio de Nuestra Señora de Galve (Florida).

Hizo grandes esfuerzos para el aumento de la Real Hacienda en sus distintos ramos, especialmente en el de reales tributos —que sufrían muchos retrasos—.

En este sentido, dio comisión al oidor Tristán Manuel de Rivadeneyra para que se impusiera el tributo en San Luis de Potosí y a Leandro Colón de Larreategui en San Luis de la Paz, lugares anteriormente exentos de pagar ese canon.

Se preocupó Linares de combatir el tráfico ilícito e impidió que el gobernador de Panzacola fletara el barco francés llamado El Baron de la Fauché con mercancías hasta Veracruz con el pretexto de obtener bastimentos. Estuvo diligente para que las flotas salieran a los tiempos prefijados por las leyes, sin embargo, tuvo que celebrar varias Juntas entre febrero de 1713 y abril de 1715 para determinar si la flota que en 1712 fue a Veracruz al mando del general Juan de Ubilla emprendía el tornaviaje, decidiéndose en las mismas su detención debido a un cúmulo de circunstancias, ajenas a la voluntad de virrey, entre ellas, las noticias contradictorias acerca de la paz con Inglaterra.

También por la escasez de caudales al haber salido la anterior flota hacía mes y medio cargada con todo el dinero que se había podido recaudar de las rentas reales y el comercio.

Esta detención, que causó gastos de carena de los barcos y jornales de la tripulación, se le tuvo en cuenta —como máximo responsable— en el juicio de residencia, condenando a sus herederos a pagar 24.000 pesos. Cuando esta flota, compuesta por doce baje les, emprendía su vuelta a España cargada con unos 12.000 pesos en plata y frutos pertenecientes la mayor parte al Erario sufrió un trágico naufragio en el Palmar de Ays (Florida, 31 de julio de 1715). Parte de este tesoro pudo salvarse posteriormente mediante buceos y enviarse a España.

Tuvo el duque de Linares que afrontar varios motines (1713 y 1715) de las tropas del presidio de Veracruz y castillo de San Juan de Ulúa siendo el motivo principal en el primer caso la excesiva demora en el cobro de los salarios completos y, en el segundo, la abusiva política del castellano en la venta de los productos que tenía a su cargo, a lo que se añadió la desafortunada actuación de Linares al ordenar que se le abonaran a los del presidio de Veracruz y la gente de la Armada de Barlovento diez de las pagas que tenían atrasadas excluyendo a los del castillo —que se le debían veinticuatro— con unos razonamientos poco convincentes para los afectados. En estos graves sucesos adoptó el virrey una actitud indulgente y, aunque reformó la tropa, esto iba dirigido más a ahorrar gastos de sueldos que a dar un verdadero escarmiento a los amotinados.

Centró también su interés en temas sociales destacando sus providencias para que en la Casa de María Magdalena, en donde se recogían a mujeres de vida licenciosa, se habilitaran dos salas una para españolas y otras para indias, negras, mulatas y mestizas, debiéndosele dar un trato preferente a las primeras con respecto a las segundas, según el criterio de la época.

Con respecto al gobierno de la capital mexicana se preocupó Linares de que estuviese bien abastecida de alimentos, disponiendo que no se comerciara en los días festivos, práctica prohibida, pero muy habitual por entonces. Mandó hacer importantes obras en la alhóndiga, carnicería mayor y acueductos, algunas de ellas a sus expensas. Se ocupó de visitar el desagüe de Huehuetoca dando aquellas providencias para su limpieza y reparo, construyéndose la calzada de Zumpango de cal y canto. Mandó elaborar un estudio sobre la distribución del agua de la capital observando que no había reglas para ello, siendo el agua acaparada mediante pilas privadas. Por esta causa suprimió muchas de ellas y fabricó otras públicas en beneficio de toda la población. Hizo construir un puente en el pueblo de San Juan del Río (Querétaro) a fin de facilitar el transporte de minerales, ganados y otras mercancías.

Cumplió Linares con el encargo de Felipe V de que se le enviaran de las Indias animales, plantas, hierbas y muestras de minerales, frutos u otras especies raras o singulares de la Naturaleza para un mayor conocimiento de la Física y la Medicina. Los ejemplares se conservarían en la biblioteca que el Rey había mandado establecer en Madrid, próxima al Palacio Real.

Debido a su precaria salud, como consecuencia de la gota, había pedido al Monarca en reiteradas ocasiones que se le mandara un sucesor y así poder regresar a España, pero no fue hasta el 18 de julio de 1715, después de su criticada actuación en la salida de la flota de Ubilla, cuando el Rey comunicó al presidente del Consejo de Indias, que había accedido a esa petición y nombraba al marqués de Valero para sustituirle. Pese a ello, esta noticia le llegaría a Linares en 1716, ya que el 5 de diciembre de 1715 volvió a repetir la instancia. El soberano le exoneró de que se le hiciera el juicio de residencia en México, pudiéndolo realizar en España, pero él, por diversas circunstancias, en especial, para evitar habladurías, prefirió hacerlo en la capital mexicana.

Legó una Memoria a su sucesor, rica en datos, pero que contrastaba con la que le había dejado a él el duque de Alburquerque, pues daba una visión pesimista del estado general de ese reino, fundamentalmente, en sus aspectos sociales y económicos, censurando las corruptelas de los funcionarios y muchos de los ministros de la Iglesia. Lo contenido en esta Memoria ya se lo había expuesto Linares al Rey a lo largo de su gobierno a través de la copiosa correspondencia y parece que esta opinión influyó en la Corte, ya que con su sustituto, el marqués de Valero, se comenzó la visita general a los Tribunales de Nueva España por el inquisidor Francisco de Garzarón.

De su reputación ante sus contemporáneos es representativo el parecer del contador Gabriel Guerrero de Ardila, quien dijo que Linares era un hombre “piadoso, magnánimo y limosnero”. De hecho, fueron innumerables las donaciones y limosnas que efectuó tanto al clero secular y regular, iglesias y conventos como a los pobres de cualquier clase y condición.

Fundó una capellanía para que anualmente se celebraran las exequias por las almas de los militares fallecidos e introdujo la costumbre de que los caballeros distinguidos recogieran limosnas, acompañaran a los condenados a muerte hasta la horca y asistieran a su entierro. El oidor y su juez de residencia, José Joaquín de Uribe, destacó su “aplicación, vigilancia y gran esmero en todo cuanto condujo al bien común y alivio del público”. Para el ministro Agustín Franco, Linares era un ser dócil y de carácter afable que, como él mismo decía, le gustaba participar en el juego de gallos, tan común y, a veces, perseguido en esas tierras.

Murió en la capital mexicana siendo enterrado con toda solemnidad en la iglesia de San Sebastián de los Carmelitas Descalzos. En su testamento donó a la Familia Real dinero, joyas, vajillas de plata y otros objetos valiosos. Sin herederos forzosos, dejó como tal a su padre, el duque de Abrantes, al que, como resultado del juicio de residencia de aquél, se le condenó a pagar 30.000 pesos —además de los 24.000 por el retraso en la salida de la flota de Ubilla— que el virrey había ofrecido durante su gobierno para la reducción de los nayaritas, expedición que no se hizo en su tiempo y se quiso hacer después. Aunque el asentista de la nieve Jacobo Osorio le puso una demanda de cerca de 87.000 pesos por el perjuicio que decía haberle causado en el abasto de la nieve sus ayudas de Cámara y otros servidores con el amparo del virrey, quedó libre porque se demostró que no fue así.

El título ducal de Linares lo heredó su hermana Isabel, esposa de Bernardino de Carvajal, conde de la Enjarada.

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Consejos- Títulos 5440, n.º 67; Estado, 658, 838, 4004; Archivo General de Indias, Consulados 855; Contratación 5465, n. 2, R. 107, fols. 1-2; Escribanía de Cámara 235B, 960, México 483, 484, 485, 486B, 487, 523, 610, 852, 866; Indiferente General 2647, 2648; Biblioteca Nacional de España, Madrid, Memoria del Virrey Linares, ms. 2929.

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Ascensión Baeza Martín