Ortega Montañés, Juan de. Llanes (Asturias), 23.VI.1627 – Ciudad de México (México), 16.XII.1708. Arzobispo de México y virrey interino de la Nueva España.
Aunque no todos sus biógrafos están de acuerdo, lo más probable es que naciera en Llanes (Asturias), el 23 de junio de 1627. Era hijo de Diego de Ortega Montañés, que llegó a presidente del Consejo de Castilla, y de María Patiño. Estudió Leyes en la Universidad de Alcalá, alcanzando el doctorado en Jurisprudencia.
Recibidas las sagradas órdenes, en 1660 fue nombrado fiscal del Santo Oficio de la Inquisición de México. Dos años más tarde fue ascendido a inquisidor, puesto que desempeñó por más de una década.
El 16 de abril de 1674 fue nombrado obispo de Durango (Nueva Vizcaya), siendo consagrado el 24 mayo del año siguiente en la Catedral de México por el arzobispo fray Payo Enríquez de Rivera. Pero antes de salir para su destino llegó a México su designación para el obispado de Guatemala, hacia donde partió el 2 de diciembre. Entre sus principales actos en Guatemala hay que destacar la fundación del Convento de Carmelitas Descalzas a fines de septiembre de 1677 y la solemne inauguración de la Catedral el 6 de noviembre de 1680.
Un nuevo cambio de diócesis tuvo lugar en 1684, año en que tomó posesión del obispado de Michoacán.
En Valladolid se distinguió por su preocupación por los pobres, destacando la cesión del edificio que construyó para sede del obispado para instalar en él el Hospital del Señor San José, que él mismo había fundado en 1694. Por otra parte, enriqueció la Catedral con un magnífico trono de plata para la exposición del Santísimo Sacramento y realizó diversas visitas pastorales por su extensa diócesis. Para aumentar las buenas costumbres del clero promulgó el 21 de febrero de 1685 unas Ordenanzas, preceptos y direcciones con que se previene a los curas beneficiados, doctrineros y jueces eclesiásticos, su estado y feligresía para el cumplimiento de las obligaciones de cada uno.
El gobierno eclesiástico de Ortega en Michoacán se vio interrumpido unos meses al ser llamado a México para encargarse, al cese del virrey conde de Galve y haber renunciado a ello el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, del gobierno interino del virreinato. Tomó posesión del nuevo cargo el 27 de febrero de 1696, ocupándolo durante diez meses, pues el 18 de diciembre del mismo año tomó posesión el nuevo virrey José Sarmiento de Valladares, conde de Moctezuma.
Antes de volver a su diócesis michoacana, Ortega pasó varios meses en México, durante los cuales escribió la instrucción de gobierno para su sucesor. De nuevo en Valladolid, el 11 de octubre de 1699 recibió la noticia de haber sido promovido por Carlos II al arzobispado de México, sucediendo al difunto Francisco de Aguiar y Seijas. El nuevo arzobispo electo llegó a México el 24 de marzo de 1700.
Al cese del virrey conde de Moctezuma, la nueva dinastía nombró, para sucederlo, al ya septuagenario Ortega Montañés. El 4 de noviembre de 1701 recibió por segunda vez el cargo de virrey, a la par que las bulas del papa Inocencio II nombrándole arzobispo de México. En esta ocasión su período de gobierno interino duró unos trece meses, pues el 27 de noviembre de 1702 entregaba el mando al nuevo virrey Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque. A partir de entonces el arzobispo permaneció en la Ciudad de México dedicado a los asuntos de su ministerio.
Destaca el empeño que puso en terminar las obras del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe; sin embargo, su muerte, acaecida el 16 de diciembre de 1708, le privó de ver terminada la obra. Fue enterrado en la Catedral de México. Un año antes de morir se publicaron las reglas que había escrito para un convento de religiosas: Regla y constituciones que por autoridad apostólica debían observar las religiosas jerónimas del convento de San Lorenzo de la ciudad de México (México, 1707).
Durante su primer período de gobierno (del 27 de febrero al 18 de diciembre de 1696), Ortega Montañés hubo de enfrentarse a los problemas que se arrastraban del gobierno de su antecesor el conde de Galve, Gaspar de la Cerda Silva y Mendoza. Uno de ellos ocurrió poco después de su toma de posesión y hundía sus raíces en las malas cosechas que azotaron México desde principios de la década de 1690. El malestar social por la falta y consiguiente carestía de granos estalló en el baratillo de la Plaza Mayor el 27 de marzo de 1696, cuando un reo era conducido a la cárcel pública. A los gritos y atropellos de la plebe se sumaron unos seminaristas y estudiantes que por allí pasaban, formándose tal alboroto que las justicias fueron incapaces de atajarlo, quemándose incluso la picota donde eran ejecutados los condenados a muerte. Temiendo que se repitiesen los sucesos del 8 de junio de 1692, Ortega tomó diversas medidas: se notificó a las compañías de palacio estar prevenidas; se dio aviso a los prelados y a la Universidad de la conducta deplorable de aquellos estudiantes seminaristas, recomendando un castigo por su participación en el alboroto; se prohibió el baratillo y se iniciaron diversas rondas nocturnas por la ciudad, turnándose en ellas el corregidor, los alcaldes y otros oficiales. Y como símbolo del poder de la autoridad se erigieron no una sino cuatro picotas en la Plaza Mayor.
Sin embargo, a fines de abril surgió otra amenaza a la tranquilidad, puesto que en la plazuela de Jesús Nazareno hubo conversaciones para tumultuar la ciudad para cuando saliese la flota de Veracruz en que volverían los españoles que pudieran embarazarlo. Se tomaron nuevas medidas preventivas, como el aumento de la guardia de palacio, la prohibición a los negros y mulatos de llevar armas de fuego o puñales y se atacó de nuevo la embriaguez.
Aunque tales disposiciones fueron aprobadas por Carlos II (Real Cédula de 24 de febrero de 1698), Ortega reconoció que para resolver el descontento general, los robos y salteamientos era preciso regularizar el abastecimiento de víveres. Para ello dictó medidas tales como la orden a los oficiales de los pueblos comarcanos de enviar las remesas necesarias a la alhóndiga de la ciudad, severas penas contra los contraventores de los precios y pesos establecidos y la vigilancia, por parte de la Santa Hermandad, de los caminos y campos para proteger a los viajeros y la propiedad.
Otro foco de inestabilidad interna era la frontera norte, de donde Ortega recibió la noticia de una nueva insurrección de los indios de Nuevo México (taos, picuríes, jémez, keres, tanos, towas) a finales de mayo de 1696, que se saldó con veintiún colonizadores y cinco misioneros muertos. De nuevo el gobernador de Nuevo México, Diego de Vargas, restauró la paz hacia octubre de ese mismo año. Mientras estas operaciones tenían lugar, en México se examinaban los informes y peticiones de Vargas; la Junta General de Hacienda, en su informe de 22 de septiembre, hizo ver al gobernador la necesidad de conservar lo conquistado más que aumentar las conquistas. No era ésta la opinión de Vargas, quien, consciente de que los establecimientos de Nuevo México no podían vivir independientemente de los indios, alegaba que primero había que sujetarlos, y que esto sólo podía hacerse mediante la guerra.
Mayor satisfacción debió sentir Ortega al recibir los planes de los jesuitas para la evangelización de la península de California. Conocedores de los apuros económicos de la Corona, los hijos de San Ignacio idearon reunir, mediante limosnas, un capital con cuyas rentas se financiarían las misiones. La propuesta se discutió en la Audiencia, que concedió el permiso bajo dos condiciones: que la empresa se hiciese sin gravamen alguno de la Real Hacienda y que se tomase posesión de aquellas tierras en nombre de Carlos II.
De esta manera, los padres Juan de Salvatierra y Juan de Ugarte empezaron en 1696 la colecta de limosnas que, con los años se conoció con el nombre de “Fondo piadoso para las Californias”. Reunidos unos 14.000 pesos, los jesuitas solicitaron poco después (5 de febrero de 1697), ya al nuevo virrey conde de Moctezuma, la licencia para comenzar la expedición.
El segundo mandato de Ortega como virrey interino, que duró casi trece meses (del 4 de noviembre de 1701 al 27 de noviembre de 1702), se significó por las fastuosas celebraciones de la proclamación de Felipe V y por problemas similares a los que tuvo en su anterior mandato: sostener los presidios del norte y reforzar las defensas de los puertos e islas del golfo debido a las complicaciones de la política internacional, especialmente con Inglaterra y Holanda.
Al finalizar su segundo mandato, Ortega sufrió el correspondiente juicio de residencia, que abarcó sus dos períodos de gobierno. Se han conservado algunos materiales de su residencia (Archivo General de Indias, Escribanía 233A), como los cargos, los descargos y la sentencia, que lo declaraba como “bueno, recto, limpio, celoso y vigilante ministro”, que cumplió todas sus obligaciones con “aplicación, amor y lealtad”.
Obras de ~: Ordenanzas, preceptos y direcciones con que se previene a los curas beneficiados, doctrineros y jueces eclesiásticos, su estado y feligresía para el cumplimiento de las obligaciones de cada uno, del 21 febrero de 1685; “Relación de gobierno para su sucesor el Conde de Moctezuma”, México, 4 de marzo de 1697 [en L. Hanke (ed.), Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria: México, t. V, Madrid, Atlas, 1978, págs. 110-177; en E. de la Torre Villar, Instrucciones y memoria de los virreyes novohispanos, t. I, México, Porrúa, 1991, págs. 649-746; J. de Ortega Montañés, Instrucción reservada que el obispo-virrey Juan de Ortega Montañés dio a su sucesor en el mando, el Conde de Moctezuma, pról. y notas de N. F. Martín, México, Jus, 1965]; Regla y constituciones que por autoridad apostólica debían observar las religiosas jerónimas del convento de San Lorenzo de la ciudad de México, México, 1707.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Escribanía, 233A.
M. Rivera Cambas, Los gobernantes de México, t. I, México, 1872-1873, págs. 279-283; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), 1959, 4 vols.; J. de Ortega Montañés, Instrucción reservada que el obispo-virrey Juan de Ortega Montañés dio a su sucesor en el mando, el Conde de Moctezuma, op. cit., 1965; L. Hanke (ed.), Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria: México, t. V, Madrid, Atlas, 1978, págs. 109-185; E. de la Torre Villar, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, t. I, op. cit., págs. 649-746.
Patricio Hidalgo Nuchera