Fernández de Híjar Sarmiento de la Cerda, Jaime. Duque de Híjar (V). Madrid, 30.I.1625 – 25.II.1700. Virrey de Aragón.
Fernández de Híjar Sarmiento de la Cerda fue duque y señor de Hijar, duque de Lécera y de Aliaga, conde de Belchite, de Vallfogona, de Guimerá, IX de Salinas y X de Ribadeo, vizconde de Evol, de Canet, de Illa y de Alquerforadat. Todo parece indicar que algunos de estos títulos no fueron regularmente usados por Jaime Fernández de Híjar, entre ellos los de vizconde, ni el de marqués de Alenquer, que fue cedido a favor de Ruy Gómez de Silva, duque de Pastrana.
Hijo de Rodrigo Sarmiento de la Cerda y Silva, conde de Salinas y Ribadeo, y de Isabel Margarita Fernández de Híjar y Castro Pinós, heredera de los estados de Híjar, recibió a la muerte de su madre, en 1642, el título ducal de la casa. Sin embargo, no existe un acuerdo expreso sobre el numeral de la casa que recayó en su persona, estando en discusión si fue V, VI o incluso VII duque de Híjar, según se sigan las investigaciones de María José Casaus o las de Jaime de Salazar.
Jaime Fernández de Híjar contrajo nupcias en tres ocasiones: en 1654 con Ana Enríquez de Almansa, con quien tuvo varios hijos; en 1668 con Mariana Pignatelli de Aragón, duquesa de Terranova, con quien tuvo siete hijos y se mantuvo la continuidad del título en poder de su hija, Juana Petronila Silva Fernández de Híjar, y en 1682, con Teresa Pimentel y Benavides, con quien tuvo dos hijos.
Su vida estuvo marcada por ser hijo de Rodrigo Sarmiento de la Cerda y Silva Mendoza, acusado de intrigar y conspirar contra Felipe IV en 1648 y que, tras ser condenado, acabó sus días en la cárcel de Santorcaz en León, en 1664. La casa ducal, a través de una hábil política de enlaces matrimoniales había logrado incrementar considerablemente el patrimonio de los Híjar, extendiendo los fuertes lazos dinásticos con la nobleza castellana, con sus intereses en Aragón y fuera del reino. Sin embargo, la rehabilitación de la casa, tras los oscuros sucesos protagonizados por Rodrigo Sarmiento, no se logró hasta la concesión del cargo de virrey de Aragón a Jaime Fernández de Híjar.
Al haber nacido en Madrid, en las Cortes de Zaragoza de 1646 su padre, que tampoco tenía la naturalidad aragonesa, solicitó la naturalización para su primogénito, es decir su condición de aragonés, sin que se resolviera favorablemente. Los citados sucesos de 1648 pospusieron esta concesión. Habrían de pasar treinta años hasta que en las Cortes de Zaragoza de 1678, Jaime Fernández de Híjar —junto a Pedro Antonio de Aragón, al marqués de Aytona y su hermano, a Juan Antonio de Benavides y al duque de Segorbe— lograra, a través de un Acto de Corte, el reconocimiento de dicha condición, “con la calidad de poder gozar en el presente Reyno de qualesquiere prerrogativas, como si fuera verdaderamente natural, y nacido en él”. Posteriormente publicó un Memorial instructivo de sus escritos por la casa de Hijar, que hacía honor al reino de Aragón.
Ocupó distintos puestos de confianza y alcanzó el de gran camarlengo de Su Majestad. En el reinado de Carlos II fue nombrado capitán general y virrey de Aragón, cargo que desempeñó entre 1681 y 1687.
La España de Carlos II había recibido una difícil herencia política y económica, sin olvidar el oscuro panorama de una posible sucesión. En Europa destacaban los avances de la política expansionista francesa en los frentes de los Países Bajos, Italia y Cataluña.
La Triple Alianza de La Haya actuó de forma disuasoria y paralizó la expansión francesa, mientras en Italia y Cataluña el armisticio de Nimega, sellaba, en 1678, con algunas devoluciones, las últimas conquistas galas.
Bajo el virreinato de Híjar, el reino de Aragón empezó a manifestar síntomas de cierta recuperación económica tras más de cinco décadas de pesadas contribuciones a la Corona. Durante los dos períodos de Cortes, entre 1626 y 1678, la dinámica de las relaciones internacionales y los conflictos en los que se involucró la Monarquía española, sobre todo con Francia, sumieron al reino aragonés en una grave crisis económica.
El cierre de los puertos aduaneros con Francia, que tantos beneficios económicos proporcionaba al reino, la falta de competitividad de las manufacturas aragonesas, sobre todo textiles, y un comercio controlado principalmente por una burguesía foránea, se sumaron a la crisis abierta con la expulsión de los moriscos y a la depresión agraria, por el abandono del campo.
Estos hechos, junto a la desestabilización del principado catalán entre 1640 y 1659, diseñaron una imagen del francés, pronto asimilada a la de propagandista hereje y bandolero. La nueva dinámica por la que atravesaron estas relaciones a partir de la década de los setenta, auspiciada por la política de corte agresiva de Luis XIV, sirvió para alimentar una mezcla de temor y odio hacia los súbditos de aquel país que alcanzó su cenit durante la Guerra de los Nueve Años, a finales de la década de 1680.
Durante este virreinato se activaron algunas medidas económicas. Se reunió una nueva Junta de Brazos, en 1684-1686, presidida por el duque de Híjar, en la que se trataron algunos de los aspectos más importantes de la actualidad político-social y económica aragonesa, que venían debatiéndose desde las Cortes de 1677-1678. Aragón demandaba la posibilidad de obtener un puerto en el Mediterráneo, aprovechando la navegabilidad del Ebro, como condición inexcusable para reflotar su industria y su operativo comercial. Además, para que la iniciativa prosperase, era necesario controlar la influencia comercial francesa en el reino. De hecho, la Junta de Comercio, establecida en 1674 con objeto de estimular la reflexión económica, no había hecho grandes progresos, sobre todo por las políticas cambiantes respecto a la protección de la industria autóctona frente a la foránea.
José Dormer en sus Discursos Histórico-políticos [...] dirigidos a Carlos II, en 1684, ofrece un estudio minucioso y global para la economía aragonesa, exculpa a los franceses de cualquier influencia negativa en ella y analiza los factores fundamentales que aquejaban al reino, considerando el comercio como el elemento motor de la economía aragonesa. Las argumentaciones del arcediano Dormer terminaron revocando el fuero prohibicionista de 1678 y abriendo el camino al fuero sobre “el nuevo establecimiento del comercio [...]” en defensa de la libertad comercial. Por si fuera poco, Aragón se encontraba involucrada en la organización de un servicio que, aprobado en las Cortes de 1677-1678, y en consideración de “la calamidad de los tiempos y la falta de comercio”, se revisó a la baja con la reducción de los dos tercios de setecientos cincuenta hombres a uno de setecientos infantes.
A la finalización de su virreinato, Jaime Fernández de Híjar, se trasladó a Madrid, donde vivió los últimos años de su vida. En 1697, y ante una recaída en su delicado estado de salud, otorgó poderes a su esposa, Teresa, para que pudiera “regir, gobernar y administrar” todos sus estados. Jaime Fernández de Híjar falleció en Madrid, el 25 de febrero de 1700, a los setenta y cinco años, dejando como sucesora del señorío a su hija Juana Petronila, gozando de la potestad absoluta para disponer, incluso, de la vida de sus vasallos.
Una situación que se prolongó pocos años, hasta la implantación de los decretos de Nueva Planta borbónica de 1707, que reformaron el régimen jurídico tradicional de los reinos de la Corona de Aragón.
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Porfirio Sanz Camañes