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Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar

Biografía

Toledo Molina y Salazar, Antonio Sebastián de. Marqués de Mancera (II). Madrid, 1608 – 13.II.1715. Virrey de la Nueva España.

Miembro de una familia nobiliaria con acreditados servicios a la Corona, hijo de Pedro de Toledo y Leyva, I marqués de Mancera, y de María Luisa Salazar y Enríquez de Navarra, tercera señora de El Mármol.

En su persona se anexionó a la casa de Mancera el señorío de El Mármol, próximo a la ciudad de Úbeda, y al heredar los títulos fue II marqués de Mancera y IV señor de El Mármol. Además, fue comendador de Alcántara y V señor de las Cinco Villas.

Viajó a Perú en 1639, acompañando a su padre que había sido nombrado virrey. Distinguido marino, fue general de galeras en el Perú y capitán general de la Armada del Mar Océano. Capitaneó una expedición destinada a la refundación de la ciudad de Valdivia, destruida años atrás por las incursiones holandesas.

Zarpó de Callao el 31 de diciembre de 1644 con doce galeones de 1150 toneladas cada uno y ciento ochenta y ocho cañones y mil tripulantes. Culminó la empresa con éxito el 6 de febrero de 1645 reconstruyendo la ciudad de Valdivia, la cual quedó bajo la dependencia administrativa del virrey peruano. Al mismo tiempo inició los trabajos de fortificación de la bahía, cuya conclusión se prolongaría hasta finales del siglo xviii.

En el mismo territorio construyó el fuerte de San Pedro de Alcántara de la isla Mancera. Por la misma fecha se comenzaron a construir los castillos de Niebla y de Corral y el fuerte de Amargos. Gracias a estas edificaciones pudo consolidarse una línea defensiva para frenar el avance enemigo desde el Pacífico Sur.

Abandonó Perú, junto a su padre, en abril de 1650.

Ya en España sirvió en la Corte para la reina Mariana de Austria, a quien le debería buena parte de su larga y brillante carrera. Desempeñó varios cargos diplomáticos como embajador en Venecia y Alemania y gobernador del Estado de Milán. Casó con Leonor Carreto, dama de la Reina y perteneciente a una familia aristocrática madrileña de origen germano. Su padre había sido embajador del emperador de Austria.

Su hermano, Otón Enrique Carreto, marqués de Grana, llegó a ser embajador del emperador Leopoldo ante la Corte de Carlos II. El marqués de Mancera y el de Grana fueron aliados en las intrigas palaciegas de aquel momento y les unía su común pertenencia a la fracción alemana que se opuso a Juan José de Austria, hermano bastardo de Carlos II.

En 1663, Felipe IV lo nombró virrey de la Nueva España, a pesar del voto en contra del Consejo de Indias que no lo creía apto por su precaria salud. Llegó al puerto de Veracruz a medidos de 1664, desde donde se trasladó a la capital mexicana para tomar posesión del cargo el 15 de octubre. Encontró una situación crispada como consecuencia del malestar general provocado por el mandato del anterior virrey, el conde de Baños. La Corona, al tanto de estos problemas, le había retirado sus funciones nombrando como virrey interino al obispo de Puebla, Diego Osorio y Escobar. El traspaso de poderes resultó conflictivo y aún resonaban sus ecos cuando pocos meses después hizo su entrada el marqués de Mancera.

Determinó éste que no se hiciera gasto alguno en su recepción dada la precariedad de las arcas virreinales por las constantes remesas que se hacían a España y los fuertes gastos que ocasionaba la guerra contra los ingleses, cuyos corsarios Davis y Morgan amenazaban constantemente las posesiones españolas del Caribe.

Aquella época estuvo marcada por intensos ataques de piratas y la alarma provocada por la aproximación de exploradores franceses a las costas texanas.

Un año antes de su llegada, Campeche había sufrido una agresión pirática y el peligro continuó durante los años de su gobierno.

A finales de 1664, entró en palacio como dama de honor de la virreina una niña, conocida luego como sor Juana Inés de la Cruz, gran poetisa, figura descollante de las letras hispanoamericanas del siglo xvii y calificada como la “Décima Musa”. Había nacido en México en 1651, hija natural de Isabel Ramírez, y ya con tres años sabía leer y escribir. Su infancia discurrió en casa de unos parientes, quienes la presentaron a los recién llegados marqueses. Estos, grandes aficionados a las letras y convencidos promotores de la cultura, supieron apreciar el talento y precocidad de la niña y no dudaron en apadrinarla. Leonor Carreto quedó rápidamente impresionada por sus dotes intelectuales, naciendo entre protectora y protegida una gran amistad. Juana Inés en sus versos se referiría a la virreina como “la hermosa Laura”. El virrey también quedó admirado por su sabiduría y para dilucidar si era natural o artificio congregó a un nutrido grupo de hombres de letras (teólogos, historiadores, filósofos, poetas) que procedieron a examinar a la joven. Ésta superó sin problema todas las cuestiones planteadas, lo que vino a acrecentar su fama y notoriedad.

Juana Inés vivió en la Corte entre los dieciséis y los veinte años, época en que el palacio de los Mancera era brillante y bullicioso con la celebración de frecuentes saraos, festejos y ceremonias. Sobre ellos supo poetizar Juana Inés a la que se consideró poeta oficial. Asimismo, compuso poemas con motivo de algún aniversario, cumpleaños o hecho relevante en la vida de palacio. Su estancia allí le facilitó el acceso a la gran biblioteca virreinal además de tener contacto con los intelectuales más destacados de la Nueva España. En 1667 decidió entrar en el Convento de las Carmelitas Descalzas, pero la experiencia no duró más de tres meses.

Fue en 1669 cuando ingresó en el Convento de la Orden de San Jerónimo. El 24 de febrero de ese año tuvo lugar la profesión religiosa en la iglesia de San Jerónimo, anexa al convento. El acto, que congregó a lo más selecto de la sociedad novohispana, fue presidido por el virrey y su esposa. Sor Juana Inés permaneció en dicho convento hasta su muerte, acaecida en 1695 durante la epidemia de cólera que asoló la capital ese año.

A pesar del encierro, conservó y cultivó su amistad con los marqueses de Mancera. Llegó a formar una biblioteca de más de cuatro mil volúmenes y en su celda se podían encontrar instrumentos musicales, mapas y aparatos de medición. Logró tener conocimientos profundos de astronomía, matemáticas, lengua, filosofía, mitología, historia, teología, música y pintura.

Al comienzo de su gobierno el virrey Mancera apoyó la erección del templo de San Felipe de Jesús y por ello fue acreedor de un Elogio panegírico, escrito por el poeta novohispano Alonso Ramírez de Vargas. Con motivo de la inauguración del templo, el presbítero Alonso de Ribera escribió otro texto con el título Breve relación de la plausible pompa y cordial regocijo con que se celebró la dedicación del templo del ínclito mártir San Felipe de Jesús, titular de las religiosas capuchinas, en la muy noble y leal Ciudad de México, publicado luego en 1673. Ambos documentos participaron en los certámenes literarios que con tanta frecuencia se celebraron en la capital mexicana a lo largo del siglo xvii y, en este caso, con motivo de los festejos realizados para la inauguración de aquel templo.

A principios de 1666 se conoció en México la noticia de la muerte del rey Felipe IV, a quien Mancera le debía muchas atenciones; por ello dispuso que se le hicieran solemnes honras fúnebres. A propósito de esta ocasión la joven sor Juana Inés de la Cruz participó en los actos programados con un soneto sobre la fragilidad del ser humano. Ese mismo año tuvo lugar la apertura de un proceso con el fin de reconocer la historicidad de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego en 1531; tres años antes Diego Osorio de Escobar y Llamas, al frente de la arquidiócesis de México, había dirigido una carta al papa Alejandro VII pidiéndole la concesión de celebrar una misa propia en honor de Santa María de Guadalupe el 12 de diciembre, separándola de la del 8 del mismo mes, como hasta entonces se venía haciendo al identificarla con la celebración de la Inmaculada Concepción. Los resultados de aquel proceso se conocen como Informaciones Jurídicas de 1666 y fueron enviados a Roma. Dichas Informaciones recogían testimonios de ancianos indígenas vecinos de Cuauhtitlán y ancianos de origen español.

Una de las mayores preocupaciones del virrey fue poner fin a los fraudes y extravíos de plata que pasaban a manos extranjeras. Sus primeras medidas en este sentido se encaminaron al control de la venta de azogue.

Más tarde promovió la creación de las nuevas cajas reales de Guanajuato (1665) y Pachuca (1667), cuyos efectos positivos se manifestaron en un aumento de la recaudación fiscal. La administración de las reales cajas estuvo a cargo de cuatro oficiales reales con los cargos de contador, tesorero, factor y veedor, quienes debían rendir informes al Tribunal de Cuentas de la Ciudad de México y a la Contaduría Mayor en España. La producción de plata en el mineral de Zacatecas experimentó un aumento con relación a los años anteriores.

Durante el quinquenio 1665-1670 se obtuvieron 726.874 marcos, lo que supuso un incremento del 48 por ciento sobre lo producido en el quinquenio anterior.

La tendencia alcista continuó entre 1670 y 1675 al contabilizarse 1.164.823 marcos. La bonanza fue posible, entre otros factores, a la buena disposición de mercurio procedente de las minas peruanas de Huancavelica.

La acuñación de plata en la Casa de la Moneda de México, experimentó asimismo un ascenso continuado pasando de 1.626.626 pesos en 1664 a 4.272.389 pesos en 1673. De este modo llegaba a su fin una prolongada crisis económica que se remontaba a los años de 1620. Las calamidades climáticas estuvieron ausentes a lo largo de este gobierno y ello facilitó la obtención de buenas cosechas con la inevitable rebaja en el precio de las semillas. El precio medio de la fanega de maíz osciló entre los 6 y 8 reales, muy lejos de los 16 y hasta 20 reales de épocas anteriores.

Como buen estratega, organizó una flota que acudió en socorro de los españoles que luchaban en las Antillas contra piratas ingleses, franceses y holandeses.

Comisionó a Mateo Alonso Huidobro para que expulsara a filibusteros ingleses de Campeche. Durante ese tiempo el gobierno de Mancera había visto empeorar su situación por los frecuentes ataques piráticos.

Morgan había atacado a Portobelo (1668), Maracaibo (1669), Santa Marta y Riohacha (1670) y destruido Panamá (1671). Las costas de Honduras y Nicaragua eran frecuentadas por numerosas embarcaciones de filibusteros franceses e ingleses y la inseguridad en el Caribe era manifiesta para las posesiones españolas. Tres de los cinco barcos que componían la Armada de Barlovento, que al mando del almirante Alonso de Campos habían transportado azogue hasta Veracruz, fueron destruidos en Maracaibo por el enemigo holandés a mediados de 1669. Con ellos desaparecieron también ciento treinta hombres. El virrey, molesto con la desastrosa actuación de Campos, le envió preso a España para que se le siguiese proceso.

Hacia 1670 la fuerza de los filibusteros estaba en todo su apogeo toda vez que contaban con el apoyo de la nueva colonia inglesa de Jamaica. La Armada de Barlovento había sido paralizada tras el desastre de Maracaibo y sólo en enero de 1672 la Corona ordenó su restablecimiento. Sin embargo, la escasez de fondos retrasó una vez más su formación. El virrey Mancera lamentaba la pésima gestión económica llevada en la cobranza de impuestos y la imposibilidad de recaudar los fondos necesarios para organizar con garantías una Armada. En su defecto, propuso la habilitación de barcos ligeros y bien armados, similares a los de los piratas, para que acudiesen con presteza a las zonas amenazadas y persiguieran al enemigo. Su plan incluía una pequeña escuadra que no superase un total de 1000 toneladas y una tripulación máxima de doscientos cincuenta hombres.

Este plan, que ya venía preconizando desde 1667, se adecuaba mejor a la realidad y resultaba menos gravoso para las arcas reales. Así lo debió entender la Corona, que en sus planes de 1673 pensaba en una Armada cuyo tonelaje apenas pasaba de 1200, muy lejos de las 5000 toneladas proyectadas un año antes. Aún así, su formación no fue posible porque las remesas de caudales procedentes de Nueva España para este fin concreto fueron muy inferiores al casi millón de reales de plata presupuestados para su puesta en marcha.

Todos estos contratiempos no fueron obstáculo para que el marqués de Mancera se ocupara de la guarnición de otras zonas estratégicas del virreinato como Acapulco, Veracruz, la provincia de Yucatán, La Habana, Santo Domingo, Puerto Rico o San Juan de Ulúa. Haciendo un gran esfuerzo económico socorrió estas plazas reconstruyendo sus defensas o implementando obras nuevas. En el castillo de esta última el virrey comenzó a levantar la Media Luna, labor lenta y difícil debido a que la piedra para la sillería fue traída desde Campeche.

Continuó con éxito las obras para el desagüe de la Ciudad de México. Estas habían comenzado en 1607 para paliar los efectos ruinosos de las frecuentes inundaciones que padecía la ciudad por su singular ubicación.

Transcurridos sesenta años, los trabajos no habían concluido a pesar de los esfuerzos realizados entre 1637 y 1653 por el superintendente del desagüe fray Luis Flores. Desde esta fecha las obras estuvieron casi paralizadas y el marqués de Mancera decidió retomar el asunto en 1665, nombrando a fray Juan de Cabrera como nuevo superintendente. Hasta el mes de octubre de 1673 se construyeron 1693 varas de socavón con un gasto de 138.550 pesos, restando para la conclusión final del proyecto otras 681 varas. La atención prestada por el virrey al desagüe permitió un ahorro considerable de dinero, si se tiene en cuenta que durante los doce años anteriores a su gobierno sólo se construyeron 153 varas con un costo de 185.871 pesos.

También se preocupó del saneamiento y limpieza de las acequias de la capital para evitar los lodos y pantanos que se formaban tras la caída de las lluvias. Esta inversión tuvo lugar en 1669 con un gasto de 14.149 pesos. En ese mismo año firmó un nuevo asiento de la pólvora con Juan de Ortega, estableciendo que ésta fuera distribuida en pequeñas cantidades por diferentes lugares para que, en caso de accidente, no ocasionara daños irremediables. Cuatro años más tarde procedió de nuevo a la limpieza de la ciudad y a la reparación de calzadas, pudiendo vanagloriarse de haber contribuido con estas medidas a la mejora de las condiciones sanitarias e higiénicas de México.

A pesar de la falta de recursos, acometió de forma prioritaria la culminación de las obras del interior de la catedral, iniciadas un siglo antes. Concluyó las bóvedas que ya estaban comenzadas, edificó otras en la nave central y reparó la de la capilla de San Miguel. Las obras fueron dirigidas por Luis Gómez de Trasmonte, maestro mayor de la Catedral. El 22 de diciembre de 1667 se celebró la solemne consagración del edificio metropolitano con toda la suntuosidad y boato que requería aquel acontecimiento histórico. La ciudad entera participó, la Universidad promovió certámenes poéticos y se escribieron numerosas descripciones del acto. Entre ellas destacó la del presbítero Diego de Rivera, publicada en 1668 bajo el título Poética descripción de la pompa pausible que admiró esta nobilísima ciudad de México en la suntuosa dedicación de su hermoso, magnífico y ya acabado templo, y que mereció la aprobación de sor Juana Inés de la Cruz. En 1668 Carlos de Sigüenza y Góngora comenzó sus estudios sobre el México antiguo y dio a la luz su Primavera indiana. Poema sacro-histórico, idea de María Santísima de Guadalupe, obra en la que abordó el estudio de las dos grandes creencias religiosas mexicanas: Quetzalcoatl y Guadalupe.

Procuró atajar la corrupción entre los funcionarios virreinales y controlar las posibles desavenencias de alcaldes y regidores. Las tensiones sociales provocadas por la rivalidad entre peninsulares y criollos no alcanzaron el grado de conflictividad vivido en las décadas anteriores.

No obstante, el virrey fue consciente de este problema y actuó de forma conciliadora. En este sentido, procuró recompensar a los criollos, admitirlos en la corte virreinal y fiarles cargos como al resto de los criados; del mismo modo, trató de moderar la arrogancia de algunos recién llegados de la Península. De los comerciantes dijo que se acercaban mucho a la nobleza por su porte y tratamiento. En cambio, no tuvo un buen concepto de los indígenas, a los que consideró gente melancólica y pusilánime, además de atroz, vindicativa, supersticiosa y mendaz. Debido a sus torpezas y barbaridades desconfiaba de que lograran algún progreso espiritual. Por otro lado, le merecían compasión y lástima porque eran víctimas de la codicia y abuso de los españoles, lamentado que ni las ordenanzas, ni el Juzgado General de Indios pudieran acabar con tal situación.

En 1668 logró que la Universidad de México se rigiera por los Estatutos elaborados por el obispo Juan de Palafox y Mendoza aprobados en 1649 pero que no habían sido aplicados. La medida del virrey acabó con una larga tradición de conflictos y disputas y sosegó la vida universitaria mexicana. Dichos Estatutos, con algunas pequeñas modificaciones, estuvieron vigentes hasta la Independencia. Apoyó con 10.000 pesos la misión evangelizadora del jesuita Diego Luis de San Víctores en las islas Marianas. Atajó los abusos que se cometían en la venta y consumo de pulque e introdujo cambios en su administración que hicieron disminuir los fraudes y reportaron mayores ingresos para la Real Hacienda.

Atendió al buen gobierno de las Filipinas y logró que la Corona revocase en 1669 una anterior Real Cédula de 1664, que atendía la solicitud de la Real Audiencia de aquellas islas para que los virreyes de México no pudieran nombrar gobernador interino por fallecimiento o falta del propietario.

El pirata John Davis, asedió La Florida, saqueando y arruinando la plaza de San Agustín. Para su defensa el virrey mandó construir el castillo de San Marcos.

Su edificación comenzó en 1672 y no concluyó hasta 1695. Sustituyó a anteriores construcciones de madera que allí mismo se asentaron no utilizando ahora la piedra, sino la coquina: una mezcla de moluscos y arena, aglutinada por la cal de las conchas, que resultó ser un excelente material. En 1673 designó de nuevo al capitán Huidobro para arrojar a los filibusteros de la Laguna de Términos (Campeche), quien zarpó el 14 de agosto con cuatro naves, abundante artillería y doscientos infantes.

Después de más de ocho años al frente del virreinato, solicitó su relevo al Rey, que atendió su demanda. Tras la llegada de su sucesor, Pedro Nuño Colón de Portugal a finales de 1673, el marqués de Mancera abandonó el palacio virreinal, pero no regresó de inmediato a España.

Durante varios meses se alojó en la casa del conde de Santiago y allí supo de la muerte del recién llegado virrey, cuando apenas había pasado cinco días desde que asumiera el cargo. Ocupó su lugar el arzobispo Payo de Rivera, a quien el marqués ofreció sus servicios, pero no fue atendido. Por ello no dudó en presentar sus quejas y justificar su actuación. Finalmente abandonó la Ciudad de México el 2 de abril de 1674 y en el camino a Veracruz, en el pueblo de Tepeaca (Puebla), falleció repentinamente su esposa (21 de abril de 1674). Allí fue enterrada y el arzobispo ofició exequias pontificales en la Catedral. La muerte de la virreina inspiró a sor Juana tres de sus más bellos sonetos.

El juicio de residencia sobre su labor de gobierno fue encomendado a Juan de Gárate y Francia, oidor de la Audiencia de México, por Real Cédula de 29 de junio de 1673. A resultas del mismo se le hallaron doce cargos, entre ellos, haber proveído cargos y oficios entre sus familiares y criados contraviniendo las ordenanzas y asignándoles salarios y comisiones con cargo al erario real. El 24 de enero de 1676 el Consejo sentenció exonerándole de la mayoría de ellos y destacó los servicios prestados a la Corona, particularmente en lo que se refiere a los crecidos envíos de caudales a España y la puntualidad con que atendió la defensa del virreinato.

No obstante, dos meses después (5 de marzo de 1676) el Consejo ordenó que se examinaran sus operaciones financieras y la justificación de los libramientos realizados en la Caja de México. Para tal fin fue comisionado el fiscal de la Audiencia mexicana, Francisco Fernández Marmolejo, que le halló diecinueve cargos adicionales. De todos ellos fue absuelto, según sentencia del Consejo de 15 de diciembre de 1681.

Ya en España, de regreso de México, contrajo segundas nupcias con María Ossorio y Feijóo, mujer bastante más joven que él. El matrimonio se hizo cargo de una niña negra, llamada Chicaba en su África natal.

Ésta había sido raptada y esclavizada a los diez años y presentada a Carlos II, quien se la regaló al marqués. María Osorio la tomó bajo su protección.

En ningún momento la trataron como esclava, sino que al contrario la sentaron a su mesa y alentaron su formación intelectual. La marquesa rezaba con ella todos los días y la convirtió en su directora espiritual.

Finalmente le concedieron su libertad y otorgaron la dote para su entrada en el Convento de la Orden Tercera de las Dominicas de Salamanca en 1704. Allí tomó el nombre de sor Teresa Juliana de Santo Domingo, y murió en 1748. Su confesor, Carlos Manuel de Paniagua, publicó en 1752 una biografía suya bajo el título de Compendio de la vida exemplar de la Venerable Madre Sor Teresa Juliana de Santo Domingo.

El marqués de Mancera se integró en el círculo de la reina Mariana y ello le ocasionó el destierro en Toledo mientras fue primer ministro su enemigo Juan de Austria (1678). Fue mensajero de la Reina en misiones difíciles, primero ante el propio Juan de Austria y después cerca del duque de Medinaceli. Muerto aquél, regresó a la Corte y Carlos II le concedió la Grandeza de España con carácter personal (1678) y hereditario (1692).

Apoyó a Mariana de Neoburgo como segunda esposa del Rey en 1689. Durante ese mismo año hizo publicar en España el primer tomo de las obras completas de sor Juana Inés de la Cruz con el título de Inundación Castálida, adelantándose a las ediciones novohispanas.

Fue nombrado consejero de Estado (1691) en el gobierno de Medinaceli. Jugó un papel importante en las negociaciones sobre la sucesión al Trono. En 1694 defendía los intereses del archiduque Carlos como representante de la candidatura austríaca a la sucesión de la Corona española. A la muerte de Carlos II (1700), paradójicamente, en contra de su larga trayectoria al lado del partido “austríaco”, favoreció la candidatura del duque de Anjou, futuro Felipe V. A cambio de este apoyo, el nuevo Monarca le concedió importantes cargos. Fue nombrado presidente del Consejo de Italia (1701) e incluido en la Junta de Gobierno del Reino (1703), culminando, de este modo, una dilatada y brillante carrera.

Falleció en la Corte en 1715 a los ciento siete años y sin descendencia. Los títulos y bienes recayeron en María Francisca de Toledo y Novoa, III marquesa de Mancera y I marquesa de Montalvo, casada con Diego Sarmiento, II conde de Gondomar y caballero de Santiago. Tan larga vida la atribuyó el virrey a su gran afición por el consumo de chocolate, heredando el gusto de su padre por la bebida azteca. A él se le atribuye en 1673 el diseño de una taza y un plato para tomar chocolate fabricados con diferentes materiales (porcelana, talavera, mayólica o plata), según el acontecimiento social en que se usara. En su honor, las piezas se conocieron con el nombre de “mancerinas”, dejando patente el prestigio alcanzado por aquella bebida en la elitista sociedad mexicana.

 

Obras de ~: “Relación del Marqués de Mancera”, en L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria, México V, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1978, págs. 10-63.

 

Bibl.: M.ª G. González Hontoria Allendesalazar, El marqués de Mancera, virrey de Nueva España, 1664-1673, Madrid, Universidad Autónoma, 1948; J. Jiménez Rueda, Sor Juana Inés de la Cruz en su época (1651-1695), México, Porrúa, 1951; J. I. Rubio Mañe, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), 1963; J. Juárez, Corsarios y piratas en Veracruz y Campeche, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1972; J. I. Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial 1610-1670, México, Fondo de Cultura Económica, 1980; B. Torres Ramírez, La Armada de Barlovento, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1981; O. Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la Fe, Barcelona, Seix Barral, 1982.

 

Miguel Molina Martínez