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Marcos de Torres y Rueda

Biografía

Torres y Rueda, Marcos de. Almazán (Soria), 1591 – Ciudad de México (México), 22.IV.1649. Obispo de Yucatán y gobernador de Nueva España.

Se formó en la Universidad de Alcalá, en donde obtuvo la licenciatura (el mejor calificado de ciento seis licenciados en 1612) y el grado de doctor. También en Alcalá se ordenó sacerdote. Después fue colegial del Colegio de Santa Catalina del Burgo de Osma y ejerció como catedrático de Teología. En Valladolid fue colegial del Colegio de Santa Cruz y en la universidad ejerció como catedrático sustituto de Escrituras y Vísperas de Teología. Intervino habitualmente durante su estancia en Valladolid en la universidad, colegios y conventos en debates y argumentaciones que le dieron fama de consumado letrado y gran predicador. Posteriormente obtuvo una canonjía de la Catedral de Burgos y fue lector del Colegio de San Nicolás en esa ciudad. Presentado en 1644 a la Santa Sede por Felipe IV como obispo de Yucatán, lo confirmó como tal Inocencio X, de manera que embarcó hacia Veracruz y fue consagrado por Juan de Palafox y Mendoza en noviembre de 1646, en su sede mexicana de Puebla de los Ángeles, en Nueva España. Llegó a Mérida para tomar posesión de su diócesis en diciembre de ese año.

El obispo Torres y Rueda apenas estuvo en Yucatán, porque en 1647 fue llamado para ocuparse del gobierno interino de Nueva España, que dejó el virrey conde de Salvatierra al ser promovido para el gobierno del Perú. También en su nueva ocupación fue un gobernante efímero, pues tomó posesión el 13 de mayo de 1648 y murió en México el 22 de abril de 1649. Aunque el juicio de residencia le fue favorable, recibió críticas tanto en Yucatán como en Nueva España. Aparte de las que luego serán tratadas, Sabiniano Manrique de Lara, que era castellano del Puerto de Acapulco y que sería después gobernador de Filipinas, manifestó a la Corona su extrañeza por la actitud de Torres y Rueda en 1649, porque prohibió a los oficiales reales dar las pagas a las tripulaciones de las naos y puso muchas dificultades para que se enviaran socorros a las islas, como era obligación de los virreyes de Nueva España, tanto más en cuanto que Manila había sufrido un terremoto en 1644 que la había dejado prácticamente destruida. Dos tercios de los templos y edificios habían quedado en ruinas y muchos vecinos habían perecido, de manera que los envíos anuales del situado que salían de las cajas reales de México fueron en esos años especialmente requeridos y necesarios.

Su paso por Yucatán y México fue tan breve que realmente no tuvo tiempo para plantearse grandes temas de gobierno, sin embargo sí le cupo participar de pleno en los que tenían a Nueva España en efervescencia antes de su llegada y que habían provocado su propio nombramiento y el traslado de Salvatierra a Lima.

Como obispo de Yucatán al menos pudo emprender la visita de su diócesis, que realizó con rigor atendiendo sobre todo a las situaciones irregulares del clero, cuestión que suscitó numerosas quejas dirigidas a la Corona. Algunos años antes, el virrey Luis de Velasco (II) había manifestado al Rey la situación de algunos religiosos, que en Nueva España habían perdido el uso de las reglas de sus fundadores y adquirían costumbres impropias de la vida religiosa, con más ambición y negocios que humildad y observancia. Estos casos son los que satirizó el secularizado Thomas Gage con sarcasmo. Como señala Guillermo Porras, en el fondo, lo que se había planteado en Nueva España era una reforma de la Iglesia y el ariete que la estaba afrontando por encargo de la Corona era Juan de Palafox y Mendoza.

El nombramiento de Marcos de Torres y Rueda como gobernador de México estuvo relacionado, en principio, con las aprensiones que en estos años experimentaba la Corona hacia los interinazgos de las audiencias, y fue preferido al arzobispo de México porque este prelado estaba metido de lleno en las rivalidades que debía solucionar al obispo de Yucatán. Pero más inmediatamente se debió al enfrentamiento que se había generado en Nueva España entre Palafox y los jesuitas, o más exactamente entre los bandos consolidados en torno a ellos. No es posible aquí entrar en los pormenores de este problema, que en último término se debía a los deseos de Palafox, visitador de Nueva España, de aplicar en el virreinato las disposiciones del Concilio de Trento en cuanto a hacer depender la cura de almas del clero secular y, por tanto, ponerla bajo la sujeción de los obispos. En relación con esto, hubo cuestiones precisas de enorme importancia, como la batalla entre el obispo y los jesuitas en Puebla por el control de la enseñanza y las medidas tomadas por Palafox para que las órdenes religiosas pagaran el diezmo de lo que producían sus haciendas, lo cual igualmente afectaba de manera especial, aunque no en exclusiva, a los jesuitas, que en esas fechas habían concentrado muchas y muy productivas propiedades. Jonathan Israel insiste en la gravedad de la disminución de ingresos por diezmos para las diócesis de Nueva España y en la necesidad de considerar este problema en el marco sociopolítico general de las rivalidades en Nueva España, una perspectiva que situaría a los criollos como palafoxianos y a los miembros de la administración, con el virrey en la cabeza, como partidarios de los jesuitas.

En 1646 el enfrentamiento había alcanzado unas dimensiones alarmantes que situaban de un lado al virrey Salvatierra con los corregidores, los jesuitas y buena parte de los religiosos, y de otro a Palafox con los obispos, la audiencia y los criollos. El arzobispo Juan de Mañozca, llegado a México en 1644, se había alineado en principio con Palafox, pero las críticas del obispo de Puebla a la Inquisición mexicana por estar más atenta a hacer dinero que a vigilar la moral, le llevaron al bando del virrey; Mañozca había sido inquisidor en Cartagena y en Lima y después había pasado al Consejo de la Suprema en España. También en 1646 murió Bueras, provincial jesuita enviado por Roma para apaciguar las relaciones con Palafox, y fue sustituido por Pedro de Velasco, sobrino del virrey Velasco y partidario de una actitud dura que pronto dejó muy atrás las aspiraciones del propio Salvatierra. Para acabar con este peligroso clima de tensión, desde Madrid llegaron órdenes en octubre de 1647 que retiraban del escenario al Conde promocionándolo al virreinato del Perú y entregaban a Marcos de Torres y Rueda el gobierno de Nueva España, aunque expresamente no se hacía mención al título de virrey, sólo al de gobernador y presidente de la audiencia de México.

El obispo llegó a Veracruz el 24 de noviembre y se dirigió a México, pero tuvo que esperar en Tacubaya porque, por falta de navío adecuado, Salvatierra no se embarcó para Lima hasta el año siguiente. La actitud del conde de Salvatierra hacia Torres fue solícita y deferente, hasta el punto de que le envió a Veracruz su coche, litera, carruaje y criados para el camino hacia México. Cuando llegó a la capital el obispo, Salvatierra se planteó dejar el palacio virreinal y ocupar la casa-palacio del conde de Santiago de Calimaya, y al ver por los documentos que le presentó que no podía entrar a gobernar hasta que el virrey saliera hacia Lima, hizo que se preparara para residencia de Torres la mejor casa de Tacubaya, haciendo llevar mobiliario del propio palacio virreinal y gastando 500 pesos en la provisión de la despensa, además de los dulces y vinos que igualmente mandó enviar desde palacio. Pero causó alarma en México el comportamiento del nuevo gobernador, que desde su llegada a Nueva España comenzó a considerarse virrey y exigió ser tratado como tal. Incluso intentó tomar posesión del gobierno antes de que el virrey saliera, aunque al fin optó por obedecer a duras penas los mandatos del real acuerdo de la audiencia de México para que esperara en Tacubaya. A fin de abril de 1648 llegaron nuevas disposiciones de Madrid conminando a Salvatierra para que marchara a Perú sin más dilación y advirtiendo al arzobispo Mañozca por su poco afortunada actitud al tomar parte en los enfrentamientos entre Palafox y los jesuitas. Escritos reprensivos llegaron igualmente para los provinciales de la Compañía y de los dominicos, que fueron los más implicados en la crisis; al nuevo gobernador se le ordenó que se esforzara por acabar con las rivalidades y se le prohibió tomar represalias. Asimismo, se pidió a Palafox colaboración para eliminar la tensión sociopolítica, y especialmente que no interfiriera en los colegios de los jesuitas en Puebla.

Torres comenzó su gobierno el 13 de mayo de 1648, el mismo día que salió Salvatierra, y lo primero que hizo fue saltarse las prohibiciones y arremeter contra los “palancas”, es decir, los partidarios del conde. Esta falta de prudencia fue poco favorable a rebajar la tensión, antes al contrario los bandos continuaron e incrementaron su mutua hostilidad, ahora con el arzobispo Mañozca al frente del bando del virrey, y con él se había aliado a la causa antipalafoxiana el tribunal del Santo Oficio de México. A la primera victoria de Palafox que habían supuesto las órdenes recibidas en 1647, se unió ahora la llegada de una bula de Inocencio X llevada a México en 1648, por la cual se daba la razón al obispo de Puebla en la mayoría de los asuntos en discordia. Prueba del enconamiento al que había llegado la rivalidad es que los jesuitas (recuérdese el cuarto voto de obediencia al Papa) no reconocieron la validez del documento pontificio, hasta que no fuera aprobado por el Consejo de Indias. En el campo de la educación, a pesar de las reconvenciones de 1647, el litigio sobre la enseñanza en Puebla continuó entre Palafox y los jesuitas, y también el obispo procuró que los indios administrados pastoralmente por la Compañía en su diócesis, que eran sobre todo los de las propiedades de los jesuitas, acudieran al clero diocesano. El clímax llegó a su cénit cuando Palafox extendió sus críticas no sólo a los jesuitas de Nueva España, sino a todos, recomendando a Inocencio X la supresión de la Compañía; desde entonces desapareció la moderación que habían ejercido las autoridades jesuitas desde Roma y Madrid.

En esta situación, la Corona tomó una solución drástica: suspendió la visita de Palafox y le ordenó volver a España. En efecto, el obispo se embarcó en la flota de 1649, pero el tiempo que permaneció en Nueva España lo empleó en acelerar los trabajos de construcción de la Catedral de Puebla, para hacer la consagración y dejar con ello un símbolo grandioso del espíritu que había impreso a las reformas surgidas de la visita, además de un testimonio imperecedero de su amor a Puebla. A esto respondió el bando del arzobispo Mañozca organizando un auto de fe, el mayor que celebró el Santo Oficio de México, para contrarrestar los efectos de la consagración y empañar en lo posible el éxito de Palafox. Todavía se complicaron más las cosas porque en diciembre de 1648 Torres, olvidando las órdenes que había recibido de la Corona, se enfrentó al corregidor de México, el criollo Jerónimo de Bañuelos, por oponerse a la manipulación que el obispo-gobernador pretendió hacer de las elecciones que el cabildo de la capital debía hacer en 1649. La reacción de Torres fue encarcelar al corregidor y a varios regidores, dando lugar a la respuesta airada del pueblo que formó un tumulto en la Plaza Mayor como protesta contra la actitud del gobernador. A partir de entonces, Torres se ganó la animadversión de los criollos y se enemistó con el propio Palafox, de manera que quedó planteada en Nueva España una lucha entre tres prelados: Palafox, Mañozca y Torres. En realidad, Torres participó poco, porque desde principios de 1649 enfermó de gravedad y murió el 22 de abril. Los funerales se celebraron con asistencia del cabildo y los religiosos pero no del arzobispo Juan de Mañozca, que mostró así públicamente sus desavenencias con Marcos, cuyo cadáver fue enterrado en la iglesia de San Agustín.

El auto de fe preparado por el arzobispo Mañozca se celebró en México, el domingo 11 de abril en la Plaza del Volador, con la asistencia multitudinaria del pueblo. Fueron sentenciados cuarenta judaizantes, trece de ellos condenados a muerte en la hoguera, uno quemado vivo y los doce restantes, ocho mujeres y cuatro hombres, después de ser muertos por aplicación de garrote. La consagración de la Catedral de Puebla se celebró el domingo 18, con ceremonias tanto de carácter religioso como lúdicas que duraron varios días y que convirtieron a la ciudad en el foco de Nueva España, con la presencia de toda clase de gentes, actos litúrgicos, juegos y conciertos de música coral del coro de la ciudad, del que se decía que era el mejor de América. Apenas dos meses después, el 10 de junio, salió de Veracruz Juan de Palafox camino de España.

Después de la muerte de Torres y Rueda, el arzobispo y la audiencia de México persiguieron duramente a sus familiares, muchos de los cuales terminaron en las cárceles de la capital y los bienes del obispo-gobernador tanto en Nueva España como en Yucatán fueron confiscados. Torres y su sobrino y secretario de cámara Juan de Salazar fueron acusados de corrupción, y las sospechas se extendieron también a Petronila de Torres, otra sobrina del obispo que estaba casada con Juan de Salazar. No están claros los motivos por los cuales la audiencia actuó de esa manera; de hecho, en mayo de 1650 llegaron disposiciones de Madrid para que se devolvieran a los herederos de Torres y Rueda los bienes que se les habían confiscado, a fin de que se cumplieran los legados que el obispogobernador había dejado señalados en su testamento. La audiencia fue amonestada por su falta de atención en los funerales, y se agradeció a los religiosos agustinos la caridad y el cuidado que habían mostrado en la atención del cadáver. La sentencia del juicio de residencia de Marcos de Torres y Rueda le fue favorable, de manera que fue reivindicado su trabajo como gobernador, y ordenó que se pagara a sus criados lo que se les debía y que se entregaran los bienes correspondientes a los herederos. La criticada sobrina Petronila de Torres murió el 23 de febrero de 1652 y también fue enterrada en San Agustín.

A la muerte de Marcos de Torres y Rueda le sucedió en el gobierno de Nueva España la Real Audiencia de México, que puso en sus puestos en la administración a las personas que el obispo-gobernador había destituido. Poco más de un año después llegó el nuevo virrey, conde de Alba de Liste, con Pedro de Gálvez, oidor de la Audiencia de Granada, que iba a actuar como visitador de Nueva España en sustitución de Palafox.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Indiferente, 192, N 164, Relación de méritos y servicios del Doctor Don Marcos de Torres y Rueda, 1641; Patronato 183, R 25, Informe de la Audiencia de México sobre lo que acaeció con la llegada del Obispo de Yucatán, que iba a tomar el gobierno de Nueva España, siéndolo efectivo el Conde de Salvatierra. Acompañan los autos formados sobre el recibimiento a dicho obispo, que denegó aquella Audiencia, 1647.

M. A. Peral, Diccionario biográfico mexicano, México, Editorial PAC, 1944, 2 vols.; A. Vázquez de Espinosa, Descripción de Nueva España en el siglo xvii y otros documentos del siglo xvii, México, Editorial Patria, 1944; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España 1535- 1746, Vol IV. Obras públicas y educación universitaria, México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 1963; B. de Balbuena, Grandeza mexicana: y fragmentos del Siglo de Oro y El Bernardo, intr. de F. Monterde, México, UNAM, 1963; L. González Obregón, México viejo (Época colonial). Noticias históricas, tradiciones y costumbres, México, 1966 (9.ª ed.); G. Porras Muñoz, “Don Marcos de Torres y Rueda y el gobierno de Nueva España”, en Anuario de Estudios Americanos, XXIII (1966), págs. 669-680; V. Riva Palacio, México a través de los siglos, Tomo II. El Virreinato, México, Porrúa, 1968 (9.ª ed.); I. A. Leonard, La época barroca en el México colonial, México, Fondo de Cultura Económica (FCE), 1974; L. Hanke y C. Rodríguez, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria, vol. IV (México), Madrid, Atlas, 1977 (Biblioteca de Autores Españoles, CCLXXVI); T. Gage, Viajes en la Nueva España, La Habana, Casa de las Américas 1980; J. I. Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial 1610-1670, México, FCE, 1980; A. Lira y L. Muro, El siglo de la integración. Historia General de México, t. I, México, El Colegio de México, 1981, págs. 371-469; A. García-Abásolo, “Nueva España en el siglo xvii”, en Historia de las Américas, Sevilla, Alambra-Longman, 1991, págs. 427-454.

 

Antonio García Abásolo

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