Sarmiento de Sotomayor y Enríquez de Luna, García. Conde de Salvatierra (II), marqués de Sobroso (I). ?, c. 1590 – Cartagena (Colombia) 26.VI.1659. Virrey de Nueva España (XIX) y virrey del Perú (XX).
Hijo de Diego Sarmiento de Sotomayor y de Leonor Enríquez de Luna, aya del príncipe Felipe y de la emperatriz Margarita, era miembro de una familia de noble linaje y antepasados encumbrados. Su padre don Diego, gentilhombre de Felipe III, fue capitán general de Sevilla y primer conde de Salvatierra.
Sirvió muy joven en casa del Infante Cardenal, como gentilhombre de cámara y al iniciar su reinado, Felipe IV le confirió el título de marqués de Sobroso, comendador de la villa de los Santos de Maimón, en la Orden de Caballeros de Santiago y caudillo mayor del reino y obispado de Jaén. En 1631 el rey le nombró maestre de campo del tercio de Infantería que se formó en Galicia, disponiendo que pasara a Flandes con el Infante Cardenal. Alcanzó el grado de capitán de Infantería y Caballería en Sevilla y Badajoz y en 1634 fue nombrado asistente y maestre de campo general de Sevilla y reino de la baja Andalucía.
Casó con Antonia de Acuña y Guzmán, dama de la reina y marquesa del Valle de Cerrato, que le acompañó en sus desplazamientos tanto a Nueva España como al Perú.
En 1642, en un momento de grave quiebra de la situación política del reino, Felipe IV lo nombró virrey de Nueva España, en sustitución de Juan de Palafox y Mendoza, visitador general, obispo de Puebla y autor de un extenso y radical programa de reformas, que contó con la oposición del entonces virrey Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, duque de Escalona.
Palafox denunció ante la Corte el supuesto portuguesismo del virrey y desde Madrid llegó la orden de deposición del duque y el nombramiento como virrey provisional de Palafox, que gobernó provisionalmente Nueva España durante un semestre.
No se conocen las instrucciones que recibió el conde de Salvatierra, pero dadas las circunstancias del momento, debieron de consistir tanto en lograr la máxima seguridad y control del poder de la monarquía, como la recaudación de fondos lo más amplia y urgente posible, para hacer frente a las necesidades reales, tras la independencia de Portugal y las guerras de Cataluña y Europa.
Desde su llegada a Veracruz, Sarmiento escribió al Cabildo de México pidiendo que, a su llegada, se ahorraran todos los gastos de recepción y homenajes, destinando esas cantidades “para hacer al rey un donativo, que mucho lo necesitaba en las guerras que sostenía en Europa”. En carta posterior, insistió en que se le recibiese bajo palio, como se había hecho antes con el duque de Escalona, “pero que por favor no se hicieran juegos de cañas porque no le agradaban esos espectáculos”.
Aunque había desembarcado en octubre de 1642, entró en Ciudad de México el 23 de noviembre de 1643 y gobernó durante más de cinco años, hasta su nombramiento de virrey del Perú.
El obispo Palafox, en Puebla, seguía gobernando la diócesis con energía y brillantez, pero sin renunciar al planteamiento de las reformas ni a la pretensión de aplicarlas en todo el virreinato. Se enfrentaba a la oposición de las órdenes religiosas, los grupos de intereses más conservadores, las instituciones controladas por el virrey y el propio virrey. Este enfrentamiento provocó una cascada de denuncias, informes, correspondencia, decretos y resoluciones reales, que convulsionó al virreinato y preocupó a la Corte. La situación de la Monarquía, enfrentada a la división y a la guerra, en todos los aspectos, no era la más propicia para aceptar los planes de Palafox.
La ruptura del diálogo entre el poder eclesiástico y las órdenes religiosas, pero también con el poder del Estado, el control del Patronato real, los pagos de los diezmos por los religiosos, la exigencia a los jesuitas de exhibir los permisos de confesión, la reforma de la administración local y su inclinación en favor de los criollos, tanto en el aspecto eclesiástico como en el civil, serían temas de permanente enfrentamiento entre el obispo y el virrey.
Según las crónicas de la época, el gobierno del conde de Salvatierra fue moderado y prudente, pero de escasa relevancia. Sin embargo, desde el primer momento se aplicó a dos tareas: restablecer la calma entre las partes enfrentadas y recuperar la fidelidad general a la Corona y, sobre todo, obtener recursos e imponer nuevas exacciones, que le permitiera el envío de cuantiosas sumas a España.
En el aspecto político, trató de congraciarse con los enemigos de Palafox, atrayendo a su lado a quienes habían servido y resultaron beneficiados por las actuaciones del virrey anterior, a los frailes de las distintas órdenes y a cuantos se sentían amenazados por lo que suponía la visita general y sus proyectos de reforma de las instituciones. En esta cuestión, apoyaron al virrey los oidores de la audiencia, a los que fue nombrando para regentar las alcaldías mayores del reino, entre otras, la alcaldía mayor de Puebla y el corregimiento de México, que Palafox deseaba ofrecer a los representantes de los grupos criollos.
En noviembre, no fueron los portugueses, sino los piratas quienes volvieron a aparecer por las costas de Yucatán, a las órdenes de Diego el mulato, que había estado en el saqueo de Campeche. Era una prueba de la indefensión en que se encontraba la zona. La armada de Barlovento no servía de auxilio y sólo se ocupaba de proteger a las flotas que partían hacia España, dejando al descubierto todo el litoral.
Entre tanto, en 1643, en la Corte de Madrid, el duque de Escalona, a la vez que se defendía de los cargos de traición, insistió ante Felipe IV para que continuara la exploración y conquista de los territorios de California, logrando que el Monarca accediera al establecimiento permanente de centros de población y a la pesca de las perlas. Por esta razón, se firmaron las capitulaciones con Pedro Portel de Casanate, concediéndole amplias facultades.
Una vez en Nueva España, con los recursos que le proporcionó el virrey, procedentes de las cajas reales, Casanate reunió tropas y pertrechos, y partió para las provincias del interior, con órdenes de ser apoyado por los gobernantes de los lugares de paso. Llegó sin novedad a las costas del sur, donde se estaban construyendo los buques de transporte, pero cuando tenía todo dispuesto para el embarque, un violento incendio arrasó las naves. El proyecto se suspendió por el momento.
El conde de Salvatierra, alertado desde la Corte por quienes rechazaban las propuestas del obispo, estaba convencido de que el reforzamiento del poder real, a través suyo, era la mejor contribución al desarrollo de la capacidad económica de las Indias como abastecedoras de recursos. En sus despachos a Madrid, al describir la quiebra de las finanzas reales, la incapacidad del cobro de las alcabalas, el impago de las deudas y el desaprovechamiento de las posibilidades de extracción echaba la culpa de esta situación a los planes reformistas del obispo.
El virrey pretendía obligar al cabildo de México a pagar sus deudas a la Corona, reforzar y ampliar la composición de tierras (el pago por derechos de propiedad), imponer el papel sellado y la renta de los naipes, cobrar los atrasos por las entregas de mercurio, supervisar los movimientos de la producción en minas y puertos, prevenir el contrabando e introducir nuevas tasas e impuestos.
Como exposición de casi tres años de gestión, el 26 de febrero de 1645 el conde de Salvatierra escribió una Relación al rey, en la que, entre otras cosas, escribe: “S.M. se sirvió de mandarme le diese cuenta con toda particularidad del estado en que hallé la Nueva España cuando pasé a gobernarla. Y aunque con modestia pudiera dejarlo a los muchos que cuidadosamente acostumbran representar lo malo de los que gobiernan, obedeciendo a S.M. me sujetaré a la corrección de lo que de mí se dijere refiriendo sólo lo que he obrado en la mejora que hoy tiene este reino y la hacienda de S.M. en él”.
Las continuas invasiones que de algunos años antecedentes había padecido este reino, con la pérdida de dos flotas, la inundación general, continuas presas por los enemigos hecha en navíos sueltos, impedimentos para el libre comercio, quiebras particulares con grandes sumas, ‘descaminos’ de Acapulco y grandes composiciones de aquel comercio, la prohibición del Perú, mortandad grande de indios y esclavos, secuestros hechos por el santo oficio en las más cuantiosas y acreditadas haciendas, esterilidad general de los tiempos, donativos continuados y nuevos servicios hechos, visitas generales causas de accidentes comunes y otras causas bastantes a hacer una general y considerable pérdida, tenían puesto el reino en el año 1642, a punto de su total ruina sin que en los antecedentes gobiernos se les hubiese dado remedio, o por ser la ocupación de los oficios tan transitoriamente breve, o por no alterar los afectos de los habitadores al odio que comúnmente causan las reformaciones, teniéndose en él por sensible reducir las materias a su primer estado; acción no sólo dificultosa de intentar, pero imposible de poder vencerse en estos reinos”.
A continuación, refiere por extenso los temas de que se había ocupado: el despacho de sus antecesores; la vista y examen de todos los papeles de la Administración virreinal; las rentas debidas a la Corona por todos los tributos y exacciones establecidos; las prolijas y tensas negociaciones con el consulado y los mercaderes; la regulación de los empleos de regidores, cobradores, ministros, fiadores, gremios y otras personas; la liquidación de las rentas de los naipes, que se encontraban en situación de quiebra; la liquidación de los retrasos y pagos de los envíos de azogues, problema complejo y de enorme repercusión; la revisión y regulación de todas las cajas provinciales; las llegadas de las naos de Filipinas al puerto de Acapulco y los problemas que plantean; la armada de Barlovento; la fábrica de artillería, tan necesaria; el desagüe de la ciudad de México; la reforma del puerto de San Juan de Ulúa; la fábrica (construcción) de la iglesia mayor metropolitana; la necesidad de agua en la ciudad de Valladolid; la fundación de la ciudad de Salvatierra, en el obispado de Michoacán; la pacificación de Nuevo México; el uso del papel sellado en Nueva España; las rondas nocturnas de vecinos en la Ciudad de México, etc.
Subrayaba la forma de negociar los temas más complejos, en los que siempre terminaba obteniendo ingresos y recursos para la Corona: la renovación de los oficios vacantes y vendibles en todo el reino; la medición y rotulación de tierras y las tierras y aguas de “las religiones”, en las que se habían introducido “sin ningún derecho ni justo título”.
Al final, resumía el montante de cuanto estaba enviando a S.M. con la flota de ese año, algo más de cinco millones de pesos, y otros dos de gastos en reparaciones y pagos. Y terminaba: “Esto es, señor, lo que la memoria ha podido recapacitar para cumplir lo que S.M. me manda [...]”.
En Puebla, el obispo Palafox, que seguía gobernando la diócesis con mano dura, volvió a tener un grave enfrentamiento con los jesuitas allí establecidos, llegando al insulto mutuo, a la excomunión de algunos jesuitas, a la airada respuesta de éstos, y a un conflicto que se generalizó entre la población. Tuvieron que intervenir primero los jueces, más tarde el Santo Oficio, y finalmente el propio virrey, hasta lograr aplacar los ánimos, gracias al abandono momentáneo de Palafox, que desapareció de Puebla. En carta al papa, fechada en enero de 1649, Palafox escribió: “Los jesuitas compraron, por una gran suma de dinero, el favor del conde de Salvatierra nuestro Virrey; el cual, á parte de esto, me tenía un odio mortal”.
Algunos meses después, y para tratar de acabar el conflicto, buscando una solución que satisficiera a ambas partes, el 8 de julio de 1547 el Rey nombró a García Sarmiento virrey del Perú. En una complicada combinación política, se había decidido sacarlo de Nueva España, pero sin reponer a Palafox en el gobierno del virreinato, como al parecer deseaba, sino manteniéndole momentáneamente en Puebla.
El conde de Salvatierra salió de Ciudad de México el 13 de mayo de 1648, tras preparar los documentos que entregó a su sucesor y responder a su juicio de residencia. Se trasladó a Acapulco y embarcó en la nao regular con destino a Paita y Callao, a donde llegó el 28 de agosto, haciendo su entrada oficial en Lima el 20 de septiembre.
Las instrucciones que se le dieron en este caso, copiaban exactamente las entregadas al marqués de Mancera, pero con algunos cambios, concretamente en el ámbito eclesiástico: en primer lugar, controlar, de acuerdo con las cédulas reales anteriores, el número de religiosos, las actividades que desarrollaban, el número de los que eran necesarios y, de acuerdo con la Audiencia, el arzobispo y los obispos, impedir que pasaran a aquellos reinos los que luego solían quedarse en Lima o que se dispersaban por el territorio; en segundo lugar, la exigencia de permisos y licencias, que el rey no deseaba seguir concediendo; y en tercero, el examen de las licencias de regreso a España, que no se deberían conceder sin grave motivo.
Sucedía en Lima al enérgico marqués de Mancera, notable por su intransigencia, pero siguiendo el mismo estilo que había aplicado en Nueva España, resolvió los primeros conflictos aceptando el planteamiento de los encausados en el período anterior.
Nombró capitán general del Callao y dio el mando de las naves del sur a su hermano Álvaro. En cambio, trató de inhibirse cuanto pudo en las diferencias que enfrentaban a los jesuitas con el obispo Cárdenas.
Entre otras gestiones, se recuerda la protección de los indios, especialmente en el trabajo de las minas, ya que había fracasado el tratamiento del azogue en Huancavelica, dictando numerosas instrucciones, teniendo en cuenta que la introducción de nuevos grupos étnicos hizo disminuir la exigencia de trabajo indio.
Persiguió la corrupción y el fraude a la real hacienda, tras el escándalo en la Casa de Moneda de Potosí, cuyo probable culpable, Francisco Gómez de la Rocha, terminó colgado en la Plaza Mayor potosina en 1654. Se había adulterado gran cantidad de monedas que al ser descubiertas disminuyeron su valor.
Se confiscaron los bienes de Gómez de la Rocha y se reembolsó tanto a la real hacienda como a los particulares afectados.
Trató de mejorar la Armada del sur, reconvirtiendo y modernizando las naves más viejas y obligando a los portugueses a que le vendieran algunos bajeles, pero no consiguió sus propósitos, dada la enorme extensión de las costas bajo su dominio. A finales de 1654 encalló cerca de Guayaquil la nao Jesús María, cargada de plata que se enviaba a la Corona, lo que constituyó un grave descalabro. Afortunadamente se pudo recuperar gran parte de la carga, que se transportó de un mar al otro a través de Panamá.
Se le recuerda por el envío a España de grandes recursos, en sucesivas flotas de galeones, que se despachaban con toda exactitud.
Una de las obras más elogiadas de este período virreinal fue la construcción de la fuente de la Plaza de Armas en 1650, hecha de bronce, al estilo de los “chafarices” gallegos, diseñada por Pedro Noguera y fundida por Antonio de Rivas. Se recuerda esta estrofa de unos versos dedicados al virrey: “El agua que de ella corre/no corre como solía, / y se ve de tierra salva / y por Salvatierra limpia”.
Estuvo a favor de la obra que desarrollaba la compañía de Jesús en Paraguay, modelo de organización comunitaria, pero también apoyó a los franciscanos de las reducciones de los Payansos, en la construcción de iglesias y conventos. Por cédula real, de 12 de marzo de 1653 se le ordenó la creación de una Cátedra de Vísperas de Teología en La Universidad de Lima.
La amplia “relación del estado en que dejó el gobierno”, dirigida a su sucesor y fechada el 22 de marzo de 1665, contenía un prefacio y los cuatro grandes apartados de rigor: “gobierno eclesiástico”, “gobierno secular”, “hacienda” y “guerra”. Se considera un excelente documento, amplio y detallado, sobre su larga gestión de más de seis años.
En el primer “ramo”, incluye las disensiones de los religiosos de las distintas órdenes, las elecciones de los provinciales, y otros enfrentamientos similares, así como los medios que usó y órdenes que dio “para su quietud y apaciguamiento”. Llama la atención el problema planteado por la solicitud de que hubiese alternativa entre religiosos de esta tierra y los de España, así como la repartición entre indios y encomenderos, para acabar las obras de las iglesias de La Paz, cobrando la parte que a aquéllos tocaba “con la mayor suavidad y blandura que fuese posible”.
En el segundo “ramo”, se refiere el trabajo realizado “para localizar y clasificar las leyes y cédulas con que se gobierna este reino, en dieciséis cuadernos, un libro grande y otros dos más pequeños”.
Sin embargo, el tema principal trata del estado y perspectivas de las minas, en especial la de Huancavelica (azogue o mercurio), que tantos problemas planteaba, así económicos como de relación con los indios, pero también las del Potosí, las más importantes en extracción de plata y las dificultades de la nueva repartición que se pretendía. Eran frecuentes y repetidos los fraudes cometidos en la distribución y concesión del trabajo de los indios. También señala otros temas concretos como el reparto de tierras, estado de las audiencias en territorio tan amplio, la fabricación de moneda de baja ley, adulterada con frecuencia, la pacificación de los indios motilones, el desarme y expulsión de los portugueses establecidos en algunas comarcas, así como la de mulatos e indios y su defensa de los mestizos.
En el tercer “ramo”, especifica la situación de las “cajas” de la hacienda real, las veintitrés en que se dividía el territorio, y el detalle de los diversos envíos de recursos a España y los problemas sin resolver, así como la actuación de los tribunales.
Finalmente, en el tema “guerra”, subraya “la paz en que deja este reino”, así como las obras realizadas en el puerto del Callao, el batallón de esa ciudad, la construcción y reparación de buques, reconocimientos, deudas y expulsión de algunos oficiales.
Cesó en el cargo el 24 de febrero de 1655, sustituyéndole su tío Luis Henríquez de Guzmán, Conde de Alba de Liste. Su intención de regresar a España se vio frustrada, a causa de la guerra con Inglaterra y por una grave enfermedad, que le retuvo en Perú hasta su muerte en 1659. En su honor se celebraron suntuosos funerales, presididos por el virrey, arzobispo y corporaciones.
La virreina, que le sobrevivió, regresó a España.
Se le formó juicio de residencia, resuelto en su contra el 5 de noviembre de 1659 y en sus escritos su tío y sucesor, el conde de Alba de Liste, no dejó de aparecer bastante crítico con su gestión.
Bibl.: J. Toribio Polo, Memorias de los virreyes del Perú, Marqués de Mancera y Conde de Salvatierra, Lima, Imp. del Estado, 1896; M. Orozco y Berra, Historia de la dominación española en México, Librería Robredo, México, 1938; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 1955-1963; L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de Austria: México y Perú, Madrid, Ediciones Atlas, 1976-1978; E. de la Torre Villar, Instrucciones y memorias de los virreyes Novohispanos, México, Editorial Porrúa, 1991; J. Figueira Valverde, Cuatro virreyes pontevedreses en América, Pontevedra, 1992; C. Álvarez de Toledo, Politics and Reform in Spain and viceregal Mexico, Oxford, Historical Monographs, University Press, 2004.
Manuel Ortuño Martínez