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Pedro de Toledo y Leyva

Biografía

Toledo y Leyva, Pedro de. Marqués de Mancera (I). ?, c. 1585 – Madrid, 9.III.1654. Virrey del Perú.

Hijo de Luis de Toledo, comendador de la Orden de Santiago, quien sirvió en diversas jornadas militares, y de Isabel de Leyva, hija de Sancho Martínez de Leyva, quien fue virrey de Navarra. Muy joven aún, en 1600, empezó a servir al Monarca en jornadas militares en Italia y en Argel, llegando luego a gobernar todas las galeras de España. Posteriormente desempeñó varias funciones políticas en Italia, y en 1631 fue nombrado gobernador y capitán general del Reino de Galicia, sirviendo ocho años en ese puesto. El título de marqués de Mancera le fue conferido por Felipe IV el 17 de julio de 1633. Fue gentilhombre de cámara del Rey y miembro del Consejo de Guerra.

A inicios de 1639 fue nombrado vigesimoquinto virrey del Perú, por lo que zarpó de Cádiz el 20 de mayo de ese año a tomar posesión de su cargo, acompañado por su esposa, María Luisa de Salazar y Henríquez, y por los dos hijos que con ella tuvo: María Antonia, quien posteriormente sería condesa de Priego, y Antonio Sebastián, a quien nombraría más adelante general de Callao.

El 18 de diciembre del mismo año hizo su entrada en Lima. Pronto se quejó de que su antecesor, el conde de Chinchón, había mostrado una imagen excesivamente positiva en su relación de gobierno, que contrastaba —a juicio del marqués de Mancera— con la realidad que él iba encontrando. Por eso, escribió un agudo y mordaz “informe veraz” sobre los asuntos peruanos.

Una de las primeras medidas que dictó en Perú fue la de la introducción del papel sellado, de acuerdo con previas órdenes del Monarca, que habían encontrado resistencias tanto en Perú como en México. Logrando hacer efectiva esa disposición, logró recaudar cada año por ese efecto 60.000 pesos, y con ese ejemplo finalmente se pudo introducir el papel sellado también en la Nueva España.

El virrey marqués de Mancera mostró especial interés en lo referido a la dotación de la escuadra que debía defender las costas peruanas. No en vano, la navegación había sido una actividad frecuente en su vida, al punto de que él mismo manifestó en su Memoria de gobierno su “afición” a todo lo referido a la vida marítima.

Quizá por eso uno de los primeros aspectos que analizó al instalarse en la capital virreinal fue el de la situación de la escuadra, que consideró muy deficiente.

Manifestó haber encontrado las costas casi sin defensas, por estar los navíos en muy mal estado, al punto de que era difícil incluso el envío de los metales preciosos a Panamá. En efecto, sólo había dos navíos en condiciones de prestar servicios, aunque necesitados también de reparaciones. Estaba también muy deteriorado el patache que transportaba el azogue desde Chincha hasta Arica, con el fin de que desde allí pudiera ser trasladado por tierra hasta Potosí. El marqués de Mancera dispuso que fuera desguazado y que se le reemplazara por otro navío de la escuadra. Además, en 1641 ordenó que se construyeran en los astilleros de Guayaquil dos galeones de gran calado, especialmente reforzados en sus quillas y en sus costados. Se consideraba que era importante que fueran de grandes dimensiones, por la experiencia habida en los enfrentamientos con piratas y corsarios: habitualmente no se atrevían a abordar navíos de gran tamaño, y además éstos solían estar mejor artillados. La construcción de los dos galeones en Guayaquil tardó más de tres años, botándose al agua en julio de 1644. El cronista agustino Torres se refirió a una de esas naves como “la reina del Mar del Sur, y pudiera serlo del Norte por su hermosura y grandeza”.

Se trataba de la capitana Jesús María. Ésta, y la almiranta Santiago, fueron los dos más grandes barcos de guerra que habían visto las costas peruanas. La Jesús María, sin embargo, tuvo un trágico y prematuro final, naufragando en 1654 cerca de Chanduy, cuando iba encabezando un convoy que se dirigía a Panamá. En el mismo aspecto de la defensa de las costas, a fines de 1640 el marqués de Mancera inició la edificación de las murallas del puerto del Callao, sufragando el gasto con los fondos provenientes de impuestos al vino, al azúcar, a las velas de sebo y a la carne.

Mancera adoptó diversas medidas para organizar adecuadamente la guarnición de Callao, sobre todo cuando recibió noticias de la organización en Europa de expediciones de corsarios contra las posesiones hispanas en las costas del océano Pacífico. Así, cinco navíos dirigidos por el holandés Brouwer aparecieron por entonces frente a Valdivia, con fuerzas de desembarco formadas por cuatro centenares de hombres, para cuyo desalojo se tomaron diversas medidas; entre ellas el envío de varias embarcaciones para patrullar en las costas de Chiloé. A Valdivia se envió un total de trece navíos que transportaban a dos mil hombres.

Consciente de la necesidad de evitar grandes gastos y de generar ahorros en lo posible, examinó con detalle las diversas actividades relacionadas con la vida de la escuadra virreinal. Así, dispuso concretas medidas para vigilar los procesos de compra de víveres y pertrechos, con el fin de terminar con corruptelas antes frecuentes alrededor de los almacenes del Callao. Examinó también los procedimientos que se desarrollaban en la carena de los buques de la escuadra, con el objeto de buscar disminuciones en los gastos. Incluso para el fuerte gasto que supuso la ya mencionada construcción de la capitana y la almiranta en Guayaquil, Mancera ideó diversas formas de obtener fondos que no fueran de las arcas reales. Así, para tal efecto organizó erogaciones públicas, y el mismo virrey aportó 16.000 pesos de su peculio.

Otra materia de preocupación fundamental del virrey fue la de la producción minera, y específicamente de plata, dada la importancia que los envíos de metales preciosos tenían para las finanzas de la Monarquía, y teniendo en cuenta que ya desde algunas décadas anteriores esas remesas habían disminuido de manera progresiva, debido a los problemas de producción del yacimiento argentífero de Potosí. Considerando la vital importancia del mercurio en la purificación de la plata, dispuso variadas acciones para el aumento de la producción de ese mineral en el yacimiento de Huancavelica, y ordenó que fuera efectivo el número de indígenas establecido para realizar allí el trabajo obligatorio por turnos.

De la clara conciencia que tuvo con respecto a la vital importancia del azogue es buena muestra la visita que personalmente hizo a Huancavelica, con el propósito de poner todos los medios para incrementar la producción tanto en ese yacimiento como en Potosí, ya que —en sus propias palabras— “uno a otro se ayudan promiscuamente; son como dos polos que sustentan estos reinos y los de España”. Le preocupó la precariedad que constató en el puerto de Chincha, que era punto fundamental de paso en el transporte del azogue de Huancavelica desde ese yacimiento para llegar luego al puerto de Arica con el fin de trasladársele a Potosí. Dispuso por eso que los almacenes que había en Chincha se trasladasen al puerto de Pisco —algo más al sur— y en ese contexto dispuso la fundación oficial de la villa de San Clemente de Mancera en 1640, conocida desde entonces simplemente como Pisco. Durante su período de gobierno salió del Callao en cuatro oportunidades la Armada del Mar del Sur, conduciendo hacia Panamá —para luego dirigirse a la Península— las remesas de plata.

Varias fueron las disposiciones que el marqués de Mancera adoptó con respecto a la población indígena.

Mostró especial preocupación por la presión de la carga tributaria, mandando que se hiciera un nuevo empadronamiento general de los naturales, y que se revisitaran los pueblos de indios con el fin de suprimir los diversos abusos que ellos sufrían. Todo indica, además, que el resultado de esa iniciativa fue positivo también para la Real Hacienda, ya que junto con los abusos contra los indígenas se producían también fraudes en perjuicio de las cajas reales. Además, insistió en que fuera efectiva la prohibición de vender vino a la población indígena, y denunció que ciertos corregidores, e incluso algunos curas doctrineros, estaban lucrando con ese negocio. La preocupación por los aborígenes lo llevó a impulsar la fundación en Lima del hospital para indios de Santiago del Cercado.

En lo referido a la vida eclesiástica y religiosa, debe destacarse el especial afecto que mostró el marqués de Mancera por los frailes dominicos, a quienes distinguió y favoreció de diversos modos. Fundaron ellos en 1644 el templo y Colegio de Santo Tomás. Además, tuvo relación con el lego dominico Juan Masías —quien posteriormente llegaría a los altares—, asistiendo además a su funeral. A su solicitud, el Monarca concedió en propiedad a la Orden de Predicadores una Cátedra de Prima de Teología de Santo Tomás en la Universidad limeña. También Felipe IV autorizó la celebración de dos fiestas solemnes en el templo de Santo Domingo, dedicadas a la Virgen del Rosario: una como patrona de las armas, y la otra en acción de gracias por la victoria naval de Lepanto. Además, durante el gobierno de este virrey llegaron a Lima tres monjas con el propósito de fundar el Monasterio del Carmen de Lima, lo cual se verificó en 1643. Asimismo, durante su período de gobierno se fundó el Monasterio del Prado, y se produjo la llegada de los frailes Mínimos de San Francisco de Paula. En definitiva, el marqués de Mancera apoyó diversas iniciativas de distintas instituciones religiosas, lo cual confirmó su reputación de persona piadosa.

El Tribunal del Santo Oficio celebró en noviembre de 1641 un auto de fe, en el que se sancionó a dieciséis personas, de las cuales catorce eran portugueses “judaizantes”.

Ya en la década anterior se había desarrollado un auto de fe contra numerosos presuntos judíos portugueses, y en ese sentido buena parte del común de la población limeña veía a los portugueses con malos ojos. En ese contexto, el marqués de Mancera ordenó que todos ellos se presentaran ante las autoridades con las armas que tuviesen, ordenándoseles salir del virreinato, disposición que nunca se llegó a cumplir.

El 20 de septiembre de 1648 entregó el mando a su sucesor, el conde de Salvatierra, zarpando luego para España, dejando una imagen de gobernante piadoso y caritativo, pero también arbitrario según muchos de sus contemporáneos. En efecto, si bien numerosos testimonios ponderan las buenas disposiciones gubernativas de este virrey, lo cierto es que fueron muchas también las quejas contra actuaciones arbitrarias, sobre todo en favor de allegados suyos. Su gobierno fue prolongado, lo cual sin duda contribuyó a que no fueran pocos los sectores que manifestaron oposición frente a su desempeño gubernativo. Fue probablemente debido a esa circunstancia que decidió publicar su relación de gobierno. Todo indica que es el único caso de relación de gobierno publicada en vida de un virrey del Perú de la época de los Austrias. El 5 de diciembre de 1651 pronunció el Consejo de Indias la sentencia final en su juicio de residencia, en la cual se suavizaron notablemente los cargos presentados durante el proceso. Sin embargo, el marqués no estuvo conforme con la percepción referida a su gobierno, por lo cual publicó dos años después un Memorial explicando sus acciones en el Perú.

Pocos meses después, el 9 de marzo de 1654, murió el marqués de Mancera en Madrid. Su título fue heredado por su hijo Antonio Sebastián de Toledo, quien fue embajador en varias cortes europeas, Grande de Castilla, mayordomo de la reina Mariana y virrey de México en 1673.

 

Bibl.: D. de Vivero y J. A. de Lavalle, Galería de retratos de los gobernadores y virreyes del Perú (1532-1824), Barcelona, Maucci, 1909; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico Biográfico del Perú, t. X, ed. de E. San Cristóval, Lima, 1933 (2.ª ed.), págs. 360-376; G. Lohmann Villena, Historia marítima del Perú. Siglos xvi y xvii, Lima, Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, 1977; L. Hanke (ed.), Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. Perú, t. III, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1978, págs. 99-287; J. A. del Busto Duthurburu (dir.), Historia general del Perú. El Virreinato, t. V, Lima, Editorial Brasa, 1994, págs. 161-162; A. Tauro del Pino, Enciclopedia ilustrada del Perú. Síntesis del conocimiento integral del Perú, desde sus orígenes hasta la actualidad, vol. XIII, Lima, Peisa, 2001, pág. 2077.

 

José de la Puente Brunke

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