Mújica y Buitrón, Martín de. Villafranca (Guipúzcoa), s. XVI – Santiago de Chile (Chile), 4.V.1649.
Militar, gobernador, capitán general y presidente de la Real Audiencia del Reino de Chile, caballero de la Orden de Santiago.
Militó desde muy joven en el Ejército y en 1638 era sargento mayor en las guerras contra Francia, destacándose por dirigir el asalto de las murallas de la plaza fuerte de Vercelli. Llamado un tiempo después desde España, se le destinó a servir en el ejército encargado de someter a la provincia de Cataluña que estaba sublevada.
En 1642 era maestre de campo de la división mandada por el marqués de Povar. Dos años más tarde servía en Cataluña.
Felipe IV lo designó, el 30 de diciembre de 1644, gobernador, capitán general y presidente de la Real Audiencia del Reino de Chile en reemplazo del marqués de Baides, que suplicaba al Rey por su reemplazo, en razón de sus méritos militares. Ya cruzado caballero de la Orden de Santiago, Mújica pasó a la ciudad de Lima por la ruta de Panamá y, desde allí, se condujo al puerto de Concepción, donde tomó posesión de su gobierno el 8 de mayo de 1646.
El aspecto del país, el escaso número de sus habitantes, la pobreza en que vivían y lo limitado y precario de su industria decepcionaron al gobernador. Así escribía al Rey: “Este reino, en toda su población no tiene seiscientos vecinos de familia y casa; y el todo de él es sumamente pobre, y el más descansado libra todos sus alimentos en unas tierras, un poco de ganado y algunos indios de encomienda con que las beneficia, de que se compone una estancia. Son más en número los pobres, y especialmente mujeres que desnudas y descalzas por su persona asisten en el campo, por no tener comodidad ni que vestirse en el lugar”.
Su primera y principal preocupación estaba en el peligro que representaban las expediciones holandesas en las costas del Pacífico, puesto que en España y América se hablaba de los grandes aprestos que los holandeses hacían en Brasil para enviar a Chile una escuadra de dieciséis naves. El virrey de Perú no pudo auxiliarlo con muchas tropas. Sin embargo, Mujica consiguió que le mandasen algunos oficiales de importancia y se embarcó rumbo a Concepción para ocupar su nuevo cargo.
También, se abocó, con la más enérgica resolución, a frenar y enmendar los vicios y abusos que se habían convertido en un mal endémico dentro del ejército y el pueblo. “Los soldados, sin temor de Dios, vivían de puertas adentro con sus mancebas y tenían por gala la picardía, por donaire la libertad y por bizarría el hurto; y el que más caballos, bueyes, mulas e indios hurtaba era el más bizarro: el compuesto y contenido era el mato mandria (apocado), el más despreciado”.
Para poner fin a estos desórdenes y robos, Martín de Mújica prohibió perentoriamente que en adelante los jefes dieran permiso a los soldados para salir a buscar pertrechos a Santiago. De hecho, castigó severamente a quienes intentaron desobedecer sus órdenes e impuso severas penas para los pendencieros y los ladrones.
El gobernador pretendía, además, frenar los vicios estimulando el espíritu religioso. A pesar de que reconocía que la mayoría de los habitantes del reino eran creyentes fervorosos, Mújica se dio cuenta que su devoción no guardaba relación alguna con sus conductas morales. Por eso, mandó que en todos los cuarteles, los soldados rezasen el rosario, por lo menos, una vez al día. Él predicaba con el ejemplo, construyendo iglesias, administrando a otras los artículos que eran necesarios para el culto y, también, sometiendo su autoridad a los eclesiásticos.
Incluso, una vez en Concepción, el obispo Diego Zambrano y Villalobos leía en misa unos edictos que lo lastimaban, por lo que el gobernador comenzó a retirarse. El prelado mandó que nadie saliese desde la Iglesia bajo pena de excomunión y “(el Gobernador) lo oyó, con grande humildad y rendimiento obedeció, diciendo a todos: ‘volvamos, señores, y obedezcamos a nuestro prelado’. Acabado de publicar el edicto, fue y se echó a los pies del Obispo, mostrando cuan rendido estaba a la Iglesia y sus mandatos, con que enseñó a todos el respeto y obediencia que se debe a los prelados”.
Para pacificar la Araucanía continuó con la política de parlamentar con los indígenas así como lo hiciera el marqués de Baides, su antecesor, puesto que tenía la esperanza de que ésa era la única fórmula para terminar con la constante guerra. De hecho, libertó a algunos caciques y les dio algunos presentes para que sirviesen como mensajeros de paz entre sus congéneres.
Martín de Mújica celebró el segundo Parlamento de Quillín en 1647.
Para modificar las condiciones económicas del país prohibió el uso de las mulas para que los hacendados se dedicasen a la crianza de caballos que creía más útiles, y, además, limitó la facultad de los particulares de vender los esclavos negros, porque se iban del país, disminuyendo el número de trabajadores. Cuidó de los indios de servicio. Como forma de facilitar las comunicaciones dentro del reino mandó a construir puentes en algunos esteros, poner lanchas para el paso de ciertos ríos y quiso reemplazar el puente de criznejas y cables que existía sobre el río Maipo por uno más sólido a base de cal y piedra. La escasez de fondos, no obstante, hizo imposible su ejecución.
Constantemente denunciaba los desórdenes administrativos y los escandalosos negocios que hacían algunos funcionarios públicos con la venta de indios cogidos en la guerra y con las tiendas que poseían a nombre de otras personas. Su severa rectitud para intentar corregir la desmoralización general le atrajo enemigos acérrimos.
Durante su administración, los habitantes de Santiago debieron hacer frente al terremoto del 13 de mayo de 1647. Ese día lunes, sin que precediese ruido alguno, cerca de las diez y media de la noche, la tierra fue sacudida de una manera tan extraordinaria que, en sólo instantes, derribó los templos y las casas, transformando la capital en un montón de ruinas.
Desde el cerro Santa Lucía se desprendieron grandes peñascos que se precipitaron hacia abajo en dirección a las calles vecinas. Sólo las personas que lograron salir de sus casas en el primer momento lograron salvar su vida, pero entre los escombros se hallaban sepultados millares entre muertos y heridos.
Mújica se enteró en Concepción de la magra noticia.
Envió una carta de condolencia al Cabildo en la que recordaba que la escasez de dinero no permitía remediar todas las necesidades. No obstante, envió 2000 pesos de su fortuna personal para cuidar a las monjas, los pobres enfermos de los hospitales y los demás desvalidos. También, sacó dinero del tesoro real, algo inusual en la época.
El 4 de mayo de 1649, mientras comía, le sobrevino un ataque que a las cinco de la tarde le produjo la muerte. “La comida era de ostentación, los convidados muchos, y al primer plato que le pusieron de una ensalada, apenas la comenzó a comer cuando sintió la fuerza de un eficacísimo veneno, y echando con bascas y espumas se le trabó la lengua; levantóse de la mesa, fuese a la cama, y dentro de una hora murió enagenado de los sentidos. Quedaron todos atónitos y espantados de una muerte tan acelerada de un Gobernador tan querido, de tan grandes prendas, de tan acertado gobierno; y mostraban el sentimiento en los ojos, no habiendo persona que no le llorase… Enterrase al día siguiente con la pompa, con el concurso y sentimiento que tan grande Gobernador merecía”.
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Julio Retamal Ávila