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Francisco de Paula Ramón Mellado Salvador

Biografía

Mellado Salvador, Francisco de Paula Ramón. Granada, 27.X.1807 – Bayona (Francia), 18.IV.1876. Editor, impresor, escritor, periodista y traductor, hombre de negocios, empresario e industrial.

Sus primeros años transcurrieron en su Granada natal ocupada por las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia y después en el contexto del Estado absoluto de Fernando VII, que en 1814 intentó detener un tiempo de revolución liberal reponiendo todos los ingredientes del Antiguo Régimen. Tras el paréntesis del Trienio Liberal en 1820-1823 y la segunda vuelta al absolutismo en aquel año, el joven Francisco de Paula tomó rumbo a la capital con sus padres Pedro Mellado y Francisca Salvador y sus cuatro hermanos menores: Carmen, Concepción, Miguel Enrique y José María. En Madrid curtió sus sueños literarios favorecido por su instrucción y el conocimiento de francés, formando parte de una generación de jóvenes animosos, inquietos, románticos y vitales que protagonizaron en los años treinta la ruptura con el mundo anterior y abrieron el sistema liberal, la economía de mercado, y la cultura abierta con sus fundamentos en la libertad de creación y la originalidad del artista.

Francisco de Paula probó fortuna, como tantos otros, por el camino literario, buscando notoriedad y reconocimiento público, tratando de demostrar talento e inteligencia, verbo y pluma, según las aspiraciones de la cultura liberal y romántica. Escribió varias novelitas y opúsculos y también ensayó con la traducción de obras francesas, pero no tuvo el éxito esperado y reorientó sus pasos literarios sin salirse del ámbito de las letras. En el agitado Madrid, durante la guerra carlista, aprendió el oficio de editor de periódicos durante 1833 y 1834 con la publicación de El Semanario Crítico y El Tiempo, este último suspendido por la censura del régimen del Estatuto Real con una Ley de imprenta de 1834 todavía restrictiva, con el argumento de divulgar contenidos liberales. Bloqueadas sus expectativas, sin recursos, a partir de una economía muy modesta, se incorporó como taquígrafo, como otros jóvenes escritores de la época, al diario El Español creado en 1835 por Andrés Borrego, introduciendo las novedades periodísticas británicas y con una situación política animada por los debates e intervenciones en el Estamento de Procuradores en 1835 y en el Congreso de los Diputados, ya con el régimen liberal, desde el verano de 1836, para recoger la información política. Casado ese año con Isidra Leguey, se aventuró al año siguiente de nuevo a editar, y también imprimir, un periódico. Era La Estafeta, un diario exclusivamente de noticias en el contexto de libertad de imprenta del régimen liberal y de la voraz demanda de información de un público que se abría al despliegue de la cultura política y de las libertades individuales del Madrid liberal. Había comprado máquinas y útiles de imprenta y se había instalado en la calle de las Huertas. Sabiendo que tenía que cuidar la distribución, instaló también un gabinete literario, donde se contrataban anuncios, como fórmula de financiación, y se admitían suscripciones. Mientras tanto, se había integrado en el circuito de intelectuales, artistas y políticos del Madrid liberal de los años treinta, en reuniones, debates y tertulias, con fe en los cambios y la puesta en marcha de empresas muy diversas al calor de la nueva economía de mercado. El golpe de suerte le vino al establecer amistad con Modesto Lafuente, quien reparó en su perfil emprendedor y fio la reinauguración de la exitosa revista Fray Gerundio en tiempos de libertad, después de haber sido clausurada por sus dimensiones críticas y satíricas.

En 1839, la buena marcha de las publicaciones que imprimía le permitió salir de la modesta imprenta y trasladarse a otro local más espacioso y con mayores ambiciones en la calle del Sordo, pegada al Congreso de los Diputados y al Liceo Artístico y Literario. Y al mismo tiempo, como complemento, instaló el Gabinete Literario en la calle de la Visitación, en el que además de contratar anuncios, contemplar las novedades y realizar suscripciones se podían leer los periódicos y prestar libros, una idea novedosa de lectura alquilada. Empezó a editar revistas de todo tipo como La Mariposa, de modas, con figurines, o El Mercurio Español, también folleros y opúsculos, pero se abrió al innovador procedimiento de las novelas por entregas, que aseguraban la fidelidad del lector y un negocio muy rentable y a la publicación también de libros baratos y manejables. Había reunido todos los ingredientes del editor moderno.

Se había convertido en un editor completo, en el sentido moderno del término, acoplado a la lógica del mercado libre, integrando las funciones de editor, impresor, librero y distribuidor, desarrollando todas las operaciones intelectuales, técnicas y económicas para transformar los textos en libros y en revistas, buscando manuscritos, contratando con los autores, imprimiendo y estableciendo una red de distribución en el mercado nacional y en el exterior. Era el primer editor moderno de la economía libre de mercado, desmantelados los obstáculos jurídicos, políticos, gremiales y las prácticas intervencionistas de la economía cerrada del Antiguo Régimen. Y lo supo ver y planificar. En el establecimiento tipográfico de la calle del Sordo editaba libros, revistas, periódicos y novelas por entregas, con un negocio que crecía rápidamente al pulsar la demanda en sintonía con el aumento de la sociedad lectora madrileña. Sin protagonismos políticos, ni filiaciones ideológicas, a las que nunca se adscribió, sí supo moverse con relaciones personales, como una especie de negocio de la influencia, desarrollado en las sociedades de hablar de los años treinta y cuarenta impulsadas por el asociacionismo liberal, abiertas al libre debate y a la producción cultural, como ese certamen del talento que era el Ateneo de Madrid y ese comercio de ideas que suponía el Liceo Artístico y Literario, del que fue secretario general y miembro de la sección de literatura donde conoció y estableció relaciones con toda una cantera de escritores que colaborarían en sus ediciones, como Muñoz Maldonado, Salvador Bermúdez de Castro, Basilio Sebastián Castellanos, Gregorio Romero Larrañaga, García Villalta, José de la Revilla o Eugenio de Ochoa. Entabló relación con los autores románticos que despuntaban en la época y estuvo muy atento a los autores extranjeros, sobre todo franceses, para traducirlos, y creó una revista de referencia con todos los atributos románticos, El Iris.

En los años cuarenta, las letras habían hecho dinero y se dispuso a ampliar y construir el primer negocio editorial de la época en 1844, con el Establecimiento Tipográfico de Don Francisco de Paula Mellado, en la calle de Santa Teresa nº 8, construido en los terrenos del Convento de Santa Teresa desamortizado. Los préstamos sin interés para su financiación procedieron de su buen amigo Bernardino Núñez de Arenas, vinculado estrechamente con lazos de amistad a la generación de liberales como Espronceda, Escosura o Ventura de la Vega, y con muy buenas relaciones políticas como diputado en varias legislaturas. También Modesto Lafuente, con quien emparentó como cuñado, había posibilitado el crecimiento del negocio con sus caudales, orientaciones e influencias. El imponente espacio editorial multiplicó el negocio. En 1847 tenía 121 trabajadores con jornal fijo, entre cajistas, prensistas, maquinistas, mozos, repartidores, encuadernadores y oficinistas, que le permitieron imprimir ese año 218.903 volúmenes, y contar con más de 17.000 suscriptores de todas sus obras. Al mismo tiempo fue abriendo paso en el ámbito societario de una economía libre en construcción, participando en la Agencia General de Municipalidades del Reyno –para gestionar servicios para los Ayuntamientos–, creando una fábrica de fundición de caracteres de imprenta y fundando la sociedad tipográfica Unión Literaria en 1842.

Supo, como ningún otro editor, acoplarse al mercado y estimular la demanda, a través de las suscripciones, las entregas y la creación de bibliotecas o colecciones, como una seña de identidad editorial y una forma de fidelidad de los lectores, ofreciendo ventajas, descuentos, regalos y múltiples formas de venta relacionando precio, cantidades y tiempo de suscripciones. Publicó libros baratos y manejables con las plumas de referencia españolas y extranjeras de la época, junto a los autores clásicos. Los editó en la Biblioteca Popular Económica una de sus colecciones más importantes, con muy diversas obras, hasta 47 en 223 tomos entre 1844 y 1863, con tiradas de 11.000 ejemplares. Y además editó obras de una extraordinaria envergadura, con una apoyatura fundamental en los grabados: guías del viajero, diccionarios, enciclopedias y manuales, obras prácticas y útiles, para todo tipo de electores. Fue el director de la Enciclopedia Moderna (34 volúmenes entre 1851 y 1854), Diccionario Universal de Historia y Geografía y de la España Geográfica, que él no escribió, como ha sido atribuido, pero sí diseñó, coordinó, recopiló materiales y editó. Además de los libros, fue un editor de periódicos de referencia, hasta 47 cabeceras durante su vida editorial. A los periódicos y revistas sumó la publicación de diarios de noticias y anuncios, revistas de regalo para suscriptores, revistas de folleítn, revistas para el público infantil y juvenil, como El Museo de los niños, o revistas corporativas como El Monitor del Comercio, pero entre ellas destacó la edición de la Gaceta de las Familias primero, y después su monumental Museo de las Familias, una revista pintoresca, ilustrada, de gran longevidad, con 25 tomos entre 1843 y 1867, con 5.500 suscriptores, una de las más importantes de las décadas centrales del siglo.

Había establecido una relación estrecha con autores, algunos con relaciones de amistad, otros de complicidad, pero sobre todo de negocio, como Mesonero Romanos o Fernán Caballero, con la que contrató los derechos de sus obras. También fue editor de obras de Carolina Coronado y Gertrudis Gómez de Avellaneda. Y con él publicaron sus obras o sus artículos, o las entradas de enciclopedias o guías Ferrer del Río, Pérez Camoto, Antonio Pirala, Hartzenbusch, Bretón, Vega, Fernando Fernández Villabrille, Antonio Flores, Pedro Madrazo, Salvador Constanzo… Y fue editor en castellano de Dumas, Scott, Balzac o Soulié.

Mientras tanto, cuidó a los lectores, con planificación, donde nada estaba sujeto a la improvisación, sabiendo que dependía de un público al que no había sabido captar como autor, pero sí como editor, poniendo libros al alcance de todos, y cuyos argumentos se fundaban en la misión civilizadora y los servicios a la nación a los que decía contribuir con sus obras, y que exhibía en los prólogos y presentaciones de obras y revistas. Su fruto más importante fue la Historia de España de su cuñado Lafuente. Se definía como un soldado del progreso y un director de conciencias, para mantener la moralidad y las buenas costumbres. Era todo un burgués emprendedor, económica, social y culturalmente. Salió de los circuitos intelectuales y se convirtió en un creador de opinión en la España del siglo XIX.

En los años cuarenta, el éxito de sus negocios era imparable. Fue a partir de su pujante industria editorial como amplió y diversificó negocios de muy distinto tipo, sobre todo en el contexto de la euforia económica entre 1856 y 1866. Se acercó al mundo financiero con la introducción en el negocio bancario con la empresa Unión Comercial en 1842 y más tarde con su participación en el Banco Español de Ultramar. Después, acopló y cruzó las letras con el dinero con la creación de la empresa Biblioteca Española, que vendía publicaciones, pero funcionaba al mismo tiempo como una caja de imposiciones, esto es admitía suscripciones de capital para editar, pero también las gestionaba en otros negocios como la compra y venta de papel del Estado con intereses muy altos. Fue innovador en muchos aspectos, siempre asesorado por su hombre de confianza en asuntos mercantiles y financieros, el abogado Juan Ignacio Crespo. También protagonizó una de las primeras experiencias en el ámbito de los seguros, constituyendo la Caja de Seguros y Seguros Mutuos de Quintas en 1858, para formación de capitales y seguros de previsión y entre ellos aprovechó que el reclutamiento dependía del sorteo de quintas y que se podía redimir en metálico la asistencia a filas, y en este caso, aumentada por la Guerra de Marruecos. Ofreció seguros, a partir del ahorro de las economías domésticas para poder aportar las elevadas sumas de redención en metálico, con un complejo y diverso sistema actuarial, que contemplaba el ahorro desde el nacimiento de los varones hasta seguros colectivos contratados en las localidades con distintos plazos e intereses. Se constituyó en uno de sus principales negocios extendido por toda la península, con una red de corresponsales, lo mismo que la distribución de libros. Además, fundó, poco después, la Caja del Comercio y de la Industria, para captar recursos, racionalizando sus inversiones y también se incorporó al negocio de las concesiones mineras. Reunió sus estrategias de capitán de empresa con la especulación, contagiado por el espejismo de un crecimiento sin límites. Representó toda una forma de entender la ética de los negocios de la época y mantuvo una vida privada propia del hogar burgués en el mismo edificio imponente de su industria editorial. Se rodeó de carruajes y de servicio doméstico y buscó el esparcimiento fuera de la ciudad con la compra de propiedades en Villaviciosa de Odón, junto a su amigo Núñez de Arenas, cultivando el espacio familiar. Tuvo el reconocimiento simbólico de la Orden de Carlos III y se sintió valorado como miembro de la Comisión Central que organizó la presencia de la industria española en la Exposición Universal de París de 1855. Pero no compartió la vida mundana y la ostentosidad de las elites del país, ni se mezcló en proyectos políticos y económicos de mayor alcance. Dependía de sí mismo y de su sentido de la austeridad.

Cuando comenzó la década de los años sesenta estaba en su época de esplendor, con un poderoso imperio editorial que se extendió, como había sido siempre su deseo, a París, editando desde allí también, lo que significaba además aumentar las posibilidades de exportar a los mercados americanos con mayor fluidez. En 1860 su catálogo registraba 249 títulos y un patrimonio de 800.000 reales con la imprenta y los talleres a estereotipia y la encuadernación, además de una maquinaria y útiles de imprenta valorados en 1.666.137 reales. Y siguió ampliando negocios, con seguros para viajeros relacionado con la fiebre constructora del ferrocarril, adquiriendo casas en Madrid, participando en una compañía azucarera y se implicó más en el negocio minero y el proyecto de producir turba para la demanda de la ciudad en continuo crecimiento. En 1863 creó la Caja Universal de Ahorros y vinculó todas las empresas a partir del primer holding, el Banco Industrial y Mercantil, para racionalizar y canalizar los flujos de financiación entre sus empresas. Pero esa década también abrió la crisis, con los primeros síntomas entre 1864 y 1866. El espejismo del crecimiento de la economía española explotó, aquejado por las prácticas especulativas, pinchándose la burbuja financiera, con la caída de las cotizaciones de los valores de la Deuda Pública y el crack bursátil, en un contexto de declive de la economía europea. Su diagnóstico ante la crisis fue la prudencia y la confianza, pero los valores eran ficticios y la economía de desplomó en 1866. Apeló al ingenio, como los libros de balde para los compradores que recibían con la adquisición bonos de su caja del Banco Industrial y Mercantil, pero no podía soportar que todo su edificio financiero dependiera de la industria editorial y con empresas en las que él era el único propietario y responsable y tenía que hacer frente con su patrimonio a las pérdidas. El negocio minero, inmobiliario, los seguros, las operaciones financieras y el resto de las compañías le llevaron a la quiebra y a la ruina. Cayó en las redes de la usura. Llegó la pérdida de lo más querido, sus imprentas de Madrid y París. Fueron embargadas y sufrió el acoso de los acreedores con deudas impagables.

Se marchó a Bayona, aquejado por las deudas. Allí vivió sus últimos años y murió, solo y olvidado, en 1876, quien había sido uno de los hombres de negocios y de cultura más importantes de la España del siglo XIX. Fue un empresario imposible, cuyos sueños fueron mutilados por las condiciones económicas, políticas y sociales en la que se desenvolvió el país. Había construido el imperio editorial más importante de su tiempo y había editado miles de volumen de libros, revistas y periódicos. Su único hijo, Fernando Mellado Leguey, desarrolló una dilatada y exitosa carrera académica y profesional en el ámbito del Derecho, ocupando varias cátedras en la Universidad Central, como vicepresidente de la Real Academia de Jurisprudencia y como abogado de compañías de seguros como La Equitativa, que hizo compatible con la actividad política, como diputado desde 1881 y senador desde 1896 en varias legislaturas.

Casado con Matilde Núñez de Arenas, tuvieron tres hijos. Su hija Carmen contrajo matrimonio con Manuel Gutiérrez, precisamente editor y cuñado de Saturnino Calleja. Tuvieron dos hijos, los bisnietos de Francisco de Paula. Uno de ellos nació en 1912, al que pusieron, como su padre, Manuel Gutiérrez Mellado, llamado a protagonizar un papel relevante en la España del siglo XX, como teniente general y vicepresidente del Gobierno. Era su herencia genética, pero tuvo otra herencia dejando desde entonces innumerables rastros –a pesar de que sus pasos biográficos se habían perdido en el tiempo– que no han callado: los miles de libros, revistas y periódicos y opúsculos que habían salido de sus cabeza, de sus iniciativas y de sus prensas que quedaron como testimonio vivo e imperecedero de una aventura y un legado cultural que se extendió por España, Europa y Ultramar, con aquella seña de identidad que estampó en los pies de imprenta para identificar y distinguir sus publicaciones, que siguen siendo supervivientes de un mundo perdido en los anaqueles de las librerías, los estantes de las bibliotecas o en los puestos de libros de viejo, con su sello inconfundible de Establecimiento Tipográfico de D. Francisco de Paula Mellado.

 

Obras de ~: La tertulia de invierno, Madrid, Imprenta que fue de Fuentenebro, 1831; Recreo de las damas o las noches de París. Obra escrita en francés por P. J. Charrin y traducida al castellano por D. Francisco de Paula Mellado, Madrid, Imprenta de Don Pedro Sanz,1831; R. M.ª Roche, Clermont, ~ (trad.), Madrid, Imprenta que fue de Fuentenebro, 1831; Días fúnebres. Imitaciones de Cadalso, Madrid, Imprenta que fue de Fuentenebro, 1832; Lo que son ellos. Carta dirigida a Don ramón Soler, en contestación a la que ha escrito a un galán primerizo, y en defensa del bello sexo, Madrid, Imprenta de D. M. Burgos, 1832; Arte de fumar y tomar tabaco sin disgustar a las damas escrito en francés por dos mercaderes de tabaco y traducido al español libremente por D. Francisco de Paula Mellado, Madrid, Imprenta Repullés, 1833; Guía del viajero en España, Madrid, Establecimiento Tipográfico, calle del Sordo número 11, 1842 (varias ediciones); Diccionario Universal de Historia y geografía, Madrid, Establecimiento Tipográfico de D. Francisco de Paula Mellado-Editor, 1846; Aventuras extraordinarias de viajeros célebres, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Mellado, 1850 (ed. ilustrada); Enciclopedia Moderna. Diccionario Universal de Literatura, Ciencias, Artes, Agricultura, Industria y Comercio, Madrid, establecimiento Tipográfico de Mellado, 1851.

 

Bibl.: J. A. Martínez Martín, Los negocios y las letras. El editor Francisco de Paula Mellado (1807-1876), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2018.

 

Jesús A. Martínez Martín

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