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Hernando de Talavera

Biografía

Talavera, Hernando de. Talavera de la Reina (Toledo), c. 1430 – Granada, 14.V.1507. Fraile jerónimo (OSH), catedrático, primer arzobispo de Granada después de la Reconquista, confesor de Isabel la Católica.

Por la conjunción de datos que ofrecen las actas de la Universidad de Salamanca y su primer biógrafo, Jerónimo de Madrid, se puede señalar la segunda mitad de 1430 o principio de 1431 como fecha más probable de su nacimiento y añadir que al menos uno de sus abuelos maternos era judío. De su familia se sabe que tenía al menos una hermana, llamada ciertamente María Xuárez, que casó con Francisco de Herrera, de cuyo matrimonio nacieron al menos un hijo varón y dos hembras. El hijo varón se llamaba Francisco de Herrera y fue deán del Cabildo granadino con su tío. Las hijas se llamaban María y Constanza.

Tanto la hermana como los sobrinos vivían con él en su casa de Granada. Según su biógrafo Jerónimo de Madrid, era pariente cercano de Hernando Álvarez de Toledo, señor de Oropesa. También lo era de fray Alonso de Oropesa, general de los jerónimos (1457- 1468), personaje muy influyente en el reinado de Enrique IV y que salió a la defensa de los conversos contra la actitud de las Órdenes Mendicantes. Sus padres no gozaban de una posición económica desahogada, ya que para ir a estudiar a Salamanca tuvo que recibir una ayuda de Hernando Álvarez de Toledo.

A los cinco años sirvió y estudió en la iglesia de Talavera como niño de coro. “Sabido muy bien cantar, leer y escrevir, aprendió gramática”. Entre su niñez en Talavera y la ida a la Universidad de Salamanca, existe un episodio que Domínguez Bordona ha sido el primero en destacar; a saber, su estancia en Barcelona para aprender caligrafía con el maestro Vicente Panyella. Hay, en efecto, un contrato, el 22 de octubre de 1442, entre este maestro y un tal Fernando de Talavera para enseñarle a éste a escribir “de litera scolastica”. Y de los doce contratos que publica Madurell, el único que tiene por objeto el aprendizaje de escritura escolástica es precisamente el de Fernando de Talavera, quien, según su biógrafo, en Salamanca tuvo que dedicarse a copiar libros ajenos “de letra escolástica que hazía muy buena”, porque no le bastaba el dinero que le enviaba su familia. La coincidencia de sólo el nombre no bastaría para identificarlo con fray Hernando. Pero la doble coincidencia del nombre y de la escritura escolástica obliga a pensar que se trata del talaverano. Es verdad que éste no tendría entonces más de doce años. Pero esto no hace cambiar el estado de la cuestión. Cómo fue allí y cuánto tiempo estuvo en Barcelona, no se sabe. Como tampoco se sabe cuándo comenzó sus estudios en Salamanca ni qué años cursó. Ciertamente dice su biógrafo que estudió Artes y Teología. Para reconstruir su carrera universitaria se tiene que recurrir a una serie de datos ciertos, sacados de dos fuentes distintas: la Breve Suma de su vida y las Actas de la Universidad. Y otros datos, no tan seguros, que se presumen del cuadro normal del universitario, Por el Libro de Claustros de la Universidad consta que fue profesor de Filosofía Moral al menos desde octubre de 1463 hasta el 7 de julio de 1466, en que renunció a su cátedra a favor del bachiller Juan de León. Del mismo Libro de Claustros se sacan los siguientes datos interesantes. El 1 de septiembre de 1464 se aprobó en claustro de profesores que el bachiller Rodrigo de Enciso fuera nombrado sustituto de Talavera en la cátedra, para ausencias eventuales.

Asistió a los claustros de 27 de octubre, 14 y 29 de diciembre de 1464, 14 de enero, 4 de marzo, 1 de mayo de 1465. Este último día, para hacer el reglamentario juramento de las lecturas del curso siguiente. El 19 de agosto de 1465, Talavera “nombra sustituto de su Cátedra de Filosofía moral al bachiller Juan de León que leía por él”. Pero siguió ejerciendo el nuevo curso 1465-1466, ya que su nombre aparece en la reunión del claustro del 17 de diciembre de 1465 y se presume su asistencia a otros claustros anteriores, donde no se hace mención expresa de nombres. De nuevo, el 5 de mayo de 1466, según costumbre, “en la capilla de San Jerónimo, el doctor de Ávila y el licenciado Talavera hicieron el juramento de las lecturas ante el rector y el administrador”, lo cual quiere decir que pensaba explicar el curso siguiente, o al menos quería mantener su derecho.

La última vez que el citado Libro menciona su nombre es el 5 de julio de 1466, en que informa de la renuncia por poder de su cátedra: “Gonzalo de Trujillo, escudero de don Fadrique de Estúñiga, con poder y como procurador del licenciado Fernán Pérez de Talavera, catedrático de moral, renuncia su cátedra en favor del bachiller Juan de León, porque piensa ausentarse de la ciudad. Le dan la colación de dicha cátedra, pero los doctores Martín de Ávila y de Zamora, el bachiller Alonso de San Isidro y Luis de Madureira dijeron que dicha renuncia no debía ser admitida por no haber sido hecha simpliciter, y ser, por tanto, contra constitución. Juan de León toma posesión de la Cátedra de moral”. Como se ve, hubo protestas por el modo de renunciar a la cátedra, pero quedaron sin efecto, ya que en la misma reunión Juan de León tomó posesión de la cátedra. Aquí cesó la vida académica de fray Hernando. La razón de la renuncia fue porque pensaba ausentarse de la ciudad, es decir, recluirse en el Monasterio de Alba de Tormes. Esto aconteció cuando Talavera contaba treinta y cinco años de edad, como lo dice expresamente su primer biógrafo: “Siendo ya de 35 años, catedrático de Filosofía moral [...], dexado todo por vano, quiso seguir el estado de la Religión, muy más perfecto y más aparejado y provechoso para cumplir su deseo. Fue al monasterio de sant Leonardo que es cabe la villa de Alba de Tormes”. La frase, interpretada por algunos como si hubiese comenzado a ser catedrático de Filosofía a los treinta y cinco años, no admite gramaticalmente tal sentido. El participio de presente “siendo” expresa una acción simultánea con el verbo “quiso” y “fue”, conforme a las leyes gramaticales latinas y castellanas.

Y, por consiguiente, los treinta y cinco años los tenía, no cuando comenzó a ejercer su cátedra, sino cuando la renunció. Ahora bien, como esto fue en 1466, quiere decir que en dicho año tenía treinta y cinco años y tal vez estaba próximo a cumplir los treinta y seis. Y, por tanto, no pudo nacer antes del otoño de 1430.

Del cuadro general del universitario de aquel tiempo y de algunas indicaciones de su biografía, se reconstruye así conjeturalmente su cronología: por San Lucas de 1445 (18 de octubre), fecha del comienzo del curso escolar, o sea, a los quince años, empezaría Artes, que solía durar unos tres años. Hacia 1448 se graduó de bachiller en Artes. Es casi seguro que se licenció en la misma Facultad. Inmediatamente se dio al estudio de la Teología, “la cual era su recreación y deleite”. “Antes que oviese veinte e cinco años fue graduado bachiller en Theología y a los treinta, licenciado”, dice su primer biógrafo. Luego, en 1455 antes de cumplir los veinticinco años, se bachilleró. A continuación se ordenó de subdiácono. Y unos cinco años más tarde, en 1460, se licenció en Teología. No dice su biógrafo cuándo se ordenó de sacerdote, pero, leyendo entre líneas, parece insinuar que fue después de licenciarse. Bien pudo ser en el otoño de 1460.

Durante su vida académica y especialmente después de su ordenación sacerdotal ejercitó intensamente el apostolado de la predicación aún en la misma Universidad, ministerio en que se había de distinguir hasta el fin de su vida. También era muy estimado como director espiritual en la confesión. Y a él acudían muchos penitentes de lejos, sólo para confesarse. Tanto de alumno como de profesor tuvo siempre discípulos y pupilos, a los que trataba de formar a su imagen y semejanza. Y este su magisterio en el pleno sentido de la palabra también lo practicó o lo hizo practicar más adelante en el colegio que fundó en Granada para futuros sacerdotes. Debió de ser un estudiante ejemplar en todos los órdenes. “Nunca le vieron ruar por las calles, nunca mirando ventanas, nunca con vihuelas, como otros de su suerte acostumbravan hacer”. Su biógrafo destaca especialmente su castidad y su vida de oración. A partir de 1460 comenzaría su alta función docente, tal vez como sustituto del célebre Pedro Martínez de Osma, su inmediato predecesor en la Cátedra de Filosofía Moral. Luego al conseguir Osma el 27 de junio de 1463 la Cátedra de Prima de Teología, es muy probable que desde esa misma fecha obtuviera él por oposición la Cátedra de Filosofía que había de regentar hasta su ingreso en la Orden.

Cómo surgió en él la idea de su vocación religiosa, se puede rastrear por la vida piadosa que llevaba y por sus frecuentes visitas a los monasterios de la comarca, donde se retiraba cada año diez o quince días.

Sin duda que su parentesco con el general de los jerónimos le hizo frecuentar el que la Orden tenía en Alba de Tormes, que fue donde por fin ingresó el 15 de agosto de 1466, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, “a la qual este perfecto varón tenía grandíssima devoción”.

La Orden de San Jerónimo era considerada entonces como “muy recogida y en fama de las mejores Ordenes y mejor regida de España”. El Monasterio de San Leonardo, antes premostratense, había pasado en 1441 a los jerónimos. Cumplido el año canónico de noviciado con gran provecho espiritual, se quedó allí unos años más hasta su nombramiento como prior de Nuestra Señora de Prado (Valladolid). ¿Cuándo abandonó el Monasterio de San Leonardo? Siguiendo a Sigüenza, como autor en esto más seguro, se puede señalar el año 1470 como fecha de su nombramiento.

Dice Sigüenza que Talavera fue prior “16 años, poco menos”, antes de ir al obispado de Ávila. Ahora bien, como fue preconizado obispo el 26 de agosto de 1485 y no tomó posesión hasta el 25 de marzo de 1486, quiere decir que fue nombrado prior hacia 1470 y siguió hasta el fin de 1485 (poco menos de dieciséis años) y, por tanto, estuvo en Alba de Tormes unos cuatro años en total.

El Prado de Valladolid fue para fray Hernando el candelero de sus virtudes apostólicas, en un momento en que la ciudad del Pisuerga albergaba con frecuencia a la Corte durante los años más decisivos de la modernidad española. Su fama como predicador y director de almas se difundió enseguida por la ciudad. Y no tardó mucho en llegar a oídos de la reina Isabel, quien sin vacilación lo escogió como confesor suyo. Es célebre el episodio de la primera confesión de la Reina con él, cuando el confesor mandó a su regia penitente ponerse de rodillas para hacer la confesión: hecho del que la Reina quedó muy favorablemente impresionada.

Esto tuvo que ser por 1475 o 1476, años en que Isabel se detuvo más tiempo en Valladolid. También por estas mismas fechas comenzó a formar parte del Consejo Real. A partir de este momento, fray Hernando de Talavera se convirtió en uno de los hombres más influyentes de España.

Dentro de la Orden fue nombrado visitador general, lo que le obligaba a desplazarse frecuentemente de la Corte. A la Reina no le gustaban estas ausencias, “porque, como su Alteza conosciese su saber, discreción, letras y santidad, no se meneaba ni hazía cosa de peso sin su consejo y parecer” (Breve Suma). Esto explica su decisiva intervención en los hechos más importantes de la vida nacional: guerra de sucesión y con Portugal; Concilio nacional de Sevilla (1478); Cortes de Toledo (1480); cruzada y toma de Granada (1492); y organización y puesta en marcha de la nueva archidiócesis granadina (1492-1507), etc. Cada uno de estos temas daría materia para un capítulo. Por la repercusión que luego tuvo en su vida, es preciso señalar su participación en la dificilísima operación decretada por las Cortes de Toledo en 1480 (a las que él asistió), conocida con el nombre de “Declaratorias”. Esta operación tenía por objeto la revisión y reintegración a la Corona de las rentas indebidamente enajenadas por Enrique IV y que después de su realización supuso para el tesoro real un beneficio anual de treinta millones de maravedís. Como se deja entender, semejante medida suscitó muchos resentimientos contra Talavera y al fin de su vida, muerta ya la Reina, habría de recibir las represalias, por parte de los afectados, a través de la Inquisición. En este mismo sector económico, también hay que reseñar la intervención de Talavera en la búsqueda de dinero para sufragar los gastos de la guerra de sucesión, que en parte se hizo con la hipoteca de plata, joyas y objetos valiosos. Consta documentalmente que parte de la plata empeñada se hallaba depositada en el Monasterio jerónimo de Montamarta (Zamora), del que era visitador. Y en cuanto a la licitud del discutido préstamo de la plata de las iglesias, en aquellos momentos angustiosos de falta de dinero, el mismo Talavera escribió a la Reina que “fui el primero que firmó que podrían prestarlo” las iglesias (15 de septiembre de 1477).

Este relieve político que obtuvo Talavera quisieron los Reyes apoyarlo en una dignidad eclesiástica. Por eso lo propusieron al Papa, por medio de su agente diplomático Meléndez Valdés, para el obispado de Salamanca.

Pero el diplomático logró hacer recaer sobre sí mismo la provisión de la Sede. Esto desagradó profundamente a los Soberanos, que jamás consintieron que Meléndez ocupara el obispado. En vista de esto, Sixto IV nombró a Talavera administrador de la diócesis salmantina (11 de agosto de 1483), cargo que ejerció al menos teóricamente hasta dos años después, en que fue preconizado obispo de Ávila (26 de agosto de 1485). Fray Hernando rehuyó con sinceridad estas dignidades. Pero, una vez hecho obispo de Ávila, quiso ser consecuente con su obligación y pidió licencia a los Reyes para ir a residir en su iglesia.

Concediéronsela, pero al poco tiempo lo volvieron a llamar con insistencia, “porque como entonces andava la guerra muy resia del reino de Granada y quasi todo se hazía y regía por su mano, avía mucha necesidad de su presencia”. Este dato de su biógrafo Madrid no parece ser un mero tópico hagiográfico, sino una realidad comprobada. El fue en efecto uno de los grandes promotores de la cruzada granadina —más tarde sería nombrado comisario de la Bula de Cruzada (1492)— y hasta ser preconizado arzobispo (23 de enero de 1493), fue nombrado administrador de la nueva diócesis de Granada. Uno de sus sueños dorados se cumplió el día 2 de enero de 1492 al enarbolar él la cruz en la torre más alta de la Alhambra, mientras el conde de Tendilla y Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de León, clavaban respectivamente el pendón real y el pendón de Santiago. La Reconquista había terminado.

Otro de los hechos trascendentales en que intervino Talavera fue el del descubrimiento del Nuevo Mundo.

Son muy escasas las noticias que hay sobre esto, pero suficientes para hacer sospechar que su actitud no fue tan negativa como algunos han supuesto. Según Las Casas, el proyecto colombino “cometiéronlo [los reyes] principalmente al dicho prior del Prado y que él llamase los personas que le pareciese más entender de aquella materia de cosmografía” (Historia de las Indias, libro I, cap. 29). Aparte de las dificultades naturales o intrínsecas del proyecto, estaban también en contra de las estrecheces económicas provocadas por la Guerra de Granada, que hacía imposible pensar en extrañas empresas. Sin embargo, y a los hechos se remite, constan los asientos dados a Colón por orden de Talavera el 5 de mayo, 3 de julio, 27 de agosto y 15 de octubre de 1487. Y más adelante, el 5 de mayo de 1492, hizo el obispo de Ávila un libramiento de 2.640.000 maravedís, de los cuales un millón y medio fue para pagar a Isaaz Abraham lo que éste había prestado para la Guerra de Granada, y el resto, o sea, 1.140.000 maravedís “para pagar al dicho escribano de ración [Luis de Santángel] en cuenta de otro tanto que prestó a Sus Altezas para la paga de las carabelas, que mandaron ir de armada a Indias o para pagar a Cristóbal Colón que va en dicha armada”. Y además de esa cantidad se dieron a Luis Santángel “otros 17.100 maravedís por vuestro salario e paga de ellos, que son 1.157.100 maravedís”. Talavera, pues, intervino eficazmente, de hecho, sirviendo de intermediario entre los Reyes y Colón en el financiamiento de la empresa americana.

A partir de la toma de Granada hasta su muerte, él y el conde de Tendilla, dos hombres totalmente compenetrados, rigieron los destinos de aquel Reino. Tendilla en lo temporal y el santo arzobispo en lo espiritual.

Talavera había firmado en noveno lugar las famosas Capitulaciones de Granada y sabía a qué atenerse en materia de libertad religiosa con los vencidos. Desde el punto de vista político-religioso la convivencia de dos razas y dos religiones dentro de un mismo ámbito creaba gravísimos problemas. Había que ir asimilando por procedimientos pacíficos y persuasivos a aquella población conquistada. Así lo fue haciendo Talavera hasta el año 1499. Pero el alma fogosa de Cisneros, que había ascendido a confesor de la Reina y a primado de Toledo, no aguantó el método necesariamente lento del arzobispo de Granada. Y así, con consentimiento o tolerancia de los Reyes y de Talavera, se quedó Cisneros en el nuevo campo misional (1499-1500) con ánimo más generoso que acertado de convertir rápidamente aquella masa islamizada.

Pero desgraciadamente las consecuencias fueron desastrosas.

Es verdad que en poco tiempo grandes muchedumbres recibieron el bautismo y las mezquitas se convirtieron en iglesias. Pero la reacción fue también rápida. El 18 de diciembre de 1499 estalló la sublevación del Albaicín, que pudo haber terminado en verdadera catástrofe para los cristianos. Gracias a Tendilla y a Talavera se calmó la sedición. “El arzobispo, acepto a todos por su opinión de santidad, se presentó en medio de los sediciosos y con frases de esperanza y de amenaza aplacó el ánimo de los dirigentes” (Mártir de Anglería, carta de 1 de marzo de 1500). Sin embargo, la mano dura de Cisneros llegó hasta hacer quemar en pública plaza unos cuatro o cinco mil volúmenes sagrados, ricamente encuadernados, que poseían los moros granadinos. Sólo se salvaron los libros de medicina, filosofía y crónicas. Este contraste de actitudes en cuanto a métodos misionales da a Talavera una proyección más evangélica y más moderna Y el conjunto de su difícil labor pastoral hace de él un prelado ideal: creó y organizó todas las iglesias del reino; mantuvo comunicación íntima con sus clérigos; fundó un colegio para treinta estudiantes, que era el semillero de futuros sacerdotes, y esto más de medio siglo antes de Trento; su principal ejercicio fue la predicación, y así los domingos predicaba dos veces y en Cuaresma, tres y más veces; para que el pueblo participase en el oficio divino, hizo poner las lecciones de latín en castellano y, en vez de responsorios, hacía cantar al pueblo “unas coplas devotísimas correspondientes a las lecciones”; hizo buscar, de diversas partes, “sacerdotes assí religiosos como clérigos que supiesen la lengua aráviga para que los enseñasen y oyesen sus confesiones”, y él mismo trató de aprender la misma lengua; en una palabra, se hizo de tal manera todo a todos que conquistó la admiración y respeto de la gente más principal de moros y cristianos.

Al fin de su vida, para acrisolar su virtud, Dios le reservó una prueba durísima en lo que más le podía doler: la Inquisición promovió contra él y sus familiares un proceso por delito de herejía. Se les acusaba de judaizar. Y en consecuencia, su hermana, su sobrino Francisco Herrera, que era deán de Granada, y otras dos sobrinas fueron llevados a la cárcel de Córdoba.

Esto sucedía antes del 3 de enero de 1506, fecha en que Mártir de Anglería comunica el estupor de la noticia.

El arzobispo, por razón de su dignidad eclesiástica, no podía ser juzgado por la Inquisición sin licencia expresa de la Santa Sede. Talavera acudió al Papa para que avocase a sí la causa de sus parientes. Y, en efecto, Julio II comisionó al nuncio Juan Rufo para abrir el proceso informativo con la bula Exponi nobis, de 30 de noviembre de 1506. Talavera y los suyos fueron absueltos, y el tristemente célebre inquisidor de Córdoba, Diego Rodríguez Lucero, fue depuesto de su cargo. No consta si fray Hernando supo la sentencia absolutoria antes de morir. A juzgar por las palabras del acta notarial levantada junto a su lecho en los últimos momentos de su vida el mismo 14 de mayo, en que suplica Talavera a los Reyes, al Consejo y a todos los grandes y prelados que defendieran la honra de Dios y la suya y “no quede así abatida en grande escándalo y vituperio de nuestra santa fe católica”, parece deducirse el dolor de la incertidumbre de aquella sentencia. En realidad, esta amarga prueba hizo crecer ante sus contemporáneos la fama de santidad de que gozaba. Pedro Mártir de Anglería, Jorge de Torres, maestrescuela de Granada, los hermanos Madrid, y tantos otros conocedores de las intimidades del arzobispo no dudaron en parangonarlo con los mayores santos de la Iglesia. El pueblo entero de Granada se hizo eco de ello con la manifestación masiva en sus exequias y con el deseo de poseer reliquias suyas.

Esta fama de santidad quedó confirmada por ciertos presuntos milagros, cuyas informaciones testificales, debidamente recibidas en forma de derecho, se conservan originales en la Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 2.878, que es el que se ha utilizado.

Los milagros, debidamente probados por testigos, se aducen en prueba de la santidad de fray Hernando.

No se sabe en qué paró todo este expediente hagiográfico, puesto que no se tienen noticias posteriores que arrojen la más mínima luz sobre un posible intento de proceso de beatificación. Tal vez el cambio de signo político con los vaivenes de la sucesión al Trono y los reajustes impuestos por las circunstancias; tal vez también las discrepancias respecto a la Inquisición con Diego de Deza, protector de Lucero y con Cisneros respecto a los métodos misionales con los moros; y, más tarde, la aparición del movimiento protestante con el consiguiente robustecimiento del Tribunal inquisitorial, hicieron olvidar rápidamente su figura. Esto explica también el silencio historiográfico sobre el tema hasta la época actual. De todas formas, el historiador moderno que serenamente estudia a distancia de cinco siglos las fuentes documentales y narrativas de fray Hernando recibe la impresión de encontrarse con uno de los hombres más grandes de aquella centuria y con un santo de cuerpo entero. Los Bolandistas recogen su biografía.

Para completar la personalidad de Talavera es preciso aludir a su producción literaria. No fue muy abundante, pero sí muy expresiva tanto de su mentalidad como de su acción pastoral. El que de estudiante pobre de Salamanca hacía el oficio de escribano de libros para poderse pagar la pensión, más tarde con la aparición de la imprenta se valió de ella para difundir su pensamiento. A él se debió el establecimiento de la primera imprenta en Valladolid (1480) en el Monasterio del Prado. Muy poco se ha conservado de sus sermones, género en que sobresalió notablemente en aquel tiempo, y que consta que compuso en castellano.

El resto de su producción es de tema apologético (Católica impugnación) o de doctrina cristiana para el pueblo, o de temas morales. También queda alguna correspondencia; la más interesante, con Isabel la Católica.

 

Obras de ~: Católica impugnación del herético que en el año pasado de 1480 fue divulgado en la ciudad de Sevilla, Sevilla, 1487 (ed. de F. Márquez, Barcelona, Juan Flors, 1961 [Espirituales Españoles, 6]; ed. con dos estudios de F. Márquez Villanueva y la presentación de S. Pastore, Almuzara, 2012); Adiciones y correcciones a la versión castellana de la “Vita Christi”, Alcalá, 1502; Dos discursos pronunciados siendo prior de Santa María de Prado [...], en Crónica de los Reyes Católicos, ed. de H. del Pulgar, s. xvi, vol. I, cap. 132; Libro intitulado Memoria de nuestro Redempción que trata de los sacratísimos misterios de la misa, Salamanca, 1573; Correspondencia con la Reina, ed. de D. Clemencín, en Memorias de la Real Academia de la Historia, vol. VI, Madrid, 1821, págs. 351-383 [ed. de E. de Ochoa, en Epistolario español (II): Colección de castas de españoles ilustres, antiguos y modernos, Madrid, Atlas, 1965, págs. 14-21]; Correspondencia con los reyes y otras personas, en M. Fernández Navarrete et al., Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España (CODOIN), Madrid, Vida de Calero, 1842-1883, vol. 11, págs. 519-525; vol. 36, págs. 566-567; vol. 51, págs. 109-114; Collación muy provechosa de cómo se deben renovar en los ánimas todos los fieles cristianos [...], ed. de A. de los Ríos, en Historia Crítica de la Literatura Española, vol. VII, Madrid, 1865, págs. 544-561; Glossa sobre el Ave María, ed. de J. de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo II, Madrid, 1909 (NBAE, 12), págs. 325-329; Breve e muy provechosa doctrina de lo que debe saber todo cristiano con otros tractatos muy provechosos compuestos por el arzobispo de Granada, Madrid, Miguel Mir, 1911 (Nueva Biblioteca de Autores Españoles [NBAE], 16), págs. 1-103 (contiene los tratados siguientes: 1. Breve e muy provechosa doctrina de lo que debe saber todo cristiano; 2. Confesional o avisación de todas las maneras en que podemos pecar contra los diez mandamientos. El cual debe cada christiano leer con atención cada vez que oviere de confesar; 3. Breve tractado de cómo habemos de restituir e satisfacer de todas maneras de cargo, que son seis, 4. Breve e muy provechoso tractado de cómo habemos de comulgar; 5. Breve e muy provechoso tractado contra el murmurar y decir mal de otro en su absencia, que es muy gran pecado y muy usado; 6. Devoto tractado de lo que representan e nos dan a entender las cerimonias de la misa; 7. Solazoso y provechoso tractado contra la demasía del vestir y de calzar y de comer y de beber; 8. Provechoso tractado de cómo debemos haber mucho cuidado de expender muy bien el tiempo y en qué lo habemos de espender para que no se pierda momento.

De estas obras hubo una edición anterior, Granada, 1496. El manuscrito escurialense b.IV.26 contiene el texto original del tratado n.º 7); Instrucción que ordenó el Rvdmo. Señor Don Fr. Hernando de Talavera [...] por do se regiesen los oficiales, oficios y otras personas de su casa, ed. de J. Domínguez Bordona, en Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH), 96 (1930), págs. 785-835; “Suma y breve compilación de cómo han de vivir y conversar las religiosas de Sant Bernardo que viven en los monasterios de la ciudad de Avila”, en Hispania Sacra, 13 (1960), págs. 143-174; Al Rey, ed. de F. Márquez, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato, Madrid, Anejo del Boletín de la Real Academia Española, 1960, págs. 403-404 y págs. 412- 413; Al licenciado Villaescusa [en Biblioteca Nacional de España (BNE), ms. 10.347, fols.1-2]; A los Reyes Católicos, Real Academia de la Historia, Col. Salazar A. 11, fol. 253; Al Rey (en BNE, ms. 18.723); Sobre las ceremonias que los sacerdotes deban usar en la misa y oficios (en BNE, ms. 11.050); Escrito dirigido a la ciudad de Burgos, cuando Nuestro Señor dió la pluvia de que había mucha falta (en BNE, ms. 1104, fols. 46v.-51v.); Exortación hecha a dos caballeros catalanes llamados Samenete y Marguerite [...] (en BNE, ms. 1.104, fols. 58v.-61v.); Breve tractado más devoto y sotil de loores del bienaventurado sant Juan evangelista, Biblioteca Fundación Lázaro Galdiano, ms. 332 (véase referencia sobre él en Archivo Ibero-americano, 29 y 30 [1970], págs. 307-310); Reprensiones y denuestos que Francisco Petrarca laureado compuso contra un médico rudo y parlero (en BNE, ms. 9.815); Oficios de la glorificación y expectación de María, de S. José, de S. Marcos, de la toma de Granada y de la dedicación de la iglesia de esta ciudad (citados por Suárez y Muñano).

 

Bibl.: B. Jiménez Patón, Reforma de trajes. Doctrina de Fr. Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, Baeza, 1638; Act. SS. Maii III, Amberes, 1680, pág. 263; P. Suárez y Muñano, Vida del Venerable D. Fray Hernando de Talavera, Madrid, Eusebio Aguado, 1866; F. P. Valladar, “Fray Hernando de Talavera”, en Boletín Centro Artístico de Granada (1892), págs. 107-115; N. Sentenach, “Trajes civiles y militares en los días de los Reyes Católicos”, en Anuario de Historia del Derecho Español (AHDE), 1904, págs. 143 y ss.; J. de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo, Madrid, Baillo Baillière, 1909 (NBAE 12), págs. 288-329; A. Sánchez Moguel, “Fray Hernando de Talavera y su intervención en las negociaciones de Colón con los Reyes Católicos”, en BRAH, 56 (1910), págs. 154-158; A. Fernández de Madrid, Vida de Fr. Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, ed., est. y notas de F. González Olmedo, Madrid, Razón y Fe, 1931; F. Fernández, La España imperial. Fray Hernando de Talavera confesor de los Reyes Católicos y primer arzobispo de Granada, Madrid, Biblioteca Nueva, 1942; A. Matilla Tascón, Declaratorias de los Reyes Católicos sobre reducción de juros y otras mercedes, Madrid, Ministerio de Hacienda, 1952 [en la introducción aparece el papel principal que Talavera desempeñó en este litigioso asunto]; C. del Niño Jesús, “La dirección, espiritual de Isabel 1a Católica”, en Revista de Espiritualidad, 11, 172 (1952), págs. 178-188, 191; T. Azcona, “El tipo ideal de obispo en la Iglesia española antes de la rebelión luterana”, en AHDE, 11 (1958), págs. 21-64; G. Prado, “Un Insigne catequista y liturgista”, en Liturgia, 14 (1959), págs. 323-331; J. Domínguez Bordona, “Algunas precisiones sobre Fr. Fernando de Talavera”, en BRAH, 145 (1959), págs. 209-229; F. Márquez Villanueva, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato, Madrid, Anejo del Boletín de la Real Academia Española, 1960, págs. 105-154; A. de la Torre y L. Suárez Fernández (ed.), Documentos referentes a las relaciones con Portugal durante el reinado de los Reyes Católicos, vol. II, Valladolid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1960, passim (véase índice del vol. III); T. Azcona, La elección y reforma del episcopado español en tiempo de los Reyes Católicos, Madrid, CSIC, 1960, págs. 229-266; F. González Hernández, “Fray Hernando de Talavera, un aspecto de su personalidad”, en Hispania Sacra, 13 (1960), págs. 143-174; F. Martín Hernández, El Colegio de S. Cecilio de Granada, Valladolid, CSIC, 1960; F. Márquez Villanueva, “Estudio preliminar”, en Fr. H. de Talavera, Católica Impugnación, Barcelona, Juan Flors, 1961 (Espirituales Españoles, 6), págs. 1-53; T. Herrero, “El proceso inquisitorial por delito de herejía contra Hernando de Talavera”, en AHDE, 39 (1969), págs. 671-706; J. Meseguer Fernández, “Isabel la católica y los franciscanos”, en Archivo Íbero-Americano, 30 (1970), págs. 307-310; M. Andrés Martín, “Tradición conversa y alumbramiento (1480-1487). Una veta de los alumbrados de 1525”, C. Romero de Lecea, “Hernando de Talavera y el tránsito en España: del manuscrito al impreso”, y Q. Aldea, “Hernando de Talavera, su testamento y su Biblioteca”, en Studia Hieronymiana, I (1973), págs. 381-398, págs. 367-377 y págs. 513-547, respect.; “Poder real e Iglesia en la España de los Reyes Católicos”, en Las Instituciones Castellano-Leonesas y Portuguesas antes del tratado de Tordesillas (Actas de las Jornadas celebradas en Zamora en 1994), Valladolid, Sociedad V Centenario, 1995, págs. 27-41; M. Á. Ladero Quesada, “Fray Hernando de Talavera en 1492: de la corte a la misión”, en Chronica Nova, 34 (2008), págs. 249-275; I. Iannuzzi, El poder de la palabra en el siglo xv: Fray Hernando de Talavera, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2009; S. Pastore, Una herejía española. Conversos, alumbrados e Inquisición (1449-1559), pról. de R. García Cárcel y A. Prosperi, Madrid, Marcial Pons, 2010; F. J. Martínez Medina y M. Biersack, Fray Hernando de Talavera. Primer Arzobispo de Granada. Hombre de Iglesia, Estado y Letras, Granada, Universidad, 2011.

 

Quintín Aldea Vaquero, SI

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