Ramírez de Villaescusa, Diego. Diego Ramírez de Fuenleal, Diego Ramírez de Haro. Villaescusa de Haro (Cuenca), 7.XII.1459 – Cuenca, 11.VIII.1537. Obispo, deán, catedrático de retórica, profesor de teología y capellán mayor.
Este humanista, hijo de Pedro Ramírez de Orellana y María Fernanda de Tercero, del que no se conservan más que unos pocos escritos —pese a haber ocupado cargos de gran relevancia y haberse codeado con egregias personalidades de la época—, comenzó su formación en la localidad conquense de Garci-Muñoz — hoy llamada Castillo de Garcimuñoz—, donde, bajo la tutela de un tal Juan González, aprendería latín.
En 1478 se le encuentra en Salamanca, asistiendo a las clases de Nebrija y sustituyendo, de manera esporádica, a los profesores de Retórica, Filosofía Moral y Astrología. Se supone que ya por entonces había hecho los tres cursos de Artes y se preparaba para la licenciatura y el doctorado, aunque hay autores que afirman —cosa muy dudosa— que ya con dieciséis años era licenciado en Teología. Sea como fuere, lo que sí se sabe es que en octubre de 1479 ganó la sustitución de la Cátedra de Filosofía Natural, puesto que nunca llegó a ocupar, ya que dos días después de su triunfo, murió el profesor de tal materia, dejando vacante la Cátedra e invalidando su nombramiento. A cambio, fue designado consiliario de la universidad.
No obstante, en febrero del año siguiente también renunció a dicha plaza, con la idea de opositar a la Cátedra de Retórica. Aparte de Villaescusa, participaron en la oposición Antonio de Nebrija y el humanista Fernando Manzanares, pupilo del nebrisense, y aunque no hay pruebas concluyentes de que fuera nuestro personaje quien se alzase con ella, es muy probable que así fuera, pues en el claustro del 27 de noviembre de 1480 ya aparece como bachiller catedrático. Por otro lado, el padre Olmedo opina que si Nebrija, ya por entonces catedrático de Gramática, se presentó a dicha prueba, fue “única y exclusivamente para que se la llevara alguno de sus discípulos”.
A fines de ese mismo año, se trasladó Villaescusa al Colegio de San Bartolomé con una beca para impartir clases de Teología. Allí residió durante ocho años, de los que, pese a todo, no se conservan muchos datos.
Se sabe, en cualquier caso, que tuvo ocasión de consultar los manuscritos del Tostado, conservados en el colegio, de los que en 1527 ordenó una impresión en Venecia, y, sobre todo, que en 1486, ya licenciado, presidió un acto en defensa de las Artes y la Teología, en el que su brillante oratoria le granjeó la protección de fray Hernando de Talavera (1428-1507), confesor de la Reina, y el favor de Isabel y Fernando, presentes en la ceremonia, bajo cuya aprobación le fueron otorgados el Arcedianato de Olmedo y la Tesorería de la Iglesia de Burgos.
En 1489, habiendo sido ordenado Canónigo Magistral por el padre Luis Osorio —a la sazón obispo de Jaén— y coincidiendo con el cerco de Baza, cantó su primera misa en la iglesia jienense de San Pedro.
Participó, asimismo, en las constituciones sinodales de la provincia, establecidas en mayo de ese mismo año. De entonces data su amistad con el humanista milanés Pedro Mártir de Anglería, a quien habría conocido por mediación de Talavera y del que lo separarán ciertas críticas vertidas por Villaescusa contra los autores paganos. Una vez terminada la Reconquista, y nombrado Talavera obispo de Granada, Villaescusa, requerido por su protector, se convirtió en el primer deán de dicha diócesis. En 1496, no obstante, los Reyes Católicos lo nombraron capellán mayor de la princesa doña Juana y debió partir hacia Flandes para bendecir su matrimonio con el archiduque Felipe.
Como recompensa a sus atenciones, la princesa le otorgó el deanato de Sevilla. De vuelta a España, pasó una temporada en Lovaina, donde obtuvo el grado de Maestro en Teología, y en Colonia, en cuya universidad fue nombrado doctor en Derecho Civil y Canónico.
En 1498 debió de regresar a Flandes, esta vez para asistir al nacimiento de la infanta Leonor. Por ese tiempo, dio a una imprenta de Amberes sus Dialogi, dedicados a la muerte del infante don Juan, acaecida el año anterior, y los Monarcas le concedieron el obispado de Astorga. Dos años más tarde, sin embargo, pasó al de Málaga, en el que permaneció hasta 1518.
Fueron años de mucha actividad y multitud de reconocimientos públicos. En 1500, recién designado obispo, asistió al nacimiento del futuro Carlos I, a quien, a todas luces, concedió el bautismo. Tras su nuevo regreso a España, fundó en Salamanca el Colegio Mayor Santiago el Zebedeo (1500) —conocido como “El Colegio de Cuenca”—, proyectó en Málaga la construcción de la Torre del Río (1502), fundó la Colegiata de Antequera (1505) y contribuyó a la edificación del Hospital Santo Thomé (1515).
En ese tiempo fue, además, comisionado por el Rey para llevar a cabo una inspección de la Universidad de Salamanca (1512), nombrado presidente de la Real Chancillería de Valladolid (1514) y encargado de celebrar el Sínodo Diocesano de Málaga (1515). Los malagueños le deben, aparte de lo ya apuntado, la reforma y ampliación del Palacio Episcopal, la construcción del convento de Nuestra Señora de la Paz y el levantamiento de la fachada gótica de la actual Iglesia del Sagrario. Semejante entrega a su tierra de adopción lo hizo acreedor del sobrenombre de El Bueno o El Obispo de buena memoria.
En 1518, por último, fue nombrado obispo de Cuenca, donde terminó sus días, plenamente dedicado a su labor pastoral y recordado por sus paisanos como El Santo. Uno de sus postreros actos se cifra en la fundación de una capilla en su pueblo natal, en la que yacen sus mayores y donde dejó ordenadas, para cada sábado, dos misas, una para la reina doña Juana y otra para el Rey de España. En cuanto a sus propios restos, descansan, aún hoy, en la capilla mayor de la Catedral de Cuenca, donde puede leerse el siguiente epitafio: “Didaco Ramírez Conchensi Episcopo viro raro / et doctissimo, cvi tanta vis animi ingeniique / fuit, vt ad id natvm diceres, qvodcvmqve ageret”.
En cuanto a los Dialogi, única obra conservada de Villaescusa —aparte de las Constituciones del obispado de Cuenca—, están basados, en gran parte, en los diálogos de san Gregorio, y su finalidad es la de consolar a los Monarcas por la pérdida del hijo y adoctrinarlos sobre la inevitabilidad de la muerte. El primer diálogo transcurre entre la Reina y la misma Muerte, que se ha colado en palacio para anunciar el triste fin del infante; el segundo, entre el rey Fernando y su nuera, la princesa Margarita; el tercero, el más amplio y profundo, entre los dos monarcas, que tratan de comprender la crueldad del destino, y el cuarto, brevísimo, entre éstos y la desconsolada Margarita. Por lo que se refiere al resto de la obra de Villaescusa, no se conservan más que noticias dispersas.
Obras de ~: Dialogi quattor super auspicato Johannis Hispaniarum principis mortuali die, Amberes, Godofredo Back, 1498 (Cuatro diálogos que tratan sobre el infausto día en que murió el príncipe don Juan, heredero de España, pról. de R. Almansa Tallante, trad. de V. Sánchez González, Jaén, Diputación Provincial, 1997); Constituciones del obispado de Málaga, Sevilla, Jacobo Cromberger, ¿1512?; Constituciones sinodales del obispado de Cuenca, Cuenca, Francisco de Alfaro, 1531; Super Symbolum Sancti Athanasii, s. f. (inéd.); Contra transeuntes et redeuntes ad judeorum ritus, libri tres, s. f. (inéd.); De potentiis animae tractatus, s. f. (inéd.); Historia de la vida, muerte y sepultura de la reina Doña Ysabel, s. f. (inéd.); Commentarius in Arestotelis OEconomiam, s. f. (inéd.); Constituciones del Colegio de Cuenca, s. f. (inéd.).
Bibl.: L. Marineo Sículo, De las cosas memorables de España, Miguel de Eguia, Alcalá, 1530 (ed. facs. Valdemorillo, La Hoja del Monte, 2004); B. J. Gallardo, Ensayo de una Biblioteca Española de libros raros y curiosos, formado con los apuntamientos de don Bartolomé José Gallardo, coordinados y aumentados por M. R. Zarco del Valle y Sancho Rayón, vol. IV, Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1863-1889, cols. 36- 37, (ed. facs. Madrid, Gredos, 1968); A. Rodríguez Villa, La reina Doña Juana la Loca. Estudio histórico, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1892; E. Esperabé de Arteaga, Historia pragmática e interna de la Universidad de Salamanca, Salamanca, Francisco Núñez Izquierdo, 1914-1917; F. G. Olmedo (S. I.), Diego Ramírez de Villaescusa (1459-1537), fundador del Colegio de Cuenca y autor de los Cuatro Diálogos sobre la muerte del príncipe Juan, Madrid, Editora Nacional, 1944; A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano: bibliografía general española e hispano-americana desde la invención de la imprenta hasta nuestros tiempos: con el valor comercial de los impresos descritos, vol. IV, Barcelona, Librería Palau, 1948-1977, n.º 60.220; M. P. Alonso Romero, Universidad y sociedad corporativa: historia del privilegio jurisdiccional del Estudio Salmantino, Madrid, Tecnos, 1997, págs. 119 y ss.; R. Almansa Tallante, “Prólogo” y V. Sánchez González, “Introducción” a D. Ramírez de Villaescusa, Cuatro diálogos que tratan [...], op. cit., págs. 9-25 y 29-75, respect.; H. Priego Sánchez-Morate y J. A. Silva Herranz, Diccionario de personajes conquenses (nacidos antes de 1900), Cuenca, Diputación Provincial, 2002, págs. 317-318.
Miguel Carrera Garrido