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Luis de Vázquez de Acuña y Osorio

Biografía

Vázquez de Acuña y Osorio, Luis. (Cuenca), 1426 – Burgos, 14.IX.1495. Administrador y obispo de Segovia. Obispo de Burgos. Consejero y oidor real de Enrique IV y miembro del Alto Consejo de Alfonso (XII).

Luis Vázquez de Acuña y Osorio, comúnmente conocido como Luis de Acuña, fue obispo de Burgos entre 1456 y 1495 y uno de los más activos partícipes en la vida política de la Corona castellana en los años centrales del siglo XV. Nacido en torno a 1426, era natural de la región conquense, donde su linaje se encontraba arraigado. Fue hijo de Juan Álvarez Osorio, señor de Villatugo, fallecido en 1437, y de su segunda esposa, María Manuel, fallecida en Burgos en 1465. Esta fue hija de Sancho Manuel de Villena, hijo de Juan Sánchez Manuel de Villena, conde de Carrión, y, por tanto, bisnieta de don Juan Manuel, hijo del Infante Manuel de Castilla, a su vez, hijo menor de Fernando III el Santo. La madre de María Manuel fue María Ginebra de Acuña, hija de Teresa Téllez Girón y de Martín Vázquez de Acuña, noble portugués que tras su exilio en Castilla en 1397 se convertiría en I conde de Valencia de Don Juan, y, por tanto, hermana de Alfonso Téllez Girón y Vázquez de Acuña, el padre de Juan Pacheco, marqués de Villena, y de Pedro Girón, maestre de Calatrava, dos de los magnates más poderosos del reino en tiempos de Enrique IV, junto a los cuales el obispo de Burgos intervino de forma muy destacada en la azarosa vida política del reino. Asimismo, Luis de Acuña se encontraba emparentado con Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, por cuanto este último fue hijo del caballero Lope Vázquez de Acuña, hermano del I conde de Valencia de Don Juan.

Luis de Acuña fue hermano de Pedro Girón, arcediano de Valpuesta, y de Antonio Sarmiento, alcalde mayor de Burgos, a quienes, una vez convertido en obispo de Burgos, buscaría promocionar en la Iglesia y el concejo burgalés con el fin de consolidar su influencia en esa urbe y región. Especialmente destacado fue el favor que prestó a su hermano, Antonio Sarmiento, al facilitarle desde su posición como obispo de Burgos la penetración en la élite local burgalesa y fomentar la consolidación del linaje de Sarmiento entre los más destacados de esa urbe.

Los inicios de la brillante carrera eclesiástica y cortesana de la que disfrutó Luis de Acuña se encontraron amparados por el primo de su madre, Juan Pacheco, marqués de Villena, convertido durante la década de 1440 en el principal favorito del entonces príncipe de Asturias, futuro Enrique IV, con el cual mantuvo siempre una estrecha relación. En efecto, cabe suponer que por su intervención Luis de Acuña se incorporó, como en el caso de otros muchos parientes de Pacheco, a la Corte del príncipe de Asturias en esos años a partir de la ostentación del cargo de canciller mayor de su esposa, Blanca de Navarra, oficio por el que percibió una quitación anual de 34.000 maravedíes. Destinado a la carrera eclesiástica, desde 1443 disfrutaba de un canonicato en Ávila. En 1449 poseía otro en Segovia, cuando fue escogido para cubrir la vacante de esa sede episcopal, de la cual fue en principio designado administrador debido a que no contaba entonces con la edad necesaria para ser preconizado obispo. Tenía entonces 23 años. En este nombramiento cabe suponer una intervención del príncipe Enrique o de su favorito Juan Pacheco debido a que desde 1440 el primero ostentaba por donación de Juan II de Castilla del señorío de Segovia y a que su relación con la catedral segoviana fue siempre muy estrecha. En este sentido, es sumamente sugestivo comprobar que los inmediatos sucesores de Luis de Acuña en la sede serían también estrechos colaboradores del futuro rey de Castilla: Fernando López de la Orden y Juan Arias Dávila. A pesar de su nombramiento episcopal Acuña no abandonó la Corte del príncipe, convirtiéndose en uno de los principales miembros de su Consejo y en uno de sus más estrechos colaboradores. Él mismo fue el encargado de pronunciar, el 11 de mayo de 1453, la sentencia de divorcio entre el príncipe y su esposa, Blanca de Navarra.

Tras la muerte de Juan II y el acceso de Enrique IV al trono, y siguiendo la estela de sus parientes Pacheco y Girón, Luis de Acuña se incorporó a la Corte del nuevo rey de Castilla. No obstante, en 1456 surgirían graves diferencias entre el prelado y el rey como consecuencia de la oposición de este último a que fuera escogido como nuevo obispo de Burgos tras el fallecimiento, el 22 de julio de 1456, de Alfonso de Cartagena. En efecto, el cabildo catedralicio burgalés intentó entonces escoger obispo para la diócesis sin contar con el criterio regio y pontificio, postulando como tal a Luis de Acuña, obispo de Segovia, el 2 de octubre de 1456. Contra ello protestó Enrique IV, pues el rey contaba con su propio candidato, Alfonso Vázquez de Acuña, futuro obispo de Jaén y entonces prelado de Mondoñedo. La oposición regia fue vencida por las gestiones del cabildo en la Curia romana, al lograr que el papa Calixto III aprobara su elección. No obstante, el pontífice reservó una pensión de 100.000 maravedíes sobre las rentas de esa mitra en favor del obispo mindoniense, seguramente con la intención de aplacar al rey, pues así se lo había solicitado este. Nada se decía en la bula de nombramiento, expedida el 12 de noviembre de 1456, de las razones que le llevaron a designar a Acuña como obispo contra el criterio regio más allá de la alusión a sus virtudes y méritos, su excelente gestión de la sede de Segovia y la postulación del cabildo catedralicio burgalés. No obstante, cabría sospechar que el marqués de Villena pudo influir en la misma dadas sus conocidas intervenciones, referidas más adelante, en favor de la promoción de la carrera eclesiástica de Acuña. En cualquier caso, las relaciones entre Acuña y Enrique IV no se deterioraron por esta disputa, dado que a finales de 1457 el rey le asignaba una generosa quitación como consejero y oidor de la Audiencia Real. Al tomar posesión de su nueva sede, Luis de Acuña trató de instalar rápidamente a numerosos criados y parientes en la Iglesia de Burgos, con el fin de que le sirvieran para consolidar su autoridad sobre la misma, en la cual permanecería ya hasta su muerte. Esta pretensión del prelado le generó no pocos problemas con la institución capitular burgalesa, con la que mantendría graves enfrentamientos por cuestiones beneficiales, jurisdiccionales y económicas a lo largo de todo su episcopado.

En los años siguientes a su nombramiento como obispo de Burgos, Luis Acuña continuaría sirviendo en la Corte en estrecha colaboración con su pariente, el marqués de Villena, quien le había tomado bajo su protección. Prueba de ello es que, ante la vacante de la mitra arzobispal de Santiago en 1460, Pacheco trató de que la sede compostelana le fuera concedida a Luis de Acuña frente a la pretensión del propio monarca de otorgársela a otro candidato, el entonces deán de Sevilla, Alfonso de Fonseca y Acevedo. Conocida la vacante y las intenciones regias, el marqués se dirigió a Alfonso de Fonseca y Ulloa, arzobispo de Sevilla y tío del candidato regio, para proponerle un acuerdo en base al cual Acuña pasaría a Santiago y el sobrino de Fonseca obtendría la sede de Burgos. Sin embargo, el marqués fracasó en su intento por el afán del prelado hispalense de conservar la mitra de Santiago para su sobrino, en lo cual contaba con el respaldo de Enrique IV y la aprobación de Roma. Ello provocó un enfrentamiento entre Pacheco y Acuña con Fonseca y el descontento de aquellos con el monarca. Este enfrentamiento, junto a otros factores como la política de linajes del marqués de Villena y la aprobación por parte del rey de los múltiples subsidios eclesiásticos que los pontífices pretendieron recaudar en Castilla para la guerra contra el turco en esos años, acabaron por llevar al obispo a oponerse a Enrique IV y unirse a la liga nobiliaria contraria a su gobierno.

A comienzos de esa misma década de 1460, y seguramente como consecuencia de su aspiración de incrementar su poder en la urbe burgalesa, Luis de Acuña se implicó de lleno en luchas de bandos en la ciudad. Se produjeron entonces cruentos combates entre las tropas del obispo, las del regidor Pedro de Cartagena y las de Juan Manrique, protonotario y canónigo burgalés, enfrentados a tres bandas. Tras una dura colisión entre los bandos, en diciembre de 1461 el concejo burgalés forzó su disolución y decretó duras represalias contra sus integrantes. No obstante, en los dos años siguientes se continuaron sucediendo los enfrentamientos en la ciudad, ahora entre las tropas del alcaide del castillo de Burgos, el conde de Plasencia y las fuerzas del concejo, que fueron respaldadas en este caso por el obispo y su cabildo catedralicio. El monarca y el Consejo Real se vieron obligados a intervenir, ordenándose en noviembre de 1463 una tregua y la disolución de las milicias del alcaide, del concejo y del prelado.

Desde comienzos de 1464, el obispo de Burgos pasaría a formar parte junto a sus parientes de Pacheco, Girón y Carrillo de la liga nobiliaria opuesta a Enrique IV y a su favorito, Beltrán de la Cueva, que exigía el reconocimiento del infante Alfonso, hermanastro del rey, como heredero del trono castellano y toda una serie de reformas en la gobernación del reino que pasaban, en primer término, por la entrega del control de esta última a la liga. En septiembre de 1464, el obispo refrendó el denominado Manifiesto de Burgos contra el rey, y en los meses siguientes continuó respaldando a los rebeldes en las largas negociaciones que concluyeron con el juramento de Alfonso como nuevo príncipe heredero, su entrega al marqués de Villena como su tutor y la redacción de la llamada Sentencia Arbitral de Medina del Campo, en la que se otorgó un destacado papel al obispo de Burgos en la resolución de disputas jurisdiccionales entre los poderes laicos y eclesiásticos del reino. Tras la publicación de la sentencia en enero de 1465, continuó figurando entre las filas de los rebeldes al monarca, razón por la cual Enrique IV acabaría decretando, en mayo de 1465, la confiscación de todos sus bienes, incluidos los pertenecientes a la mitra burgalesa, junto con sus rentas. Poco después tendría lugar la “Farsa de Ávila”, en la cual Enrique IV fue depuesto y su hermanastro fue reconocido como nuevo rey por un importante sector de la nobleza y del episcopado del que formaban parte el obispo burgalés, el marqués de Villena y otros de sus parientes. El propio obispo de Burgos sería designado entonces como uno de los miembros del Alto Consejo del nuevo rey, y militaría durante toda la guerra que entonces estallaría en el reino en su bando. Enrique IV, indignado por su actuación, llegó a solicitar al papa Paulo II, en julio de 1465, que le privara de la sede burgalesa, aunque, hasta donde sabemos, no tuvo éxito alguno en su pretensión de alcanzar una actuación pontificia contra aquel y otros prelados opuestos a su causa.

Una de las acciones más destacadas del obispo Acuña durante la guerra civil de 1465-1468, tuvo lugar poco después de la propia “Farsa de Ávila”, cuando los líderes del bando alfonsino le encomendaron acudir a la ciudad de Burgos para conseguir que la ciudad se decantara en favor del nuevo del rey. El prelado se trasladó entonces a esta urbe para liderar las negociaciones de su partido con el concejo de la ciudad para alcanzar tal fin. Asimismo, encabezó los actos realizados entonces en la urbe, cuando se alzaron pendones por el nuevo rey y se le prestó juramento como tal. Poco después acordaría con el concejo el establecimiento de toda una serie de medidas para la defensa de la ciudad, haciendo también partícipes de las mismas a su cabildo catedralicio. El partido alfonsino acabó por encomendar al obispo la guarda y gobernación de la ciudad burgalesa mientras durara la guerra, razón por la que permaneció durante prácticamente toda la contienda como principal representante de la liga nobiliaria en la misma, con el objetivo fundamental de que los partidarios de Enrique IV no pudieran tomar la urbe. En este afán llegó incluso a aprobar el destierro de aquellos clérigos de su catedral sospechosos de ser parciales del rey Enrique. Esta necesidad de focalizar su atención en el desarrollo de la guerra le acabó por apartar de sus deberes pastorales, viéndose obligado a excusarse en varias ocasiones ante su cabildo catedralicio por no poder atender a aquel tipo de cuestiones.

El fallecimiento del infante-rey Alfonso, en julio de 1468, y la reconciliación del monarca con el maestre de Santiago y sus parientes, incluido el obispo Acuña, en septiembre de ese mismo año, tuvieron como consecuencia la reincorporación de este último al Consejo Real y la concesión por parte del monarca de múltiples mercedes, especialmente en juros de heredad. A Luis de Acuña le fue encomendada entonces la dirección de la Casa de la princesa Isabel, hermanastra del rey cuya custodia le fue también confiada tras el pacto de los Toros de Guisando y su nombramiento como princesa heredera de Castilla. Ocupado en esta labor se encontraba cuando se produjo, en agosto de 1469, la fuga de aquella para contraer matrimonio con el futuro Fernando II de Aragón. El obispo pasó entonces a respaldar, siguiendo a su pariente Pacheco, la causa y los derechos de Juana la Beltraneja al trono, postura que mantendría tras el fallecimiento de Enrique IV, en diciembre de 1474, cuando se erigió como el principal de los partidarios del rey de Portugal y de su esposa, Juana, en la región burgalesa. Hasta entonces, el prelado continuó manteniendo un asiento en el Consejo de Enrique IV gracias a la influencia de Juan Pacheco, quien, desde 1471, en su afán por favorecer la carrera eclesiástica de su pariente, llegó a competir, sin éxito, con el linaje de los Mendoza para que la dignidad cardenalicia que el papa Sixto IV pretendía conceder a un prelado castellano fuera otorgada al obispo de Burgos y no a Pedro González de Mendoza, entonces obispo de Sigüenza y futuro Cardenal de España.

Durante la Guerra de Sucesión que estalló al fallecer Enrique IV, el obispo Luis de Acuña tomó partido por Juana la Beltraneja y el rey de Portugal junto a sus parientes de Carrillo, Acuña, Girón y Pacheco. Destaca en especial su participación en el asedio del castillo de Burgos, apoyando a los rebeldes a Fernando e Isabel con tropas y alimentos. El prelado también mantuvo en este contexto enconados conflictos con los principales poderes burgaleses, pues Acuña se trató desde su llegada a Burgos de un prelado autoritario que pugnó por hacerse con el control del cabildo catedralicio e incrementar su influencia sobre concejo burgalés. Para ello, y aparte de plantear en varias ocasiones la compra por parte de su mitra de los vasallos dependientes del cabildo, trató de introducir a parientes y personas adictas en ambas instituciones. Entre ellos destaca su hermano Antonio Sarmiento, alcalde mayor de Burgos, quien desde la parroquia de Santa María la Blanca protagonizó violentos episodios en favor del bando portugués, al que se sumó siguiendo al prelado. Asimismo, el obispo luchó con sus propios ejércitos en la comarca burgalesa durante las contiendas civiles que sacudieron el reino en esos años, lo que provocó también el descontento de los propios vasallos de la mitra de Burgos, pues para el mantenimiento de aquellos exigió prestaciones señoriales abusivas. Desde su castillo de Rabé, que construyó en el contexto de la guerra civil entre los partidarios de Enrique IV y de su hermanastro Alfonso, se convirtió en uno de los mayores quebraderos de cabeza para el concejo de Burgos y los monarcas Isabel y Fernando durante la contienda sucesoria hasta que estos últimos lograron tomar definitivamente el control de Burgos y someterle. Fue entonces desterrado de la ciudad, y no sería hasta 1480 cuando los monarcas ordenaron que Antonio Sarmiento y, luego, en 1481, el obispo, fueran recibidos de nuevo en Burgos, en el contexto del perdón general concedido a los antiguos partidarios del rey de Portugal. El prelado se incorporó entonces de forma temporal a la Corte de los Reyes, acompañándolos en su viaje a Aragón y Valencia entre 1481 y 1482. Poco más tarde, le encontramos colaborando en el reparto de las imposiciones que los monarcas requirieron a la Iglesia para la empresa de Granada.

Alejado ya de las contiendas banderizas del reino y de la vida cortesana, Luis de Acuña se enfocó en el gobierno de su diócesis. Se incrementaron especialmente entonces los conflictos, ya presentes desde finales de la década de 1460, entre el obispo y su cabildo en torno a la potestad jurisdiccional del primero sobre los miembros del segundo; contiendas en las que subyacía un intento del prelado de incrementar su autoridad y una división interna de los capitulares entre opositores y partidarios del obispo, siendo la mayoría de estos últimos aquellos parientes y allegados a los que el prelado había logrado introducir en la institución capitular para entonces. En los años siguientes se sucedieron ininterrumpidamente los pleitos y escándalos en el seno de la catedral entre ambos sectores, los cuales llegaron a tal punto que, en 1487, el obispo hubo de recurrir a la mediación e intervención de los Reyes Católicos para conseguir aplacarlos. Luis de Acuña se trató también de un prelado preocupado por la defensa de los bienes y derechos de la mitra episcopal que ostentaba, razón por la que en esos mismos años mantuvo continuos pleitos con diversos nobles, concejos e instituciones la región burgalesa, entre los que destaca especialmente el propio concejo de Burgos.

El obispo Luis de Acuña falleció el 14 de septiembre de 1495. Había ratificado su testamento el 13 de septiembre previo, en el cual dejaba como su heredero universal a uno de sus hijos, llamado Diego Osorio. Este era el mayor de los dos hijos que tuvo con Aldonza de Guzmán, hermana de la esposa de Alvar Pérez Osorio, marqués de Astorga, e hija de los señores de Cespedosa. El propio obispo le había cedido a aquella en 1475 las casas que poseía en Valladolid, heredadas de su abuela, María Ginebra de Acuña, con la condición de que se su muerte pasara a su hijo en común, Diego de Osorio, y, tras este, a su otro hijo, Antonio de Acuña, futuro obispo comunero de Zamora. Los inicios de la carrera eclesiástica de este último fueron promovidos, aunque no sin resistencias, por su progenitor en la propia catedral burgalesa. En favor de Diego Osorio instituyó un mayorazgo en 1494 en el que reunió los múltiples bienes inmuebles que había ido adquiriendo por medio de compras en las décadas previas, gracias en buena medida a las múltiples mercedes en dinero y juros de heredad que en su día le otorgó Enrique IV, como el propio obispo reconocía al fundar el mayorazgo. Sus bienes inmuebles se encontraban concentrados en los obispados de Burgos y Palencia. Destacan especialmente las villas de Abarca, Villarramiro y Villahán de Cerrato, compradas por el obispo a su hermana Inés Osorio, esposa de Álvaro de Bracamonte, en 1479 por un millón y medio de maravedíes.

El obispo Luis de Acuña no solo fue una destacada personalidad de su tiempo desde el punto de vista político, sino que también lo fue en el campo de la cultura y el arte. En efecto, bajo su mecenazgo se ejecutaron buena parte de las empresas que convirtieron durante su pontificado a Burgos en un gran foco artístico. Entre otras acciones destacables y por las que merece ser contado entre los prelados que en mayor medida contribuyeron al esplendor artístico de la catedral de Burgos, el obispo procuró que los artistas nórdicos que habían llegado a Burgos en el episcopado de su antecesor, Juan de Colonia y su hijo, Simón, continuaran trabajando en el entorno catedralicio, encargándoles la realización del cimborrio gótico de la catedral y la capilla de los Condestables. Diego de Siloé sería, ya tras la muerte del obispo, el encargado de concluir el monumento funerario del prelado, sito en la capilla de la Concepción y Santa Ana, que el propio obispo había costeado. Asimismo, terminó los pináculos de las torres de la catedral y apoyó las obras de la cartuja de Miraflores y las de otros templos y monasterios burgaleses, como la iglesia de la Merced o el convento de Santa Dorotea. Luis de Acuña también fue un destacado bibliófilo: poseyó una magnífica biblioteca compuesta a su muerte por 363 volúmenes de los cuales casi la mitad eran libros de derecho. Entre ellos destaca especialmente el rico pontifical iluminado que de este prelado que ha llegado a nuestros días, custodiado en la actualidad en la Biblioteca Nacional de España. A pesar de su azarosa vida, Luis de Acuña también posee un lugar destacado entre aquellos prelados que en la segunda mitad del siglo XV fomentaron el avance de la reforma eclesiástica en Castilla: asistió al Concilio de Aranda de 1473, auspiciado por el arzobispo Carrillo, procurando luego plasmar el espíritu de reforma de aquel en su diócesis a partir de la celebración de un sínodo diocesano en 1474. Asimismo, fomentó la reforma en diversas instituciones religiosas de su obispado, como el monasterio de San Salvador de El Moral. También promovió la reforma de la curia episcopal y del sistema beneficial de su Iglesia, y fomentó la formación de los clérigos de su diócesis a través de distintas vías y medidas. También estableció con el cabildo catedralicio burgalés la “concordia alejandrina”, en prevención de abusos en la independencia jurisdiccional del clero catedralicio.

 

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Diego González Nieto