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Alonso Manso

Biografía

Manso, Alonso. Alfonso. Becerril de Campos (Palencia), c. 1460 – San Juan (Puerto Rico), 21.IX.1539. Predicador, teólogo, canónigo, primer obispo de América e inquisidor general de las Indias.

Nació en el seno de una familia de la baja nobleza, hacia 1460. Su padre se llamaba Pedro y era corregidor de Becerril, villa entonces relativamente grande, en la que sobresalían sobre el caserío las torres de seis iglesias.

De una —Santa María— será beneficiado Alonso o Alfonso, que siguió la profesión eclesiástica. Estudió y se licenció en Teología en la Universidad de Salamanca como colegial de San Bartolomé, siendo discípulo, amigo y ayudante de fray Diego de Deza, catedrático de Prima, obispo de Salamanca y preceptor del malogrado príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos.

A Deza, le debió Manso la canonjía magistral de Salamanca y la ocupación de sacristán de la capilla del príncipe.

Muerto el príncipe, Manso siguió en compañía de Deza, que solicitó del Cabildo la merced de dispensarlo de los deberes de magistral para que continuase en su compañía. Al ascender Deza a arzobispo de Sevilla, recibió encargo de organizar las primeras diócesis del Nuevo Mundo, que fueron tres: a Manso le cayó en suerte la de Puerto Rico, recibiendo la ordenación episcopal de manos de Deza en Sevilla, el domingo 26 de septiembre de 1512. El 25 de diciembre arribó, con un pequeño cortejo y su biblioteca a Caparra. Los primeros años los pasó mal: con un bohío por iglesia, un huracán que arrasó la isla, el gobernador y el tesorero (Sancho Velázquez y Blas de Villasante que no le abonaban los diezmos —se pagaban en especies, no en dinero—) y, para colmo, los caribes asaltaron e incendiaron Caparra, y quemaron la iglesia, la casa y la biblioteca.

En 1515 viajó a Salamanca, cuya canonjía retenía aún, junto con la casa en la calle de los Leones, que se conserva (junto al huerto de Calixto y Melibea), con intención de “arreglar” los asuntos de Puerto Rico con el rey Fernando. En el ínterin, ocupó la rectoría de la Universidad, y trató con bondad al humanista Lebrija. Fernando pasó, camino de Sevilla —instado por Deza para ir a reponer su salud— por Salamanca, y le prometió a Manso que en Guadalupe, donde pensaba detenerse algunos días, le escucharía despacio.

Alonso se puso a rueda en el séquito del Monarca, que falleció antes de llegar a Guadalupe, en una casa de vecinos de Madrigalejo (Cáceres) el 23 de enero de 1516. A rey muerto, los del séquito iniciaron la desbandada, quedándose Alonso Manso, que acompañó el cadáver a Granada. De allí viajó a Madrid, donde se entrevistó con Cisneros. Estaba el cardenal achacoso y a la espera de la llegada del nuevo Rey (Carlos V).

No resolvieron nada en la entrevista. Manso marchó a Valladolid (1517), donde saludó al nuevo Rey y presentó un memorial de peticiones; visto por el Consejo obtuvo plena aprobación. Y la instancia de regresar a Puerto Rico, con la investidura, además, de inquisidor (primer inquisidor de América).

Regresó, en efecto, el 26 de noviembre de 1519.

Empezó con nuevos bríos a pastorear la grey, y a ejercer el espinoso oficio de inquisidor. En cuanto pastor, fundó un hospital y un colegio, reorganizó el Cabildo, y, dado el escaso número de clérigos, desempeñó el cargo de deán para completar el triunvirato exigido por los cánones; también trasladó la catedral del bohío de Caparra a un nuevo edificio de cantería en la isleta, no logró terminarla por azares e imponderables que le sobrevinieron. Tuvo que ocuparse, además, de pedir y obtener moratoria para las deudas, que atenazaban y apagaban la vida de la isla.

Incluso desempeñó durante algún tiempo el cargo de barlovento, y nombró párroco para Cubagua, que estaba fuera de la concesión, pero se le dio por bueno lo hecho. En realidad, fue durante mucho tiempo el único obispo que personalmente ejerció en el Nuevo Mundo —Pedro de Deza, se rezagó y estuvo poco tiempo, regresando a la Península; el otro, García de Padilla, ni siquiera llegó a venir a su sede de Santo Domingo—; cuando Ramírez de Fuenleal vino como presidente de la Real Audiencia y de obispo de Santo Domingo, 1529, se vio precisado a venir a Puerto Rico a recibir la ordenación episcopal, porque no había más obispos en las Antillas que lo pudiesen hacer. Y lo mismo le aconteció a Bartolomé de las Casas, cuando optó por abandonar el pingüe oficio de encomendero por el más honesto de clérigo.

El Obispado de Manso en Puerto Rico fue largo y laborioso, dedicándose a la evangelización de la naciente comunidad cristiana, viviendo en pobreza, tratando misericordiosamente a los encausados por la Inquisición, y repartiendo a palabras llenas el pan de la palabra de Dios, como cumplía a su antiguo oficio de “magistral” (predicador) de Salamanca.

Por denuncias, que nunca faltaban en la colonia, le enviaron un visitador o juez de residencia, nada menos que Rodrigo de Bastidas, obispo de Coro, que le paralizó las obras de la catedral y le hizo apurar otros tragos amargos. Protestó con nobleza castellana, enviando al emperador Carlos V un largo escrito autobiográfico en autodefensa. El Emperador le absolvió de las instancias y le renovó la confianza. Lleno de años, de achaques y de servicio, murió in bona senectute el 21 de septiembre de 1539.

 

Obras de ~: Acta de erección de la diócesis (con la bula fundacional de las diócesis del Nuevo Mundo Romanus Pontifex), s. f. [en Archivo General de Indias (AGI), Indiferente, leg. 187]; Memorial de peticiones a S. M., s. f. (en AGI, Indiferente, leg. 1084); Autobiografía, s. f. (en AGI, Justicia, leg. 987, fols. 1r.-13v.).

 

Bibl.: Á. Huerga, “D. Alonso Manso, primer obispo de América (1511-1539)”, en V. Murga y Á. Huerga, Episcopologio de Puerto Rico, vol. I, Ponce, Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, 1987 (col. Historia documental de Puerto Rico, t. VI).

 

Álvaro Huerga Teruelo, OP