Ayuda

Íñigo Manrique de Lara

Biografía

Manrique de Lara, Íñigo. ?, c. 1417 – ?, 1484 sup. Obispo de Oviedo, Coria y Jaén y arzobispo de Sevilla, miembro del Consejo de Enrique IV y de la princesa Isabel. Miembro del Alto Consejo del infante-rey Alfonso, presidente del Consejo Real de Castilla y de la Chancillería de Valladolid en el reinado de los Reyes Católicos, juez único de apelaciones en las causas de la Inquisición de los reinos de Castilla y León.

Íñigo Manrique de Lara, nacido en torno a 1417, fue un prelado que formó parte del destacado linaje de la alta nobleza castellana de los Manrique. Fue hijo del adelantado de León Pedro Manrique, notario mayor del reino de León, VIII señor de Amusco, Treviño y Navarrete, y de Leonor de Castilla, hija de Fadrique, duque de Benavente, y emparentada con los Reyes de Castilla, Aragón y Navarra. Eligió la carrera eclesiástica por deseo de su padre, que en su testamento, otorgado en 1440, había ordenado que él y su hermano Juan Manrique fuesen “de la iglesia”. No obstante, su carrera eclesiástica había comenzado unos años antes, pues en 1436 ya había tomado posesión de una canonjía en Palencia, catedral con la que, a pesar de recibir numerosas dignidades en otras iglesias del reino, mantendría siempre una estrecha relación. Ya en 1440 era arcediano de Madrid y protonotario del papa, quien le había concedido los préstamos sobre varias villas y lugares de Palencia. El año previo había sido nombrado notario apostólico, en un intento del papa de buscar nuevos curiales en Castilla. Se indicaba entonces que contaba con veintidós años de edad. En esos momentos debía estar formándose, por cuanto en 1440 el cabildo catedralicio de Palencia le concedió una licencia por estudios, pero sin más especificación.

La cercanía y apoyo de su linaje a los Infantes de Aragón le sirvió para que, tras la vacante de la sede de Coria en 1443, el infante Juan, futuro Juan II de Aragón, solicitara sin éxito al papa que le fuera conferida la sede cauriense, contra el criterio de Juan II de Castilla. Quizás en compensación, y mientras tenía lugar aún el conflicto por la mitra de Coria, el papa decidió cubrir la vacante de la sede ovetense el 16 de octubre de 1444 con Íñigo Manrique, que entonces era, aparte de arcediano de Madrid, canónigo de Burgos y capellán real. La ostentación de este último cargo debió ser un factor importante en su designación, aunque su pertenencia a uno de los linajes más potentes de Castilla y sus vínculos con los Infantes también hubieron de repercutir en su ascenso político-eclesiástico. Precisamente, desde sus primeros años como obispo, Manrique acompañaría a sus hermanos y parientes en la misma facción política de corte “aragonesista”, siendo el peso del criterio familiar claro en sus posicionamientos en las continuas luchas políticas que tuvieron lugar en Castilla en adelante. En efecto, junto a su linaje participaría en la vida política del reino durante los años siguientes, encontrándose ya hacia finales de la década de 1450 bajo la influencia política de Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, cabeza visible de una liga de nobles y prelados descontentos con el gobierno de Castilla que se opuso a Enrique IV al tiempo que mantuvo posturas muy cercanas al ya rey de Aragón Juan II.

Como obispo de Oviedo, Íñigo Manrique fue un celoso defensor de los intereses de su mitra, manteniendo varios conflictos con su cabildo en defensa de su preeminencia episcopal. No obstante, y al igual que ocurriría en relación con las otras sedes episcopales y arzobispales que ostentaría en adelante, se trató de un prelado absentista, que gobernó aquellas por medio de provisores y oficiales como consecuencia de su interés por la defensa de los intereses de su linaje y la política del reino. Aunque esto le alejó de sus deberes eclesiásticos, no significa que se tratara de un prelado despreocupado por el gobierno de las diócesis que ostentó y de la vida eclesiástica y religiosa de las mismas, ya que nos consta que celebró al menos cuatro sínodos antes de su fallecimiento: el primero en 1450, siendo obispo de Oviedo; el segundo y el tercero en 1457 y 1462, ya como obispo de Coria; y el cuarto en 1478, tras acceder a la mitra jienense. Estos sínodos le sitúan en la nómina de los principales prelados reformadores de mediados del siglo XV.

En julio de 1454 acudió con sus hermanos Diego y Rodrigo Manrique, condes de Treviño y Paredes, a la proclamación del rey Enrique IV. También era pariente del conde de Castañeda y del conde de Osorno. Fue durante el reinado de este monarca cuando Íñigo, obispo de Coria desde 1457, inició una intensa actividad política y militar, participando notablemente en las revueltas nobiliarias contra Enrique IV, aunque al comienzo del mismo es posible encontrarle entre los miembros del Consejo Real que refrendaron las primeras provisiones emitidas por el nuevo rey. También hubo de enfrentarse a los graves problemas que tenían lugar en su nueva diócesis, la de Coria, que ya en el primer año de su pontificado, 1457, le obligaron a suspender el sínodo que celebraba en ella. Muy unido al arzobispo de Toledo Alonso Carrillo, llegó a asistirle a comienzos de la década de 1460 en el gobierno de su archidiócesis: en torno a 1461-1462, al encargar el arzobispo a fray Alonso de Oropesa que hiciera inquisición en su arzobispado, Carrillo designó al obispo de Coria, quien se encontraba en Toledo, que fuera su compañero en la misma. No obstante, no se han conservado pruebas documentales de que finalmente le ayudara.

En 1460 formó parte de la Liga que constituyeron los nobles descontentos con la política del rey y a la que también se adhirió Juan II de Aragón. En mayo de 1461 asistió, junto con otros representantes de la nobleza rebelde, a una entrevista celebrada con Enrique IV entre Sepúlveda y Buitrago, en el que sería un nuevo intento de reconciliación de la Liga nobiliaria con el monarca. No fue posible, sin embargo, la concordia, al negarse el arzobispo de Toledo y los suyos, entre los que se encontraban Íñigo y sus hermanos, incondicionales partidarios todos ellos del rey de Aragón, a colaborar en la guerra de Navarra con Enrique IV, quien había decidido invadir ese reino en defensa de la causa del príncipe de Viana, primogénito del monarca aragonés. A finales de agosto de ese mismo año, tras varias negociaciones, el obispo de Coria y sus parientes, al igual que otros miembros de la Liga, firmaron finalmente la paz con el rey, pero reclamaron reformas en el gobierno y que el arzobispo Carrillo fuese admitido en el Consejo Real.

En 1464 Íñigo Manrique se sumó de nuevo a la rebelión nobiliaria, figurando entre los magnates y prelados que en mayo de 1464 se confederaron para oponerse al rey en Alcalá de Henares, señorío del mitrado toledano. Poco más tarde, en el verano de 1464, participó en una reunión de grandes del reino en la que se llegó a planear el secuestro de Enrique IV y de su favorito Beltrán de la Cueva. También estuvo presente, a finales de septiembre de ese mismo año, en otra gran junta de nobles celebrada en Burgos, cuyas decisiones se recogieron en un manifiesto en el que se afirmaba por primera vez que Juana, nacida dos años antes, no era hija legítima del monarca, y se exigía el reconocimiento del infante Alfonso como heredero. Junto a sus aliados, el obispo de Coria procuró entonces atraer partidarios a su causa contra el rey, siendo especialmente destacada su intervención para que el cabildo catedralicio burgalés les apoyara. En los meses siguientes se encontraría presente en las negociaciones entre los rebeldes y el rey que concluirían con la designación de Alfonso como príncipe heredero y con la redacción de la Sentencia Arbitral de Medina del Campo.

En junio de 1465 el obispo de Coria tomó parte en la conocida “Farsa de Ávila”, acto en el que fue depuesto Enrique IV y proclamado rey el joven infante, y en el que también estuvo presente su hermano, el conde de Paredes, Rodrigo Manrique, que alcanzó entonces la dignidad de condestable. La práctica totalidad de sus hermanos y parientes se unieron a la misma causa, siendo el de los Manrique uno de los linajes que en mayor medida y de forma más cohesionada apoyaron la causa contraria a Enrique IV. Ferviente partidario del infante Alfonso, Íñigo se convirtió en uno de los principales miembros del Alto Consejo alfonsino, hasta el punto de que permaneció durante prácticamente toda la contienda junto al infante-rey, cuya guarda y dirección de los asuntos de gobierno le llegaron a ser personalmente encomendadas, como ocurrió en la primavera de 1466. A pesar de ello, el obispo hubo de sufrir algunas de las decisiones que tomó su partido con el fin de atraer partidarios, como la entrega de la ciudad de Coria al linaje de los Solís, ostentadores del maestrazgo de Alcántara, a la que se opuso sin éxito junto al arzobispo de Toledo debido a la insistencia del marqués de Villena. Seguramente el prelado temía la injerencia señorial de los poderosos Solís en las tierras de su obispado por las posibles repercusiones negativas que para él mismo y su Iglesia podría acarrear.

Ya en plena guerra civil, intervino también en diversas escaramuzas de armas con partidarios del rey Enrique y procuró la incorporación a la Corte alfonsina de fray Alonso de Burgos, quien condenaba el regimiento de Enrique IV y su conducta personal en sus sermones, como confesor del joven Alfonso. Ya en 1467 formó parte del magnífico séquito que acompañó a Alfonso en su entrada en la ciudad de Toledo y acudió a la célebre batalla de Olmedo, en la que acompañó y protegió al infante-rey. Al año siguiente, en una junta en Peñaranda, se opuso en nombre propio y de su linaje, el arzobispo de Toledo y el almirante de Castilla, a todo lo propuesto por diversos caballeros inicialmente partidarios del bando alfonsino en favor de la restitución del trono a Enrique IV y en perjuicio de los intereses del infante, a quien él consideraba rey legítimo. Ese mismo año acompañó a Alfonso y a su hermana Isabel a visitar las ferias de Medina del Campo e intentó atraer a la Hermandad del Reino a la causa alfonsina.

Tras la repentina muerte en Cardeñosa del infante-rey, en julio de 1468, fue elegido para acompañar su cadáver hasta Arévalo, donde el joven monarca sería sepultado, en concreto, el monasterio de San Francisco. Desaparecido Alfonso, Íñigo y sus hermanos se concentraron en el apoyo a los derechos sucesorios de su hermana, la infanta Isabel. En agosto de 1468 el obispo de Coria concurrió, junto con los principales nobles rebeldes, a una junta en Castronuevo en la que se acordó aceptar las propuestas de paz con Enrique IV y, ya en el mes de septiembre, acudió a la célebre entrevista de los Toros de Guisando, en la que la infanta fue declarada heredera. Como todos los de su linaje, apoyó con firmeza el matrimonio de la princesa Isabel con Fernando de Aragón, y viajó incluso por tierras toledanas con el almirante Fadrique Enríquez buscando adhesiones a la causa isabelina, en lo que tuvo un considerable éxito, según recogen las crónicas. En 1471, su hasta entonces estrecha relación con el arzobispo de Toledo se resintió por el progresivo distanciamiento entre el primado y los príncipes, si bien Íñigo y sus hermanos, Gómez y García Manrique, intentaron entonces dirimir sus diferencias. En esos años se integraría en el Consejo de la princesa Isabel, y adquirió un destacado protagonismo en las negociaciones emprendidas por aquella y su esposo para lograr el respaldo de distintos magnates del reino a sus derechos al trono. Con la llegada al trono de Isabel y Fernando, tras el fallecimiento de Enrique IV en 1474, se produjo la ruptura definitiva con Alonso Carrillo, ya que, durante la guerra civil por la sucesión de la Corona castellana, el obispo de Coria y sus parientes sirvieron fielmente a los nuevos soberanos, mientras que el arzobispo de Toledo apoyó los derechos sucesorios de Juana, la hija del fallecido monarca, y se unió a la causa portuguesa.

En recompensa a los fieles servicios que habían prestado él y su linaje a Isabel desde que fue reconocida como princesa heredera del reino, fue nombrado en 1475 como nuevo obispo de Jaén a suplicación de la reina. Los reyes, que le profesaban un gran afecto, también intentaron sin éxito que el papa le concediese el capelo cardenalicio. Muestras del favor real que gozaba fueron la concesión de la presidencia de la Chancillería de Valladolid y también la del Consejo Real. Con el apoyo de los monarcas también sería designado como nuevo arzobispo de Sevilla el 15 de enero de 1483, tras el traslado del cardenal Pedro González de Mendoza a la mitra toledana. Íñigo Manrique alcanzaba entonces el culmen de su carrera política y eclesiástica. Sin abandonar su destacada posición en la Corte, en los últimos años de su vida formaría parte de la Inquisición de Castilla, pues, a petición de los reyes, el papa le nombró, el 25 de mayo de 1483, como juez único de apelaciones en las causas de la Inquisición de los reinos de Castilla y León.

No se conoce con certeza la fecha de su muerte, en algunos documentos de comienzos del año 1484 ya se menciona su fallecimiento. También Jerónimo Zurita afirma que falleció en dicho año, si bien otros autores datan su defunción en el año 1485. En cualquier caso, en 1484 Alonso de Fonseca II, arzobispo de Santiago, ya había sido designado como nuevo presidente de la Audiencia Real, y a comienzos de 1485 la sede hispalense ya se encontraba vacante. Diego Ortiz de Zúñiga sostiene en sus Anales eclesiásticos que fue sepultado en el monasterio de Santa Clara de Calabazanos, fundación del linaje Manrique.

 

Bibl.: D. Ortiz de Zúñiga, Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, Madrid, Juan García, 1677; L. de Salazar y Castro, Historia genealógica de la Casa de Lara, Madrid, Imprenta Real, 1694; Pruebas históricas de la Casa de Lara, Madrid, Imprenta Real, 1696; F. Quiñones de León y de Francisco-Martín, Los merinos mayores de Asturias y su descendencia, t. II, Madrid, Sociedad Española de Artes Gráficas, 1918-1925, págs. 150-151; Memorias de don Enrique IV de Castilla, vol. II, Madrid, Real Academia de la Historia, 1835-1913; J. de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo, vol. VIII, ed. de J. C. García López, Madrid, Bailly-Bailliére e hijos, 1907, págs. 367-368; C. Eubel, Hierarchia Catholica Medii Aevi, vol. II, Monasterii, Sumptibus et Typis Librariae Regensbergianae, 1914, págs. 123, 159, 165 y 209; D. de Valera, Memorial de diversas hazañas, ed. de J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1941; L. Galíndez de Carvajal, Crónica de Enrique IV, ed. de J. Torres Fontes, Murcia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Seminario de Historia de la Universidad de Murcia, 1946; F. del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, Madrid, Atlas, 1953; A. de Palencia, Crónica de Enrique IV, Madrid, Atlas, 1973-1975; M. I. del Val Valdivieso, Isabel la Católica, princesa (1468-1474), Valladolid, Instituto “Isabel la Católica” de Historia Eclesiástica, 1974; L. Suárez Fernández, Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia política castellana del siglo XV, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1975; J. Zurita, Anales de la Corona de Aragón, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1977; M. A. Varona García, La Chancillería de Valladolid en el reinado de los Reyes Católicos, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1981, pág. 297; J. Rodríguez Molina (dir.), Colección diplomática del Archivo Histórico Municipal de Jaén. Siglos XIV y XV, Jaén, Ayuntamiento de Jaén, 1985, doc. XIV, pág. 49; M. D. C. Morales Muñiz, Alfonso de Ávila, rey de Castilla, Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1988; S. Francia Lorenzo, Archivo Capitular de Palencia. Catálogo serie II. Volumen I: Actas capitulares (1413-1467), Palencia, Diputación Provincial de Palencia, 1989; J. L. Martín Martín, Documentación medieval de la Iglesia Catedral de Coria, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1989; A. García y García (dir.), Synodicon Hispanum, Tomo V, Extremadura: Badajoz, Coria-Cáceres y Plasencia, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1990, pág. 117; J. M. Nieto Soria, Iglesia y Génesis del Estado Moderno en Castilla (1369-1480), Madrid, Editorial Complutense, 1994; R. M.ª Montero Tejada, Nobleza y sociedad en Castilla. El linaje Manrique (siglos XIV-XV), Madrid, Caja de Madrid, 1996; R. M.ª Montero Tejada, “Los Manrique en las instituciones de gobierno de la monarquía castellana (1379-1516)”, en Actas de las III Jornadas hispano-portuguesas de Historia Medieval. La Península en la era de los descubrimientos, t. I, Sevilla, Consejería de Cultura, 1997, págs. 815-839; G. Lora Serrano, “La Casa de Estúñiga durante el reinado de Enrique IV: orto político de un linaje nobiliario”, en Actas de las III Jornadas hispano-portuguesas de Historia Medieval. La Península Ibérica en la era de los descubrimientos, t. II, Sevilla, Consejería de Cultura, 1997, pág. 1227; M.ª del C. Fernández Giménez, La Sentencia Inquisitorial, Madrid, Editorial Complutense, 2000, pág. 256; A. Domínguez Vinagre, “El asalto al poder señorial. Hernán Gómez de Solís y la ocupación de Badajoz”, en Revista de estudios extremeños, 57, 2 (2001), págs. 565-616; A. Arranz Guzmán, “Las visitas pastorales a las parroquias de la Corona de Castilla durante la Baja Edad Media. Un primer inventario de obispos visitadores”, en En la España Medieval, 26 (2003), pág. 331; J. Díaz Ibáñez, “La incorporación de la nobleza al alto clero en el reino de Castilla durante la Baja Edad Media”, en Anuario de Estudios Medievales, 35, 2 (2005), pág. 570; J. Vicens Vives, Historia crítica de la vida y reinado de Fernando II de Aragón, Zaragoza, Cortes de Aragón, Institución “Fernando el Católico” (CSIC), 2006; A. Polanco Pérez, La Catedral de Palencia en el siglo XV (1402-1470). Poder y comportamientos sociales a finales de la Edad Media, Palencia, Institución Tello Téllez de Meneses - Diputación de Palencia, 2008, pág. 197; Ó. Villarroel González, El rey y la Iglesia castellana. Relaciones de poder con Juan II (1406-1454), Madrid, Fundación Ramón Areces, 2011; M. A. Ortí y Belmonte, Episcopologio cauriense, Cáceres, Instituto Teológico “San Pedro de Alcántara” de Cáceres, 2014; N. Vigil Montes, “Las disputas entre el obispo y el cabildo de la catedral de Oviedo por el control de la notaría del señorío eclesiástico de Langreo”, en A. Marchant Rivera y L. C. Barco Cebrián (coords.), Escritura y Sociedad: el Clero, Granada, Editorial Comares, 2017, págs. 124-135.

 

Rosa Montero Tejada y Diego González Nieto