Yanguas Messía, José María de. Vizconde de Santa Clara de Avedillo (VI). Linares (Jaén), 25.II.1890 – Madrid, 30.VI.1974. Político, catedrático, ministro.
Nacido en el seno de un hogar altoburgués, siguió desde muy joven los pasos de su progenitor, abogado y uno de los jefes de filas del partido sagastino en la provincia jiennense, cuya capital rigió como alcalde durante un largo período. Un año antes de conseguir el bachillerato en el Instituto de la capital del Santo Reino, fue designado presidente del Ateneo de la Juventud de Linares, en 1905. Como era normal en los medios aristocráticos —Blanca Messía fue hija del ubetense marqués de Busanos— y acaudalados de la Restauración canovista, cursó la carrera de Derecho en el Real Colegio Universitario de María Cristina de El Escorial, rectorado por la Orden Agustiniana. Pasados sus exámenes, según era obligatorio en la época, en la Universidad Central, ésta le dispensó el mismo año de su licenciatura (1912) el Premio Montalbán, lauro otorgado a los mejores expedientes de cada promoción. Con rapidez inusitada incluso en las costumbres académicas del momento, se doctoró en 1912, alcanzando muy poco después una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios con el fin de seguir en París las enseñanzas de tres acreditados internacionalistas: Renault, Weiss y Pillet. Afianzada su vocación en tal rama de las disciplinas jurídicas, no tardó en dar a la luz un reputado trabajo —su primitiva tesis doctoral— acerca de un tema candente en la Europa de los años diez: La expansión colonial en África y el estatuto internacional de Marruecos (Madrid, 1916). Un bienio posterior, en 1918, fue designado catedrático de Derecho Internacional Público y Privado de la Universidad Pinciana, asignatura que impartió, tras una nueva oposición en 1920, en la Universidad de Madrid hasta su preceptiva jubilación en el escalafón de catedráticos.
La década de 1920 asiste a la madurez intelectual y a la consagración pública del vizconde de Santa Clara de Avedillo, título nobiliario heredado de un tío materno justamente en los inicios de dicho periodo. En las penúltimas elecciones parlamentarias del reinado de Alfonso XIII, las de 1921, Yanguas obtuvo como independiente el acta de diputado del distrito Baeza- Linares, siendo reelegido en 1923, pero ya encuadrado en el Partido Conservador. En dicho año fue recibido a título de asociado en el Institut de Droit International, del que fue miembro nato un lustro posterior, precisamente cuando su trayectoria política llegaba a su vértice. En efecto, flamante ministro de Estado del directorio civil presidido por su coterráneo el general Primo de Rivera, desplegó una trepidante actividad al frente de tan importante cartera en una etapa en la que ésta iba a conocer una remodelación sustancial. Activo agente de la finalmente fracasada operación de incluir a España como miembro permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones, Yanguas divergió un tanto de la acelerada táctica del general jerezano para revisar el régimen internacional de la ciudad de Tánger fijado en el Convenio de 1923. Tal postura unida a la irrenunciable conducta del dictador andaluz de llevar personalmente la gestión de los negocios diplomáticos concernientes al Protectorado norteafricano provocó su dimisión el 27 de febrero de 1927.
Su abandono del poder se produjo de mutuo acuerdo con Primo de Rivera, quien le conservó aprecio y amistad, según habría de comprobarse sin tardanza al designarle para la presidencia de la Asamblea Nacional Consultiva en septiembre de 1927. Junto con la tarea propia de tan delicada función, se consagró en particular a la puesta a punto de una nueva Constitución que, reemplazando a la de 1876, desembocó prontamente en el restablecimiento de la monarquía parlamentaria, abrogada por el golpe de Estado de 1923. En dicho extremo volverían a aflorar nuevas diferencias entre el presidente de la Asamblea y el del gobierno, desaparecidas con el abrupto fin del régimen dictatorial (30 de enero de 1930).
Militante hasta el final de su andadura de la Unión Patriótica, intervino sin reservas en los intentos hechos en el mencionado año por Guadalhorce y otros antiguos ministros del septenado primorriverista por convertirla en la crisálida de un auténtico partido político. Antes de que arribaran a puerto, la proclamación de la Segunda República le impulso a exiliarse, primero durante una corta estadía lusitana y luego, a lo largo de casi un trienio, en tierra francesa, donde su predicamento intelectual era considerable: desde 1925 pertenecía como juez al Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya. Expulsado de su cátedra en 1931, fue repuesto en ella en 1934, tras un pintoresco lance académico por el que le fue asignada, con suma complacencia de su lado, la nueva disciplina de Derecho Internacional Privado. El retorno a la labor universitaria —cursos en la Universidad católica de Lovaina y en el Instituto de Derecho Comparado, de París— implicó igualmente su vuelta a la actividad política, afiliándose desde la primera hora en el partido acaudillado por José Calvo Sotelo: Renovación Española. En su afianzamiento y extensión trabajó sin ahorrar esfuerzos, incluidos los pecuniarios. Pese a ello, rencillas y recelos internos del conservadurismo le marginaron de las listas electorales de las elecciones del Frente Popular, en las que, sin embargo, llegó a presentarse como candidato solitario por Ávila —uno de sus dos feudos electorales junto al jiennense—, si bien fue apoyado a título individual por su gran amigo Calvo Sotelo.
La Guerra Civil supuso para el antiguo ministro de la dictadura primorriverista la renovación de una intensa presencia en el escenario gobernante. Encargado por los militares de la Junta de Defensa Nacional constituida en Burgos de los temas de política internacional —creación del Gabinete Diplomático el 30 de julio—, siguió gozando de la confianza de Franco una vez que éste fue designado jefe del Estado español, acontecimiento en el que, conforme testimonios de primer plano, tuvo notoria participación. En primer lugar, por haber recomendado encarecidamente su candidatura a Kindelán y a Mola y, en segundo término, por la controvertida pero determinante redacción de su puño y letra del decreto que establecía en la persona del hasta entonces general en jefe del Ejército de África la “Jefatura del gobierno del Estado Español”. Miembro del I Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista y de la Comisión de Codificación, una vez reconocido el régimen franquista por la Santa Sede en junio de 1938, fue inmediatamente nombrado embajador ante la Santa Sede; sin conseguir plenamente durante el trienio en que desempeñara tan importante responsabilidad los objetivos esenciales trazados por Madrid, concernidos de manera especial por el restablecimiento integral del concordato de Bravo Murillo. Así, el término de su misión ante el Vaticano sería también el de su vida política en los escenarios del poder. En adelante, usufructuando, salvo algún paréntesis muy aislado y corto —firma en junio de 1943, en unión de otros veintiséis procuradores en Cortes de un documento en pro del restablecimiento de la dinastía borbónica en la persona del pretendiente don Juan— del favor de El Pardo, afanóse por el éxito de dicha causa, dentro de la legalidad del sistema franquista. Tal fue la postura que defendió en sus funciones de integrante del Consejo Privado del Conde Barcelona hasta su desaparición.
Traspasada la frontera de la Guerra Civil, la vida intelectual y académica volvió a imantarle con gran fuerza, con momentos de plenitud como los significados por su elección como miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Política (elegido en 1938, ingresó en 1941) y de la de Jurisprudencia (1943), o el celebrado laudo de enero de 1945, emitido como árbitro único en el enmarañado pleito entre los Estados Unidos y España en punto a los buques de guerra italianos internados en puertos de la Península y sus dos archipiélagos a raíz de la invasión aliada de Italia por las fuerzas aliadas en el verano de 1943. Foros, tribunas y cátedras del mayor prestigio reclamaron incesablemente su presencia, como, con menor ritmo, también lo hicieron las prensas, con trabajos espaciados y, por lo común, de estimable valor. Presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1962), ejerció sus funciones hasta su muerte, con un ostensible decaimiento en sus postreros años. Estuvo en posesión de gran número de condecoraciones y distinciones militares y civiles.
Obras de ~: Apuntes sobre la expansión colonial en África y el estatuto internacional de Marruecos, Madrid, Alianza Tipográfica, 1915; España y la Sociedad de Naciones: conferencia de extensión universitaria, Valladolid, Ed. Zapatero, 1919; Beligerancia, no intervención y reconocimiento: conferencias [...], Bilbao, “Grijelmo” Servicio Nacional de Propaganda, 1938; Francisco de Vitoria, fundador del Derecho Internacional, Madrid, Imprenta Magisterio Español, 1946; “Prólogo”, en D. Vignes, La Comunidad Europea del Carbón y del Acero, Barcelona, Edit. Hispano-Europea, 1958; Derecho internacional privado. Parte general, Madrid, Inst. Edit. Reus, 1958; con M. Torres y C. Martínez Campos y Serrano, España ante la unidad europea. La Asociación Española de Cooperación Europea conmemora el décimo aniversario de la creación del Consejo de Europa, Madrid, Ed. y Distr. Europea, 1959; Balance y perspectivas del tribunal internacional de justicia. Discurso leído el 24 de enero de 1972 en su recepción pública como académico de número, Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, 1972.
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José Manuel Cuenca Toribio