Velázquez de Velasco, Luis José. Marqués de Valdeflores (II). Málaga, 5.XI.1722 – 7.XI.1772. Arqueólogo, historiador, académico, teólogo.
Luis Josef Velázquez de Velasco y Cruzado (en la pila Luis Josef Velázquez y Angulo Cruzado) fue bautizado en la parroquia de Santiago de Málaga el 12 del mismo mes en que nació, hijo mayor de Francisco Pascual Velázquez de Velasco y Angulo, XI señor de Valdeflores y señor de Sierra Blanca, y de Margarita Cruzado Sotelo, hija del regidor de Málaga Alonso Cruzado Satico de Figueroa, que habían contraído matrimonio muy jóvenes, el 19 de noviembre de 1721. Era la quinta generación asentada en Málaga desde que su tercer abuelo paterno, Luis Velázquez y Angulo, nacido en Orán (1605), gobernador de Melilla y maestre de campo, fuera el primero en ser recibido como noble en la ciudad. Su abuelo paterno, Luis Velázquez y Angulo Cruzado (1672), ya nacido en ella, era caballero de Calatrava y fue el primero de la familia en ser regidor de Málaga y alférez mayor; a partir de él los Valdeflores serán regidores perpetuos de la misma.
La familia era muy acomodada por ambas partes.
Parece que con la idea inicial de que siguiera carrera eclesiástica, y advirtiendo su “precoz ingenio”, con trece años de edad y un dominio ya notable en la lengua latina, adquirido junto al presbítero Juan Fernández Barea, fue enviado a Granada durante cuatro años (1735-1739) para cursar estudios de Lógica y Jurisprudencia en el Colegio Imperial de San Miguel, regido por jesuitas, granjeándose allí una sólida formación en estos campos y unos buenos conocimientos literarios. En 1739, de vuelta en Málaga, prosiguió los de Filosofía y Teología con el padre Diego de Ramos, en el Colegio de Clérigos Menores de Santo Tomás de Aquino o de la Concepción (donde también se admitía a seglares); es posible que fuera en estos años cuando declinó proseguir la vida eclesiástica y dedicarse más plenamente a los estudios literarios y su práctica, aunque aquéllos le sirvieron más tarde para obtener el doctorado en Teología, en Roma, en 1745.
Dos años antes, en 1743, fue admitido en Granada en la Academia del Trípode, una de las tertulias literarias tan del gusto de la época que en 1738 había sido fundada, como su nombre indica, por tres clérigos literatos formados en el Colegio del Sacro Monte, que era por entonces el corazón de la intelectualidad granadina: José Antonio Porcel, Alonso Dalda y posiblemente Diego Nicolás de Heredia. El tono de la tertulia era claramente opuesto a las ideas reformistas de la literatura española y cultivaba el mantenimiento del espíritu barroco y la temática mitológica y bíblica. Esta asociación literaria, modesta en sus principios, adquirió verdadero relieve cuando entró en contacto con ella como cuarto miembro, pasando a protegerla durante unos años, Alonso Verdugo Castilla, conde de Torrepalma, en cuyo palacete granadino (en la jerga académica “el castillo de las Mutaciones”) se celebraron las tertulias regularmente desde 1740.
En ella, el joven Velázquez tomó, al modo de la época, el pseudónimo de El Caballero Doncel del Mar, evocando tanto el Amadís de Gaula como su ciudad de origen. La relación entonces establecida con Torrepalma será decisiva en su vida, por ser éste uno de los fundadores de ambas Reales Academias, de la Lengua y de la Historia.
Según él mismo afirmaba en una de sus obras, hacia 1747, aún en Málaga, concibió por primera vez el plan de escribir una Historia de España distinta de las que había al uso, que se basaban en fuentes textuales antiguas más o menos interpoladas o mal editadas y citadas, ellas y sus interpretaciones, de tercera o cuarta mano. Como dirá años después, más adelante, era preciso “dar noticia de una nueva Historia General de la Nación sacada de los escritores y monumentos originales”.
Velázquez de Velasco llegó a Madrid por primera vez en 1748, con veintiséis años. Ya en este momento contaba también con la simpatía y protección del poderoso Ministro (de Hacienda y otros ramos) de Fernando VI, Cenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, lo que explica, aparte de sus merecimientos personales o su talento natural y trato agradable y refinado, su meteórica relevancia en la Villa y Corte. Tras otra corta estancia en su ciudad natal, en 1750 se instaló en la Corte de forma permanente.
En septiembre de este año fue admitido entre los miembros de la Academia del Buen Gusto, uno de los más selectos núcleos literarios de Madrid, que desarrolló sus tertulias quincenales desde enero de 1749 (las actas, conservadas, van desde el 13 de enero de 1749 al 15 de septiembre de 1751) en el palacete de Josefa de Zúñiga y Castro, marquesa de Sarriá y condesa de Lemos, en la calle del Turco. Esta Academia —nacida, como algunas otras, a imitación de las coteries de la Corte francesa en la época de Luis XIII— había sido frecuentada primero por personajes de la nobleza, como los duques de Medina Sidonia y Béjar, el conde de Saldueña, el marqués de la Olmeda, y damas culturalmente inquietas como la duquesa de Arcos, la marquesa de Estepa o la condesa de Ablites.
A ellos no tardaron en unirse conocidos literatos e historiadores como Agustín de Montiano y Luyando (que actuaba como secretario y a cuya casa se trasladaría más tarde la sede, ya sin los nobles), los ya citados Torrepalma y Porcel, Ignacio de Luzán (cuya Poética era un referente para todos), Blas de Nasarre, José de Villarroel, los Iriarte, y un nutrido grupo de aficionados a la poesía y la literatura en general. El pseudónimo de Valdeflores en ella era El Marítimo. Aunque con algunas inclusiones gongorinas, la mayoría de los integrantes se inclinaban por la reforma neoclasicista que triunfaba ya en Francia, y varios de ellos procedían, como Velázquez, de centros educativos jesuíticos. Más adelante él se integraría en otra academia más, la Asamblea Amistosa Literaria, fundada en 1755 por su amigo de la Corte y relevante marino Jorge Juan y Santacilia en Cádiz, ciudad que Valdeflores visitaba con frecuencia debido a que su hermano menor, Francisco (nacido en 1738), cursaba allí estudios como guardia marina. Estaba dedicada a la Historia, Antigüedades, Buenas Letras y Lenguas Orientales, y a ella presentó al menos tres trabajos históricos que se conservan, inéditos, en la Biblioteca Nacional.
Agustín de Montiano y Luyando, secretario de Gracia y Justicia, miembro fundador, como Torrepalma, y primer director, de la Real Academia de la Historia, se contó pronto entre los protectores del joven Velázquez y, de hecho, unos meses después, el 5 de abril de 1751, con sólo veintiocho años, fue elegido en su seno como académico supernumerario. Entre este año y el siguiente realizó afortunadas excavaciones en la zona del foro de la antigua Cartima (actual Cártama). En 1752, acaso el año más gratificante en la vida de Valdeflores, publicó en Madrid su Ensayo sobre los alfabetos desconocidos, y Fernando VI, seguramente por influencia de Ensenada, le concedió el hábito de la Orden de Santiago. Fueron años de trabajo en su obra más famosa, Orígenes de la Poesía Castellana, que vio la luz en 1754, y en los que fue elegido asimismo miembro correspondiente de la Academia de Inscripciones, Medallas y Bellas Letras de París, en reconocimiento a su libro sobre un tema tan difícil como el de la epigrafía prerromana peninsular, para cuyo desciframiento logró hacer algunos avances.
En Orígenes de la Poesía Castellana, obra que la historiografía considera escrita para apoyar la Poética de Luzán, Velázquez resume los precedentes clásicos de la poesía, incluida la árabe, relaciona y comenta los principales tipos de géneros poéticos y de estrofas, y hace un repaso de las Poéticas publicadas hasta entonces.
Es en esta obra donde acuña las felices definiciones Edad de Oro, Siglo de Oro, aunque él, en sintonía con su admiración por el clasicismo, la aplicaba a la literatura del XVI. Para la difusión europea de esta obra fue fundamental la traducción al alemán con anotaciones que en 1769 publicó J. A. Dieze, de la Universidad de Göttingen, Geschichte der spanischen Dichtkunst que, a juicio del historiador G. Ticknor (1849), “dobló su valor”.
En diciembre de 1749 Fernando VI, a quien interesaba la defensa de sus pretensiones regalistas con vistas al importante Concordato con la Santa Sede (que se cerraría en 1753) había decidido la creación de una Comisión de Archivos, que sería designada en abril de 1750 y a cuyo frente se nombró al inteligente y laborioso jesuita padre Andrés Burriel. Pronto el ambicioso proyecto de visitar todos los archivos de España y catalogar sus documentos fue tomando la forma y la pretensión de un vasto y glorioso empeño nacional, una empresa sin precedentes que se denominaría “Viage literario”. La empresa tenía sólo una lejana antecesora en el que había efectuado Ambrosio de Morales en el siglo XVI siguiendo instrucciones de Felipe II, aunque en aquel caso el objeto era sólo localizar las antigüedades romanas.
El “Viage” contaba con una parte de Historia Eclesiástica, de la que fue encargado en el mismo año F. Pérez Báyer. Pero la parte “Civil” de la titánica tarea de documentación histórica venía a encajar perfectamente con el preconcebido (1747) proyecto de Velázquez y Velasco. Tras dos sucesivas propuestas presentadas a la Academia y al Rey, el 2 de noviembre de 1752, de Real Orden, el marqués de Valdeflores recibe el encargo formal de Fernando VI de hacer “una nueva Historia General de la Nación”, dotándole generosamente para desempeñar este trabajo con 36.000 reales de vellón anuales, y dándole los oportunos pases y permisos para realizar la investigación en cualquier provincia del Reino, franqueándosele también todos “los Archivos y Protocolos públicos que indicare”. El 10 del mismo mes, la Real Academia de la Historia concreta el encargo, “para inquirir y recoger las antigüedades de todo el Reino“. El viaje comprendería “Extremadura, Andalucía, Murcia, Valencia, Cataluña, Aragón, Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Álava, Cuatro Villas de la Mar, Asturias, Galicia, León y las dos Castillas”.
Pocos días después, el 1 de diciembre, Valdeflores salió de Madrid en compañía de Esteban Rodríguez (que fallecería poco después, en 1754), hermano de Ventura y, al decir de Ceán Bermúdez, el mejor delineador que había por entonces en la Corte, camino de Extremadura, Reino por el que había decidido comenzar su enorme investigación. Para Velázquez era fundamental la recopilación de todos los autores clásicos que hubieran escrito sobre Hispania, pero no menos que la búsqueda de monumentos antiguos originales, fueran éstos del tipo material que fueran (edificios, monedas, inscripciones de todas las épocas), añadiendo la recopilación de cuantos manuscritos, diplomas, códices o cédulas le fuera posible lograr, con objeto de cotejar y verificar de forma directa, por autopsia, toda la información. Este requisito de la comprobación directa resultaba muy moderno en la España de mediados del siglo XVIII. Con todo ello, según el propio marqués escribía en una carta de 1753, dirigida desde Mérida a su amigo y director, Montiano, “ninguna nación tendrá tan bien averiguados sus orígenes como la nuestra, y ésta es la única ventaja que podemos sacar de haber sido los últimos en emprender este trabajo”.
El método que seguía, en los pocos viajes que pudo realizar de forma oficial, era dirigirse en primer lugar al intendente de la provincia, revestido de la autoridad real que le estaba conferida, para que éste hiciera “una encuesta para averiguar de todos los pueblos bajo su mando las antigüedades, ruinas, inscripciones y colecciones” que en ellos existieran. Una vez recibidos los informes previos, establecía un itinerario seguro, deteniéndose para visitar las colecciones particulares, para ver y copiar inscripciones y monedas, o para que el dibujante realizara los alzados o plantas de los monumentos singulares que encontraba; muchos de tales dibujos se perdieron, otros se han encontrado traspapelados en carpetas de otros autores, como los de las antigüedades de Mérida, reutilizados después por José de Cornide para su propio Viaje a España y Portugal de 1798.
Simultáneamente, catalogaba las bibliotecas, públicas, privadas y eclesiásticas, consultando y anotando los manuscritos que en ellas se contenían que fueran pertinentes para la historia de la nación y enviando noticia de ellos al padre Burriel, que seguía todos los trabajos desde Toledo. Mantenía también correspondencia o se entrevistaba personalmente con estudiosos y aficionados locales, que le facilitaban, sobre todo, copias de inscripciones. Entre éstos hay que citar al médico emeritense J. Alsinet, autor de muchas de las schedae epigráficas extremeñas de Velázquez. Otros estudiosos, como el siromaronita Miguel Casiri, colaboraban con él traduciéndole los textos de las inscripciones árabes. Es particularmente interesante el caso de las inscripciones, que eran, como puede suponerse, uno de los soportes básicos de la información histórica para el diligente Valdeflores. Trata con más detalle de su organización en uno de sus libros citados; debían ir divididas de la siguiente forma: 1) Griegas y desconocidas. 2) Inscripciones romanas hasta el siglo IV d. C.: 2.1. Inscripciones fechadas. 2.2. Inscripciones no fechadas. 2.2.1. Inscripciones de dioses. 2.2.2. Inscripciones de personas ilustres. 2.2.3. Inscripciones sepulcrales. 2.2.4. Inscripciones de aedificia. 3) Inscripciones de los godos, del siglo v al fin del VII. 4) Inscripciones del año 711 al 1516 (árabes, hebreas y cristianas). Y añade aún cómo debe publicarse cada epígrafe: “A la cabeza de cada uno, el nombre del pueblo y provincia donde se halla. Nota de haberla visto y copiado el autor, o el nombre de la persona de quien la recibió, y si éste la vio o copió de otro. La bibliografía de donde se sacan inscripciones que no se han podido cotejar, las lecturas más importantes y la cronología”. Es decir, un aparato crítico al modo actual.
Para darse una idea del trabajo de catalogación de epígrafes que Valdeflores llevó a cabo, y sólo en los pocos años en los que pudo dedicarse a ello de forma completa, hay que recordar que en 1765 llevaba recogidos 4134 epígrafes del que él llamaba el Corpus Inscriptionum Hispaniarum, de los que la mayor parte eran de época romana, y configuran seis volúmenes en folio. Los 69 volúmenes de manuscritos que llevaba formados (80 para el epigrafista alemán Emil Hübner, que sería el primero en valorar y utilizar ampliamente estos materiales en 1860-1861) acreditan que la obra iba por muy buen camino (Hübner en 1893 pasó poco de las 5000), y hubiera podido coronarla.
Pocos años después del inicio de tan fecunda labor concurrieron varias circunstancias desgraciadas, de orden político e histórico, que dieron al traste con el proyecto en su conjunto y, más específicamente, con la parte de él de la que Valdeflores era responsable. En primer lugar desaparecieron de la escena política los dos influyentes ministros y principales inspiradores de los encargos históricos de Fernando VI: murió repentinamente José Carvajal y Lancaster, y a continuación cayó en desgracia el marqués de la Ensenada, que fue desterrado el 20 de julio de 1754, posiblemente a causa de sus posturas francófilas en la política exterior pero víctima también de la rivalidad, quizá no exenta de envidias, de anglófilos como el duque de Huéscar, el general Wall y el embajador británico, Benjamin Keene.
La caída de Ensenada, que algunos autores consideran “el epicentro político del reinado de Fernando VI”, cesado y desterrado en Granada, pero no procesado, fue progresiva, pues aún contaba con la protección de la reina Bárbara de Braganza, y no será hasta 1756 cuando se consiga la anulación del padre Rávago, confesor jesuita del Rey y otro de los favorecedores del célebre “Viaje literario”. Los proyectos y las personas que habían sido protegidos o amigos de Ensenada fueron sufriendo poco a poco los efectos políticos, sin la menor consideración por su utilidad o su valor científico, y así el Rey mandó suspender, sin otra razón aparente, la misión, los permisos y los dineros.
No fue ésta la única circunstancia que se conjuró para hacer fracasar el proyecto. Aún habría que contar otra importante, en el marco previo a la expulsión de los jesuitas. Andrés Burriel, el inteligente coordinador, pertenecía a la Orden, como muchos de sus colaboradores, y dentro de ella o en su entorno se habían formado otros, como eran los casos de Luzán (educado en Italia), de Iriarte (en Francia), de Nasarre (en Zaragoza) o del propio Valdeflores. En España se presentía, desde mucho antes de 1767, la reacción, muy extendida, tanto entre políticos como entre otras órdenes religiosas, contra el inmenso poder de los jesuitas en ámbitos como la enseñanza (no hay que olvidar el potente Seminario de Nobles de Madrid, creado en 1716 a imitación del Colegio Louis-le-Grand de París y confiado a la Orden) y la investigación, ésta indefectiblemente ligada a la labor de censura del Santo Oficio.
El propio Campomanes, promotor de su posterior expulsión, ya había elevado a Fernando VI, nada menos que doce años antes de ella, en 1755, “un programa claro de desmantelamiento de esta plataforma de proselitismo y poder” que, naturalmente, no surtió efecto en su momento por la protección que, sobre todo por la Reina, Bárbara de Braganza, les dispensaba. Pero las circunstancias habían ido cambiando, y, de hecho, los miembros de la Compañía habían sido o serían pronto expulsados de otros países, como de Portugal en 1759 y de Francia en 1764. Ensenada también aparecía vinculado a los futuros proscritos y, con todos ellos fue cayendo también Luis de Velázquez.
En febrero de 1755 se le retiró definitivamente la asignación para sus trabajos anticuarios, aunque no se le revocó el encargo mismo. Había podido hasta entonces realizar los viajes de Extremadura, parte de Andalucía, parte de Castilla la Nueva, León y Salamanca, y envió ese mismo año un Memorial a la Academia con un resumen de lo que llevaba visto, señalando lo difícil de continuar sin la protección del Rey.
Prosiguió sin embargo viajando y escribiendo por cuenta de la renta familiar, con lo que entre 1755 y 1765 completaría los de Andalucía, Ceuta, tres viajes por La Mancha y partes de las dos Castillas, aunque cada vez con mayores dificultades. Terminó por volver a residir en Málaga, al palacete familiar de la calle Carretería (aún existente y hoy edificio oficial). Su hundimiento moral se fue consumando, aunque el llamado “espíritu del ensenadismo” permitía no desatar aún las venganzas, puesto que eran tantas, en los niveles intermedios de la Administración, las personas agradecidas al antiguo ministro.
El 9 de mayo del mismo año de 1755 se fecha una “representación”, dirigida precisamente por Pedro Rodríguez de Campomanes, por entonces ya en pleno ascenso político, a la Real Academia de la Historia, “sobre la formación de una colección de inscripciones”.
En ella no menciona ni una sola vez el trabajo comenzado por Valdeflores, exactamente como si éste no hubiera existido nunca entre los proyectos patrocinados por la misma Academia, o como si él mismo se ofreciera para heredar la obra. Aunque seguramente muy afectado por todo ello, Valdeflores no estaba dispuesto a perder completamente todo su trabajo, y fue publicando a su costa algunas obras. La primera, en su Málaga natal en 1759, se llamó Anales de la nación española desde el tiempo más remoto hasta la entrada de los romanos, sacados únicamente de los escritores originales y monumentos contemporáneos, que era el tomo dedicado a la Prehistoria y la Protohistoria que debía preceder a los demás y contenía, entre otras cosas, una tabla cronológica de Roma desde el 776 al 218 a. C., con la lista de las parejas consulares romanas desde el 509 a. C. Junto a ésta, en el mismo año, publicó otro estudio que al parecer tenía acabado y sin poder ver la luz desde 1752: sus Conjeturas sobre las medallas de los reyes godos y suevos de España.
El 27 de agosto de 1758 murió la Reina, y, menos de un año después, a comienzos de agosto de 1759, la siguió Fernando VI, deprimido y desinteresado del gobierno. La llegada desde Nápoles de su hermano Carlos III, en diciembre del mismo año, supuso un alivio provisional. En 1760 se permitió al marqués de la Ensenada, como a otros desterrados, regresar del exilio a la Corte, y hasta formar parte de la Junta del famoso y duradero Catastro de su nombre. Velázquez recibió un perdón similar, y el nuevo Rey incluso le otorgó el marquesado de Valdeflores, que él solicitó, y obtuvo, que disfrutó en primer lugar su ya casi anciano padre, lo que ocurrió en 1764. Un gesto de piedad filial bien justificado, ya que, desde la supresión de la subvención real, en febrero de 1755, había podido continuar sus viajes anticuarios y sus publicaciones gracias a la cesión para ello por don Francisco de los dos señoríos con sus rentas.
Confiado en exceso en la relativa mejora de la situación, publicó, en 1763, una obra de sátira política, la Colección de diferentes escritos relativos al Cortejo, que encontró muy buen eco, a juzgar por su rápida segunda edición, al año siguiente. Pero esta colección de escritos, cuya autoría atribuyó a “Liberio Veranio y varios”, y a “Luis de Valdeflores” como recolector, y que apareció sin la usual licencia del Consejo de Castilla (al contrario, el título terminaba: “[...] con licencia que el Autor tiene de sí mismo, para decir con inconsiderada elegancia las verdades del día [...]”), no se abstenía de criticar los intríngulis de la vida política y sería uno de los pretextos para su ruina final.
En noviembre de 1764 murió también su viejo amigo y protector, Agustín de Montiano. Su lugar en la dirección de la Real Academia de la Historia será ocupado (y lo será durante los veinitisiete años siguientes) por el conde de Campomanes, no sólo viejo enemigo académico y personal suyo sino también, desde 1762, influyente fiscal del Consejo de Castilla.
Como si presintiera que estaba ante el principio de su fin, pues reunía todas las condiciones para ello (era colegial, galófilo, ensenadista y rival directo del hombre más poderoso del momento), Valdeflores publicó en 1765 la única parte de su vasto viaje y obra documental que llegó a ver la luz, y en realidad el programa de su Nueva Historia de España: la Noticia del viage de España hecho de orden del Rey. En esta obra, aunque breve, Luis José de Velázquez deja expuestos tanto su concepto de la Historia y de la Historia de España como las partes en las que ésta se ha de dividir, y cómo debe ser organizada la colección documental que la sustenta, junto a los análisis debidos a los historiadores de cada momento, pues la Historia, afirma, “por orden á un escritor contemporáneo es la narración de las cosas que suceden; pero ésta misma Historia contemplada por órden á un Escritor que en los tiempos muy posteriores á ella intente escribirla no es, para decirlo así, la narración de las cosas que sucedieron, sino de las cosas que los Escritores, y demás Documentos originales y contemporaneos, aseguran que han sucedido. Así la antigua Historia general de España, como la de otra qualquier Nacion, en su más amplio sentido, tiene tres partes. La 1.ª comprehende la Ciencia de los Documentos Históricos; la 2.ª las Memorias Históricas; y la 3.ª la Historia así dicha con propiedad”. Aquí recuenta su recolección de 13.664 documentos originales, de los que 7008 son diplomas, 4134 inscripciones, 2021 monedas y medallas, 439 los autores históricos y contemporáneos y 62 los monumentos documentados, tanto de arquitectura como de pintura y escultura. Al final de la obra deja hecho el esquema de cómo habrá de disponerse la futura Historia Antigua General de España, desde los tiempos más remotos hasta 1516, y en cuya primera parte quedan ya perfectamente definidas las modernas ciencias de la Antigüedad y la Edad Media: Historia (textual), Diplomática, Epigrafía, Numismática, Arqueología e Historiografía. La concreción de tan vasta obra, sin embargo, quedó casi íntegramente por hacer.
Los diversos descontentos culminan por fin en el motín de Esquilache, en marzo de 1766. El inteligente e industrioso marqués de la Ensenada sería desterrado, esta vez a Medina del Campo, donde moriría en 1781. Los autos de la pesquisa del motín, en los meses posteriores, parecen demostrar en el mes de octubre alguna implicación real de Valdeflores en los movimientos antigubernamentales previos, así como que mantenía relaciones estrechas con el padre Isidro López, procurador general de la provincia de Castilla, por lo que, en consecuencia, era sospechoso de ser un “fanático terciario”. Será declarado reo de Estado y detenido por la policía del conde de Aranda, por sorpresa y de madrugada, como el abate Miguel de la Gándara y Lorenzo Hermoso. Irónicamente, se hallaba en Madrid (así lo apunta Eguía) supervisando la impresión de los primeros once pliegos, 88 páginas en 4º, de su gran obra histórica, con el primer capítulo de las fuentes más antiguas: Scriptores qui Romanorum in Hispaniam adventum ann. Ant. Christ. 218 antecessere; será ya lo único que vea de ella.
El fiscal de su proceso es Campomanes que, teniéndolo por fin del todo a su merced, le acusa de conspiración, y de ser “ambicioso”; aunque con pocas pruebas (era “el más cauteloso” de los tres encartados) y muchos testigos a su favor, parece cierto que Valdeflores no negó durante su largo juicio que había colaborado en la confección de pasquines y de tres cartas antigubernamentales, firmadas como El Tribuno de Madrid, así como que, dada su libertad para entrar y salir de Palacio, había facilitado información a los sediciosos.
Se le embargaron todos sus libros y papeles, que quedaron en Madrid a disposición del Gobierno y, aunque sin condena expresa, fue recluido cuatro años en Alicante, en el castillo de Santa Bárbara. Allí trabó amistad con otros presos, políticos o no, como el jovencísimo Antonio Valcárcel Pío de Saboya y Maura, conde de Lumiares (que se convertirá tras ello en aceptable epigrafista y muy buen numísmata), o Francisco Arias Saavedra, quien, en sus Decenios, relata este consejo, que revela las dos causas últimas de sus desgracias según las percibía el propio Valdeflores: “Que en esta Nación española jamás imprimiese mi nombre ni en una esquela o papel de entierro. Que el prurito de darse él a la luz pública había sido la causa de todas sus desgracias; porque ni él había podido substraerse a la tentación de ridiculizar a Campomanes, ni Campomanes a la tentación de vengarse de él”. En 1768 hay referencias de que algunas personas se mueven, sin éxito, en su favor.
Un segundo período de encarcelamiento lo pasó en el presidio de Alhucemas, donde su salud debió de verse ya resentida. Acaso sea ésta la causa de su liberación y regreso a Málaga, en enero de 1772. Como bien dice J. Mathias, debía ser, a sus sólo cuarenta y nueve años, un hombre totalmente abatido por las adversidades, el exilio y la prisión. Había publicado siete obras, la mayoría a su costa y en medio de muchas dificultades y retrasos, y otras veintidós dejaba manuscritas. Pero su más grande obra, la que había iniciado con tanta ilusión y expectativas en 1752, la que pondría en pie una Nueva Historia de España al estilo europeo, la que le hubiera consagrado como historiador, llevaba casi veinte años en cajones y legajos de incierto destino. A los pocos meses de recuperar su libertad y sus manuscritos y libros (entre los que se observaron notables ausencias), estando retirado con su madre y hermanos en la hacienda familiar de los Cruzado, a una legua de Málaga, el 7 de noviembre de 1772, recién cumplidos los cincuenta años, al “infatigable y desgraciado marqués”, un sabio conocido y alabado en España, en Francia y Alemania, que “puede ser honor de la misma Grecia, cuando estaba floreciente” (Medina Conde en 1789), “el ingenio más notable producido en Málaga en la época moderna” (Guillén Robles en 1874), le sobrevino una apoplejía fulminante (un “insulto apoplético”, dicen los cronistas), de la que ya no se recuperó. Sus restos fueron enterrados en la cripta de los Melgarejos de la iglesia de San Pedro de Alcántara. En el Acta de la Real Academia de la Historia del día 27 de noviembre siguiente se notificó oficialmente el fallecimiento del académico, y se acordó encargar por su alma las cincuenta misas de rigor.
No menos desgraciado que su destino personal fue el decurso posterior de sus ingentes manuscritos que, al fallecimiento de Valdeflores, habían quedado en propiedad de su familia (su colección arqueológica fue adquirida por los marqueses de Casa-Loring y se encuentra hoy en el Museo Provincial de Málaga).
Hacia 1795 se suscitó de nuevo el interés por terminar de una vez la recopilación de fuentes documentales para la Historia de España. M. Abellà propuso al Príncipe de la Paz un nuevo Plan de viaje, que fue aprobado con fecha 11 de agosto de 1795. Sólo unos días antes, y en clara conexión con este proyecto, el 31 de julio de 1795 (por lo tanto veintitrés años después de la muerte de Valdeflores), la Real Academia de la Historia, consciente del valor del trabajo allí contenido para servir de base indispensable al nuevo Plan, se dirigió también al Príncipe de la Paz para solicitarle que, de parte del Rey, se reclamaran del heredero del marqués, su hermano menor Francisco Velázquez y Angulo Cruzado, que vivía en Málaga, los manuscritos, puesto que, después de todo, los viajes y estudios se habían hecho a cargo de Fernando VI (lo que era cierto sólo parcialmente). A ello accedió Carlos IV en carta del 15 de agosto. El 30 de abril de 1796, Francisco Velázquez, al tiempo que convino en la petición, solicitó la rehabilitación exenta del marquesado de Valdeflores, y mandó, en efecto, cuatro grandes cajones con manuscritos y documentos diversos a la Real Academia, acompañados de un índice de sus contenidos.
A pesar de los intentos de los académicos de organizar la documentación, el trabajo quedó sin concluir y, aunque se conservaron cuidadosamente los fondos, una parte de ellos se desmembró para uso de otros académicos y casi en su totalidad permanecen aún inéditos. Los papeles y fichas de Epigrafía fueron muy consultados sólo en 1860-1861, cuando Emil Hübner, comisionado por la Academia Imperial de Berlín para la elaboración del vol. II (Hispania) del Corpus Inscriptionum Latinarum, comenzó el expolio de los manuscritos epigráficos de la Real Academia de la Historia, casi un siglo después de la desgracia y muerte del marqués de Valdeflores, y quedó impresionado por la cantidad y calidad del trabajo. Hace gran elogio de la diligencia y precisión de Valdeflores y lamenta, asombrado de tanto trabajo perdido, que él mismo no pudiera (esto es, que no se le permitiera) terminar una obra tan vasta y útil.
Examinado desde hoy, el plan de trabajo y el trabajo mismo que Luis José de Velázquez, marqués de Valdeflores, pudo llevar a cabo le sitúan con justicia como un verdadero precursor en todos los ámbitos de la Historia Antigua. Con su proyecto se adelantó un siglo al volumen II del Corpus Inscriptionum Latinarum de Theodor Mommsen y Emil Hübner, concebido con similares criterios. Y aún más a los Monumenta Germaniae Historica y a los Fontes Hispaniae Antiquae de Adolf Schulten, colección de fuentes iniciada sólo en 1922, mientras la parte II de su obra no era ni más ni menos que el embrión de la Iberische Landeskunde que no se realizaría hasta 1955, hecha y publicada también por Adolf Schulten (I: Geographie des antiken Hispanien) y generosamente terminada por Antonio Tovar (II: Die Völker und die Städte des antiken Hispanien: I. Baetica, 2. Lusitanien, 3. Citerior Tarraconense: 1974-1989). Con la gran diferencia de que toda ese cimentación histórica hubiera podido ser llevada a cabo por un nacional, y haber estado disponible y utilizable casi doscientos cincuenta años antes.
El marqués de Valdeflores ha ido recuperando, durante la segunda mitad del siglo XX, el puesto y mérito que le corresponde; tres de sus obras publicadas han sido reeditadas y digitalizadas. Pero el mejor homenaje, la publicación de su vasta obra inédita, es un trabajo pendiente que sin duda ha de ver el siglo XXI.
Obras de ~: Publicadas: Disertación sobre el teatro y ruinas de Acinipo, 1750 [ms. en la Real Academia de la Historia (RAH), R/III-8235]; “Disertaciones y discursos mss. académicos desde 1728 a 1829”, en Memorias de la RAH, n.º 29 (1803); Ensayo sobre los alphabetos de las letras desconocidas que se encuentran en las mas antiguas medallas y monumentos de España, Madrid, 1752 (reed. Universidad de Murcia, 2003, digitalizada en http://www.mcu.es/roai/es); Orígenes de la Poesía Castellana, Málaga, 1754 (reed. Oviedo, Pentalfa Microediciones, 1989; trad. al alemán: Geschichte der spanischen Dichtkunst, anot. J. A. Dieze, Göttingen, ed. Bossiegel, 1769); Anales de la nación española desde el tiempo más remoto hasta la entrada de los romanos: sacados únicamente de los escritos originales y monumentos contemporáneos por [...] Señor de Valdeflores y Sierra Blanca [...], Málaga, 1759 (digitalizada: http://www.mcu.es/ roai/es); Congeturas sobre las medallas de los reyes godos y suevos de España, Málaga, 1759 (reed. Madrid, Juan R. Cayón, 1977); Colección de diferentes escritos relativos al Cortejo, con notas de varios, por Liberio Veranio, recogidos por D. Luis de Valdeflores, Madrid, 1763; Cronología de los mahometanos en España, Madrid, 1764; Noticia del viage de España hecho de orden del Rey, y de una nueva Historia General de la Nación, desde el tiempo más remoto hasta el año de 1516; sacada únicamente de los escritores y monumentos recogidos en este viaje, Madrid, 1765; Obra poética de ~, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, vol. 67, 1875.
Obras manuscritas inéditas: “Colección Velázquez”, en RAH, ms. 9/4104 a 9/4159, 9/5994, 9/7018 y passim; Viage de España, hecho de orden de S. M. por todas sus Provincias, con las memorias para la geografia antigua y moderna de estos paises y observaciones sobre las antiguedades de sus pueblos: Relacion de el viage de Estremadura (2 de octubre de 1753), (en RAH doc. CAG/9/7980/005(42), transcripción y comentario de J. M. Abascal); Memorias leídas en la Asamblea Amistosa Literaria de Cádiz (1755-1786) :“Cronología y genealogía de los antiguos reyes de Numidia y Mauritania, justificadas por escritores antiguos y corregidas por las medallas y las inscripciones”, por — (1758); “Reflexiones sobre una medalla, por la qual parece que antiguamente hubo en España un Rey llamado Conon”, (1758, h. 286-294v); “Conjeturas sobre una medalla de Curriorico, Rey de los suevos en España”, (1758, h. 295-309); “Memoria sobre el Dios Ogno, o Hércules céltico”, (1758), Medallas desconocidas y ensayos sobre sus caracteres; Apología de la religión christiana contra los impíos de estos tiempos; Historia crítica de las calumnias fulminadas por los Etnicos contra los christianos primitivos; Lecciones gongorinas; Discurso sobre las poesías del Bachiller de la Torre; Crítica sobre los escritos de Arnobio; Disertación sobre una medalla de Tarragona que representa a Tiberio, Julia Augusta y Druso César; Ensayos sobre la Historia Universal; Teoría de las medallas de España; Fastos imperiales; Historia de la Casa de Austria en España; Memorias históricas de Berbería; Descripción del reino de Túnez; Conocimiento y uso de los antiguos documentos originales y contemporáneos de la Historia de España; Ensayos sobre la Naturaleza; Historia Natural de España; Discurso sobre los descubrimientos en el Sacro Monte; Instituciones políticas; De elementis et meteoris; Adición al Teatro Crítico del Ilmo. Padre Feixoo; Sobre documentos supuestos; Observaciones sobre las antigüedades de Extremadura y Memorial histórico de la ciudad de Málaga (en Biblioteca Nacional de España (BNE) Mss/11553).
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), sign. 8724; Biblioteca Real Academia de la Historia, Proceso del marqués de Valdeflores, Papeles de Jesuitas, 10-11-2/17, fasc. 3, fols. 5-6.
J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una Biblioteca Española de los mejores escritores del Reynado de Carlos III, vol. VI, Madrid, 1789, págs. 139-153; G. Ticknor, History of spanish Literature, Nueva York, 1849 (trad. con adiciones y notas por P. de Gayangos y E. de Vedia, Madrid, 1856); C. Eguía Ruiz, Los jesuítas y el motín de Esquilache, Madrid, 1947; J. Mathias, El marqués de Valdeflores (su vida, su obra, su tiempo), Madrid, A. Vallaso Editor, 1959; R. Bejarano Pérez, “El marqués de Valdeflores”, en Boletín de Información Municipal Málaga, 14 (1972), págs. 17 y ss.; P. Rodríguez Oliva, “Investigaciones arqueológicas del Marqués de Valdeflores en Cártama (1751-1752)”, en Jábega, 31 (1980), págs. 41-46; J. L. de Pando Villarroya, Asamblea Amistosa Literaria, Madrid, 1984, págs. 16 y 101-105; M. Zamora Bermúdez, “Contribución del marqués de Valdeflores a la Historia”, en Jábega, 63 (1989), págs. 31-40; A. M. Canto y de Gregorio, “Un precursor hispano del CIL en el siglo xviii: el marqués de Valdeflores”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 191.3 (septiembre-diciembre de 1994), págs. 499-516; M. Álvarez Martí-Aguilar, La Antigüedad en la historiografía española del siglo XVIII: El Marqués de Valdeflores, Málaga 1996; J. M. Morales Folguera, Arte clásico y académico en Málaga (1752- 1832), Biblioteca Popular Malagueña n.º 64, Málaga, 1996, págs. 19-31; R. Olaechea, “Contribución al estudio del “Motín contra Esquilache” (1766)”, en Tiempos Modernos, 8 (2003), págs. 1-90; G. Mora Rodríguez, “Luis José Velázquez de Velasco, marqués de Valdeflores”, en Pioneros de la Arqueología en España del siglo xvi a 1912, Alcalá de Henares, 2004 (zona arqueológica 3), págs. 39-41; R. Cebrián Fernández, V. Salamanqués Pérez y E. Sánchez-Medina, “La documentación sobre las Memorias del viaje del Marqués de Valdeflores por España (RAH, ms. 9/7018)”, en Spal, (Universidad de Sevilla), n.º 14 (2005), págs. 11-58; J. A. Rodríguez Ayllón, Un hito en el nacimiento de la Historia de la literatura española: los “Orígenes de la poesía castellana” (1754) de Luis José Velázquez, Málaga, Servicio de Publicaciones de la Fundación Unicaja, 2010.
Alicia M. Canto y de Gregorio