Silva y Meneses Zapata, Fernando de. Conde de Cifuentes (XIII). ?, f. s. XVII- Cerdeña (Italia), ¿1708? Militar, virrey de Cerdeña.
Era hijo de Pedro Félix José de Silva y Meneses, XII conde de Cifuentes, y de Elena Fernández de Córdoba y Sfondratto Masebradi, marquesa de Masebradi, de quienes había heredado, además, el marquesado de Alconchel, el señorío de Villarejo, Almonacid, Villalgord, Albaladejo, Piqueras, Trillo, Valderrebollo, Cuetos, Ruquilla, Vililla y Torrecilla.
Fue un brillante militar y un excelente escritor de panfletos a favor de la causa austracista. En la Corte de Carlos II fue un reconocido germanófilo, protegido de Harrach, el embajador del emperador Leopoldo I de Austria en España. Sin embargo, no soportaba a la camarilla de la reina Mariana de Neoburgo, cuya actuación —creía— obedecía más a intereses personales que a una verdadera responsabilidad política.
Desde su cargo como alférez mayor de Castilla veía, inquieto, el acercamiento inevitable de la muerte de Carlos II, sin descendencia, y cómo las potencias europeas se apresuraban a tomar decisiones, sin que Mariana y Leopoldo se pusiesen de acuerdo. Su desencanto aumentó al no comprometerse, el Emperador, a controlar a la reina Mariana. Tras la Paz de Ryswick, Luis XIV siguió esgrimiendo los derechos sucesorios al trono español de su mujer María Teresa (hija de Felipe IV). Con los posteriores Tratados de Reparto, Inglaterra y Francia reconocieron, en 1698, al príncipe elector de Baviera, Fernando José, como heredero al trono de España (a cambio de que Sicilia y Guipúzcoa pasasen a Francia y el Milanesado a Austria). Nada hacía pensar en la inesperada muerte de este candidato, que les llevó a replantearse un nuevo Tratado (1700), por el que Austria e Inglaterra reconocerían al archiduque Carlos —hijo de Leopoldo I— como futuro Rey de España, Indias y Países Bajos.
Mientras se desarrollaban las tensiones por la sucesión, Fernando de Silva, conde de Cifuentes, tuvo diversos enfrentamientos con el también proaustríaco Juan Tomás Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla.
El conde de Cifuentes le recriminaba a este último que viviera en palacio, así como ser un títere de la Reina. Incluso retó al almirante a un duelo, al que Enríquez de Cabrera nunca se presentó. El almirante no compartía la devoción del príncipe Jorge de Darmstadt, líder del austracismo, por Cataluña. Cifuentes, por su parte, conectaba con el marqués de Leganés, al que se le reconoce parte de responsabilidad en el “motín de los gatos” (28 de abril de 1698) contra el presidente del Consejo de Castilla, Oropesa, y la reina Mariana. El partido austríaco estaba, pues, muy dividido.
En este contexto, la habilidad del embajador francés de Luis XIV, Harcourt, fue extraordinaria. No sólo influyó en la voluntad reformista y modernizadora del cardenal Portocarrero en 1699, sino que consiguió, a través de éste, aproximarse al de Leganés y a Cifuentes. Portocarrero remodeló el Consejo de Estado para poder remontar el “infeliz estado de cosas” en que se hallaba sumido el decadente reinado de Carlos II y situó a sus incondicionales en lugares clave de la política (Montalto, Leganés, Ubilla, Frigiliana...).
Los portocarreristas apostaron en este momento por una tercera vía, pragmática y posibilista, que les llevó a acabar apoyando la candidatura de Felipe de Anjou como Rey de España tras la muerte de Carlos II (1700), porque les parecía que vincularse a Francia era garantía de equilibrio. Pero una vez instalado en el trono Felipe V, no tardaron en surgir las discordias con la camarilla francesa (Orsini, Orry, Amelot, Macanaz...) que envolvía al nuevo Borbón por su dogmatismo uniformista. Pronto se distanciaron de la Corte y acabaron adscribiéndose al austracismo, apoyando la candidatura del archiduque Carlos durante la Guerra de Sucesión.
Cifuentes, como los hombres de Portocarrero, apostó también por Felipe V contradiciendo sus anteriores vínculos con el partido austríaco. Se ofreció al propio Felipe V en 1704 para luchar en el frente de Portugal, tras el desembarco del archiduque Carlos, el 6 de marzo, en Lisboa y de su proclamación, en mayo, como Rey en Portugal, pero no fue bien recibido por los borbónicos. El recelo manifiesto hacia él potenció su actitud crítica contra el Gobierno y se dedicó a organizar la causa austracista en Andalucía y a conspirar con el marqués de Leganés en Madrid en 1705. Ambos fueron descubiertos y encarcelados.
Pero Fernando de Silva consiguió escapar y refugiarse en Aragón donde participó también en diversas proclamas a favor de Carlos. En Cataluña, al principio del sitio aliado de 1705, tuvo su centro de operaciones en Tortosa, una zona fronteriza con Valencia que le mantuvo en contacto permanente con los miquelets de los hermanos Nebot y los valencianos de Basset, conquistando Alcañiz y Denia. Después del nombramiento de Carlos como Rey en Barcelona en 1705, Felipe V, aconsejado, en parte, por las familias borbónicas catalanas exiliadas del principado, decidió recuperar Barcelona en 1706. En aquellos momentos, Cifuentes, por orden expresa del rey Carlos, defendió la zona de Sant Cugat del Vallés, mandando refuerzos para contrarrestar el sitio borbónico de Montjuic y auxiliar a la compañía de Mataró, a la que en principio se le había asignado la defensa de la montaña. Fue entonces cuando Felipe V le declaró abiertamente traidor y mandó arrasar y sembrar de sal el palacio de los Cifuentes.
En 1708, pasó desde Cataluña a Cerdeña para coordinar a los partidarios del rey Carlos. En Tempio, en la provincia de la Gallura (Cerdeña), conocía a varios nobles españoles, contrarios a la causa borbónica (a su hermano, el conde de Montesanto, al conde de Cervelló y al marqués de Villasor, entre otros). Iniciaron una conspiración el 20 de enero de 1708 contra Felipe V.
Aunque la mayoría fueron arrestados en Caller por Vicente Bacallar, emisario de Felipe, lo cierto es que el desembarco aliado, realizado en agosto, del almirante inglés Lake y de las tropas del mariscal alemán Starhemberg obligaron a retirarse a los borbónicos. A su regreso a Madrid, Bacallar fue premiado con el título de marqués de San Felipe. Asimismo, los austracistas que habían luchado en Cerdeña, obtuvieron la merced de Grandes de España que les concedió Carlos desde Barcelona. Cifuentes se convirtió, además, en virrey de la isla y ésta en bastión de armamento y provisión de víveres para los austracistas catalanes y mallorquines, en especial, tras las victorias filipistas en Almansa (1707), Brihuega y Villaviciosa (1710). Fue también un refugio para los exiliados valencianos y aragoneses, después de la Nueva Planta de 1707, y para los catalanes después de 1713-1714. A partir de 1708, se pierde el rastro del conde de Cifuentes. Le sucedieron en el cargo de virrey el conde de Fuentes y el marqués de Rubí. Posiblemente, solo sobreviviera a la peripecia familiar de los Cifuentes, una hija, a la que años más tarde, después de la Paz de Viena (1725) y del retorno de los exiliados austracistas a España, el embajador imperial de Carlos VI en Madrid, Königsegg, defendió para que se le restituyera los bienes y las posesiones de la familia ante las reticencias de Felipe V.
Bibl.: N. Feliu de la Peña, Anales de Cataluña, vol. III, Barcelona, Joseph Llopis impresor, 1709, págs. 558-559; A. López de Mendoza y Pons, conde de Robres, Historia de las guerras civiles. Zaragoza, Diputación Provincial, 1882, pág. 251; G. Maura, duque de Maura, Vida y reinado de Carlos II, vol. III, Madrid, Espasa-Calpe, 1942, págs. 155-181; V. Bacallar, marqués de San Felipe, Comentarios de la guerra de España e historia del rey Felipe V, el animoso, Madrid, Carlos Seco (ed), 1957, págs. 98, 106-107, 148-167; P. Voltes Bou.
Barcelona durante el gobierno del Archiduque Carlos de Austria (1705-1714), vol. XI, t. II, Barcelona, Instituto Municipal de Historia de Barcelona, 1963, pág. 110.
Rosa María Alabrús Iglesias