Harcourt, Henri d’. Duque de Harcourt (I), en Francia. Francia, 2.IV.1654 – París (Francia), 19.X.1718.
Henri d’Harcourt nació el 2 de abril de 1654, en una familia de muy antigua nobleza de Normandía, que ya dio un mariscal de Francia. Era hijo de François d’Harcourt, marqués de Beuvron, teniente general en el gobierno de Normandía, y de Catherine Le Tellier. Heredó el título de marqués de Harcourt que en noviembre de 1700 fue elevado a duque.
Viviendo en tiempos de Louis XIV, rey belicoso, Henri d’Harcourt fue llamado, en razón de su propio nacimiento, a participar como oficial en las guerras que inició el rey de Francia. Así es como empezó, en 1673, una brillante carrera militar, cuando la guerra de Holanda ya había estallido, y combate entonces en Alsacia bajo las órdenes del mariscal de Turenne. En 1675, ascendió a coronel de un Regimiento de Infantería y, en 1677, coronel del Regimiento de Infantería de Picardía, uno de los más antiguos y prestigioso de los ejércitos franceses. Participó en campañas en Flandes y en Alemania.
Habiendo dimitido su padre, Henri d’Harcourt, recuperó su cargo de teniente general en el gobierno de Normandía el 10 de mayo de 1678. En 1682, fue nombrado inspector general de la Infantería (abandonará ese empleo en 1689) y, en 1683, brigadier de Infantería. En 1687, se casó con Marie-Anne Brulart de Genlis. En el momento en que se acercaba una nueva guerra, obtuvo, en 1688, el grado de mariscal de campo y se distinguió en el sitio de Philippsbourg.
A partir de 1690, estuvo al mando en la provincia de Luxemburgo. Una caída le dejó cojo. El 30 de marzo de 1693, el Rey le nombró teniente general. Harcourt contribuyó a la victoria francesa de Neerwinden, ganada por el mariscal de Luxemburgo, el 29 de julio de 1693. Fue designado en 1696 para mandar el ejército que debía restablecer en su trono el rey de Inglaterra, Jacobo II, aunque la operación no tuvo lugar. El marqués de Harcourt volvió para mandar el ejército en el Mosela. El 4 de junio de 1697, el Rey le nombró gobernador de Tournai.
La guerra de la Liga de Augsburgo se acabó con los tratados de Ryswick de 1697. Todas las potencias europeas se preocuparon por el futuro del imperio español a la muerte de Carlos II de España, puesto que ese Rey no tenía descendencia directa y su salud parecía degradarse rápidamente. El emperador Leopoldo I, a su vez hijo de una infanta española, se había casado con una infanta, y su descendencia podía pretender a la sucesión, lo mismo que la de Luis XIV, aunque las reinas de Francia, Ana de Austria, y luego María Teresa, habían renunciado a sus derechos.
Luis XIV eligió enviar a Henri d’Harcourt como embajador extraordinario, porque era un gran señor, un valeroso hombre de guerra, un elegante cortesano y un fino político. Sus instrucciones, fechadas el 23 de diciembre de 1697, ponen en duda la existencia en España de un bando favorable a la causa francesa, aunque piden “profundizar más la realidad de ese bando”. Durante su embajada, Harcourt disfruta de la gran moderación de Francia durante las negociaciones de Ryswick: en efecto, Luis XIV había devuelto las plazas y los territorios que había tomado a España, en particular Luxemburgo, Charleroi y Courtrai, en los Países Bajos españoles, así como Barcelona y Gerona.
Por el contrario, en Madrid, la reina Mariana, de la casa del Palatinado Neoburgo, hermana de la Emperatriz, se esforzaba en favorecer la causa de los Habsburgo, aunque chocaba con la resistencia de su marido que dudaba en declarar sus voluntades con vistas a su sucesión. Las torpezas de ese bando alemán y las maniobras del embajador imperial, Harrach, indispusieron los espíritus.
El marqués de Harcourt, que llegó el 24 de febrero de 1698 a Madrid, esperó durante mucho tiempo su primera audiencia, puesto que el Rey estaba enfermo. En las conversaciones que pudo tener, se contentó con subrayar la legitimidad de los derechos del delfín de Francia y la voluntad de Luis XIV de mantener la paz general. Encontró apoyos en algunos Grandes de España que le visitaron y en el mundo eclesiástico, donde disponía de un agente eficaz, el padre Blandinières.
La mujer del marqués, que se reunía con él, parece haber jugado a su lado un papel favorable.
Desde el 19 de julio de 1698, Harcourt tuvo una entrevista con el cardenal de Toledo, Portocarrero, quien se pronunció a favor de la casa de Francia por la sucesión de España, ya que, en su opinión, tenía “la razón a su favor y la fuerza para sostenerla”. Para un gran número de españoles, lo esencial era realmente impedir el desmembramiento de ese imperio creado por la historia. Poco a poco, Harcourt juzgó que la candidatura de un príncipe francés tenía posibilidades, aunque Luis XIV preparaba paralelamente con Guillermo III, rey de Gran Bretaña, un reparto del imperio español que dislocara ese complejo conjunto y ofreciera a las potencias europeas amplias compensaciones territoriales. Harcourt parece haber gastado grandes sumas para ganar simpatías. En todo caso, se comportaba con prudencia y habilidad, esforzándose por tranquilizar a los Grandes indicando que un príncipe francés vendría sólo a reinar en España y no cambiaría nada en las leyes y en las tradiciones españolas.
Hizo una magnífica entrada en Madrid el 15 de septiembre de 1698, atrayendo a muchos curiosos, “como si se hubiera tratado de una corrida”, anota él mismo. Cuando Guillermo III y Luis XIV firman el tratado de reparto, en octubre de 1698, reservando España y las Indias al hijo del elector de Baviera, sobrino nieto del rey Carlos II, el rey de España reaccionó y designó al príncipe electoral como su heredero universal, pero éste murió en febrero de 1699. Las negociaciones se reanudaron entre Versalles y Londres para encontrar otra solución, cuando se firmó un nuevo tratado en marzo de 1700, que designaba para las coronas de España al archiduque Carlos, hijo menor del Emperador, la presencia del marqués de Harcourt en España parecía ya menos útil y, el 11 de marzo de 1700, Luis XIV le escribió: “Que no se vuelva [...] a negociar en Madrid”. Harcourt se negó a escuchar las insinuaciones de la reina de España, se retiró al campo y regresó a Francia en mayo, dejando en Madrid a su colaborador, Blécourt. Se marchó convencido de que Carlos II ya había hecho llegar una declaración a Viena haciendo del archiduque su heredero para todas sus coronas. Sin embargo, la idea de elegir a un príncipe francés, para conservar la integridad de las posesiones españolas, se abría su camino, y el testamento de Carlos II en octubre de 1700 designó, finalmente, rey de España al duque de Anjou, nieto menor de Luis XIV.
El testamento apareció entonces como el resultado de la embajada realizada por el marqués de Harcourt.
Éste, enviado a la frontera para hacer frente a cualquier acontecimiento, fue inmediatamente de nuevo designado embajador, y Luis XIV le recompensó haciéndole duque en noviembre de 1700. Fue a Madrid, antes de regresar a Dax para recibir al joven Felipe V y acompañarle en su viaje a través de su nuevo reino.
Luis XIV encargó al duque de Harcourt guiar y aconsejar al rey de España, aunque el embajador cayó enfermo y tuvo que cuidarse en la Zarzuela y regresar a Francia.
Tras su regreso, Harcourt, que parecía haber ganado la confianza de la marquesa de Maintenon, esposa del Monarca, tuvo entrevistas con Luis XIV sobre los asuntos de España y esperó quizás entrar en el consejo del Rey como ministro pero no lo consiguió.
En cambio, el 14 de enero de 1703, el Soberano le nombró mariscal de Francia, lo que le colocaba en la cima de la jerarquía militar y, al mismo tiempo, era capitán de la guardia real, lo que le llevaba a servir directamente al príncipe. Esta brillante carrera muestra que el mariscal sabía mandar y que se había entendido bien con los ministros, en su juventud, con Louvois, y luego con su hijo, Barbezieux, y finalmente con Chamillart. Sin embargo, Harcourt quizás no tuviera las cualidades de un gran general, capaz de ganar batallas decisivas. Saint-Simon escribió, en sus Memorias, que el duque “mezclaba con gracia un aire de guerra con una aire de corte de una forma absolutamente noble y natural”. El memorialista estima que tiene mucho ingenio, un gran arte de la conversación, un temperamento alegre, y que podría ser un “gran personaje” en la Corte de Francia. No obstante, Luis XIV ya no le encomendó funciones políticas, al mismo tiempo que hizo llover sobre él los honores.
Ya Caballero de las Órdenes del Rey, en 1705, Harcourt es hecho duque y par, suprema distinción para su linaje y, con este título, fue recibido en el Parlamento, el 9 de agosto de 1710. A pesar de los ataques de apoplejía, seguía sirviendo en varios frentes. Tuvo el mando del Rin en 1709, de Flandes en 1710, de Alemania en 1711 y 1712, y obtuvo en 1710 el grado de teniente general en el gobierno del Franco Condado.
En su testamento, el Rey proveyó que Henri d’Harcourt sustituyera a Villeroy, como gobernador del futuro Luis XV, en caso de fallo. A la muerte de Luis XIV, el duque de Harcourt entró en el Consejo de Regencia, pero su mala salud le impidió jugar un gran papel. Murió, en su hotel de la calle Saint-Guillaume en París, el 19 de octubre de 1718.
Bibl.: M. Pinard, Chronologie historique-militaire, ts. III, IV y VI, Paris, C. Hérissart, 1761-1763, págs. 161- 166, pág. 378 y pág. 473, respect. A. Gaedeke, “Das Tagebuch des Grafen Ferdinand Bonaventura von Harrach”, en Archiv für oesterreischiche Geschichte, 48 (1872), págs. 163- 302; M. C. Hippeau (ed.), Avènement des Bourbons au trône d’Espagne. Correspondance inédite du marquis d’Harcourt, ambassadeur de France auprès des rois Charles II et Philippe V, Paris, Didier, 1875; A. de Boislisle (ed.), Mémoires du Saint-Simon, Paris, Hachette, 1879-1928; A. Baudrillart, Philippe V et la Cour de France, Paris, Firmin-Didot, 1890; A. Legrelle, La diplomatie française et la succession d’Espagne, Braine-le-Comte, 1895-1900; M. Antoine, Le Gouvernement et l’administration sous Louis XV. Dictionnaire biographique, París, CNRS, 1978; C. Levantal, Ducs et Pairs et duchés-pairies laïques à l’époque moderne. Dictionnaire prosographique, généalogique, chronologique, topographique et heuristique, Paris, Maisonneuve et Larose, 1996, págs. 647-649; L.Bély, La Société des princes, xvie-xviiie siècle, Paris, Fayard, 1999.
Lucien Bély