Castro Osorio, Rodrigo de. Valladolid, 5.III.1523 – Sevilla, 18.IX.1600. Obispo de Calahorra (sin posesión) y Zamora, arzobispo de Sevilla, inquisidor, consejero de estado, cardenal.
Undécimo hijo de la tercera condesa de Lemos, Beatriz de Castro, y de su segundo marido y pariente, Álvaro Osorio. Nació el 5 de marzo de 1523 en la ciudad de Valladolid, donde entonces solía residir su madre. Estudió Humanidades, Leyes, Moral y Filosofía en la universidad de Salamanca, para cuyo rectorado fue elegido en 1545, jurando el grado de licenciado en Cánones ya en 1552.
Cuando contaba con diecisiete años murió su padre.
Por propia iniciativa y siguiendo una costumbre común en el siglo xvi el propio cardenal hizo prevalecer su apellido materno, de ahí que se le conozca por Rodrigo de Castro Osorio.
A partir de 1546, Rodrigo de Castro vivió bajo la protección de su hermano, Pedro, que había sido promovido al obispado de Salamanca y que en 1548 fue designado capellán del todavía príncipe Felipe. Esta segunda circunstancia permitió a Rodrigo de Castro formar parte del séquito del futuro monarca, que en aquel año inició su gran periplo triunfal por los territorios del Imperio. Volvió a hacerlo en 1554, cuando el viaje a Inglaterra, con motivo del matrimonio de aquél con la reina María Tudor. Al año siguiente marchó a Roma, comisionado —en calidad de secretario de la cifra— para ayudar a su otro hermano, Fernando Ruiz de Castro, marqués de Sarria, en su difícil pero exitosa embajada ante Paulo IV. En 1559, acreditado como hábil diplomático, regresó a España y recibió las órdenes sacerdotales en Cuenca. Disfrutó primero de diversos beneficios en Galicia, que eran de presentación de la Casa de Lemos, y poco después participó directamente, como consejero del Supremo de la Inquisición, en el largo proceso contra el arzobispo Carranza, arzobispo de Toledo y, a fines de 1564, fue comisionado por Felipe II para gestionar en Roma la autorización que permitiera dictar la sentencia a la propia Inquisición.
Tras varios meses de gestiones estériles, Rodrigo de Castro optó por sugerir una solución intermedia: el envío de un legado especial con amplios poderes, que sentenciara a Carranza en España.
Cuando contaba cincuenta años y tras figurar como canónigo y chantre de la iglesia de Cuenca, Rodrigo de Castro fue designado para el obispado de Calahorra, del que no llegó a tomar posesión, pues de inmediato fue promovido al de Zamora, siendo consagrado solemnemente en San Jerónimo el Real, en Madrid, el 7 de noviembre de 1574. Cuatro años después, en 1578, fue preconizado para el obispado de Cuenca, que por entonces era uno de los principales de España. Desde aquí desempeñó un papel de especial importancia en los debates planteados en aquellos años por la sucesión al trono portugués, una cuestión especialmente enojosa para él, por los lazos de parentesco y proximidad afectiva que le unían a los Braganza. Sin embargo, sus buenos oficios resultaron determinantes para alcanzar la concordia otorgada en Elvas, en la víspera de Navidad de 1580. Poco después, Rodrigo fue propuesto para regir la archidiócesis de Sevilla; pero antes de posesionarse de la misma debió atender una nueva comisión real: recibir en Barcelona a la infanta María, viuda del emperador Maximiliano II, y acompañarla después hasta Lisboa, donde Felipe II había previsto esperarla. Tras cumplir el encargo, en el que invirtió buena parte del año, Rodrigo todavía permaneció en Lisboa por espacio de nueve meses, interviniendo como testigo al propio tiempo en el proceso que se le siguió a Antonio Pérez, antiguo secretario real.
A fines de 1582 hizo su entrada pública y solemne en Sevilla, haciéndose acompañar de un gran séquito de clérigos gallegos que con él harían carrera allí: el doctor Juan García de Vaamonde, García Álvarez de Sotomayor, Álvaro de Losada y Quiroga, Fernando de Maseda, Alonso Buján de Somoza, Pedro de Olea, Francisco de Aguiar, Felipe Osorio de Castro, Alonso de Salves Mariño... y tres sobrinos suyos, Diego, Álvaro y Alonso de Ulloa y Osorio, arcedianos respectivamente de Écija, Reina y Jerez, quienes no siempre se condujeron con prudencia; en particular el último, que fue —al decir de Cotarelo— hombre un tanto desgarrado. Rodrigo parece tomó buena nota del caso y, en adelante, puso el mayor cuidado en la elección y provisión de los cargos. En diciembre de 1583, poco más de un año después de su llegada, Gregorio XIII promovió a Rodrigo de Castro al cardenalato con el título de los Doce Apóstoles. Recibió el capelo el 7 de marzo de 1585, en el curso de una solemne ceremonia en la Seo de Zaragoza, de manos de monseñor Ludovico Taberna, nuncio papal en España, y ante el propio Felipe II, el arzobispo de Zaragoza y el influyente cardenal Granvela.
En el verano de 1598, Rodrigo de Castro se trasladó a la Corte, atendiendo a la llamada de Felipe II, quien falleció al poco de su llegada. En Madrid permaneció todavía varios meses y a comienzos de año se trasladó a Valencia, pues el difunto monarca le había comisionado para recibir en Vinaroz a la futura reina Margarita. El de Castro regresó a Sevilla a mediados de mayo, después de haber asistido a las bodas reales, a cuyo término tuvo confirmación de que no sería promovido a la sede toledana, que él había pretendido al fallecer el arzobispo electo García de Loaisa.
El cardenal Rodrigo de Castro, cuya vida se apagaría al poco de su regreso a Sevilla, destacó como desprendido protector de literatos y artistas, pero su memoria pervivió sobre todo por sus gestos y fundaciones, todas generosamente dotadas. Son bien conocidas en Sevilla las del Recogimiento de niñas perdidas y la Limosna anual para presos pobres, así como el amparo que prestó a los colegios de San Hermenegildo y San Gregorio y a otras fundaciones jesuitas en Jerez y Écija. Pero más que éstas destacaron las que beneficiaron a su Monforte natal; aquí concluyó el convento franciscano fundado por su abuelo, el conde Rodrigo Osorio, y continuado por su madre, la condesa Beatriz, que falleció sin verlas rematadas.
En 1593 fundó además del magnífico Colegio de Nuestra Señora de la Antigua —más conocido como del Cardenal—, que fue su gran proyecto y cuya gestión dejó confiada a la Compañía de Jesús. Falleció el 18 de septiembre de 1600. Fue enterrado en la catedral de Sevilla y posteriormente, en 1603, de acuerdo con lo expresado en su testamento, que había otorgado el 12 de agosto de 1598, sus restos fueron trasladados a la iglesia del colegio monfortino que había dejado fundado.
Bibl.: T. Muñoz y Soliva, Noticias de todos los Ilmos. Señores Obispos que han regido la diócesis de Cuenca, aumentadas con los sucesos más notables acaecidos en sus pontificados y con muchas curiosidades referentes a la Santa Iglesia Catedral y su cabildo y a esta ciudad y su provincia, Cuenca, Francisco Gómez e hijo, 1860, págs. 213-215; A. Cotarelo Valledor, El cardenal don Rodrigo de Castro y su fundación en Monforte de Lemos, Madrid, Instituto de España, 1945-1946, 2 vols.; A. Orive, “Castro Osorio, Rodrigo”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de la Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 382-384; E. Pardo de Guevara y Valdés, “El Cardenal don Rodrigo de Castro y su linaje”, en Xornadas sobre o Cardeal Rodrigo de Castro, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 2001, págs. 11- 24.
Eduardo Pardo de Guevara y Valdés