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Pedro Moya de Contreras

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Biografía

Moya de Contreras, Pedro. Pedroche (Córdoba), c. 1530 – Madrid, 21.XII.1591. Inquisidor, arzobispo, visitador, virrey interino y presidente del Consejo de Indias.

Nació en el seno de una familia noble, fueron sus padres Rodrigo Moya y Catalina de Contreras. Entre sus parientes cercanos destaca su tío, Acisclo de Moya y Contreras, padre conciliar tridentino, obispo de Vic y más tarde arzobispo de Valencia. Uno de sus primeros biógrafos, Gutiérrez de Luna, da un retrato preciso de su persona; lo define como bien proporcionado, agradable en el trato, virtuoso y honesto, cuya vida ejemplar, condición misericordiosa y recogimiento monástico causaron respeto y admiración en sus contemporáneos.

Todavía adolescente lo envió su padre al cuidado del licenciado Juan de Ovando, presidente del Real Consejo de Indias, al que sirvió primero como paje y luego como secretario. Fue el mismo Ovando quien propició el ingreso del joven Moya de Contreras en la Universidad de Salamanca, en cuyas aulas estudió Cánones y Leyes hasta conseguir el grado de doctor en ambos Derechos. Terminados sus estudios ocupó la maestrescolía de la Catedral de Canarias y desde aquí fue promovido al oficio de inquisidor de Murcia hasta comienzos de la década de 1570, momento en que fue comisionado por Felipe II para fundar e instituir el Tribunal del Santo Oficio en la Nueva España. Hechos los preparativos del traslado y embarque, Moya de Contreras emprendió el viaje a las Indias y llegó a la capital azteca en noviembre de 1571, se instaló en el Convento de Santo Domingo, y su primer acto consistió en convocar a los mexicanos para que prestaran el “juramento de la fe” e instituir el citado Tribunal. A partir de esta fecha se dedicó a preparar todo lo relacionado con las tareas inquisitoriales y consiguió, tres años más tarde, celebrar el primer auto de fe.

En 1572, Moya de Contreras fue designado por Felipe II coadjutor del arzobispo de México con derecho a sucesión. El enfermo y anciano prelado novohispano, fray Alonso de Montúfar, moría en marzo de ese mismo año. Comenzaron los trámites para que el electo obispo ejerciera su función hasta la llegada de las bulas para su posterior consagración episcopal. El Cabildo de la Catedral de México, el 30 de octubre de 1573, dio al doctor Moya de Contreras la administración y gobierno de la Iglesia y arzobispado de México, hasta que llegaran las letras pontificias. Éstas se firmaron en Roma por el papa Gregorio XIII el 15 de junio de 1573 y arribaron a México el 20 de octubre. Tomó posesión en noviembre y se consagró y recibió el palio arzobispal en diciembre de 1574.

Así, desde 1572 combinó su oficio de inquisidor con las tareas propias de la sede arzobispal. Como mitrado visitó gran parte de su arzobispado con hartas penalidades. Favoreció a los indios fundando instituciones educativas donde éstos pudieran aprender la doctrina cristiana y cantos litúrgicos, leer y escribir y algún oficio para su sustento. Repartió grandes sumas en limosnas y su gestión fue la de un buen y sólido gobernante. Puso su empeño y cuidado en la formación del clero, consiguió disciplinar a los sacerdotes diocesanos, reformó la Audiencia arzobispal y otras instituciones eclesiales. Renovó la vida cristiana novohispana con la celebración en 1585 del III Concilio Provincial Mexicano.

Durante su pontificado se reedificó y asentó definitivamente la fábrica de la catedral que se encontraba en ruina. Contribuyó decididamente a la fundación de algunos conventos femeninos, de entre los cuales, destaca por su importancia el de Jesús María, erigido en 1588 para recoger a “las doncellas pobres hijas y nietas de conquistadores que carecían de dote”. Y, además de las Órdenes Mendicantes ya instaladas en México: franciscanos, dominicos y agustinos, animó a otras nuevas a fundar y erigir casas en la Nueva España.

De esta manera consiguió atraer a la recién creada Compañía de Jesús.

Personalmente se preparó en aquellas materias que consideró más oportunas para completar su conocimiento tanto de los asuntos sagrados como de la realidad mexicana, estudió concienzudamente Teología bajo el magisterio del jesuita Pedro de Ortigosa y, aprendió el idioma náhuatl para comunicarse con los indios, conocer sus problemas y administrarles los sacramentos en su lengua materna. Fue un hombre inquieto e incansable; él mismo escribía a Juan de Ovando en 20 de octubre de 1574: “Días ha que ando ocupado en visitar esta ciudad y todavía no entiendo en ello porque como soy nuevo en este ministerio, querría descargar mi conciencia y entender todos los negocios que en México se abrevian para ser señor de ellos y saber do se pierde y gana el agua”. La acumulación de cargos y su elevado estatus social no le hicieron perder su lado humano ni sus achaques.

Sus muchas preocupaciones y responsabilidades tampoco le llevaron a olvidar o disminuir su quehacer como familiar responsable de sus hermanos y sobrinos dejados en la Península. Y, a pesar de su pesada y apretada labor jamás se desentendió de los problemas y necesidades de su feligresía, especialmente de aquellas dificultades que aquejaban a los indios como ocurrió en 1576, cuando México se vio azotado por la terrible epidemia de cocolixtli [también llamada matlazahuatl] que diezmó la población de los naturales.

En esta desgracia, el arzobispo se puso personalmente al frente de frailes, clérigos y otros cristianos, y andaba entre los enfermos acudiendo a ellos con remedios materiales y espirituales; e institucionalmente presionó a las autoridades virreinales para que prestaran ayuda en equipar suficientemente los hospitales novohispanos y construir otros nuevos.

Pedro Moya de Contreras, además de inquisidor y arzobispo, ejerció otras ocupaciones y responsabilidades.

Fue, entre otros cargos, comisario subdelegado de la Santa Cruzada desde el 22 de julio de 1574 hasta su regreso a España en 1586, y en este oficio “sirvió con sus predicaciones con un millón y quinientos mil ducados”. El 26 de octubre de 1583 recibió el nombramiento real como visitador de los Tribunales Reales; Felipe II le concedió la merced de volver a la Corte llevando personalmente el resultado de dicha visita. Esta designación causó una gran preocupación entre los oidores, pues conocían su rectitud y energía. Y, efectivamente, la gestión de Pedro Moya temperó los bríos de jueces, oficiales reales y de otros ministros que, por la corrupción imperante en aquella tierra, se creían intocables. Estando en plena visita falleció repentinamente el virrey, conde de Coruña, acontecimiento que llevó a Moya de Contreras a hacerse cargo interinamente del gobierno virreinal, que le ocupó desde el 25 de septiembre de 1584 al 16 de octubre de 1586, con la oposición de la Audiencia mexicana y el contento del pueblo y del clero.

En estos momentos reunía en sus manos los mayores cargos de la Nueva España: arzobispo, visitador y virrey. Una nueva ocupación le llegaría en abril de 1584, por Real Cédula: se nombraba al doctor Moya de Contreras visitador de la Universidad. Aquí actuó sobre las rentas universitarias, las prebendas y la actuación de los catedráticos. Este mismo año de 1584 comenzó las obras de remodelación y ampliación del recinto universitario. Y dos años más tarde, en 1586, completó su visita modificando el texto de las Constituciones de dicha Universidad que había compuesto Pedro Farfán en 1580, para ello redactó unos Estatutos que dejaba a un lado el corte salmantino anterior y ponía a la institución docente en más estrecho contacto con la realidad novohispana. Estos Estatutos estuvieron en vigor hasta octubre de 1626.

A mediados de octubre de 1585 hizo su entrada solemne en México el marqués de Villamanrique, Álvaro Manrique de Zúñiga, relevó en el poder virreinal al arzobispo-gobernador, aunque éste continuó su función de visitador hasta abril de 1586. En el ejercicio de sus variadas funciones Pedro Moya había acumulado muchos y poderosos enemigos, pero ninguna persona ni circunstancias le hicieron abandonar su empeño de garantizar el libre ejercicio de la justicia, y la fiel y honrada administración de los caudales públicos.

Sus enemigos no consiguieron agriar su apacible y dulce carácter a pesar de haber presentado el mismo día que partía hacia la Península, 11 de junio de 1586, ciento ochenta y un cargos contra él. Ninguno de ellos encontró eco en España.

Acabada la visita, se dispuso a regresar a España para dar cuenta de su gestión como visitador y gobernante.

Antes de embarcarse repartió buena parte de su hacienda, haciendo donaciones a la catedral, hospitales, parroquias y monasterios. Su despedida del pueblo mexicano estuvo llena de emoción y ternura, de ella dice Gutiérrez de Luna: “Era cosa muy de ver, que en estos días de su partida no se vaciaba la casa de gente que se iba a despedir de él, de toda suerte de gente, llevándole presente y regalos”. Llegada la hora de su partida, el pueblo acompañó a su pastor, primero a Guadalupe, donde permaneció unos días, luego a Veracruz y desde aquí hasta el puerto de San Juan de Ulúa, donde se embarcó. La navegación fue feliz. Al llegar a Sevilla fue bien acogido por el arzobispo hispalense y, sin ninguna demora, partió para la Corte, donde sería recibido a los pocos días, con solemnidad, por el Rey en persona.

Repuesto del viaje, examinada la documentación que traía y conocida su actuación, Felipe II le encargó la visita al Real Consejo de Indias. Y una vez concluida ésta lo nombró presidente de dicho organismo. Todo parecía indicar que el doctor Moya no volvería a ocuparse personalmente de su arzobispado, sobre todo, cuando el Rey solicitó del Papa la creación y concesión del Patriarcado de las Indias, sin ejercicio, para el hasta entonces arzobispo Pedro Moya de Contreras y, de esta manera, proveer la sede arzobispal mexicana.

A pesar de las nuevas prerrogativas y cargos, Moya de Contreras no se olvidó nunca de su feligresía mexicana y sentía por aquellos cristianos especial predilección y empleó su valimiento para colmarlos de favores, especialmente fueron beneficiados los criollos, a los que procuró promover a los más altos cargos de la Nueva España.

A mediados del mes de octubre del año de 1590, la enfermedad quebró seriamente su salud y en 1591 dejó de existir. Quienes lo conocieron, sintieron la pérdida de la persona y del administrador honesto, que dejaba un vacío difícil de llenar en aquella Corte.

Según cuentan, el Monarca, enterado de su muerte, dijo: “Hoy ha muerto la verdad en mi reino y uno de los mejores vasallos de mi servicio”. Fue enterrado en la parroquia de Santiago de Madrid y a sus exequias asistió la Corte por deseo del Rey.

El arzobispo murió pobre. Sus albaceas testamentarios, el oidor Gasca y los secretarios Gasol y Vilela, del Consejo de Indias, junto con su cuñado Álvaro Fernández de Figueroa, suplicaron al Rey que desde la Real Hacienda se costease el entierro y se pagasen las deudas del difunto. El Soberano cargó personalmente con las costas de los funerales y ordenó que el Real Tesoro saldase las deudas del doctor Moya de Contreras.

Su vida, según González Dávila, queda resumida en la leyenda de su escudo: “Capud artis est scire, quod docea”. Y Valle-Arizpe dice de él: “Íntegro y honrado como Don Pedro Moya sí los habrá habido, pero más que él no”. Efectivamente, raudales de oro pasaron por sus manos, de lo que no se quedó nada.

 

Obras de ~: Cinco Cartas del Ilmo. y Excmo. Señor Don Pedro Moya de Contreras, arzobispo-virrey y primer inquisidor de la Nueva España, ed. de C. Gutiérrez de Luna y F. Sosa, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1962.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Audiencia de México, legs. 19, 69, 70, 286, 336a, 336b, 1064, 1090, 1093; México 69, r. 5, n. 98, Carta del Doctor Don Pedro Moya de Contreras al Rey en sus reales manos. México, 10 de octubre de 1573; México 336a, n. 2, r. 182, Carta de Fray Bartolomé de Ledesma OP al Rey en su Consejo de Indias. México a 30 de marzo de 1572; México 69, r. 7, n. 98, Carta del Doctor Don Pedro Moya de Contreras a Juan de Ovando, presidente del Consejo de Indias. México, 10 de octubre de 1573; México 19, n. 112, Carta del Virrey Martín Enríquez, al Rey en su Consejo de Indias. México, 10 de octubre de 1573; México 1090, l. 7, Real Cédula de Madrid a 10 de noviembre de 1573; México 286, De officio en la audi[enci]a rreal de Mex[i]co, a pedimi[ent]o de Gregorio de Pesquera y p[edr]o Thomas primeros fundadores del monesterio de monjas de México llamado Jesús María para donçellas pobres hijas y nietas de conquistadores. México 5 de octubre de 1581; México 336a, r. 2, n. 109, Carta de Don Pedro Moya de Contreras, arzobispo de México, al presidente del Consejo de Indias. México, 20 de octubre de 1574; México, 336b, r. 4, n. 159, n. 161, Cartas de Don Pedro Moya de Contreras, arzobispo de México, al Rey en sus reales manos, fechadas en México a 20 de noviembre de 1582 y Guastepec a 15 de enero de 1583; México 1064, l. 2, Real Cédula dada en Aranjuez a 22 de mayo de 1579; México 70, r. 7, n. 121, Carta del licenciado Eugenio de Salazar, oidor de la Audiencia de México, a Juan de Ledesma, secretario del Consejo de Indias. México, 2 de noviembre de 1584; México 1093, l. 15, Real Cédula dada en San Lorenzo el Real a 19 de julio de 1597. El Rey libra 30.000 ducados para pagar las deudas del Arzobispo Moya de Contreras.

C. Gutiérrez de Luna, Vida y heroicas virtudes de Don Pedro Moya de Contreras, arzobispo mexicano, México, 1619; A. Cavo, Los tres siglos de México durante el gobierno español hasta la entrada del ejército trigarante, México, J. R. Navarro, 1852; M. Rivera Cambas, Los gobernantes de México: galerías de biografías y retratos de los virreyes, emperadores, presidentes y otros gobernantes que ha tenido México desde Don Hernando Cortés hasta el C. Benito Juárez, México D. F., J. M. Aguilar Ortiz, 1872-1873; J. Trinidad Basurto, El Arzobispo de México, México DF, Imprenta El Tiempo, 1901; A. Valle–Arizpe, Virreyes y virreinas de la Nueva España: Leyendas, tradiciones y sucedidos en el México virreinal, Madrid, Espasa Calpe, 1933; M. Orozco y Berra, Historia de la dominación española en México, México D. F., José Porrúa, 1938; F. Paso y Troncoso, Epistolario de la Nueva España, 1505-1808. T. XI: 1570-75, México D. F., Robredo, 1939-1942; J. Jiménez Rueda, Don Pedro Moya de Contreras primer inquisidor de México, México D. F., Ediciones Xochitl, 1944; M. Cuevas (ed.), Historia de la Iglesia en México, ts. I y II, México D. F., Editorial Patria, 1946; J. T. Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en México, México D. F., Editorial Fuente Cultural, 1952; G. González Dávila, Teatro eclesiástico de la primitiva iglesia de la Nueva España en las Indias Occidentales, Tomo I. México-Puebla-Michoacán, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1959; F. Sosa, El episcopado mexicano: biografía de los Ilmos. Señores arzobispos de México desde la época colonial hasta nuestros días, México D. F., Editorial Jus, 1962; M. Cuevas (ed.), Documentos inéditos del siglo XVI para la Historia de México, México D. F., Porrúa, 1975; S. Poole, Pedro Moya de Contreras: catholic reform and royal power in New Spain 1571-1591, Berkeley, University of California Press, 1987.

 

Manuel Leal Lobón