Guerra, Miguel Francisco. Nápoles (Italia), 1657 – Madrid, 14.III.1729. Consejero de Felipe V.
Natural del reino de Nápoles, pertenecía a una familia hidalga de origen asturiano que había hecho méritos en las campañas medievales de Granada. Con todo, se deduce que su origen debió de ser humilde, pues no se dispone de más información sobre su filiación y estudios; no consta en las listas de colegiales mayores, ni fueron recogidos más precisos datos en la breve historia familiar que fue elaborada por su propio hermano Domingo Valentín Guerra, quien llegaría a ser obispo de Segovia, y ni siquiera se prestó a ofrecer noticias sobre sus progenitores.
Como letrado desempeñó diversos cargos en la Administración de la Monarquía y recibió el impulso definitivo cuando, el 30 de octubre de 1697, Miguel Francisco fue nombrado gran canciller del Estado de Milán, en lugar de Vicente Pérez de Aradiel.
Se trataba de un oficio “de gran suposición, grado y confianza [...] que corresponde [...] al de primer Ministro de aquí [y] debe recaer en sujeto español por no convenir tenga interés”. Como gran canciller estaba encargado de tareas fundamentalmente judiciales, con un salario anual de 6.000 liras, en su ejercicio se encontraba en relación directa y a veces en conflicto con el gobernador. Además, ejerció varias responsabilidades que se acostumbraban a desempeñar de forma correlativa al puesto de gran canciller, como el cargo de superintendente de la Justicia Militar, y formó parte del Consejo Secreto, en el que trataban los asuntos de gobierno más importantes.
En aquella importante magistratura se encontraba Guerra cuando Carlos II falleció, el 1 de noviembre de 1700, y se produjo la sucesión en Felipe V, cuyos derechos protegió frente a las aspiraciones austracistas.
Precisamente en noviembre de 1701, cuando el duque de Saboya permitió el paso de las tropas francesas para que reforzaran la defensa de Lombardía, Guerra fue relevado en el oficio de gran canciller y se dirigió con una misión diplomática a París. El embajador titular en aquel momento era el marqués de Castelldosrius, Manuel de Oms y Santa Pau, pero Guerra, a decir de Saint-Simon, también “fut traité avec beaucoup de distinction paur le Roi et ses ministres, et fort accueilli des seigneurs principaux”.
Este autor asimismo se percató de que Guerra no se dejó impresionar por el boato de Versalles, y en todo momento actuó como hombre de mundo. Tras esta estancia retornó a Madrid, y no tardaron en mostrarse los nombramientos que respondían a la creciente estimación que Felipe V demostró por Miguel Francisco Guerra.
Felipe V había entrado en España el 21 de enero de 1701, y el 18 de febrero llegó a Madrid. Meses después, el 5 de septiembre abandonó Castilla para visitar la Corona de Aragón. En abril de 1702 Felipe V se dirigió desde Barcelona a sus posesiones italianas, y dejó al frente de la gobernación de Castilla a la reina María Luisa de Saboya, asistida por una junta encabezada por el cardenal Portocarrero y compuesta por los presidentes de los consejos.
A las pocas semanas, Miguel Francisco Guerra fue nombrado consejero de Hacienda, el 10 de mayo de 1702. La designación era relevante ya que este organismo había sido reformado el año anterior (25 de febrero), de forma que se había establecido en ocho el número de consejeros que lo integraban. Su labor en esta materia debió de ser del agrado de Orry, que enviado por Luis XIV había asumido la dirección de los asuntos hacendísticos de la Monarquía, con propósito de emprender grandes reformas administrativas.
Felipe V, que había regresado a Madrid en enero de 1703, ascendió a Guerra al puesto de gobernador del Consejo de Hacienda el 31 de diciembre de 1704. Bajo su presidencia se encontraron un gran canciller, ocho consejeros de capa y espada, cinco oidores para la Sala de Justicia, y el Tribunal mayor de Cuentas compuestos por cuatro contadores mayores. Pero las reformas planeadas por Orry se encontraban paralizadas. Guerra no abordaba tarea fácil, pues durante ese año se habían intensificado las campañas militares en la frontera hispano-portuguesa y los ataques navales británicos, cuyas tropas asimismo habían ocupado Gibraltar.
Sin embargo, poco tiempo se mantuvo en este ejercicio, pues fue nombrado consejero de Castilla el 20 de febrero de 1705, directamente por Felipe V sin haber pasado por la Cámara, como era costumbre. Con este nombramiento, su salario se elevó a 20.000 reales anuales. Asimismo, su progreso en el escenario cortesano quedó de manifiesto cuando fue nombrado consejero de Cámara el 31 de diciembre de este mismo año, con objeto de asesorar en los asuntos de gracia y merced. Parece patente que durante su estancia en Francia como embajador Guerra había entablado excelentes relaciones con la corte de Luis XIV, cuyos generales y consejeros pugnaron por dominar el gobierno hispano durante estos lustros del reinado de Felipe V.
No obstante, la inestabilidad de la Corte del primer Borbón hispano, propiciada por la Guerra de Sucesión, no dejó de afectar a la carrera política de Miguel Francisco de Guerra. En junio de 1706 Felipe V ordenó que la Reina y los consejos y tribunales abandonaran Madrid y se establecieran en Guadalajara, ante la proximidad de las tropas austracistas, que no tardaron en entrar en la capital. Aquí Carlos de Habsburgo fue proclamado Rey el 2 de julio, y muchos personajes decidieron cambiar de bando pensando que la guerra había dado un giro definitivo. Uno de ellos parece que fue Miguel Francisco Guerra, que había decidido desobedecer a Felipe de Borbón y permaneció en Madrid. Sin embargo, la mayor parte de las ciudades castellanas permanecieron leales de Felipe V, que tras dirigirse de Guadalajara a Burgos emprendió una contraofensiva que obligó a las tropas de su contrincante a abandonar la capital semanas después. En octubre Felipe V restableció su Corte en Madrid, y se dispuso a castigar a los que en junio habían desobedecido su mandato. Aunque el Rey recibió propuestas de aplicar una sanción más dura, decidió que los consejeros desobedientes abandonaran sus cargos y se alejaran de la Corte.
Éste fue el caso de Guerra. Su cese en el Consejo de Castilla se produjo el 29 de noviembre de 1706, junto con el de otros tres consejeros. La caída en desgracia no fue definitiva, pero Guerra tuvo que esperar hasta que las perspectivas de Felipe V mejoraran ostensiblemente. En 1711 sus tropas consolidaron sus avances, mientras que la muerte de José I y el óbito del delfín de Francia propiciaban un próximo fin del conflicto. Por lo pronto, Carlos de Austria, convertido en Emperador, abandonó la Península y Gran Bretaña pronto dejó de apoyarle. Este panorama favorecía a Felipe V, que tras diversas campañas regresó a Madrid a finales de 1711. Unos meses antes, a 24 de agosto, Guerra había recibido una pequeña muestra de que podría recuperar la confianza del Rey, pues obtuvo la mitad de su salario y emolumentos y la condición de miembro jubilado del Consejo Real. Meses después, Guerra fue de nuevo llamado a la Corte. Felipe V entendería que no podía prescindir de hombres de su valía y experiencia.
Así, el 14 de enero de 1712 Guerra fue restituido plenamente en el puesto de miembro del Consejo de Castilla.
Coincidiendo con el fin de la Guerra de Sucesión los cambios de gobierno se acentuaron. Ya desde el advenimiento de Felipe V al trono se estaban introduciendo nuevos planteamientos en la forma de gobernar, y se realizaron importantes reformas institucionales.
Por iniciativa de Orry, secundado por Macanaz, el 10 de noviembre de 1713 se efectuó una profunda revisión del funcionamiento del Consejo Real de Castilla. En lugar de un único presidente se estableció la creación de cinco presidencias, correspondiendo la primera al personaje de mayor antigüedad dentro del Consejo de Castilla. De esta guisa, con un salario como consejero que se elevaba a 45.000 reales, Miguel Francisco Guerra fue designado quinto presidente en la fecha indicada, cargo que fue promocionando durante el año siguiente: así, fue cuarto presidente el 1 de mayo de 1714, y primer presidente, al fin, el 16 de diciembre de 1714.
No obstante, la reforma no tuvo continuidad, el 9 de junio de 1715 el Consejo Real volvió a su antigua planta y poco después se reinstauró el único presidente- gobernador.
Miguel Francisco Guerra debió abandonar su puesto en el consejo tras la fallida reforma, si bien se resistió a retirarse de la vida política y se empeñó en mantener unas actividades públicas notorias. A bien seguro que mantuvo una actitud crítica respecto a la posición alcanzada en la Corte por Alberoni, y acerca de la guerra que Felipe V hubo de afrontar contra Inglaterra y contra Francia en 1718 y 1719.
Aunque no se trataba de un personaje que dispusiera de una gran influencia, Guerra había sabido granjearse una sólida posición en la Corte de Felipe V.
En este sentido uno de sus principales soportes hubo de ser su hermano Domingo Guerra, deán de Segovia que había sido nombrado confesor de la nueva Reina, Isabel de Farnesio, llegada a España a finales de 1714.
Así, tras un período de eclipse cortesano, Miguel Francisco Guerra fue nombrado consejero de Estado el 20 de enero de 1722. Esta ocupación tenía un valor relativo, pues durante las primeras décadas del reinado de Felipe V este consejo había estado eclipsado por los secretarios de Despacho de Estado. El final de la Guerra de Sucesión y la llegada junto a Isabel de Farnesio de Alberoni, convertido en factótum cortesano entre 1715 y 1719, terminaron por limitar sobremanera las competencias del Consejo de Estado.
De hecho, entre 1715 y 1721 no fue nombrado consejero alguno. Tal y como recoge Barrios, en 1722 solamente pertenecían al Consejo de Estado el duque de Arcos, el recién nombrado Guerra y el marqués de Grimaldo, y los dos primeros apenas eran consultados.
De hecho, la pertenencia a este Consejo se había convertido en un puesto honorífico que se otorgaba para recompensar una larga trayectoria en el servicio diplomático y gubernativo.
En las memorias del duque de Saint-Simon sobre la Corte de España de 1722 describió el Consejo de Estado y recogió un testimonio de valor excepcional sobre Miguel Francisco Guerra, con quien se entrevistó.
Célibe, sin estar ordenado como eclesiástico, disfrutaba de beneficios de esta índole, a su juicio se trataba de “une des meilleures tétes d’Espagne, pour ne pas dire la meilleure de tout ce que j’y ai connu; instruit, laborieux, parlant bien et assez franchement”.
Hombre de carácter y fuerte personalidad, gozaba de gran consideración en la Corte desde su estancia en Francia. Sin embargo, consideraba que las simpatías de Guerra por los franceses eran muy escasas. Aunque vivía junto a su hermano, el confesor de la Reina, no creía Saint-Simon que las relaciones entre ambos fueran muy afectuosas. Por entonces se habían agudizado ciertas convulsiones que Miguel Francisco Guerra padecía desde lustros atrás y que le impedían sujetar la cabeza con firmeza. Saint-Simon terminaba su retraso cortesano señalando que, fuera por esta enfermedad, por su avanzada edad o por otras circunstancias, Guerra no parecía demasiada preocupación por las cuestiones de gobierno.
Con todo, en alguna de las ocasionales reuniones del Consejo de Estado se debieron escuchar las opiniones de Guerra en materia diplomática, en relación con la situación internacional tras los tratados firmados en Cambray durante el año anterior. Felipe V había tenido que renunciar a sus derechos a la Corona de Francia, y Gran Bretaña no había devuelto Gibraltar y además conservaba los privilegios comerciales alcanzados en Utrecht.
La situación política interna no era más sosegada. El 10 de enero de 1724 Felipe V decidió abdicar y retirarse al palacio de San Ildefonso. Con el acceso al trono de su hijo, Luis I, tuvieron lugar significativas alteraciones cortesanas. Además de relevos en las secretarías de Estado y Despacho, se constituyó una junta que debía rodear al joven Rey, con objeto de trasladar la influencia de Felipe V en el ámbito de la política internacional. Entre sus siete integrantes fue incluido Miguel Francisco Guerra, que en la distribución de los negocios que se estableció quedó encargado de despachar los que estuvieran relacionados con Moscovia y el ducado de Parma, cuyos representantes diplomáticos debían tramitar ante él sus asuntos. A decir del embajador inglés Stanhope, la experiencia diplomática de Guerra y sus conocimientos jurídicos le habían permitido situarse en este gabinete aunque, debido a la parálisis que había padecido y a otros achaques de la edad que le afectaban, no asistía con demasiada asiduidad. Con todo, señalaba, era hermano del confesor de la Reina, lo que se traducía en su protección y ascendiente. Durante los meses en que estuvo actuando el panorama internacional era delicado, y en la Corte española se emprendía una política de reconciliación con la Casa de Austria. Por su parte, la Junta oscilaba entre la creciente independencia de criterio de Luis I y el continuo influjo que emanaba de San Ildefonso, desde donde Felipe V y su ministro Grimaldo procuraban retener las riendas del gobierno. Pero a mediados de agosto Luis I enfermó y, tras unas semanas de agonía, fallecía el último de este mes. Tras diversas intrigas cortesanas auspiciadas por la Reina, Felipe V decidió recuperar el trono. Isabel de Farnesio modeló un equipo de gobierno afín a sus intereses en el que pronto destacó el barón de Ripperdá.
Veteranos ministros hubieron de cesar en sus puestos, aunque Guerra continuó asistiendo al Consejo de Estado, cuyas actividades eran bastante escasas ante el protagonismo de Ripperdá, obstinado en la revisión de los acuerdos de Utrech y en la recuperación de la amistad con los Habsburgo de Viena. No obstante, Ripperdá fue defenestrado en mayo de 1726, y se produjo un ascenso de ministros españoles, con José Patiño al frente. Guerra mantuvo, siquiera de forma honorífica, su condición de consejero de Estado, aunque su edad y enfermedades le impedían intervenir en su seno. Su situación en la Corte era ya testimonial, como prueba que en 1727 tuviera dificultades para recibir las refacciones o compensaciones que tenía asignadas. Tras una larga vejez, Miguel Francisco Guerra falleció en Madrid el 14 de marzo de 1729.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, secc. Escribanía Mayor de Rentas, Quitaciones de Corte, leg. 34; Archivio di Stato de Milán, Uffici Regi, p antica, cartella 84; Biblioteca Nacional de España, mss. 10712, 23083/3.
F. Garma y Durán, Teatro Universal de España, vol. IV, Madrid, 1751, pág. 134; D. de Saint-Simon, Mémoires, vols. III y VI, Paris, 1953-1961; J. Fayard, “La tentative de réforme du Conseil de Castille sous le régne de Philippe V (1713-1715)”, en Mélanges de la Casa de Velázquez, II (1966), págs. 259-282; J. A. Escudero, Los secretarios de Estado y del Despacho, Madrid, Instituto de Estudios Administración, 1969, 4 vols.; Los orígenes del Consejo de Ministros en España. La Junta Suprema de Estado, Madrid, Editora Nacional, 1979, 2 vols.; J. Fayard, “Ministros del Consejo Real de Castilla. 1621-1788. Informes biográficos”, en Hidalguía (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Salazar y Castro), n.º 165 (1980); Los miembros del Consejo de Castilla (1621-1749), Madrid, Siglo XXI, 1982; T. García-Cuenca Ariati, “El Consejo de Hacienda (1476-1803)”, en G. Anes y Álvarez de Castillón, marqués de Castrillón (ed.), La economía española al final del Antiguo Régimen, IV. Instituciones, Madrid, Alianza, 1982; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española. 1521-1812, Madrid, Consejo de Estado, 1984; D. Onazam, “La política exterior de España en tiempos de Felipe V y de Fernando VI”, en La época de los primeros Borbones. La nueva Monarquía y su posición en Europa (1700-1759), en J. M.ª Jover (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, vol. XXIX, Madrid, Espasa Calpe, 1985, págs. 441-699; S. de Dios, Fuentes para el estudio del Consejo Real de Castilla, Salamanca, Diputación, 1986; F. Chabod, “Sueldos nominales y sobre la paga efectiva de los funcionarios de la administración milanesa a finales del siglo xvi”, en Carlos V y su imperio, trad. de R. Ruza, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1992, págs. 309-499; J. M.ª de Francisco Olmos, Los miembros del Consejo de Hacienda (1722-1838) y sus organismos económicomonetarios, Madrid, Castellum, 1997; A. Baudrillart, Felipe V y Luis XIV, vol. I, ed. y coord. de C. Cremades, trad. de I. Martínez Cuenca y M.ª del P. Mendoza Lorente, Murcia, Universidad, 2001; A. Álvarez-Ossorio Alvariño, La república de las parentelas. El Estado de Milán en la Monarquía de Carlos II, Mantua, 2002; J. L. Pereira Iglesias (coord.), Felipe V de Borbón (1701-1746) (actas del Congreso de San Fernando [Cádiz], de 27 de noviembre a 1 de diciembre de 2000), Córdoba-San Fernando, Universidad de Córdoba- Fundación Municipal de Cultura de San Fernando, 2002; M. A. Pérez Samper, Isabel de Farnesio, Barcelona, Plaza & Janés, 2003.
Carlos Javier de Carlos Morales