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Alonso de Fonseca y Ulloa

Biografía

Fonseca y Ulloa, Alonso de. Alonso de Fonseca (I). Señor de Coca y Alaejos. Toro (Zamora), c. 1415 – Coca (Segovia), 18.V.1473. Obispo de Ávila, arzobispo de Sevilla y administrador de la sede Santiago. Consejero y oidor real de Juan II y Enrique IV de Castilla.

Alonso de Fonseca y Ulloa es una de las figuras más destacadas de las décadas centrales del siglo XV castellano tanto por las altas dignidades eclesiásticas que ostentó como por el indudable protagonismo que asumió en el devenir político del reino desde que entrara al servicio del entonces príncipe Enrique, al comienzo de la década de 1440, y hasta su fallecimiento, en 1473. Fue nieto del noble exiliado portugués Pedro Rodríguez de Fonseca y el tercer hijo del doctor Juan Alonso de Ulloa, consejero y oidor real de Enrique III y Juan II, y de Beatriz Rodríguez de Fonseca, miembros de la oligarquía urbana de Toro. Nacido en torno a 1415, tras el prematuro fallecimiento de su progenitor (1419), fue destinado a la carrera eclesiástica bajo el amparo de su tío materno, el cardenal de Sant’Angelo Pedro de Fonseca, quien le otorgó sus primeras prebendas antes de fallecer. Pasó entonces al cuidado de su tío paterno, el doctor Pedro Yáñez de Ulloa, consejero y oidor de Juan II de Castilla, que se preocupó de que obtuviera una formación: en 1442 ostentaba ya el título de doctor y la dignidad de deán de Zamora. Como tal figuraba en una súplica que dirigió el príncipe Enrique al papa para que le otorgara un beneficio eclesiástico, seguramente la abadía de Valladolid, que le fue concedida poco después.

La súplica mencionada se debía a que para entonces Fonseca se había integrado en la naciente casa del príncipe como su capellán mayor. En ello, sin duda, influyó su tío, el doctor Periáñez, dada su vinculación con el gran privado de Juan II, el condestable Álvaro de Luna. La relación de privanza que estableció entonces con el próximo rey le reportaría en adelante grandes beneficios tanto a él como a sus parientes, los cuales permitieron incrementar notablemente el estatus socioeconómico del linaje que él mismo pasó a encabezar. Entre los recibidos por el propio Fonseca en esos primeros años destacan el obispado de Ávila (1445), la mitra arzobispal de Sevilla (1454), los cargos de oidor y consejero real, así como las villas de Coca y Alaejos.

Desde esta nueva posición, ya en los años finales del reinado de Juan II, y siempre en alianza con Juan Pacheco, marqués de Villena y el más poderoso de los favoritos de Enrique IV, Fonseca se implicó de lleno en la problemática política castellana como uno de los más estrechos colaboradores del príncipe y luego rey. La principal labor política de Fonseca hasta el fallecimiento de Juan II fue la de servir como “componedor” entre el monarca y su hijo y sus respectivos favoritos, Luna y Pacheco, enfrentados por las cotas de poder a las que el príncipe y sus consejeros aspiraban en el reino. De esta forma comenzó a asumir un protagonismo en las negociaciones políticas que ya no perdería hasta su muerte, siendo precisamente sus dotes para la negociación una de sus habilidades más destacadas por los cronistas y biógrafos contemporáneos al mismo.

Empero, la época de plenitud de Fonseca comenzó en 1454, cuando, al acceder al trono Enrique IV, asumió un asiento destacado en el Alto Consejo regio como uno de los privados del nuevo monarca. Enrique le confiaría, junto a su aliado Pacheco, los asuntos de gobierno en los primeros años de su mandato, dirigiendo ambos los designios de Castilla hasta 1460. No obstante, a finales de ese año, en el cénit de su poder, empezó a fraguarse una caída en desgracia que tardaría aún en materializarse y que a punto estuvo de costarle su libertad, bienes y dignidad arzobispal.

Todo comenzó en junio de 1460, cuando, ante la conflictiva vacante producida en la mitra compostelana por el fallecimiento del arzobispo Rodrigo de Luna, el monarca requería de una figura confiable en Santiago que acabara con las luchas intestinas existentes en el arzobispado. Fonseca se ofreció entonces a solucionar el problema a cambio del nombramiento como nuevo mitrado de uno de sus numerosos sobrinos homónimos. Su propuesta consistía en que intercambiaran sus sedes para que el tío, mucho más experimentado, se ocupara de la pacificación de la Tierra de Santiago, tras lo cual volverían a permutar los arzobispados. Enrique IV, confiando en su capacidad, aprobó este plan de acción que también obtuvo el visto bueno de Roma. No obstante, una figura se opuso a este acuerdo: Juan Pacheco, marqués de Villena y primero entre los privados de Enrique IV, quien codiciaba la sede de Santiago para su primo, el obispo de Burgos, Luis de Acuña. Por esta razón requirió a Fonseca que hiciera renunciar a su sobrino a la sede en favor de su primo, ofreciéndole a cambio para aquel la mitra burgalesa. No obstante, Fonseca se negó confiando en el apoyo del rey. Esta negativa, junto a otras tensiones previas, tuvo como consecuencia la ruptura de la alianza entre Fonseca y Villena, quien se propuso enemistar al prelado con el monarca.

Aunque para julio de 1461 Fernando de Fonseca, hermano y capitán del arzobispo, ya había conquistado Santiago, su objetivo de pacificar el arzobispado quedaba aún lejos debido a la gran complejidad de la propia situación política y señorial gallega y a los intentos de otros nobles, con Bernal Yáñez de Moscoso, pertiguero de Santiago, a la cabeza, de tomar la urbe frente a las tropas de Fonseca en 1463. A estas complicaciones se sumaba que el prelado veía peligrar su posición en la corte por su enfrentamiento con Juan Pacheco y por la entrada en el Alto Consejo regio de unos nuevos favoritos, Beltrán de la Cueva y Pedro González de Mendoza, obispo de Calahorra, lo que suponía en la práctica su desplazamiento de su antiguo lugar junto al rey.

Con el fin de recuperar su privanza con Enrique IV, Fonseca creyó necesario desentenderse del espinoso conflicto compostelano, para lo cual en 1463 obtuvo en Roma las bulas necesarias para recuperar la mitra hispalense. No obstante, se encontró ante la férrea negativa de su sobrino homónimo a marchar a Galicia. Este logró concitar el apoyo de parte del patriciado urbano y del común de Sevilla y se dispuso a resistir las órdenes regias y de su tío para que le entregara la sede. Confiaba también en el respaldo que Pacheco le había prometido, quien esperaba con ello perjudicar a su antiguo aliado. Finalmente, la intervención pontificia y regia le haría ceder.

El arzobispo “viejo” permaneció los primeros meses de 1464 en los alrededores de Sevilla esperando ser restituido de los bienes de la mitra hispalense. No obstante, sus enemigos se disponían a provocar su caída. Iniciada en mayo de 1464 la revuelta contra el monarca de un importante sector de la alta nobleza liderado por Pacheco y el arzobispo de Toledo, y comenzadas las negociaciones entre aquellos y el rey, todas las fuentes coinciden en señalar que el marqués de Villena exigió a Enrique IV que actuara contra Fonseca, negándose a continuar con las conversaciones en caso contrario. Al tiempo, Pacheco logró persuadir a los Mendoza, que controlaban el Alto Consejo regio, de actuar contra el arzobispo con la sugerencia de que la mitra hispalense podría pasar así a Pedro González de Mendoza y la compostelana a Gutierre de la Cueva, hermano de Beltrán de la Cueva y obispo de Palencia. En consecuencia, se emitieron desde la corte regia las órdenes oportunas para prender a Fonseca, a quien a su vez el intrigante marqués de Villena avisó de lo que el rey y sus consejeros pretendían con el fin de ganar su apoyo para la causa rebelde, como efectivamente acabaría logrando. Prevenido el arzobispo, huyó de Sevilla al mismo tiempo que eran confiscados sus bienes, sitiadas sus villas de Coca y Alaejos y se requería al papa que fuera privado de su mitra. Como consecuencia de todo ello, Fonseca y su sobrino, el arzobispo de Santiago, ya reconciliados, se unieron a los requerimientos de los rebeldes contra el rey y respaldaron lo contenido en el Manifiesto de Burgos de septiembre de 1464.

Cuando, a comienzos de octubre de 1464, Enrique IV cedió ante la nobleza y se iniciaron las negociaciones que concluirían con la designación del infante Alfonso como príncipe heredero, el monarca ordenó detener el sitio de Alaejos y de Coca y reintegrar al prelado los bienes y rentas de su mitra. No obstante, durante los meses siguientes Fonseca continuó respaldando a los rebeldes, y no sería hasta diciembre de 1464 cuando se reconcilió con el rey en una entrevista en el monasterio de La Mejorada de Olmedo, en la cual Enrique se ofreció a compensarle con cuantiosas mercedes. Olvidado ya su enfado con el monarca, el arzobispo pudo reincorporarse a la corte y comenzar a asumir el rol que desarrollaría durante prácticamente toda la guerra civil que entonces estallaría en el reino: el de mediador en las negociaciones entre el rey y sus opositores.

En efecto, tras la farsa de Ávila del 5 de junio de 1465, el arzobispo se mantuvo en una posición intermedia que le permitió asumir un protagonismo esencial en las negociaciones entre los bandos en pugna. La predisposición de Fonseca por la negociación y su postura menos radical que la de los Mendoza y otros partidarios del monarca, le convirtió en una figura imprescindible para el rey Enrique, cuyo criterio personal sobre el modo de resolver la contienda se asemejaba al suyo. Por ello Fonseca permaneció junto al rey durante la mayor parte de la guerra, llegando a encabezar su Consejo cuando los Mendoza se retiraban de la corte indignados por los intentos del rey de negociar con aquellos que le habían depuesto.

La única ocasión en la que el arzobispo se declaró abiertamente partidario de la causa del infante-rey Alfonso, fue como consecuencia del “golpe” efectuado por los Mendoza en junio de 1467 y por el que le expulsaron a la fuerza de la corte de Enrique IV al tomar el control de la misma. Fue entonces cuando Fonseca, más indispuesto con el poderoso linaje de la Alcarria que con el propio monarca, acudió a la corte alfonsina para declararse partidario de su causa, esperando obtener con ello el señorío de Olmedo que Enrique le había prometido y su respaldo frente a las represalias que los Mendoza pudieran tomar contra él. En el mes de agosto de 1467 recibió la orden del bando alfonsino de enviar sus tropas a Olmedo ante la noticia de que un ejército encabezado por Enrique IV y los Mendoza se dirigía a Medina del Campo y habría de pasar por esa otra villa, en la que se hospedaba el infante-rey. Fonseca no pudo negarse a pesar de mostrarse contrario al enfrentamiento armado, pero salió al encuentro del rey Enrique cuando su ejército pasó por Coca para convencerle de que desistiera de marchar contra Olmedo. La batalla finalmente se produjo, y el hermano y capitán del arzobispo, Fernando de Fonseca, falleció a causa de las heridas recibidas.

Tras la batalla, el arzobispo permaneció en Coca hasta que, a mediados de septiembre de 1467, un Enrique IV abandonado por los Mendoza y abrumado por la conquista alfonsina de la ciudad de Segovia, donde se encontraban su esposa, la reina Juana, y el tesoro regio, acudió a Fonseca para solicitarle que intercediera por él ante los rebeldes. Como resultado de las negociaciones entonces dirigidas por el prelado, Fonseca asumió de nuevo su antiguo puesto en el Alto Consejo enriqueño junto a otros nobles del partido alfonsino a los que se entregó el gobierno en tanto que se alcanzaba una solución a la guerra. Asimismo, se le confió la custodia de la reina en garantía de que el rey acataría el resultado de las negociaciones que habrían de desarrollarse en los meses siguientes. Durante su cautiverio en Alaejos, la reina quedaría embarazada de un sobrino del arzobispo llamado Pedro de Castilla, fugándose poco después.

A pesar de que a primera vista la causa enriqueña parecía perdida a finales de 1467, la claudicación de Enrique IV acabó teniendo un efecto disolvente del partido alfonsino, pues aquellos magnates a los que se confió la custodia del rey y la dirección de su Alto Consejo, el arzobispo de Sevilla y el conde de Plasencia fundamentalmente, acabaron por regresar a la obediencia del monarca a cambio de la promesa de grandes mercedes y de que conservarían su nueva posición como miembros principales de su Alto Consejo. Desde comienzos de 1468 el arzobispo, el rey y los condes de Plasencia residieron en esta ciudad, desde donde procuraron atraer a otros nobles, como el conde de Benavente, a la causa del monarca, y continuaron las negociaciones con los miembros del Alto Consejo alfonsino, enojados por el favor que prestaban ahora a Enrique IV.

El inesperado fallecimiento del infante-rey Alfonso a comienzos de julio de 1468 fue seguido de unas negociaciones con los rebeldes que Enrique IV confió al arzobispo de Sevilla y que resultaron en el pacto de los Toros de Guisando, en septiembre de 1468, por el cual Enrique fue reconocido como único rey, la infanta Isabel como la nueva princesa heredera y el arzobispo, junto a Pacheco, el conde de Plasencia y, poco después, el conde de Benavente, como los integrantes del nuevo Alto Consejo regio para ofensa de los Mendoza. En los meses siguientes, el prelado trabajó por atraer a la obediencia regia a distintos magnates y ciudades del reino que no le habían apoyado en la contienda, y desempeñó un destacado papel en las Cortes de Ocaña de 1469.

Como todos los otros magnates que como él pasaron entonces a formar parte del Alto Consejo, Fonseca aprovechó este crítico contexto para obtener múltiples mercedes y gracias del rey. Aparte de cuantiosos juros de heredad, son especialmente relevantes los intentos de Enrique IV de conceder al prelado nuevos señoríos con los que incrementar su patrimonio. Junto al mencionado señorío sobre Olmedo, el rey también le prometió, tras y durante el desarrollo de la contienda, el de las villas de Madrigal, Sepúlveda, Tordesillas, Siete Iglesias de Trabancos y San Felices de los Gallegos, aunque no pudo obtener finalmente ninguna de ellas. Mayor éxito alcanzó el arzobispo en la promoción de sus parientes en el ámbito cortesano y eclesiástico. Destacan especialmente los obispados de Ávila y de Ourense que, a comienzos de 1470, el monarca suplicó al pontífice para un sobrino homónimo del prelado y para uno de sus primos, llamado Diego de Fonseca. A pesar de no contar con un gran estado señorial propio, el control de cuatro de las sedes episcopales más relevantes del reino (Sevilla, Santiago, Ávila y Ourense), permitió a su linaje convertirse en uno de los más potentes del mismo.

Tras el matrimonio, en octubre de 1469, de la princesa Isabel con el futuro Fernando II de Aragón, Fonseca se erigió como uno de los principales defensores de los derechos al trono de Juana la Beltraneja y de la conveniencia de su matrimonio con el duque de Guyena. En los años siguientes continuaría trabajando junto al rey y Juan Pacheco para evitar que la sucesión al trono se acabara decantando por aquellos. Sin embargo, su protagonismo político fue disminuyendo paulatinamente como consecuencia del agravamiento de los síntomas de la grave enfermedad que padecía (un cáncer colorrectal) y que le obligaron a recluirse durante cada vez más tiempo en su señorío de Coca, donde falleció el 18 de mayo de 1473. Dejaba un menguado patrimonio que heredó, vía mayorazgo, su sobrino Alonso de Fonseca, nuevo señor de Coca y Alaejos.

No conviene concluir la semblanza de este prelado sin referirnos a su relación con las letras y las artes. El arzobispo Fonseca reunió en vida una magnífica biblioteca de más de trescientos volúmenes y desarrolló una importante labor de mecenazgo literario, constando la presencia en su casa en la década de 1450 del futuro cronista Alfonso de Palencia y, más tarde, del gran humanista Antonio de Nebrija. Las fuentes también han transmitido la imagen de un prelado apegado al boato y al lujo que, aparte de poseer un gran gusto por los objetos suntuosos y una tendencia a rodearse de los mejores artistas, orfebres y arquitectos, tenía un especial cuidado tanto en el adorno de su persona como de las casas y palacios donde residió. Las promociones arquitectónicas del prelado son bien conocidas, entre las que destacan las obras por él realizadas en el palacio de Coca, en su casa de Toro, en la fortaleza de Alaejos y en la capilla funeraria que comenzó a construir en el monasterio de San Ildefonso de Toro.

 

Bibl.: V. Beltrán de Heredia, Bulario de la Universidad de Salamanca (1214-1549), vol. I, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1966, pág. 179; J. M. Nieto Soria, Iglesia y génesis del Estado Moderno en Castilla (1369-1480), Madrid, Editorial Complutense, 1994; A. Franco Silva, “El arzobispo de Sevilla Alonso de Fonseca el Viejo. Notas sobre su vida”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 196, 1 (1999), págs. 43-92; L. Suárez Fernández, Enrique IV de Castilla: la difamación como arma política, Barcelona, Ariel, 2001; J. A. Ollero Pina, “El trueque de sedes de los Fonseca: Sevilla, 1460-1464. Un comentario a Alfonso de Palencia”, en Historia. Instituciones. Documentos, 37 (2010), págs. 211-282; Ó. Villarroel González, El rey y la Iglesia castellana. Relaciones de poder con Juan II (1406-1454), Madrid, Fundación Ramón Areces, 2011, págs. 615-616; A. Franco Silva, Juan Pacheco, Privado de Enrique IV de Castilla: la pasión por la riqueza y el poder, Granada, Universidad de Granada, 2011; L. Vasallo Toranzo, “La colección artística de Alonso de Fonseca (c. 1415-1473), arzobispo de Sevilla y alto consejero de Enrique IV”, en M. Á. Zalama Rodríguez, M. J. Martínez Ruiz y J. F. Pascual Molina (coords.), El legado de las obras de arte: tapices, pinturas, esculturas... sus viajes a través de la historia, Valladolid, Ediciones de la Universidad de Valladolid, 2017, págs. 109-120; Los Fonseca: linaje y patronato artístico, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2018; D. González Nieto, “La casa de Alfonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla: dimensiones y mantenimiento de una curia arzobispal a mediados del siglo XV”, en F. de P. Cañas Gálvez y J. M. Nieto Soria (coords.), Casa y Corte. Ámbitos de poder en los reinos hispánicos durante la Baja Edad Media (1230-1516), Madrid, La Ergástula, 2019, págs. 291-320.

 

Diego González Nieto

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