Pérez de Andrade, Fernán. O Mozo. Galicia, p. s. XV – 1470. Noble.
Fernán Pérez, O Mozo, aparece en la historia regional en 1435 como tutor de su sobrina María, hija y heredera de su hermano Pedro Fernández. En 1440 ya lo citan sus notarios como “O Sénnor Feman Peres”, que despacha con sus oficiales “dentro ennos paaços” de Pontedeume. Es claro por lo tanto que pasó de tutor de su sobrina a señor de la Casa, pero ningún documento aclara este cambio.
Tenía prestigio, muchas rentas y vasallos, y podía hacer ostentación de rodearse de una corte de escuderos, letrados y notarios, al frente de los cuales estaba el bachiller Vasco Rodríguez y el notario Iohan Señor.
Buscó su esposa en la casa de Montaos que se comporta en estos años como filial de los Andrade. El matrimonio con María de Moscoso y de Montaos enraizada con numerosas estirpes hidalgas gallegas lucenses y orensanas, dio como fruto principal a Diego de Andrade.
Fernán Pérez, O Mozo, se apuntó inmediatamente al juego político nobiliario. Eclipsado el conde de Trastámara y duque de Arjona, Fadrique, pensó que su mejor partida estaba con el conde de Benavente, aliado del condestable Álvaro de Luna. En esta peligrosa vanguardia nobiliaria militaba ya en 1441, cuando le tocó su parte en la desgracia: la devolución de sus villas de Pontedeume, Ferrol y Villalba a la Corona, que pasaron a ser señorío del Príncipe de Asturias, Enrique. Una serie de misivas firmadas por Juan II durante el mes de julio de 1441 lo ordenaba así, encomendando al arzobispo de Santiago y a los nobles gallegos que apoyasen en esta misión al adelantado mayor de Galicia, Diego Sarmiento, y a Pedro Álvarez Osorio, el futuro conde de Lemos.
La ráfaga de la desgracia no llegó en balde. Por parte de Pedro Osorio hubo voluntad decidida de golpear a los Andrade. Estos luchaban ahora mancomunados en sus dos ramas capitaneadas por los dos hermanos Fernán Pérez y Ruy Freire y llegaron a causar a Osorio graves daños en sus intereses más vitales como las ferrerías.
Aseguradas las riendas jurídicas del señorío, quiso Fernán Pérez conquistar la paz, mediante un armisticio con Pedro Álvarez Osorio. Se encontraba de momento ante dos graves dificultades: la primera era la inseguridad de las alianzas nobiliarias, que no pasaban de ser castillos en la arena. La segunda, la enemistad irreconciliable de su hermano Ruy Freire, que no se avenía a perdonar de inmediato a Osorio y a sus gentes. A pesar de todo, Andrade y Osorio, dieron los pasos para el acuerdo. Tenían un mediador natural en el conde de Benavente, primo de ambos.
Pero esta vinculación a los Pimentel concitó muy pronto una nueva tormenta sobre los Andrade. Fue en 1448, cuando por su adhesión a Juan de Navarra y, por un cambio de estrategia del condestable, Alonso Pimentel fue capturado y encerrado en el castillo de Portillo. Fernán Pérez no se resignó ante este infortunio.
Animó al conde de Benavente a escapar de su encierro y vio con complacencia cómo cercaba su castillo de Benavente para expulsar de él a la guarnición que lo tenía secuestrado por orden real. Todo ello atrajo sobre Andrade las iras de Álvaro de Luna y las condenaciones de Juan II. Con una carta a Pedro Álvarez Osorio, después de censurar severamente al noble gallego, le encargaba que velase atentamente e impidiese que Andrade enviase ayuda al rebelde de Benavente. Pero no bastó para la paz. Desde la Corte le llegaba, el 10 de marzo de de 1455, una reiteración de la privación de su señorío, insistiendo además en que no se le consintiese intervenir en la ciudad de Betanzos en la que continuaba de gobernador Gómez Pérez das Mariñas, no obstante la presencias del juez real Pedro Sánchez de Baeza. Enrique IV quiso mantener la situación realenga de la villa de Ferrol, rechazando las pretensiones de los Andrade y animando a los vecinos cotos de Mugardos y Serantes a unirse a la villa y gozar de sus mismas ventajas, por Provisión Real dada en Madrid el 9 de mayo de 1467. Seis días más tarde confirmaba las viejas Cartas Reales de 1283 y 1312 que habían constituido realenga a la villa. Con una Galicia ardiendo de inquietudes y, sobre todo, con la explosión hermandina a la puerta, los ferrolanos podían al fin cantar victoria.
En su Casa y familia tenía también enemigos encarnizados.
Sentía la amenaza de Ruy Freire de Andrade, que era grave por la década de 1450. Fernán Pérez de Andrade y el conde de Valencia reconocían el 1 de agosto de 1455 “que nos e os nosos vasallos e ommes aviamos reçivido de Roy Freyre d’Andrade e seus ommes muy tos males e dapnos e roubos e rescates, dissençoes e mortes dos nosos vasallos”. Decidieron ambos que este peligroso enemigo debía ser capturado y bien guardado, con garantía de ambos. Atrapado Ruy por el conde de Valencia, Pedro de Acuña, llegó el momento de concordar las seguridades mutuas de la custodia.
Las circunstancias externas que condicionaron tan fuertemente el señorío de Fernán Pérez de Andrade, O Mozo, no permiten adivinar el estilo personal, el ejercicio del señorío y la hacienda que sostenía su casa.
Estas facetas han encontrado un minucioso notario en la persona de Vasco de Aponte, el cronista puntual de la nobleza gallega durante el Renacimiento.
Se conoce su corte o comitiva en la que había “todos los ofiçios que entonçes podia traer un gran señor”, en la que se daban cita cuarenta escuderos de sus tierras, una veintena de continos, cuarenta y cinco peones, un nutrido grupo de pajes y mozos de cámara, y dos o tres trompetas. Con ella se desplazaba Andrade O Mozo por las tierras y poblaciones de su entorno, haciendo exhibición de su riqueza y sobre todo de su buena mesa, en la que se comía siempre pan de trigo.
“Coçer, panadeyras, que en la villa he Fernán Pérez”, voceaban sus pregoneros cuando la vistosa procesión llegaba a cada una de sus citas.
Fernán Pérez, como sus predecesores, fue tesonero en sus proyectos, contundente en sus actitudes, implacable en sus revanchas. Por dos veces sus vasallos, alentados desde la Corte, se desataron en acometidas violentas para arrasar a sus señores. A Fernán le tocó la segunda arremetida, la de los irmandiños de los años 1466-1470. Fernán fue testigo de los primeros planteamientos como proyecto de pacificación en la Junta de Mellid de 1466 y se sorprendió al comprobar que la Hermandad se hacía vendaval antiseñorial.
Pronto se vio en la impotencia. Sus fortalezas de Villalba, Pontedeume y Narahío fueron destruidas, mientras él mismo con su familia buscaba un escondrijo donde ocultarse de tanta furia. Sintió también el fuego de la revancha antivillana y lo destiló gota a gota con los clásicos procedimientos despóticos de nuevos impuestos a los vasallos y trabajos forzados de reconstrucción de los castillos arrasados. Acaso llegó a presentir algo insospechado: que, en plena campaña de revancha nobiliaria, el arzobispo compostelano Alonso de Fonseca intentase reconstruir la aplastada Hermandad para destruir con una nueva arremetida a los caballeros gallegos que se negaban a reconocer su dependencia económica y jurisdiccional de la Iglesia de Santiago, de la que tenían en foro lo más granado de sus haciendas. Pero la muerte le cerró los ojos en los primeros meses de 1470 con la amarga lección de presenciar cómo los “gorriones corrían contra los halcones”, según predecía un dolido testigo de la Guerra Hermandina.
Bibl.: V. de Aponte, Recuento de las casas antiguas del Reino de Galicia, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1986 (ed. crítica), págs. 132-149; J. García Oro, Don Fernando de Andrade, Conde de Villalba (1477-1540). Estudio histórico y Colección documental, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1994, pág. 17.
José García Oro, OFM