Manrique de Lara, Alonso. Toledo, s. m. s. XV – Sevilla, 28.IX.1538. Arzobispo de Sevilla, inquisidor general.
Hermano del poeta Jorge Manrique, nació en Toledo fruto del tercer matrimonio de su padre, Rodrigo Manrique, I conde de Paredes, con Elvira de Castañeda.
Durante el desarrollo de sus estudios en Salamanca, retuvo los frutos del canonicato que poseía en la catedral de Toledo. Canciller de la Universidad, maestrescuela de la Iglesia salmantina y arcediano de Toro, alcanzó el grado de doctor, pero no logró su propósito de ingresar en la Orden de San Agustín.
Nombrado obispo de Badajoz en 1499, celebró sínodo al año siguiente, cuyos resultados fueron recogidos en las Constituciones que derivaron de él. Dedicó gran parte de su actividad a la conversión de musulmanes, quienes, al cambiar su nombre, adoptaron el apellido Manrique muchos de ellos. Destacado “felipista”, participó en el encuentro que los nobles mantenían en la casa del arzobispo de Toledo para tratar sobre la delicada situación que afrontaba Castilla tras la muerte de Felipe el Hermoso, donde se organizó una regencia de compromiso. Su deseo de acudir a la Corte del joven Carlos fue abortado por Fernando el Católico, que ordenó su prisión. Confinado en el castillo de Atienza, fue acusado ante el Papa de provocar perturbaciones. Trasladado a Illescas, permaneció preso hasta que se le permitió volver a su Obispado en 1509. Desde allí, perseveró en su intento de acudir a Flandes. Se trasladó a Lisboa, donde embarcó sin que el Rey pudiese impedirlo. Así, quedó incorporado al servicio de Carlos como capellán.
Durante su estancia en los Países Bajos diversificó su actividad. Así, en 1510, se iniciaron las gestiones para poner en vigor el estatuto de limpieza de sangre en la iglesia pacense. La concesión de Julio II se produjo el 11 de enero del año siguiente, con lo que Badajoz se convirtió en la primera iglesia catedral que exigía este requisito a sus prebendados. Igualmente, mantuvo una significativa correspondencia con el cardenal Cisneros. Se convirtió en un valioso informador para el regente sobre todos los asuntos que afectaban al propio Carlos y a los consejeros flamencos que le rodeaban. También merecían su atención las actividades de algunos hispanos “fernandinos” trasladados a dicha Corte, sobre todo, aquellas encaminadas a terminar con la existencia del Santo Oficio. Igualmente, fue el encargado de oficiar la misa en la catedral de Santa Gúdula que precedió a la proclamación de Carlos como rey de los reinos y territorios hispanos el 14 de marzo de 1516.
La recomendación de Cisneros le proporcionaba su promoción a la mitra de Córdoba en 1516. La muerte de Guillermo de Croy favorecía su intención de convertirse en el nuevo arzobispo de Toledo.
Si bien contaba con el apoyo del Cabildo catedralicio, este respaldo resultó perjudicial para sus intereses, puesto que Chièvres fue informado de la inconveniencia de permitir a los Cabildos intervenir en la elección de prelado. Después de acompañar en su camino a Leonor, hermana de Carlos I, que acudía a desposarse con el rey de Portugal, retornó a su Obispado cordobés en 1518. A finales de año, celebró sínodo, cuya labor se reflejaba en unas nuevas Constituciones. No obstante, su estancia en la prelacía fue breve, puesto que meses después se encontraba nuevamente en la Corte. Asistió a las Cortes de La Coruña, donde fue nombrado capellán mayor del Rey, lo que motivaba el comienzo de un pleito con Alonso de Fonseca, quien alegaba el privilegio de los prelados compostelanos respecto a la ostentación de esta dignidad. De igual modo, formó parte del séquito que acompañó a Carlos V a su coronación en Aquisgrán.
Sustituto de Adriano de Utrecht en el cargo de inquisidor general, comenzó a desempeñar el mismo en enero de 1524. Unos meses antes, recibió el nombramiento como arzobispo de Sevilla. Su gestión al frente del Santo Oficio estuvo marcada por el apoyo que procuró a diversas corrientes de renovación espiritual, que habían sido protegidas y potenciadas por el cardenal Cisneros durante el reinado de los Reyes Católicos. Si bien se ha resaltado su respaldo a la difusión del erasmismo en España, se ha soslayado su vinculación a otras manifestaciones encuadradas dentro de éstas. En concreto, favoreció la vía de espiritualidad del recogimiento, como demostró, entre otras actuaciones, a través de la protección que brindó a Juan de Ávila.
Su actividad como inquisidor general se inició con la promulgación de unas nuevas Instrucciones fechadas en enero de 1525. Asimismo, convocó una junta en Madrid para deliberar en torno a la solución de los problemas que presentaba la población morisca de la zona levantina. El resultado de las deliberaciones se concretaba en una Real Cédula, fechada el 4 de abril de dicho año, que ratificaba la vigencia de la conversión.
Esta medida, junto a la publicación de un bando de expulsión para los no convertidos, generó tensiones y focos de resistencia dentro de esta comunidad, mientras que los señores de vasallos creían que estas determinaciones perjudicaban igualmente sus intereses.
Al año siguiente, se reunió de nuevo una junta para tratar este asunto en referencia a los moriscos de Granada, donde se encontraba Carlos V tras la celebración de su matrimonio. En este caso, se adoptaron medidas de control sobre esta población, entre las que cabe destacar la creación del Tribunal inquisitorial granadino.
Del mismo modo, Manrique convocó otra junta para analizar la problemática generada por las actividades de un grupo de alumbrados en 1525. La ofensiva contra el mismo se realizó desde el Tribunal inquisitorial de Toledo, aunque algunos procesos se instruyeron en el de Valladolid. La persecución contra esta manifestación heterodoxa de espiritualidad propició que se pusiese bajo sospecha cualquier vía de religiosidad que pudiese parecer semejante, así como a los autores cuyas obras eran citadas por los procesados. Por otra parte, el inquisidor general convocó en el mismo año otra junta para determinar la forma de proceder en los casos de brujería surgidos en Guipúzcoa y Navarra. Se tomaba la decisión de impulsar una campaña de evangelización en dichos territorios para tratar de poner freno a este tipo de manifestaciones.
Asimismo, el inquisidor general patrocinó la publicación de la traducción al castellano del Enchiridion.
Una de las primeras personas que alzaron la voz contra la publicación del libro fue el confesor real García de Loaysa, cuya protesta encontró eco rápidamente entre los miembros de las órdenes mendicantes, de los teólogos escolásticos y de los humanistas vinculados al ciceronianismo. Las críticas estaban referidas a las dudas que surgían en torno a la ortodoxia de algunas de las afirmaciones contenidas en la obra. Si bien su defensa fue asumida por Luis Núñez Coronel, secretario de Manrique, se hizo necesario convocar una reunión para clarificar esta cuestión de manera definitiva.
Mientras se definía si los escritos de Erasmo se ajuntaban a la ortodoxia o se apartaban de ella, Manrique ordenó que se cumpliese la prohibición establecida sobre el debate de esta cuestión en público. Durante el desarrollo de la Asamblea del Clero celebrada en 1527, el arzobispo de Sevilla mantuvo un enfrentamiento con Tavera, arzobispo de Santiago, respecto a la precedencia entre ellos. Este conflicto resulta ilustrativo de la enemistad que ambos se procesaban. No obstante, el interés en los monasterios se centraba en la realización de las censuras a las obras del humanista holandés. Las proposiciones que presentaban mayores dudas fueron remitidas a las Universidades de Alcalá y Salamanca para su calificación. Los preparativos de la junta sobre las obras de Erasmo se mezclaron con las primeras noticias de los sucesos conocidos como el Saco de Roma. Desde los círculos erasmistas, éstos se justificaban por la misión providencial que se otorgaba al Emperador como restaurador y reformador de la Cristiandad. En esta coyuntura, el juicio de la junta, cuyos trabajos se desarrollaban entre junio y agosto de dicho año, adquiría una especial relevancia.
La habilidad de Manrique y el surgimiento de un brote de peste evitó una condena de los preceptos erasmistas por parte de la misma. Posteriormente, la actitud conciliadora de Erasmo y la intervención directa de Carlos V zanjó definitivamente la polémica.
Por tanto, entre 1527 y 1532, se procedía a la traducción masiva de las obras del humanista al castellano, por lo que éste constituye el período de mayor expansión del erasmismo. En este sentido, Erasmo adjuntaba una carta de dedicatoria a Manrique en su obra Apología ad monachos hispanos, mientras que el inquisidor general ofrecía su protección a diversos intelectuales que presentaban afinidades con el pensamiento del mismo, como a Juan de Oria o a los hermanos Juan y Alfonso de Valdés.
No obstante, el influjo de Manrique comenzó a declinar.
En 1529, cayó en desgracia ante la Emperatriz, por lo que fue apartado de la Corte. El cambio en la orientación política se dejó sentir en el Consejo de Inquisición, donde comenzaron a tomar protagonismo los consejeros, que se hicieron cargo del gobierno de la institución con el beneplácito de Carlos V. Precisamente fue en estos años cuando se produjo la unión de los Consejos de Inquisición de Castilla y Aragón.
El fortalecimiento de la institución coincidía igualmente con la marcha del Emperador a Italia. Sin embargo, la ausencia del inquisidor general propició que se desatase en el seno del organismo la pugna por su control. Los clientes de Juan Pardo de Tavera lograron imponerse en la misma, mientras que los consejeros que no estaban integrados en este grupo se vieron forzados a abandonar su plaza en el Consejo. El dominio ejercido por Tavera culminó con su propio nombramiento como inquisidor general.
Si bien Manrique fue nombrado juez de apelaciones en 1531, provisión que se inscribía en un proceso tendente a la ampliación de la jurisdicción inquisitorial iniciado en 1525, lo cierto es que permanecía relegado.
Así lo muestra el hecho de que recibiese en Sevilla el capelo cardenalicio concedido por el papa Clemente VII con el título de los doce apóstoles en octubre de 1531, y que aún permaneciese en dicha ciudad en 1533. Su último intento de volver a adquirir relevancia política se produjo cuando Carlos V retornó a la Península, a quien Manrique acudió a recibir a Barcelona. Del mismo modo, buscó la cercanía a la Emperatriz, pero, tras seguir a la Corte por varias ciudades castellanas, solicitó la licencia para volver a su prelacía sevillana a mediados de 1534. El nuevo alejamiento estaba relacionado con su actuación en dos procesos inquisitoriales, que habían significado negativamente al inquisidor general. Mientras que, por una parte, trató de defender al doctor Juan de Vergara, detenido en junio de 1533 por el Tribunal de Toledo, para lo que realizó diversas gestiones a favor del reo ante el citado tribunal y en el Consejo de Inquisición sin que por ello pudiese evitar su condena, por otra, el procesamiento del benedictino fray Alonso de Virués y su actividad en el mismo disgustaron al Emperador por tratarse de uno de sus predicadores predilectos.
La muerte del arzobispo Fonseca propició la vacante de la mitra toledana en 1534. En la Corte se pensaba que García de Loaysa, retornado de Italia, no había recuperado el favor del Emperador, por lo que Manrique era considerado el candidato más firme para la sucesión. No obstante, cuando Francisco de los Cobos le ofreció su apoyo a cambio de la obtención del adelantamiento de Cazorla, el arzobispo de Sevilla rechazó esta oferta. Por el contrario, al secretario real le resultó más sencillo alcanzar un entendimiento con Juan Pardo de Tavera, que era otro aspirante a ocupar la silla primada. En este sentido, cabe señalar que contar con la ayuda del influyente Cobos hubiese supuesto un importante acicate para lograr alcanzar el nombramiento, pero se debe tener en cuenta que Manrique no había recuperado su influencia tras su caída en desgracia en 1529.
La actividad que Alonso de Manrique desarrolló vinculada a cuestiones inquisitoriales se concretaba en cuestiones administrativas. Si bien ostentó el cargo de inquisidor general hasta el final de sus días, la actuación del Santo Oficio como órgano de control ideológico seguía las directrices marcadas por el Consejo de Inquisición. Así, durante los primeros años que ejerció el cargo de inquisidor general, había procedido a modificar la estructura de la inquisitorial indiana.
Para ello, trasladó el modelo organizativo de los tribunales de distrito metropolitanos, y en 1535, nombró inquisidor de Nueva España al franciscano fray Juan de Zumárraga para que organizase el Tribunal en dicha demarcación. También se introdujeron modificaciones en la ordenación territorial del Santo Oficio en los Tribunales de Córdoba, Granada, Jaén y Murcia. No obstante, resultó fallido el intento de desgajar a Galicia del Tribunal vallisoletano. El inquisidor general también mandó realizar una recopilación de la normativa inquisitorial, titulada Instrucciones Antiguas, que vio la luz en 1536. En la misma, se recogían las disposiciones establecidas por Torquemada y Deza. Igualmente, promovió la edición de Repetio nova, donde la legislación inquisitorial quedaba reflejada a modo de repertorio para uso de los inquisidores.
Sin embargo, poco tuvo que ver Manrique en que la actividad censora del Santo Oficio se intensificase a partir de 1530, cuando desde el Consejo de Inquisición se recordaba a los distintos tribunales las ordenanzas existentes sobre la censura de libros y se recomendaba la realización de visitas a las bibliotecas. En este sentido, las obras de Erasmo fueron condenadas por la Inquisición a lo largo de los años siguientes.
Por tanto, Manrique de Lara se ocupaba con especial dedicación a los asuntos propios de su Arzobispado sevillano. Entre otras actuaciones, procedió a realizar una renovación del Cabildo catedralicio. Así, hizo recaer las provisiones de beneficios y prebendas de manera significada en profesores y alumnos de la Universidad de Alcalá de Henares vinculados a la corriente erasmista. El objetivo de la elección de estos humanistas era conformar un grupo de predicadores con excelente preparación para lograr implantar una religiosidad acorde con esta corriente de espiritualidad.
En este sentido, cabe destacar tanto la incorporación del doctor Egido como la relevancia adquirida por el doctor Constantino en el desarrollo de esta actividad.
Igualmente, el prelado propició la publicación de un nuevo Misal en 1534, que se distinguía de otros editados en estos años por su marcada sobriedad.
Por otra parte, también tuvo que hacer frente al surgimiento de problemas, como los derivados de los sucesos acaecidos en el seno de la Orden de San Agustín en 1535. El Papa encomendaba al arzobispo la resolución de la causa seguida contra diversos miembros de la misma por el asesinato del provincial en el convento de Sevilla. También dictó la sentencia, junto a Suárez de Carvajal y el provisor Temiño, referida a la invalidez del matrimonio entre el duque de Medina Sidonia y Ana de Aragón, nieta de Fernando el Católico, y la legitimidad del contraído por Ana con un hermano del duque.
Sin embargo, su falta de influencia en los asuntos inquisitoriales se veía de nuevo puesta de manifiesto al no poder favorecer a Juan de Ávila, su colaborador y amigo, procesado por el Tribunal sevillano, mientras que su carencia de influjo político se ratificaba en su alejamiento de Carlos V, retornado a la Península en 1536, así como en permanecer ajeno a las Cortes celebradas en Valladolid en 1537. Por tanto, alejado de la Corte y muy mermada su influencia, fallecía en Sevilla en 28 de septiembre de 1538. Fue padre de cuatro hijos: Antonio, señor de Gadea y adelantado de Castilla; Rodrigo, miembro del Consejo de Guerra; Guiomar, religiosa dominica, y Jerónimo, quien ocupaba diversas prelacías y el cargo de inquisidor general a finales del siglo XVI.
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Henar Pizarro Llorente