Gracián y Morales, Baltasar. Belmonte de Gracián (Zaragoza), 8.I.1601 – Tarazona (Zaragoza), 6.XII.1658. Jesuita (SI), escritor.
Bautizado el 8 de enero de 1601 en Belmonte, hoy Belmonte de Gracián, en la comarca de Calatayud, Baltasar Gracián fue hijo del médico Francisco Gracián Garcés, natural de Sabiñán, y de Ángela Morales, de Calatayud, su segunda mujer, pues anteriormente el padre de Gracián se había casado con Mariana de Andua, matrimonio del que sobrevivió una hija, Teresa.
Francisco Gracián ejerció la medicina en diversas localidades cercanas a Calatayud, a las que se desplazaba con toda su familia. En Belmonte se estableció hasta 1602, y allí nacieron Manuel, Magdalena, Baltasar y Francisco; de ellos, Manuel y Francisco debieron de morir muy pronto y, por tanto, Baltasar Gracián era el primogénito de la familia por derecho. En 1602 Francisco Gracián se trasladó a Ateca, donde la familia permaneció hasta 1620 y se incrementó con el nacimiento de Felipe, Juan, Pedro, Ángela, Francisco, Lorenzo y Raimundo, si bien Juan, Ángela y Francisco debieron de fallecer siendo muy niños. Todos los hermanos de Baltasar Gracián, excepto su hermanastra Teresa y su hermano Lorenzo, fueron religiosos: Magdalena, carmelita descalza; Felipe, clérigo menor; Pedro, trinitario; Raimundo, carmelita. Mención especial requiere Lorenzo, infanzón, nacido en 1614, pues Baltasar Gracián publicó con su nombre casi todas sus obras, excepto El Comulgatorio, única que apareció con su nombre auténtico, y la primera parte de El Criticón, en la que empleó el anagrama García de Morlanes. Baltasar Gracián fue padrino de bautismo y testigo de la boda de su hermano Lorenzo, quien casó en 1636 con Isabel Francisca Salaverte y Serna, emparentada con la familia de los Arbués en Épila y con los condes de Aranda, y cuyo padrastro era un abogado oscense. En 1620, la familia se trasladó definitivamente a Calatayud. Ese mismo año falleció Francisco Gracián, y su viuda, Ángela Morales, permaneció allí hasta su muerte en 1642.
No son muchos los datos que se conocen acerca de la formación de Baltasar Gracián en la primavera de su infancia y adolescencia. Es posible que aprendiese las primeras letras en Ateca. Se sabe, pues así lo confiesa en el “Discurso XXV” de la Agudeza y Arte de Ingenio, que se “crió” en Toledo junto a su tío el licenciado Antonio Gracián, “capellán en la Iglesia de Toledo, en la capilla de San Pedro de los Reyes”, pero se ignora por cuánto tiempo permaneció allí y si alternó o amplió sus estudios en Toledo con otros realizados en algún colegio, tal vez regentado por jesuitas, de Zaragoza o de Calatayud. En todo caso, en estos años adquirió una sólida formación humanística, pues fue eximido de cursar Letras Humanas en el seminario de Gerona una vez superado su noviciado en la Compañía de Jesús. Tras demostrar, como era preceptivo, la limpieza de sangre de su familia, Baltasar Gracián ingresó en el noviciado de la Compañía en Tarragona el 30 de mayo de 1619, donde permaneció dos años, momento en el que pudo realizar sus primeros votos perpetuos. Se trasladó después a Calatayud para estudiar dos cursos de Filosofía, hasta 1623, y posteriormente siguió cuatro cursos de Teología en el colegio de Zaragoza, hasta el año 1627, fecha en la que recibió la ordenación sacerdotal. Ya como profesor de Letras Humanas regresó a Calatayud, hasta 1630. De allí marchó a la casa profesa de Valencia para cumplir su tercer año de probación, que finalizó el 15 de marzo de 1631, desplazándose después al colegio de Lérida para impartir clases de Gramática y Teología Moral hasta 1633.
Trasladado de nuevo a Gandía, Gracián alternó sus obligaciones religiosas, como confesor y predicador, con la docencia de la Gramática, la Filosofía y la Teología Moral. Allí permaneció hasta mediados de 1636 y realizó la profesión solemne de los cuatro votos, el 25 de julio de 1635, en la iglesia de San Sebastián del colegio de los jesuitas. La de Gandía era la única Universidad regentada por los jesuitas en toda España y contaba con una de las mejores bibliotecas de la provincia de Aragón, que comprendía entonces los reinos de Aragón y Valencia, el principado de Cataluña y las islas Baleares. Es muy probable que en estos años empezase la redacción de su primera obra: El Héroe.
Desde el verano de 1636 hasta finales de agosto de 1639, Gracián fue destinado como confesor y predicador al colegio de Huesca, donde impartió también clases de Filosofía y Teología Moral. Aquí trabó una sólida amistad con el prócer oscense Vincencio Juan de Lastanosa, unos años más joven que el jesuita, quien pronto se convirtió en su mecenas, aunque en ocasiones se haya exagerado su intervención en algunas obras del jesuita. La casa de Lastanosa, teatro de prodigios por sus jardines, su armería, sus colecciones de numismática, antigüedades y objetos curiosos, y, sobre todo, por su espléndida biblioteca, fue refugio amistoso que el jesuita evocó en repetidas ocasiones, en particular en “Los prodigios de Salastano” de El Criticón. Gracián también estableció cordiales relaciones con otros eruditos y escritores cercanos a Lastanosa en Huesca, como su hermano Juan Orencio, el canónigo Manuel de Salinas o la monja de Casbas Ana Francisca Abarca de Bolea, unas amistosas relaciones a las que en años posteriores se sumaron, entre otros, historiadores como Juan Francisco Andrés de Uztarroz, Bartolomé Morlanes, Francisco Ximénez de Urrea, poetas como Juan de Moncayo y el tortosino Francisco de la Torre, e incluso aristócratas como los condes de Aranda.
En 1637, antes de septiembre, aparece en Huesca, en la imprenta de Juan Nogués y publicado por Lastanosa, El Héroe, libro de pequeño formato y denso estilo lacónico que en veinte capítulos o “primores” pretende formular un nuevo y universal arte para ser héroe en su tiempo, una “razón de estado de sí mismo” con cuya guía, cualquiera que aspirase a serlo, alcanzase el grado de “varón máximo”. No se conoce ningún ejemplar de esta primera edición, pero probablemente se acercaría al manuscrito autógrafo de la obra que se conserva en la Biblioteca Nacional (Madrid).
Al parecer, la obra fue bien recibida en Aragón y en Madrid, aunque también sufrió algunas censuras, en particular por el extremado laconismo de su estilo, como la que escribió un colegial del Colegio mayor de Santiago de Huesca. El Héroe volvió a editarse en Madrid (Diego Díaz, 1639), con un texto que presenta notables diferencias respecto al autógrafo, y se sabe que Gracián intervino en esta edición a través de su hermano Felipe, quien por aquel entonces se hallaba en la Corte. Gracián publicó el texto con nombre de su hermano Lorenzo y sin someterse al lento y riguroso proceso de autorización exigido para la publicación de libros dentro de la Compañía de Jesús, y ya en 1638 las acusaciones contra Gracián habían llegado a sus superiores. Los problemas de Baltasar Gracián en el pequeño colegio oscense, bastante conflictivo, según se desprende de la documentación interna de la Compañía, no se limitaron a la publicación de su libro, pues también se le acusó de absolver por la bula a un hermano por algunas “flaquezas con mujeres” y de “haber con poca prudencia tomado por su cuenta la crianza de una criatura que se decía era de uno que había salido de la Compañía”, convirtiéndose en “cruz de sus superiores y ocasión de disgustos y menos paz” en el colegio. Gracias a una carta de su hermano Felipe, fechada en Madrid el 14 de mayo de 1639, se sabe que Gracián se sentía perseguido dentro de su provincia, que temía ser enviado a Tarazona y que intentó buscar influencias en palacio para ser trasladado a la provincia de Castilla.
Tras unos meses en Zaragoza, donde había llegado en agosto de 1639, Gracián se convirtió en confesor del napolitano Francesco María Caraffa, duque de Nocera, virrey de Aragón y posteriormente también de Navarra. En 1640 Gracián acompañó a Nocera a Madrid, donde el duque fue nombrado Grande de España, y desde allí, entre abril y mayo, escribió tres cartas a Lastanosa en las que mostraba tanto su desencanto por el “embeleco” y la soberbia cortesana como su orgullo al constatar la presencia de El Héroe en los estantes de palacio. Tras unos meses en Pamplona, al menos hasta octubre, Gracián regresó a Zaragoza, donde asistió a Nocera en una grave enfermedad que padeció en diciembre. En este año de 1640 tuvieron lugar una serie de acontecimientos políticos y militares que llevaron la Monarquía hispana al borde del hundimiento y que también dejaron una profunda huella en la trayectoria vital del jesuita, puesto que la Guerra de Cataluña sellaría el destino político de Nocera y sería vivida muy de cerca por Gracián en los años siguientes. En este contexto de tensión política y militar entre los estados de la Corona de Aragón y la Monarquía apareció la segunda obra de Gracián, El Político don Fernando el Católico (Zaragoza, Diego Dormer, 1640), dedicada al duque de Nocera.
En ella, Gracián, sorteando los escollos y paradojas políticas del momento y combinando ética y política, antimaquiavelismo y vindicación aragonesista, diseñó la figura del perfecto gobernante a partir del modelo panegírico del rey Fernando, oráculo mayor de la “buena razón de estado” cristiana que supo conjugar prudentemente sabiduría y fortaleza, dichos y hechos, cabeza y puño. Caído en desgracia Nocera por defender una solución conciliadora opuesta a la política de Olivares, fue destituido y trasladado a Madrid el año 1641, donde fue juzgado y murió encarcelado en la fortaleza de Pinto en julio de 1642. Gracián, que siempre fue fiel a la memoria y amistad del duque, le acompañó a Madrid en tan infausto viaje, permaneciendo en la Corte desde julio de 1641 hasta febrero de 1642. Durante su segunda estancia en Madrid, Gracián predicó con gran éxito y preparó la edición de su siguiente obra, el Arte de ingenio (Madrid, Roberto Lorenzo, 1642), un texto que, como se verá, amplió y reelaboró durante los seis años siguientes.
En marzo de 1642 Gracián estaba en Zaragoza y en mayo asistió por primera vez como profeso a la Congregación Provincial que tuvo lugar en el mismo colegio cesaraugustano. Desde allí escribió durante los meses siguientes al Colegio Imperial madrileño relatando novedades bélicas y políticas del momento, como la caída de Monzón o la entrada de Felipe IV en Zaragoza. Entre agosto y noviembre fue destinado a Tarragona como vicerrector de la casa de probación de la Compañía. Sus cartas atestiguan su presencia en Tarragona hasta septiembre de 1643, pero es muy posible que permaneciese allí hasta septiembre de 1644, siendo, por tanto, testigo de los dos asedios que sufrió la ciudad por parte del Ejército francés. Entre septiembre y diciembre de ese año, Gracián se encontraba en Valencia, donde permaneció hasta julio de 1645; durante estos meses es probable que aprovechase la bien dotada biblioteca del Hospital para preparar su siguiente libro, El Discreto, a la vez que se dedicaba al ministerio de la confesión y la predicación, tarea esta última que le acarreó algún disgusto, pues al parecer pretendió leer en el púlpito una carta supuestamente remitida desde el mismo infierno y tuvo que retractarse públicamente de tan artificioso efectismo.
En el verano de 1645 Gracián volvió a Huesca. De nuevo junto a sus amigos oscenses tras los agitados años anteriores, Gracián vivió un largo período de sosiego que le permitió dedicarse de lleno a sus libros, aunque también conociese en primera línea los desastres de la guerra cuando fue destinado como capellán castrense al ejército del marqués de Leganés. Con él participó en el socorro de Lérida el 21 de noviembre de 1646, acción bélica de la que el propio Gracián dejó una completa relación en la que encarece su intervención personal confesando y exhortando a los soldados, lo que le valió el apelativo de “padre de la Victoria”. Antes de este hecho de armas, había publicado Gracián El Discreto (Huesca, Juan Nogués, 1646). De pequeño formato y dedicado al príncipe Baltasar Carlos, que murió ese mismo año en Zaragoza, El Discreto desciende del espejo de héroes y políticos al hombre de mundo que gobierna su peregrinaje vital por todo lugar y a todas horas afianzándose en la madre de todas las virtudes, la discreción, arte de saber elegir bien en la vida. Utilizando una gran variedad de géneros y estilos, Gracián va perfilando la hechura del varón discreto a través de la presencia de las virtudes y de la ausencia de los vicios que se dilucidan en los veinticinco “realces” o capítulos de que consta la obra. Es un arte de ser persona en el mundo, anclado en la ética de la filosofía moral, pero que no descuida la estética de la elegancia, el modo, el agrado, la delicadeza y la seducción que precisa el hombre para adaptarse a su circunstancia vital. Al año siguiente, publicó Gracián otro libro de pequeño formato que se convirtió en la más difundida y traducida de sus obras, el Oráculo manual y arte de prudencia (Huesca, Juan Nogués, 1647). Tras el novedoso arte de discreción, Gracián ofrece a los lectores un arte de prudencia, hábito del entendimiento que permite discernir entre lo bueno y lo malo gracias a la memoria, la inteligencia y la providencia. En trescientos aforismos (de los que setenta y dos ya habían aparecido en obras anteriores) Gracián va trenzando un manual de avisos, quintaesencia de la filosofía moral, para su aplicación práctica en la vida cotidiana, variada, paradójica y contradictoria como lo son en ocasiones sus propios aforismos. En 1648 culminó Gracián su reelaboración del Arte de ingenio de 1642 con la publicación de la Agudeza y arte de ingenio (Huesca, Juan Nogués, 1648). Dividida en sesenta y tres discursos, la Agudeza pretende ofrecer reglas y preceptos al ingenio, la capacidad creativa e inventiva del entendimiento humano, y establecer una taxonomía de sus frutos, los conceptos, que define como “acto del entendimiento que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos”. Ilustrada con ejemplos de escritores ingeniosos y agudos en diversas lenguas y de todos los tiempos, entre los que destaca su paisano Marcial, la Agudeza constituye, pese a su gran complejidad terminológica y conceptual, uno de los textos teóricos más relevantes para comprender la literatura europea de su tiempo y los propios principios estéticos que gobiernan la práctica literaria de Gracián.
Tras estos fructíferos años oscenses, Gracián se trasladó al colegio de Zaragoza en una fecha incierta de 1649 o 1650, tras asistir en agosto de 1649 a la Congregación Provincial celebrada en la casa profesa de Valencia, ocasión que aprovechó para pasar por Pedrola, donde tal vez visitara la casa del duque de Villahermosa.
En septiembre de 1650, y utilizando por primera vez su nombre auténtico, Gracián firmó en Zaragoza la aprobación de la Corona eterna de su amigo el padre Manuel Ortigas. También con su nombre y con todos los permisos de la Compañía se encargó de la publicación de la Predicación fructuosa del padre Jerónimo Continente, jesuita ya fallecido en aquel momento, y en marzo de 1651 firmó la dedicatoria al obispo de Huesca, Esteban Esmir, aunque la obra no apareció hasta el año siguiente. En el colegio de Zaragoza, donde ejerció como confesor y predicador, Gracián se encargó de la cátedra de Sagrada Escritura al menos desde septiembre. No obstante, empleando en esta ocasión el anagrama de García de Marlones y una vez más sin el consentimiento de su Orden, Gracián continuó su trayectoria literaria con la primera parte de la que sería su mejor y más ambiciosa obra, El Criticón (Zaragoza, Juan Nogués, 1651), dedicada al militar Pablo de Parada. Aun contando con amigos y protectores dentro y fuera de su Orden, las quejas contra Gracián llegaron hasta el general de la Compañía Goswin Nickel, quien en abril de 1652 se alarmaba porque Gracián había publicado “con nombre ajeno” libros “poco graves”, sin recibir por ello ningún castigo. El epistolario de Gracián y sus amigos atestigua las dificultades del jesuita para escribir, en un ambiente enrarecido al que se sumó un agrio enfrentamiento epistolar, entre marzo y abril de 1652, con su antiguo amigo (y colaborador en la Agudeza) el canónigo oscense Manuel de Salinas, a propósito de un poema latino y de La casta Susana (Huesca, Juan Francisco de Larumbe, 1651) de este último.
En 1653 apareció la segunda parte de El Criticón (Huesca, Juan Nogués, 1653), dedicada a Juan José de Austria, y para la que recuperó de nuevo el nombre de su hermano Lorenzo. Pese al pie de imprenta, tal vez falso para deslumbrar a sus detractores, es probable que se imprimiese en Zaragoza, donde residía Gracián junto a amigos que le prestaron su colaboración, como Juan Francisco Andrés de Uztarroz, autor además de una de las censuras de la obra. Testimonio de su presencia en los círculos eruditos y literarios zaragozanos son las aprobaciones del Entretenimiento de las Musas (Zaragoza, 1654) del tortosino Francisco de la Torre, y de la Vida de Santa Isabel (Zaragoza, 1655) de F. Jacinto Funes y Villalpando, ambas firmadas como Lorenzo, así como su oculta participación en la antología Poesías varias de José Alfay (Zaragoza, 1654), desvelada por una carta de Juan de Moncayo, marqués de San Felices.
En 1655 se publicó también en Zaragoza la única obra que Gracián firmó con su nombre auténtico y que salió con todos los permisos pertinentes de la Compañía, lo que permite saber que en octubre de 1653 ya estaba finalizada: El Comulgatorio (Zaragoza, Juan de Ybar, 1655). Esta obra, único hijo legítimo reconocido explícitamente por Gracián, es un conjunto de cincuenta meditaciones para comulgar que se integra en la tradición escético-mística de las letras españolas y que ofrece un perfil de Gracián distinto al del resto de sus obras, enconadamente aferradas a lo humano, pues es un Gracián volcado en lo divino, desbordado en la exteriorización de los sentidos y en afectos plagados de imágenes visuales muy relacionadas con las prácticas mnemotécnicas de los Ejercicios Espirituales ignacianos.
A mediados de 1655 Gracián estaba redactando la tercera parte de El Criticón, y su correspondencia con Lastanosa y con el poeta Francisco de la Torre testimonia tanto sus problemas dentro de la Orden como la mirada irónica y escéptica con la que contemplaba la tragicomedia local y universal que le rodeaba en los últimos años de su vida, como nuevo Heráclito y Demócrito. En abril de 1656, firmó como Lorenzo Gracián la aprobación de La Perla. Proverbios morales (Zaragoza, Diego Dormer, 1656) de Alonso de Barros.
Por fin, en 1657 aparece en Madrid la tercera y última parte de El Criticón (Madrid, Pablo de Val, 1657), a nombre de Lorenzo y dedicada a Lorenzo Francés de Urritigoiti, una publicación que le iba a acarrear numerosas pesadumbres y amarguras. Con esta tercera parte culminaba Gracián su obra maestra, un clásico de la literatura universal. El Criticón, suma de géneros y estilos de difícil clasificación, que únicamente admite la caracterización de “agudeza compuesta fingida” sobre la que discurre Gracián en la Agudeza, es una alegoría épica y satírica que siguiendo la técnica barroca del viaje, común a la narrativa bizantina y a la picaresca, expresa una visión desengañada del mundo y una lección ética acerca de la vida del hombre en la tierra y su ulterior destino. Gracián organiza un viaje filosófico a través de las edades del hombre y de la geografía europea en el que se establece un diálogo existencial entre sus dos protagonistas, Critilo y Andrenio, desde su encuentro en la isla de Santa Elena hasta su llegada a la Isla de la Inmortalidad.
El itinerario comienza en la primavera de la niñez y el estío de la juventud (primera parte), para convertirse en juiciosa, cortesana filosofía en el otoño de la varonil edad (segunda parte), y desembocar en el invierno de la vejez y la muerte. Camino largo, lleno de dificultades y poblado de monstruos, que requiere sagacidad, discreción y prudencia para no caer en el engaño y alcanzar el puerto de la inmortalidad al que se accede a través del esfuerzo, el valor y la virtud.
Como consecuencia de la publicación de esta tercera parte, Gracián recibió a principios del año 1658 una reprensión pública, con ayuno a pan y agua, se le destituyó de la cátedra de Escritura, y fue enviado al pequeño colegio de Graus por orden del padre Piquer.
Este severo castigo fue posteriormente refrendado, en marzo, por el general Nickel, quien además ordenó a Piquer que le vigilara estrechamente y que le encerrara, vedándole incluso la tinta, el papel y la pluma, en caso de que se le hallase algún papel contra la Compañía. Dolido por el trato recibido, Gracián pidió al general permiso para pasarse a otra orden, pero en abril, al parecer ya rehabilitado dentro de la Compañía, se hallaba en Tarazona como consultor del colegio y prefecto encargado de proponer puntos de meditación a los hermanos coadjutores. En mayo predicó en Alagón, aunque su estado de salud le impidió viajar a la congregación provincial de Calatayud a principios de junio. El general Nickel, receloso de las calidades de “ese sujeto”, siguió recomendando la vigilancia sobre su persona, aunque no se volvieron a tener noticias sobre Baltasar Gracián hasta el 6 de diciembre, cuando falleció en Tarazona, donde probablemente fue enterrado en la fosa común de los padres del colegio.
Obras de ~: El Héroe de Lorenzo Gracián, infanzón [1.ª ed., Huesca, Juan Nogués, 1637 (desapar.)], Madrid, Diego Díaz, 1639; El Político don Fernando el Católico, Zaragoza, Diego Dormer, 1640; Arte de ingenio, tratado de la agudeza, Madrid, Juan Sánchez, 1642; El Discreto de Lorenzo Gracián, Huesca, Juan Nogués, 1646; Oráculo manual y arte de prudencia. Sacada de los aforismos que se discurren en las obras de Lorenzo Gracián, Huesca, Juan Nogués, 1647; Agudeza y arte de ingenio, Huesca, Juan Nogués, 1648; El Criticón. Primera parte, Zaragoza, Juan Nogués, 1651; El Criticón. Segunda parte, Huesca, Juan Nogués, 1653; El Comulgatorio, Zaragoza, Juan de Ybar, 1655; El Criticón. Tercera parte, Madrid, Pablo de Val, 1657.
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José Enrique Laplana Gil