Lastanosa y Baraiz de Vera, Vincencio Juan de. Huesca, 25.II.1607 – 1684. Noble oscense, erudito, escritor y mecenas de las artes y de las letras, figura señera de la cultura en el Aragón del siglo xvii.
Los Lastanosa, de gran pretensión genealógica precisamente a partir de Vincencio, decían proceder de Calavera, lugar junto al río Cinca, cercano a Monzón.
Entre sus antepasados, que Vincencio hace remontar artificiosamente a 1210, habría habido gentes ilustres, servidores de Felipe II. Pero parece más cierto que su familia fuera de modestos comerciantes, originarios de Pomar (Huesca), limitación que Vincencio quiso suplir con una prolija y poco consistente investigación genealógica que, no obstante su vacuidad, ha tenido fortuna historiográfica. Su bisabuelo Juan Luis, hijo de un comerciante afincado en Monzón, casó con María Cortés en Huesca, adonde se trasladó a vivir, y fue el primer Lastanosa allí aposentado. Matrimonios ventajosos y prendas personales los promovieron en la escala social. El padre de Vincencio, Juan Agustín, al que los escritos familiares hacen con desaforada hipérbole “general de galeras” de Felipe III, casó con Esperanza Baraiz y Vera, cuyo padre, Juan Baraiz, era señor de Figaruelas (hoy, Figueruelas, junto a Huesca). Vincencio quedó pronto huérfano de padre. Con quince años heredó de su abuelo materno dicho señorío y la casa familiar en Huesca, cuyos futuros contenidos cobrarían tanta fama. Su madre casó luego en segundas nupcias con Juan Martín Gastón, viudo también, que aportó al matrimonio una hija, la sevillana Catalina, con la que casó Vincencio al cumplir los dieciocho y teniendo trece la novia. Entre 1629 y 1644 tuvieron catorce hijos, de los cuales vivían siete cuando, tras su decimoquinto y fallido parto, murió Catalina, a los treinta y dos años.
De su vida privada se sabe algo por algunos datos en la nutrida correspondencia que mantuvo con numerosos e interesantes amigos, incluidos franceses, italianos y alemanes, con los que le unía una común afición por las antigüedades y con los que intercambiaba constantemente monedas, restos cerámicos procedentes de excavaciones y rebuscas arqueológicas, libros, manuscritos y noticias eruditas de toda especie, desde el común interés por recuperar el pasado del viejo reino y por atesorar saber en general. “Hombre de todas horas” lo llamó su gran amigo Gracián, para definir a quien lo mismo atendía a sus deberes cívicos, como miembro destacado del consistorio oscense, que a los trabajos rurales en sus tierras de Figueruelas y en otras que explotaba, arrendadas, en Pompién.
El ocio lo dedicaba al estudio y clasificación de sus antigüedades y a las nutridas tertulias misceláneas en los salones de su casa palacial, que frecuentaron los hombres más notables de la cultura aragonesa de su tiempo, que no fueron pocos, y muchos visitantes. El más famoso, Baltasar Gracián, lo inmortalizó: bajo el transparente alias anagramático de Salastano aparece en El Criticón encabezando un capítulo (“Los prodigios de Salastano”); y le dedica elogios y un capítulo en El Discreto, en el que lo llama “cultísimo Vicencio”.
Con él compartía casa su hermano Juan Orencio, canónigo maestrescuela catedralicio, a quien su tío materno, el también canónigo Galcerán de Baraiz, además de una canonjía había dejado al morir en buena situación económica.
En 1627 asistió a Cortes de Barbastro, convocadas por Felipe IV, y viajó a Calavera con el fin aparente de procurarse la documentación pertinente para su anhelado título de infanzonía. De esta época debe de datar la confección del fantasioso árbol genealógico, que Félix Latassa describe en sus Memorias literarias de Aragón, sin reparar en que, además de la dudosa veracidad de lo expuesto por Lastanosa, hay muchos intercalados de una segunda mano por completo fabulosos.
Para comprender el modo de ser de Lastanosa, afanoso del saber como vehículo a la gloria en su sentido clásico, es expresivo el barroco y conceptista mote que añadió a sus armas: Huc usque et inde cepit, del que da explicación sucinta en romance al pie del escudo: “La más segura nobleza es la que el fin no acabó, antes en él comenzó”, y que revela, a pesar de todo, la conciencia que tenía de lo reciente de su nobleza. Gracián, que lo conocía bien, lo retrató por ello como hombre “cuyo discreto empleo era lograr todas las maravillas, no sólo de la Naturaleza y Arte, pero más de la fama”. A los veintiún años, en 1628, consiguió el título de infanzón, que persiguió obsesivamente, estímulo en su vocación renacentista de homo universalis, creyente en la unicidad del valer y del saber y en la necesidad de la biblioteca total puesta a disposición general. El Lastanosa anticuario usó como emblema de su actividad y de su respeto por el legado antiguo el Ave Fénix, con el lema Vetustate fulget.
En 1636 entró a formar parte del consistorio ciudadano como consejero. Cuatro años más tarde comenzó la guerra de Cataluña y Lastanosa, junto con otros próceres de la ciudad nombrados capitanes para la ocasión, partió con su compañía a defender Monzón.
La plaza se perdió, pero Lastanosa tuvo ocasión de batirse defendiendo con éxito los pasos del río Cinca junto con las tropas reclutadas en Huesca y Zaragoza y aportando a la empresa sus caudales. Es el único hecho de armas que se le conoce. En 1651 la peste bubónica prendió trágicamente en Huesca y la ciudad lo designó para el comprometido puesto de regidor del Hospital. Fue Lastanosa, finalmente, gentilhombre de la casa del Rey. En su vida pública sus ambiciones se centraron del todo en su ciudad natal. Puso empeño en ser su primer ciudadano y benefactor. Asumió con celo los cargos concejiles (añadiéndose a los citados la lugartenencia local de Justicia), inventarió los fondos documentales del reino, y en 1645, sufragada por su hermano, dirigió durante un veintenio en la catedral de Huesca la obra de la nueva capilla dedicada a los santos Orencio y Paciencia, supuestos tradicionalmente padres de san Lorenzo, patrono de la ciudad, que lo consideraba nacido en ella, y en la que puso el panteón familiar, donde está sepultado. En la cripta, sendas estatuas orantes, en alabastro, recuerdan a su persona y la de su hermano clérigo, reproducidos además en lienzos atribuidos a Jusepe Martínez, en la parte alta de la capilla, decorada por Lorenzo Agüesca y Jerónimo Jalón. Aunque no se graduó en la Universidad, fue hombre cultivado y preso de insaciable curiosidad por todas las ramas del saber.
Destacó como numísmata, cuya obra ha seguido interesando a los estudiosos (algunas de sus obras han sido editadas en el siglo xx). Su Museo de las medallas desconocidas españolas, con ciento sesenta y tres piezas ilustradas en treinta y cinco láminas (las que le parecieron más notables de las acaso diez mil que reunió), mereció ser destacado en los grandes repertorios de Vogt y Brunet, quien la llama “ouvrage très recherché”.
Pero Lastanosa ha pasado a la historia de las letras no tanto por su fama como escritor —fue poeta mediocre— o estudioso, sino como generoso y eficaz protector e impulsor de artistas e intelectuales y animador de empresas culturales. La fortuna heredada de los Baraiz le permitió hacer de su gran casa un verdadero museo vivo, a modo de Wunderkammer, donde todos los objetos del arte y del saber tenían acogida. Orgulloso de su casa, generosamente abierta, hay información escrita de sus jardines —origen del actual parque de Huesca—, el contenido de las salas de su museo y su valiosa biblioteca, aunque parece falsificación del siglo xviii (que dice ser de 1639) la hiperbólica descripción del ms. 18727-45 de la Biblioteca Nacional, muy usada en la historiografía desde Del Arco y Coster, único texto en que aparece lo que luego pasó por dicho popular encomiástico: “Quien no ha visto en Huesca la casa de Lastanosa, no ha visto cosa”. Se alzaba entre los actuales números 40 y 41 de la calle del Coso, frente al convento de los jesuitas. La amplia y celebrada mansión fue constante albergue de escritores, científicos y curiosos que la visitaban para admirar o escudriñar sus múltiples colecciones de obras de arte y objetos raros y su biblioteca, aunque es falso que entre ellos estuviera Felipe IV o que, como se ha escrito a veces, llegase a tener dos mil arcabuces y mil picas. Efigies clásicas, canales, estanques y surtidores adornaban el recinto. En el interior, las estancias guardaban objetos preciosos o insólitos que Lastanosa atesoró de forma sistemática y con esfuerzo a lo largo de su vida. Podían admirarse piezas romanas y amerindias y una regular armería, incluido el puñal con que supuestamente Pedro IV de Aragón se habría herido dos dedos al rasgar el “Privilegio” nobiliario en 1348, aunque son fábula las alusiones del manuscrito citado a piezas donadas por los Reyes a los Lastanosa en pago de servicios que ya prestaban desde Jaime I y los cuadros de Tiziano, Rubens o Caravaggio.
Poseía una rica colección de monedas griegas y romanas y un museo de ciencias naturales, con fósiles (“monstruosidades de la Naturaleza”) recogidos por el Pirineo y en el Moncayo, conchas marinas y corales, gemas y piedras raras traídos de tierras lejanas. En sus jardines, de inspiración francesa —pero en los que, contra el tópico consagrado, no hubo una tropa de jardineros enviados por el duque de Orleans—, se cultivaban laboriosamente plantas de especies exóticas, intercambiadas por Lastanosa con contemporáneos aficionados a la botánica. Entre ellos, sobresalientes sabios franceses, como el tolosano François Filhol, el lionés y herborista real Jean Baptiste Dru, de quien recibía material bibliográfico, el destacado Pierre Morin, que le escribía desde París o el alemán Athanasius Kircher, que lo hacía desde Roma.
Pero lo que más estimaba Lastanosa de entre sus tesoros fue sin duda su biblioteca, inventariada en 1635, custodiada del visitante desaprensivo, pero accesible para los íntimos y los visitantes ilustres, cuyos anaqueles estaban separados por estatuas de Apolo y las Musas. El cronista Andrés de Uztarroz dejó cumplido catálogo de la misma —a su muerte, perdida y diseminada en Pamplona, Huesca y Madrid, como el resto de sus pertenencias—, buen índice de sus aficiones y admirable afán por saber y difundir. Estaba bien nutrida en materia científica y técnica (Matemáticas, Astronomía, Arquitectura, Botánica) y con abundancia en Arte e Historia (incluidos tratadistas como Bodin, Maquiavelo o Botero) y en lugar destacado, aunque discretamente mantenido, la Química y la Alquimia, de las que tenía raros volúmenes conseguidos a través de otro de sus corresponsales, el veneciano Camilo Locarni. De ello se derivaron, incluso, experiencias médicas (de carácter químico-alquímico, no siempre consideradas ortodoxas) de las que hay vaga, pero segura noticia, incluida la que da el aragonés Atilano Manente sobre cierta “sal” curativa de la que en Huesca decían ser “Anima mundi, Avicula de Hermes Trismegisto, el Alchaest [el alkahest o sal álcali de van Helmont], el agua de Vida de Alderete [...]”. Los libros de ciencia se completaban con colecciones de utensilios ópticos y de artes mecánicas y con trabajos como su traducción española de los Elementos químicos, de Jean Béguin.
Su tertulia literaria fue frecuentada no sólo por los escritores oscenses, sino también por los que de otros lugares del reino o de más allá venían atraídos por la fama de su casa. Discutían las adquisiciones anticuarísticas, las novedades literarias de la Corte o los numerosos proyectos de los contertulios. Muchas de las obras de Gracián se gestaron en las dos estancias del belmontino en Huesca (1636-1639 y 1646-1649), en tan propicio caldo de cultivo, que el jesuita reflejó en su obra El Discreto. Gracián, asiduo de la casa, entabló una larga y profunda amistad con Lastanosa, el cual lo ayudó poniendo a su disposición su influencia y su biblioteca, corrigiendo y criticando, a petición de Gracián, algunos de los capítulos de sus obras e, incluso, imprimiendo sus libros a costa de su peculio.
A tanto llegó esa amistad y su compenetración que ya en su tiempo (1655) hubo quien, como el holandés F. Van Aarsens (“Antonio de Brunel”), atribuyó a la pluma de Lastanosa el Oráculo graciano. Entre los escritores amigos de Lastanosa se contaban los cronistas oficiales Francisco Ximénez de Urrea y Juan Francisco Andrés de Uztarroz, fray Jerónimo (Ezquerra) de San José, Juan de Moncayo, marqués de San Felices o Ana Abarca de Bolea.
Obras de ~: Dactiloteca, c. 1644 (inéd.); Museo de las medallas desconocidas españolas, Huesca, 1645; Piedra de toque de la moneda jaquesa, 1662 (ms.); Tratado de la moneda jaquesa y de otras de oro y plata del Reino de Aragón, Zaragoza, 1681 (refunde y amplía Piedra de toque); “Narración de lo que le pasó a [...]Lastanosa a 15 de octubre del año 1662 con un religioso docto y grave”, en R. del Arco y Garay, La erudición aragonesa en el siglo xvii en torno a Lastanosa, Madrid, 1934.
Bibl.: R. del Arco y Garay, “La imprenta en Huesca. Apuntes para su historia”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XII-XIV; La erudición Aragonesa en el siglo xvii en torno a Lastanosa, Madrid, 1934; K. L. Selig, The library of Vicencio Juan de Lastanosa, Patron of Gracián, Ginebra, 1960; M. Alvar, “Gracián y Lastanosa convertidos en materia poética: Don Francisco de la Torre y Sevil”, en Gracián y su época, Zaragoza, 1986, págs.7-24; “Una genealogía fantástica de los Lastanosa”, en Homenaje al profesor Juan Torres, Murcia, 1987, págs. 47-55; A. Egido, “La vida cultural oscense en tiempos de Lastanosa”; F. Gil Encabo, “Vincencio J. de Lastanosa y sus prodigios”, en Signos, Arte y Cultura en Huesca [...], Huesca, Diputación Provincial, 1994, págs. 99- 109 y págs. 111-123, respect.; P. Bosqued, “Tipología y elementos del jardín de Lastanosa”, en El jardín como arte, Huesca, 1998, págs. 129-148; M. López Pérez, “Lastanosa, la alquimia y algunos helmoncianos aragoneses”, en Panacea. Revista deHistoria de la Terapéutica, 6, Madrid, 2002 (s. p.); M. C. Fontana Calvo, “La capilla de los Lastanosa en la catedral de Huesca. Noticias sobre su fábrica y dotación”, en Boletín. Museo e Instituto Camón Aznar (Zaragoza), 91 (2003), págs. 169-217.
Guillermo Fatás Cabeza