Pinazo Camarlench, Ignacio. Valencia, 11.I.1849 – Godella (Valencia), 18.XI.1916. Pintor.
Ignacio Pinazo es uno de los pintores más destacados del arte español de finales del siglo xix y, en concreto, el gran pionero de la pintura moderna valenciana.
De fecunda y larga trayectoria, ha sido considerado frecuentemente como un representante del impresionismo español, cuando su estilo, polivalente y afín a diferentes registros artísticos, es difícil de inscribir dentro de una corriente artística determinada.
Perteneciente a la misma generación que Darío de Regoyos, Santiago Rusiñol, Aureliano de Beruete y Emilio Sala, fue un pintor avanzado e innovador que rompió con los esquemas tradicionales de género y abrió nuevas posibilidades para la pintura decimonónica.
Su modernidad radicó, principalmente, en su particular acercamiento a la realidad y en la manera de abordar con su pintura, su entorno más inmediato.
Anticipó aspectos de la pintura del siglo xx, tales como ese naturalismo que, por su estética del inacabado, se sitúa próximo a la abstracción.
Ignacio Pinazo fue el segundo hijo de una familia numerosa humilde, propietaria de un pequeño comercio, que residía a las afueras de Valencia. Con tan sólo ocho años, quedó huérfano de madre, lo que le obligó a buscar un oficio para ayudar a la familia a salir adelante. Antes que pintor, fue panadero, platero, sombrerero y pintor de abanicos y azulejos. En 1865, inducido por su amigo José Miralles, para el que trabajó como aprendiz de dorador en su taller, asistió las clases nocturnas gratuitas de Dibujo al Natural, de Colorido y Composición en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, situada en el antiguo Convento de las Carmelitas. Durante seis años compaginó su trabajo de sombrerero con las lecciones impartidas por el pintor José Fernández Olmos en la Academia, mostrando grandes habilidades plásticas.
En 1865 el cólera acabó con la vida de su padre y de su madrastra, haciéndose cargo de Ignacio y sus hermanos su abuelo paterno, quien le facilitó un pequeño espacio en la casa para pintar. Un segundo accésit en la clase de Dibujo al Natural y un primero en la de Composición, animaron al joven a dedicarse exclusivamente a la pintura.
Su primer encargo conocido fue el lienzo de Santa Mónica de 1871, que se conserva en la actualidad en el Museu d’Art de Catalunya en Barcelona. La obra fue finalmente rechazada para su destino de origen, por lo que Pinazo la presentó, dos años más tarde, bajo el título de La Caridad, en la Exposición Regional de Barcelona, donde fue adquirida por el Ayuntamiento.
A esta primera época corresponden también otros encargos, como Matrimonio del Foscall, El tío Capa y una serie de retratos familiares y de autorretratos, en los que predominan las gamas oscuras y la captación de la intensidad psicológica de los personajes, que anticipan ya su maestría en un género que no abandonará nunca.
En 1871 consiguió su primer premio de relevancia: la Medalla de Plata en la Exposición de la Sociedad de Amigos del País de Valencia, por una serie de estudios.
Este reconocimiento dio seguridad al joven para presentarse al año siguiente a una plaza de pensionado en Roma convocada por la Diputación Provincial.
En el proceso fue superando todas las pruebas hasta llegar al examen final en el que tenía que presentar obligatoriamente una pintura de historia.
Su lienzo El Cardenal Adriano, obispo de Utrecht, recibiendo a los jefes de las germanías en el palacio de los Vilagarut fue desaprobado por el jurado, que lo consideró pobre en la composición. Este acontecimiento suscitó de inmediato la disconformidad de otros artistas concurrentes que, junto con el pintor, presentaron sin éxito un escrito de protesta. Como la propuesta fue ignorada finalmente, fueron sus propios amigos los que enviaron, un año más tarde, a la Exposición de la Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia que valoró el talento de este cuadro y le galardonó con una Medalla de Plata Dorada. Este premio le permitió emprender un viaje por su cuenta a Italia, acompañado de sus amigos el pintor José Miralles y el escultor Jerónimo Sunyol.
La historiografía no ha podido determinar con exactitud las fechas de este primer viaje a Italia pero lo sitúan entre 1872 y 1874. Se conservan numerosos dibujos y el lienzo Malvas y girasoles firmados en la ciudad de Roma en 1874. Se ha comentado que fue en Italia donde conoció al maestro Fortuny, quien, instalado en la localidad de Portici, estaba atravesando uno de sus mejores momentos creativos. La lección del maestro catalán sobre el aún joven aprendiz se vio reflejada rápidamente en sus primeras obras.
Así lo demuestra una serie de lienzos pintados al aire libre como son Pintando en el jardín, Dibujando en el campo y Pintando en el parque. Paralelamente fue también en Roma donde Pinazo entró en contacto con el pintor Casto Plasencia, que estaba promoviendo una nueva concepción del género del paisaje y que tanta influencia tendría en España.
De regreso a Valencia, llamado por la quinta de Castelar, decidió continuar con su formación en la Academia de Acuarelas y pasó antes tres meses en Barcelona, junto con su amigo Juan Peyró. En Barcelona ejecutó dos pequeñas obras: El vino y La muerte, que compró un marchante catalán por un precio de 3000 reales. De nuevo en Valencia volvió a optar por una plaza de pensionado en Roma convocada en 1876, de la que salió, esta vez, unánimemente vencedor con el cuadro Desembarco de Francisco I, rey de Francia, en el muelle de Valencia, hecho prisionero en la Batalla de Pavía. Esta nueva pintura de historia estaba claramente inspirada en La Rendición de Breda de Velázquez, pintor por el que Pinazo siempre mostró una gran devoción. Poco antes de regresar a Italia, ahora como pensionado de la Diputación, Pinazo contrajo matrimonio con Teresa Martínez Monfort en la parroquia de Salvador y Santa Mónica de Valencia. A su esposa la retrató en numerosas ocasiones durante toda su carrera y fue una auténtica musa para muchas de sus obras.
En este segundo viaje a Italia, Ignacio Pinazo admiró profundamente en la Galería Corsini de Roma al gran retratista del Renacimiento alemán Hans Holbein, a quien llegó a considerar como maestro. Estudió a los clásicos y pintó obras de factura académica.
Al año de su llegada, en 1877, visitó al pintor Morelli en su estudio de Nápoles, de quien recibió también una gran influencia, y entró en contacto con el grupo de los macchiaioli, representantes de la aportación italiana al realismo europeo. De estos últimos asimiló la temática cotidiana y el gusto por el paisaje realista al plain air, al igual que determinados procedimientos técnicos, como la pintura sobre tabla sin preparación previa. Desde Roma envió a la Diputación, como primeros trabajos reglamentarios de pensionado, un total de ocho dibujos al natural y dos desnudos de niños.
Mostró interés por el retrato infantil, que aumentó tras el nacimiento en 1879 de su hijo José, que llegaría a ser pintor como su padre y a quien retrató insistentemente en la cuna, en el suelo, dormido, riendo, llorando, comiendo o enfermo.
Su condición de huérfano, el nacimiento de un primer hijo muerto y, poco más tarde, el de sus dos únicos hijos, José e Ignacio, marcaron indudablemente el carácter familiar del artista, pero también fueron el origen de una gran fascinación por el universo infantil, quizás anhelado. El retrato infantil llegó a ocupar uno de los capítulos más interesantes de la producción del artista, siguiendo una afición practicada también por Fortuny. En ellos, los niños fueron retratados como personajes mitológicos bajo la forma de dioses, amorcillos, ninfas o querubines, cargados de gran simbolismo. Otros, los desarrolló como escenas costumbristas, como se puede apreciar en Monaguillo tocando la zambomba de 1895 y en el Retrato de niña con muñeca.
Los modelos infantiles estuvieron ya presentes en dos de sus envíos más importantes como pensionado en 1877: El guardavías y Juegos icarios, ambos conservados en la actualidad en el Museo de Bellas Artes de Valencia. En este último, donde predominaron las gamas blancas, el pintor combinó con facilidad una corriente naturalista, representada, por ejemplo, en la suciedad de los pies y de las manos, con una observación detallada de la vida cotidiana del mundo romano muy del gusto de la época.
Interesado por la mitología grecolatina descubierta en Italia, empezó a cultivar esta nueva temática pagana, junto con la pintura de paisaje y los cuadros de historia. Ejemplo de esta versatilidad fue el envío que hizo, un año más tarde, a la Diputación de dos obras: el lienzo Baco niño, conocido también como El Fauno (hoy en el Museo de Oviedo), y que la Diputación donó para la tómbola de los damnificados por las inundaciones ocurridas en Murcia, junto con un primer ensayo de pintura de historia como pensionado titulado Las hijas del Cid, que fueron expuestas en la Exposición de la Lonja de Valencia.
Las dos obras tuvieron una gran acogida y fueron galardonadas con el Diploma de Medalla de Oro concedido por el Ayuntamiento. La última de ellas, Las hijas del Cid, hoy en el Museo de Bellas Artes de Valencia y para la que realizó múltiples bocetos, terminó considerándose como una de las obras más emblemáticas del artista. En ella, a través de un hecho histórico, el pintor tuvo la oportunidad de concentrarse plenamente en el género del desnudo. La escena recoge el momento en el que las ultrajadas doña Elvira y doña Sol por los condes de Carrión, están atadas a un grueso tronco, despojadas de sus ropas en el sueño. La naturaleza ocupa un segundo plano y toda la atención recae sobre los cuerpos desnudos de las mujeres. A través de una gran intensidad y realismo dramático, la pintura cabalga estilísticamente entre la corriente naturalista de fin de siglo y el incipiente gusto por el erotismo, propio del modernismo, reflejado en la sensualidad de las mujeres, retratadas como auténticas odaliscas. El tema fue abordado como algo secundario. El interés de Pinazo en la obra fue mostrar su perfecto dominio de la anatomía y lo novedoso de la técnica empleada, que consistía en la pincelada suelta y la importancia de la captación de la luz. Esa misma sensualidad se repitió, aún más abiertamente, en una obra posterior, Desnudo de frente, que fue propiedad del pintor Emilio Sala y cuyos primeros estudios están fechados en torno a 1880.
También en 1878 Ignacio Pinazo envió un nuevo tema de historia a la Diputación desde Roma, que representaba, en esta ocasión, a Don Jaime el Conquistador, moribundo, entregando la espada al infante don Pedro, continuando así la renovación del género de pintura de historia iniciada por Rosales. En esta obra el pintor se recreó en la reconstrucción del escenario, al retratarlo con todo detalle (retablos, tapices, armaduras, vestimenta, candelabros, el propio lecho del Rey y su dosel), que indica su grado de imaginación.
Por la elección del momento, el Rey agonizando rodeado de su hijo y de un grupo de caballeros tristes y dolientes, la obra encerraba una fuerte emoción. A su regreso de Roma, reprodujo el lienzo a gran tamaño y lo envió a la Exposición Nacional de 1881, donde fue galardonado con una Segunda Medalla y, seguidamente, adquirido por el Estado.
En España, Ignacio Pinazo siguió alternando los temas de historia, con la pintura de paisaje descubierta en Roma y con los retratos, especialmente infantiles, tras el nacimiento de su segundo hijo, Ignacio, que junto con su hermano José se convirtieron en sus dos grandes modelos. En 1883 retrató al pequeño Ignacio en uno de sus más conocidos retratos infantiles titulado La Edad de Oro, donde el preciosismo alcanzó las cotas más altas dentro de su producción.
Paralelamente, Ignacio Pinazo empezó a dedicarse a la docencia al ser nombrado profesor sustituto de Colorido por la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. Poco antes había sido rechazado como profesor en la Escuela de Bellas Artes, pero, para la nueva ocasión, el anterior profesor José Fernández Olmos, que había sido maestro de Pinazo en sus inicios, no dudó en recomendarle para la plaza, tras su dimisión. Al mismo tiempo, y como agradecimiento por otras colaboraciones dentro del campo de la docencia, el Ateneo Científico y Literario de Valencia le nombró presidente de su Sección de Bellas Artes, mérito que coincidió en el tiempo con la publicación de su primera biografía por el escritor y amigo Constantí Llombart.
La posición de Ignacio Pinazo dentro del ambiente valenciano se vio interrumpida por una epidemia de cólera que asoló la ciudad en 1885. Temeroso de una enfermedad que ya se había cobrado la vida de algunos de sus seres queridos, la familia Pinazo se desplazó, junto con el mecenas y amigo, el banquero José Jaumandreu, a una finca, llamada “Villa María”, que éste poseía en Godella. Comenzó así un período muy especial dentro de su producción de nuestro artista, que tuvo como fruto una gran actividad y la consolidación de su pintura, favorecida, además, por el incipiente desarrollo de la burguesía valenciana como promotora del arte. La tranquilidad que le proporcionó el nuevo entorno bucólico le sedujo hasta el punto de que se construyó una casa en 1895 cerca de esa localidad para pasar el verano con su familia, que terminó siendo, años más tarde, su residencia habitual.
Tras el descubrimiento del entorno natural de Godella, el pintor fue poco a poco desvinculándose de los ambientes artísticos e intelectuales, y aislándose en su casa de campo. Algo que le criticaron con dureza los amigos y los críticos de la época, y que fue, seguramente, la causa de que no llegara a tener el prestigio internacional que tendría, por ejemplo, otro pintor valenciano de una generación más joven, Joaquín Sorolla.
Ignacio Pinazo, durante este tiempo, desplazó su interés por la pintura de historia para concentrarse de lleno en captar todo el encanto del pueblo valenciano en su vida cotidiana y recuperó su interés por el paisaje descubierto en Italia. A esta etapa pertenecen los retratos familiares de los Jaumandreu (el marchante, su esposa y su hija) y de Augusto Comas, socio del banquero, a los que representó como alegorías de las cuatro estaciones, nombre que dio a la serie. De esta época son también el lienzo Salida de Misa en Godella (actualmente en el Instituto Valenciano de Arte Moderno), de factura impresionista, y numerosos pequeños lienzos y tablas en los que el pintor experimentó con la luz y el color de forma subjetiva. Estas pequeñas tablas, casi apuntes de factura abocetada, han llevado a la historiografía a relacionarlas con el estilo gestual de Goya e, incluso, a estimarlas como precursoras de la abstracción y el informalismo.
En 1888 Pinazo presentó en la Exposición Universal de Barcelona un lienzo muy emblemático dentro de su iconografía infantil: Pompas de jabón, pero bajo el título La primera ilusión. Un año más tarde el artista obtuvo grandes éxitos como retratista y decorador de la alta sociedad valenciana. Destacó, entre estos encargos, el Retrato del Conde de Almodóvar, representado casi de perfil, como el que realizó contemporáneamente a su amigo y literato Constantí Llombart. En ellos empleó una pincelada mucho más suelta, aunque con los perfiles aún muy definidos a la manera de Velázquez.
Ese mismo año Pinazo recibió el encargo, junto con su amigo el pintor Emilio Sala, de llevar a cabo los trabajos de decoración de la cervecería valenciana El León de Oro, propiedad de la familia Pampló, que eran grandes protectores de artistas. Se trataba del primer encargo público que recibía el artista. Para la ocasión, pintó cuatro paneles decorativos titulados Conversaciones en la Serre, Tarde de carnaval en la Alameda —que produjo gran escándalo dentro del ambiente conservador aún de Valencia por su mundanidad y que es un claro antecedente del luminismo—, Hermosa herida por Cupido y El Cuento de las cabras, también titulado Joven griega, hoy en el Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí de Valencia.
La tendencia y el estilo de los paneles no fueron unitarios en el conjunto. Por el contrario, Pinazo optó por temas más modernos en las dos primeras obras, que distan mucho del carácter mitológico y alegórico de las otras dos. La forma en la que Emilio Sala, por su parte, e Ignacio Pinazo, por la suya, se enfrentaron a esta tarea en El León de Oro revolucionó el concepto de pintura decorativa. En realidad, esta decoración fue concebida por los artistas como grandes cuadros en los que las escenas apenas guardaban relación las unas con las otras. Al mismo tiempo, la elección por el gran formato para este tipo de pinturas fue una de las aportaciones del pintor que mayor trascendencia tendría para la pintura de nuestro país. Como los techos del local eran bajos, el pintor optó por realizar grandes panorámicas de figuras recostadas.
Tras los trabajos en El León de Oro, Ignacio Pinazo realizó otros proyectos decorativos en los salones de las casas de Salvador González Gómez, los condes de Benicarló, Orellana y César Martínez. En ellos recuperó una tendencia bastante afín al modernismo propia de la belle époque, que compartía con los trabajos de decoración llevados a cabo contemporáneamente por sus amigos los pintores Emilio Sala y Francisco Pradilla. Este último había realizado los trabajos de decoración del Palacio de Linares en Madrid, que influyeron, decisivamente, en Pinazo a la hora de enfrentarse a este tipo de proyectos.
A partir de entonces se sucedieron grandes reconocimientos a su trayectoria, como su nombramiento, el 3 de agosto de 1894, socio de mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País de Alicante. En la Exposición Nacional de Bellas Artes fue galardonado con la Medalla de 2.ª Clase por el Retrato de Nicanor Picó, que envió junto con la obra Muchacha y Cupido fumando. El 15 de marzo de 1896 fue elegido académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, para el que redactó un polémico discurso titulado De la ignorancia en el arte, que no fue publicado hasta dieciocho años después. Ese mismo año ejecutó el Retrato de José María Mellado, por el que recibió una Medalla de Oro en la Nacional de 1897 y que fue adquirido por el Estado para el Museo de Madrid. Fue la primera vez que se concedió un galardón de estas características a un retrato, en lugar de a una pintura de historia, como marcaba el gusto imperante.
Por otro lado, este retrato, junto con Autorretrato pintando del año anterior, manifestaron, como ninguna otra de sus obras, su pasión por Velázquez.
De 1896 es un lienzo atípico dentro de la trayectoria del pintor por tratarse de una pintura religiosa.
Se debe a un encargo del Colegio del Patriarca Ribera en Valencia, en el que representó, con una factura muy moderna y no exenta de ciertas referencias simbolistas, un Cristo yacente. Pero el éxito definitivo le llegó a Ignacio Pinazo en 1899 al ser merecedor de la Primera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con el cuadro Lección de memoria, en la actualidad conservado en la Casa Museo de Godella. Esta Primera Medalla fue compartida con Luis Menéndez Pidal y Gonzalo Bilbao. El otro de los cuadros que había presentado en el certamen nacional fue Sancho leyendo el Quijote, un retrato irónico y lleno de sarcasmo para el que utilizó como modelo a su amigo y proveedor de marcos Vicente Valentí.
Lección de memoria fue el último retrato que realizó a su hijo Ignacio, que emprendería, poco más tarde, una brillante carrera como escultor. Se trata de un retrato infantil en el interior de su hogar y una de sus obras más intimistas. El cuadro lo empezó un año antes, en 1898, pero el pintor tuvo que interrumpirlo porque su hijo cayó enfermo de cólera. Una vez recuperado, Ignacio hijo había adquirido ciertos rasgos adolescentes, un aspecto diferente al que tenía cuando lo inició. Este tipo de retratos en interiores fueron también muy característicos dentro de su producción y todos procedieron de su entorno familiar. Además de a sus hijos, realizó también numerosos retratos a su esposa y, al final de su vida, a sus dos nietas.
En 1900 Pinazo acometió los trabajos de decoración del Palacio de Fontanals, obra muy destacada en su trayectoria, e intervino en la decoración de la escalinata del palacete de José Ayora, en compañía de Antonio Fillol, Peris Brell, Ricardo Verde y Luis Beüt. Con el cambio de siglo, le llegaron una serie de encargos oficiales, de entre los cuales, el más importante fue el Retrato del Rey Alfonso XIII de cadete (en la actualidad conservado en el Museo del Prado), mandado realizar por la Capitanía de Valencia a raíz de la obtención de la Medalla en la Exposición Nacional de 1897. Otros encargos fueron el Retrato del ministro Romero Robledo, que presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904, sin éxito, y el Retrato del ministro Francisco Camacho, pintado en 1903. Como homenaje también a esa Medalla en la Exposición Nacional de 1897, en 1901 la junta directiva del Círculo de Bellas Artes de Valencia le nombró socio numerario.
Entre 1903 y 1904, Ignacio Pinazo realizó una estancia breve en Madrid al ser nombrado, el 10 de febrero de 1903, académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y profesor auxiliar de Dibujo en la Escuela de Artes e Industrias de Madrid. Pero, aquejado por una salud muy débil debido a una fuerte pulmonía, regresó a Valencia y se instaló definitivamente en su residencia de Godella, donde se refugió en la sencilla vida rural.
Pese a su delicado estado, Ignacio Pinazo siguió recibiendo premios. El 22 de diciembre de 1909 obtenía el Diploma de Honor y la Medalla de Oro en la Exposición Regional Valenciana por los lienzos Muerte del Rey y Lección de memoria, mismo premio que recibió un año más tarde en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada excepcionalmente en Valencia, por las pinturas Cabeza de niño, Piedad y Retrato.
En 1910, participó también en la muestra del Museo Municipal de Barcelona titulada Retratos y dibujos antiguos y modernos con un total de diecisiete obras, entre las que figuraron, Autorretrato de 1871, Retrato de Magdalena Mitjans de 1903, El poeta Antonio Palanca de 1898, El coronel Picó de 1895 o El doctor Marzal.
Entre los años 1911 y 1912 siguió dedicándose principalmente al género del retrato, ejecutando obras tan conocidas como los retratos familiares de Emilio Álvarez, o el de su nieta María Teresa.
La mayor muestra de admiración y respeto por parte del mundo académico se produjo cuando en 1912 a Ignacio Pinazo le fue concedida la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes por decisión de un jurado que, compuesto por Sebastián Gessa, Juan Martínez Abades, Marceliano Santa María, José López Mezquita, Manuel Ruiz, Narciso Sentenach y Fernando Cabrera Cantó, no era, en principio, muy proclive al arte moderno. Tras este reconocimiento del mundo académico, se sucedieron numerosos homenajes, como el que le dedicó el Círculo de Bellas Artes de Valencia antes de nombrarle socio de honor.
Quizás el retrato que Pinazo realizó de su presidente fuera la última obra que salió de sus manos.
El Ayuntamiento de Godella le dio su nombre a la calle en la que estaba su casa y el de Valencia también quiso homenajearle cambiando el nombre de la antigua plaza del Picadero por la de plaza de Ignacio Pinazo. Sin embargo, la delicada salud del artista apenas le permitió disfrutar de estos reconocimientos.
Su estado de salud le hizo retirarse a su residencia de Godella, donde falleció, a los setenta y siete años de edad, el 18 de octubre de 1916, a consecuencia de una bronquitis aguda. Toda la prensa de la ciudad se hizo eco del profundo sentir que produjo su fallecimiento.
Dos años más tarde, se levantó en su honor un monumento en el paraninfo de la Universidad valenciana y Gonzalez Martí publicó la primera monografía sobre su vida y su obra. La mayor colección pública de obras de Ignacio Pinazo se encuentra en el Instituto Valenciano de Arte Moderno, que posee más de cien cuadros y más de seiscientos dibujos.
Obras de ~: Santa Mónica, titulada también La caridad, 1871; Matrimonio del Foscall; Autorretrato, 1871; El tío Capa; El Cardenal Adriano, obispo de Utrecht, recibiendo a los jefes de las germanías en el palacio de los Vilagarut, 1872; Malvas y girasoles, 1874; Pintando en el jardín, c. 1874; Dibujando en el campo, c. 1874; Pintando en el parque, c. 1874; El vino, 1876; La muerte, 1876; Desembarco de Francisco I, rey de Francia, en el muelle de Valencia, hecho prisionero en la Batalla de Pavía, 1876; El guardavías, 1877; Juegos icarios, 1877; Baco niño, también titulado El Fauno, 1878; Las hijas del Cid, 1878; Don Jaime el Conquistador, moribundo, entregando la espada al infante don Pedro, 1878; Salida de Misa en Godella, 1885; serie Las cuatro estaciones, 1885; Pompas de jabón, también titulado La primera ilusión, 1888; Retrato del Conde de Almodóvar; Retrato de Constantí Llombar; Conversaciones en la Serre, 1888; Tarde de carnaval en la Alameda, 1888; Hermosa herida por Cupido, 1888; El Cuento de las cabras, también titulado Joven griega, 1888; Retrato de Nicanor Picó, 1895; Muchacha y Cupido fumando, 1895; Monaguillo tocando la zambomba, 1895; El coronel Picó, 1895; Retrato de niña con muñeca; Retrato de José María Mellado, 1896; Autorretrato pintando, 1896; Cristo yacente, 1896; Retrato del ministro Romero Robledo, 1897; El poeta Antonio Palanca, 1898; El doctor Marzal; Sancho leyendo el Quijote, 1899; Lección de memoria, 1899; Retrato del Rey Alfonso XIII de cadete; Retrato del ministro Francisco Camacho, 1903; Retrato de Magdalena Mitjans, 1903; Muerte del Rey, 1909; Lección de memoria, 1909; Cabeza de niño, 1910; Piedad, 1910; Retrato, 1910; Retrato de María Teresa; Retrato de D. Emilio Álvarez.
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Ana Berruguete del Ojo