Besteiro Fernández, Julián. Madrid, 21.IX.1870 – Carmona (Sevilla), 27.IX.1940. Político, sindicalista, catedrático, diputado y presidente del Congreso.
Nació en una familia de la clase media madrileña del último tercio del siglo xix. Sus padres, que eran dueños de un comercio de coloniales y ultramarinos, murieron pronto; en 1886, siendo todavía un adolescente, Julián era ya huérfano. Su propia salud fue, además, bastante precaria debido a una tuberculosis crónica que padeció desde niño.
Se formó en la Institución Libre de Enseñanza (ILE), el centro privado de educación creado por Francisco Giner de los Ríos en 1876. La ILE, a la que se incorporó en el curso 1879-1880, fue bastante más que un colegio; el magisterio de Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío le convirtieron en miembro de un círculo intelectual especial y reducido.
Discípulo disciplinado de Giner, inició sus estudios universitarios aconsejado y dirigido por el maestro, en 1887, en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central de Madrid: fueron tres años de licenciatura durante los cuales conoció, entre otros, a Nicolás Salmerón, el expresidente de la República, quien también influyó significativamente sobre el joven Besteiro, como él mismo reconocería más adelante.
Terminados los estudios universitarios, optó por presentarse a las oposiciones para catedrático de instituto, una salida profesional que al menos le ofrecía estabilidad laboral y salarial. Aprobado el examen y conseguida la plaza, se incorporó en mayo de 1895 al Instituto de San Isidro de Orense en calidad de catedrático de Psicología, Lógica y Filosofía Moral. Era el mismo año en que el Ateneo de Madrid le otorgó el Premio Charro-Hidalgo por la memoria presentada al concurso “Exposición sumaria de los principios esenciales de la Psicofísica”.
Empezó, pues, su carrera profesional alejado de Madrid, en una ciudad a la que acudió con recelo, en la que no esperaba encontrar apenas vida intelectual y artística. Aunque pareció adaptarse y obtener cierto éxito en sus labores docentes, cuando se presentó la oportunidad de acercarse a Madrid, apenas lo dudó. De hecho, se trasladó a Toledo tres años después, a finales de 1898.
Al igual que ocurrió con muchos de los miembros de la llamada Generación del 14, en Besteiro pronto se manifestó el interés en ampliar estudios mediante un viaje al extranjero. Los nuevos programas de becas estrenados con el cambio de siglo, permitieron que muchos jóvenes universitarios españoles pudieran investigar en otros países europeos. Su primera estancia europea tuvo lugar en Francia durante el curso 1901- 1902. La experiencia debió de ser positiva, pues no tardó en solicitar un nuevo permiso y conseguir la financiación de la Junta para la Ampliación de Estudios para marcharse a Alemania. Allí permaneció casi dos años, los cursos de 1909 a 1911, y allí pudo estudiar a fondo a Kant y a toda la filosofía neokantiana.
Con ello realizó sus primeros trabajos y publicó sus tres primeras obras sobre neokantismo e intelectualismo, entre ellas su tesis: El voluntarismo y el intelectualismo en la filosofía contemporánea.
Pero si importantes fueron para su formación filosófica esos primeros años de andadura profesional, no menos resultaron para la que sería, en definitiva, su ocupación principal, la del sindicalismo y la política.
Cinco años después de su llegada a Toledo, en 1903, resultó elegido concejal por Unión Republicana. Un republicanismo minoritario y dividido, pero muy activo en algunas capitales de provincia, fue la bandera ideológica del estreno en la vida pública de Besteiro.
En 1906 se adhirió al nuevo Partido Radical fundado por Alejandro Lerroux, que consiguió atraer en sus comienzos a importantes nombres del mundo cultural y universitario. Pero la experiencia republicana no duró demasiado. En 1912, al poco de su regreso de Alemania, Besteiro se incorporó a la Unión General de Trabajadores y al Partido Socialista, donde iba en verdad a jugar un papel destacado y prolongado en el tiempo.
Ese mismo año consiguió, con algunos apuros y con cierta sorpresa para sí mismo, la cátedra de Lógica de la Universidad Central. Pero no iba a ser la docencia universitaria su principal ocupación. Al año siguiente, el mismo en que contraía matrimonio con Dolores Cebrián, una profesora de la Escuela Normal de Maestras de Toledo, Besteiro se presentaba como concejal en el Ayuntamiento de Madrid, en compañía del padre de los socialistas, Pablo Iglesias, y arropado por la Conjunción Republicano-Socialista.
La experiencia en la política municipal fue importante, aunque sólo fuera, finalmente, una etapa más en el camino hacia la política nacional. El paso decisivo ocurrió en 1918, con la consecución del acta de diputado al Congreso por Madrid, un acta que conservaría en sucesivas convocatorias electorales hasta la interrupción de la legalidad constitucional en 1923.
A la llegada de Besteiro y otros cinco socialistas al Congreso, le precedió la fracasada huelga general revolucionaria de 1917, en la que aquél tuvo un papel director destacado. A finales de septiembre de este mismo año, fue condenado a cadena perpetua por un consejo de guerra. Pasó varios meses en el penal de Cartagena, hasta la obtención del acta de diputado y la aprobación de una amnistía en mayo de 1918.
Desde este último año hasta la clausura de las Cortes con el inicio de la dictadura en 1923, tuvo tiempo de consolidar su liderazgo dentro del sindicato y el Partido Socialista. Su elección como presidente de ambos a la muerte del fundador en 1925, significó la continuidad en la línea táctica del socialismo español, en esa mezcla ambigua de ortodoxia marxista y culto a la organización que caracterizó a los socialistas hasta comienzos de los años treinta.
Como le correspondía en calidad de diputado de un partido no reformista sino revolucionario, y enfrentado radicalmente a la legalidad constitucional de 1876, Besteiro pronunció duras denuncias en el Parlamento y en otras tribunas públicas contra la jefatura del Estado y los diferentes gobiernos de la Monarquía, a los que atribuyó la responsabilidad por el desorden social y la violencia política. “Los gobiernos de la Monarquía” —declaró a finales de 1920 a La Libertad, en plena oleada terrorista en Barcelona—, “actúan como elementos provocadores de la revolución”.
Y terminaba asegurando que Dato, a la sazón presidente del Gobierno, era “el primer terrorista de España”. El destino quiso que Dato muriera al año siguiente en un atentado terrorista.
Besteiro mantenía, de hecho, una opinión bastante común entre los socialistas europeos de entreguerras: puesto que lo importante eran las diferencias de clase, lo mismo daba, a la hora de enfrentarse a un gobierno, hacerlo contra el de un sistema parlamentario liberal que contra otro autoritario. De hecho, cuando más tarde fue acusado de colaborar con la dictadura de Primo de Rivera, se defendió asegurando que no había diferencias entre el antes y el después de 1923, pues lo anterior, en su opinión, era una dictadura disimulada ejercida por un rey que se decía constitucional.
Marxista, convencido de que lo prioritario era fortalecer la organización socialista en el camino hacia la destrucción del capitalismo, Besteiro se enfrentó a la crisis de la Monarquía tras la caída de Primo de Rivera, en 1930-1931, en la misma posición que había sostenido hasta entonces: ambigüedad y poco interés en el compromiso franco y claro con las fuerzas republicanas.
Pero su postura no era mayoritaria entre los socialistas; en el partido se estaban consolidando diferentes corrientes y liderazgos que iban a resultar decisivos para el futuro de la Segunda República. En octubre de 1930, contra Largo Caballero, Besteiro defendió la no colaboración en un futuro gobierno republicano sin antes discutir un programa conjunto. Poco importa a la postre, porque los socialistas acabaron uniéndose a la coalición republicana y protagonizando los primeros días del nuevo régimen a partir de abril de 1931.
A pesar de que siguió desconfiando de la colaboración con la izquierda republicana, ello no fue óbice para que en julio de 1931, cuando se reunieron las nuevas Cortes Constituyentes republicanas, él, que había obtenido el acta de diputado por Madrid con más de cien mil votos, se convirtiera en presidente de las mismas.
Presidió las Constituyentes los dos años que duraron, aunque ese tiempo, el de los gobiernos socialazañistas, no fue todo lo feliz que cabía esperar para la familia socialista. En octubre de 1932, en los congresos del partido y el sindicato, se consagró la división; Largo Caballero se hizo con el control del partido y Besteiro, apoyado por hombres como Saborit, Trifón Gómez o Lucio Martínez, conservó la mayoría en el sindicato. La fractura, que acabaría siendo irreversible, afectaba a una cuestión central para el socialismo español, la de la estrategia a seguir para llevar a cabo la superación del capitalismo y la implantación del socialismo.
La caída del Gobierno Azaña a mediados de 1933 y la consiguiente salida de los socialistas del poder aceleró el proceso de radicalización de estos últimos y el consiguiente aislamiento de Besteiro. Al menos desde finales de 1932 se había observado un aumento de peso de quienes, con Largo a la cabeza, sostenían que había que estar preparado para llevar a cabo la revolución de forma inmediata en caso de que la República pasara a manos de la derecha. Besteiro, que en el verano de 1933 mantuvo una fuerte polémica con Largo y acusó a las juventudes socialistas de aferrarse a un revolucionarismo desbocado, terminó por dimitir del Comité Nacional de la Unión General de Trabajadores (UGT) en enero de 1934, cuando ya se habían celebrado las elecciones generales y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), muy mermado en número de diputados, había decidido responder a la victoria electoral del centro-derecha republicano y de la derecha cedista con la preparación de un levantamiento revolucionario.
Durante los meses en los que el PSOE se dedicó a organizar la revolución, Besteiro se alejó más y más de la dirección del partido, enfrentándose, en medio de fuertes críticas, con sus juventudes. Finalmente, cuando la revolución se desencadenó en octubre de 1934, se opuso a la misma, no porque hubiera renunciado al marxismo, sino porque —como sostuvo luego en su discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, o más tarde desde la revista Democracia, donde respondió a las invectivas de Araquistain— entendía que una política auténticamente revolucionaria, para triunfar, habría de ser una política de gobierno, y para eso era fundamental “diferenciar la acción revolucionaria de la aventura caótica que todo lo confía al desencadenamiento de la violencia” (Marxismo y antimarxismo, 1966: 19).
En las elecciones de febrero de 1936, las de la victoria del Frente Popular, tras haber sido incluido a regañadientes en las listas de su partido, consiguió, sin embargo, más de doscientos mil votos. Pero la victoria y la alegría por ella no duraron demasiado. Al poco tiempo, en julio, un pronunciamiento militar fallido y el repentino desmoronamiento de la legalidad republicana desembocaron en una guerra civil. “Esta catástrofe —le dijo Besteiro a su amigo Ricardo Gullón— se veía venir [...]. Ahora ya es tarde para todo.” Besteiro permaneció en Madrid, y lo hizo hasta el final de la guerra, incluso hasta cuando, ya perdida toda posibilidad de rendición negociada, se le ofreció la posibilidad de huir al extranjero. No tuvo un protagonismo político especial durante la contienda y se negó reiteradamente a prestar su concurso para presentar un PSOE reconciliado y unido, amén de mostrarse siempre muy crítico con el incremento de peso de los comunistas. En mayo de 1937, viajó a Inglaterra para, aprovechando la excusa de la coronación de Eduardo VIII, sondear la opinión del Ministerio de Exteriores inglés en una posible mediación entre las potencias que intervenían en la Guerra Española.
Besteiro se volcó en 1938 en la búsqueda de una paz negociada y, finalmente, tras la caída de Barcelona y la imposibilidad de una rendición pactada de Madrid, prestó su apoyo al Consejo Nacional de Defensa, que dejaba el poder de la capital en manos de los militares y excluía a los comunistas.
Cuando a finales del mes de marzo de 1939 las tropas nacionales entraron en Madrid, encontraron a Besteiro en la sede del Consejo de Gobierno de Casado, en el Ministerio de Hacienda. Tenía sesenta y nueve años y se había negado a abandonar la capital.
Los últimos años de su vida los pasó, primero en la prisión-convento de Dueñas, en Palencia, y luego en Carmona, Sevilla. Un tribunal militar le condenó a treinta años de prisión, pero apenas cumplió el primero, pues el deterioro de su estado de salud y las condiciones deplorables del encierro de Sevilla le costaron la vida a finales de septiembre de 1940. Ni siquiera en el final de su vida y en la durísima agonía provocada por la enfermedad hubo clemencia.
Besteiro fue miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1934), en la que ingresó el 28 de abril de 1935 con un discurso titulado Marxismo y antimarxismo, contestado por el académico de número Niceto Alcalá-Zamora.
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Manuel Álvarez Tardío