Domínguez Bastida, Valeriano. Valeriano Bécquer. Sevilla, 15.XII.1833 – Madrid, 23.IX.1870. Pintor e ilustrador.
Oriundo de la familia de origen flamenca apellidada Bécquer, asentada en Sevilla en el siglo XVII y más tarde emparentada con los Domínguez, fue el penúltimo miembro de una dinastía de artistas, en la que destacan: José, su padre; Joaquín, su tío, y Gustavo Adolfo, su hermano menor.
Huérfano a los ocho años de edad, fue acogido por su tío junto a su hermano, quien les sirvió de tutor y maestro en su formación intelectual y pictórica, allanándoles los primeros pasos por la difícil senda de las artes, ya que Joaquín gozaba de prestigio en la Sevilla de los Montpensier. Precisamente, en una de las estancias veraniegas con él en la costa gaditana, Valeriano conoce a quien, después de tener dos hijos con ella, sería su esposa en 1861, Winnefred Coghan, hija de un marino irlandés establecido en El Puerto de Santa María. Poco tiempo después, la pareja se separa y el pintor marcha a Madrid con sus hijos (Alfredo y Julia) junto a su hermano, también separado de su esposa, que se hallaba en la capital desde 1854.
La vida paralela de ambos, desde entonces irremisiblemente unidas hasta el final, se desenvuelve como en un desierto, las dificultades arreciaban, hasta que Valeriano contacta con el círculo de amistades de Gustavo Adolfo. Artistas como Casado del Alisal y aristócratas como el marqués de Valmar facilitaron algunos trabajos a Valeriano. La vida de ambos mejora ostensiblemente cuando se vinculan a la causa política conservadora. El poeta tiene amistad con el culto y gaditano ministro González Bravo, quien en 1865 proporciona a Valeriano una pensión de 2.500 pesetas anuales con cargo al Ministerio de Fomento para estudiar los tipos, los trajes y las costumbres españolas, con la obligación de pintar dos cuadros anuales con destino al Museo Nacional de Pintura (de la Trinidad). Con tal motivo, viaja por Castilla y Aragón. Sin embargo, en 1868 la caída de Isabel II provoca el ocaso de la actividad hasta ahora garantizada de los Bécquer. Comienzan los dos años itinerantes de los hermanos hasta su muerte. En Toledo consiguen trabajar como director literario y dibujante, respectivamente, en La Ilustración de Madrid.
Hay en la existencia vital de los hermanos un capítulo ciertamente relevante: sus vidas errantes en busca de la salud perdida y del ánimo para seguir trabajando. Recorren, en lo que algunos llaman la ruta becqueriana de máxima inspiración: Aragón, Castilla, Navarra y las Vascongadas. Se detienen un año en el monasterio de Veruela, en donde especialmente dan riendas suelta a sus ímpetus románticos.
Después, finalmente, la vida de ambos se extingue en 1870.
La formación artística de Valeriano se produjo junto a su padre en los primeros años sevillanos. De él aprendió los pasos iniciales por la senda del costumbrismo romántico, que sería la temática común de su obra posterior. Plasmará en sencillas tablitas al óleo, o en acuarelas, tipos y tradiciones populares de escenas pletóricas de encanto por su majeza y donaire. Por entonces, también, el joven artista comienza a ejercitarse en el género del retrato, en el que hay que ver, además, la huella de las enseñanzas de su tío Joaquín, maestro en este género y propiciador de numerosos encargos que le hizo a Valeriano una burguesía local enriquecida tras la Desamortización. Cultivó por entonces la modalidad de retrato infantil, de pura cepa romántica, así como de adultos, en los que se aprecia, junto a un cierto rigor académico, una prestancia muy atractiva. Precisamente, como colofón a su etapa sevillana, o tal vez, inicio de la madrileña, debe situarse el magnífico retrato, digno del flamenco Van Dyck, que hizo a su hermano Gustavo Adolfo en 1862 (Museo de Bellas Artes de Sevilla), en el que ha quedado plasmada la imagen más popularizada del poeta de las rimas. Precisamente, de este último año hay noticias de la compra que le hizo Isabel II durante su estancia en Sevilla, consistente en seis estudios al óleo sobre papel.
La etapa madrileña del pintor, la de madurez, se inicia tres años antes del disfrute de la pensión para pintar, a la que se hacía referencia más arriba. Su buena suerte viene acompañada de un entusiasmo personal por trabajar férreamente, tanto en diversidad temática (escenas costumbristas, alegorías, retratos) como técnica (óleos, acuarelas, grabados...).
Al poco de su llegada, y en unión de Gustavo Adolfo como escritor, decora el palacio del marqués de la Remisa. Se trataba de composiciones de carácter mitológico e histórico, que hay que relacionar con la publicación en Sanlúcar de Barrameda de la novela, de Romero de la Borbolla, titulada Andrómeda o la emancipación de la mujer, ilustrada con cinco láminas dibujadas por Valeriano.
Tiene lugar después, el recorrido de los hermanos por diversas regiones españolas. Al tiempo, la amistad de ambos con Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar, propicia el encargo a Valeriano de pintar para su residencia de Deva (Guipúzcoa) seis alegorías de los grandes clásicos del teatro universal.
Se relacionan con esta empresa, entre otras, las representaciones de la shakesperiana Ofelia, una escena del drama de Don Álvaro, asuntos extraídos del Edipo Rey, de Sófocles, Calderón, Alfieri, duque de Rivas, y algún otro procedente del repertorio de Goethe o Molière.
La pensión obtenida por Valeriano en 1865 le posibilitó viajar en busca de motivos pintorescos por buena parte de la geografía española. Pudo plasmar así una suerte de pintura etnográfica, en tiempos de estudios antropológicos y como precedente de la temática regionalista de Sorolla, y que sin duda tenía mucho del espíritu de su hermano-compañero, para quien “el pueblo ha sido y será siempre el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones”. Sin embargo, el sino de los Bécquer jugaría una nueva pasada, pues transcurrido un año, Valeriano enfermó, por lo que no pudo hacer, en el tiempo exigido, la primera entrega de su obra, que efectuó más tarde tras una prórroga concedida. Poco después, hacía entrega de su segunda obra. Entre 1866 y el siguiente presentó tres cuadros y lo mismo hizo en el bienio 1867- 1868, último del percibo de la pensión. Son todas ellas escenificaciones de un sano folclorismo español, llenas de gracia y espontaneidad en los gestos y actitudes de los sencillos y populares personajes representados.
Visten sus más variopintos y atractivos atuendos y danzan al compás de vivos bailes regionales, a cuyo fondo se divisan espléndidos paisajes en los que se evidencia la calidad de un pintor moderno también avezado en esta temática.
Mas, en esta etapa madrileña, Valeriano tuvo tiempo también para insistir en la práctica del retrato, que lleva a su máxima expresión por sus buenas disposiciones para un género en el que se había iniciado desde muy joven.
Capítulo interesante en la producción becqueriana es el relativo a los dibujos y grabados, resultado de la extraordinaria fecundidad de un artista de vida breve pero intensa, que tuvo una sólida formación en su infancia y juventud dibujando insistentemente.
También aquí se refleja el carácter inseparable de los dos hermanos (“Él dibujaba mis versos y yo le versificaba sus cuadros”, diría el poeta). Pese a la dificultad que entraña el estudio de este capítulo, se puede cifrar en más de un millar los dibujos ejecutados, en los que hay que distinguir los de la etapa sevillana y los castellanos. Entre los primeros, conservados en el Museo de Arte Moderno de Barcelona, hay que citar una serie datada en 1854. Son ejemplares sobre papel hechos con minas de lápiz: El contrabandista, La castañera gitana, El vendedor ambulante y Serenata.
Al propio tiempo, fue realizando una colección de dibujos de los Murillos del Museo de Bellas Artes hispalense. Después viene la serie de ejemplares que efectuó durante su estancia en Aragón, Navarra y las dos Castillas, muchos de los cuales se publicaron en La Ilustración Española y Americana. También existen otros dibujos, algunos publicados en revistas de la época, como El Museo Universal y La Ilustración de Madrid.
Respecto a los grabados, se sabe por Gustavo Adolfo que su hermano se había iniciado en la variedad xilográfica.
Colaboró en publicaciones como las citadas El Museo Universal (1865 y 1869) y La Ilustración de Madrid (1870), así como en La Ilustración Española y Americana (1872-1876), El Arte en España (1862) y Gil Blas (1865 y 1966). Eran ejemplares de temática variada: folclórico-costumbristas, de escenas de costumbres, tipos y trajes de diversas provincias españolas, monumentos, temas contemporáneos, escenas satíricas, paisajes, fantasía poética y otros temas diversos.
Obras de ~: El aguador; Muchacho fumando; El paso del control, Banco Exterior de España; El conde de Ibarra a caballo, 1850; Retrato de niños, colegio Segura Acosta, Sevilla, 1850; Retrato de niña, Museo del Prado, 1852; Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer, 1854; Retrato de Elvira, 1855; Interior isabelino, Museo de Bellas Artes de Cádiz, 1856; Una nodriza, Museo Romántico, Madrid, 1856; Un conspirador carlista, Museo Romántico, Madrid, 1856; Retrato de Francisco Willians; Retrato del pintor Francisco Tristán, Museo de Bellas Artes de Sevilla; Retrato de José Bécquer, 1857; Retrato del pintor Gumersindo Díaz, Museo de Bellas Artes, Sevilla, 1859; Retrato de Josefa Fraile, Diputación de Sevilla, 1859; Estudio de un pintor carlista, Museo del Prado, 1859; Retrato de niña, Museo Lázaro Galdiano, Madrid, 1860; El Bardo, Museo Nacional de Buenos Aires; Retrato de María Antonia Navarro; Retrato de Antonio Díaz Cendrera; Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer, Museo de Bellas Artes, Sevilla, 1862; El leñador, Museo del Prado, 1866; El baile (La carreta), Museo del Prado, 1866; El presente, Museo del Prado, 1866; La hilandera, Museo del Prado, 1866; Interior de una casa de Aragón (El chocolate), Museo de Bellas Artes, Sevilla, 1866; La fuente de la ermita, Museo Romántico, Madrid, 1867; Aldeano y aldeana del Valle de Amblés, Museo Romántico de Madrid, 1867; Escena de familia (El pintor carlista), Museo del Prado, 1869; Alegoría romántica, c. 1870.
Grabados: Feria de Sevilla (en El Museo Universal), 1869; Procesión del Corpus en Sevilla (en El Museo Universal), 1869; Sepulcro de los Condes de Mélito en Toledo (en La Ilustración de Madrid), 1870; El pordiosero, tipo toledano, 1870 (en La Ilustración de Madrid), 1879; La picota de Ocaña (en La Ilustración de Madrid), 1870.
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Gerardo Pérez Calero