Balmes Urpiá, Jaime Luciano. Vich (Barcelona), 28.VIII.1810 – 9.VII.1848. Filósofo, teólogo, apologista, historiador, sociólogo y político.
Cuarto de los once hijos del matrimonio Jaime Balmes y Teresa Urpiá, ambos de condición humilde. Desde su infancia destacó por su prodigiosa memoria y afición a la lectura. Reconocido como una de las grandes figuras de la filosofía cristiana española.
No es escolástico, ni tampoco tomista, ni siquiera un precedente de la restauración escolástica de finales del siglo XIX. No obstante, los pensadores españoles posteriores asumieron su actitud de estudio, de ecuanimidad y de diálogo. Autor de numerosas obras de manifiesta inspiración cristiana, de gran éxito en España, que se tradujeron al francés, inglés, italiano y alemán.
Estudió gramática, retórica y filosofía en el Seminario de Vich. Continuó los estudios teológicos en la Universidad de Cervera, en 1826, gracias a que su obispo, Pablo de Jesús Corcuera, le concedió una beca que estaba vacante. Se licenció en Teología en mayo de 1833. En octubre, con veintitrés años, hizo una oposición a una cátedra de Teología en la misma Universidad de Cervera y otra a la canonjía magistral de la catedral de Vich. No las ganó, probablemente debido a su juventud. El 24 de septiembre de 1834 fue ordenado sacerdote en el salón de sínodos del palacio episcopal de Vich. En octubre de ese año, volvió a la Universidad de Cervera para estudiar Derecho Canónico. En el noveno curso académico en la Universidad de Cataluña obtuvo el doctorado en Teología y el grado de bachiller en Cánones. En verano de 1835 regresó a Vich. Hasta 1841 vivió recluido en su ciudad natal, dedicado al estudio y a impartir clases de matemáticas. Fue un período, que se ha llamado de “vida oculta”. Consiguió una cátedra de Matemáticas fundada por la Sociedad de Amigos del País de Barcelona, de la que pudo vivir.
En 1839 comenzó su período de escritor fecundo y de notable éxito. La revista mensual El Madrileño Católico, en su número de diciembre de 1838, convocó un concurso sobre el celibato del clero. Debía responderse a esta pregunta: “El celibato del clero católico, prescindiendo de las leyes canónicas y civiles, solamente desde el punto de vista político, moral y religioso, ¿conduce más al bien de la sociedad que la facultad de casarse que tienen los protestantes?”. Balmes secretamente envió sus “reflexiones”. Ganó el concurso y su memoria fue publicada en el número de la revista de marzo de 1939. Después de la publicación de este extenso artículo, estimulado por la lectura de la Historia general de la civilización de Europa, del historiador y estadista francés François Guizot (1787-1874) de origen protestante y de los últimos acontecimientos políticos en España, como las acciones del ministro de Hacienda, Mendizábal, comenzó su etapa apologética con la publicación de Observaciones sociales, políticas y económicas sobre los bienes del clero, publicado en Vich, a primeros de 1840. El opúsculo, de gran éxito, le dio a conocer en toda España. Al mismo tiempo, por encargo, tradujo del francés el libro Máximas de San Francisco de Sales.
El siguiente opúsculo fue su primera obra política, Consideraciones políticas sobre la situación de España, que apareció a mitad de 1840. Al año siguiente publicó La religión demostrada al alcance de los niños, que escribió en quince días. Con esta pequeña obra, como dice al principio, intenta presentar “una serie de reflexiones y raciocinios que dan razón de la fe aprendida en el catecismo”, y también, proporcionar argumentos para la “conversación y disputa sobre materias religiosas con protestantes e incrédulos”. Muchos colegios tomaron como libro de texto este “catecismo filosófico”. El éxito que alcanzó lo revela que en vida de Balmes se hicieron siete ediciones de cuatro mil ejemplares cada una.
Se había establecido en Barcelona en 1841 para fundar y llevar la dirección de la revista quincenal apologética La civilización, con un grupo de amigos y condiscípulos de la Universidad de Cervera, que tuvo una amplia difusión, incluso en el extranjero.
Por problemas entre los editores, no tuvo larga vida. Se publicó desde agosto de 1841 hasta febrero de 1843. Balmes se lanzó entonces a publicar él solo una revista también quincenal y de carácter religioso, cultural y político, La sociedad. Salió el 1 de marzo de 1843 y su último número fue el del 7 de septiembre de 1844.
A principios de 1842, escribió un pequeño opúsculo, en catalán —único escrito de Balmes en su lengua materna—, que no lleva el nombre del autor, titulado Conversa de un pagès de la montanya sobre lo Papa. En marzo de este mismo año, publicó el primer tomo del libro El protestantismo comparado con el catolicismo. El cuarto y último apareció en febrero de 1844. La obra, que siempre se ha considerado como la más importante de Balmes, tenía sus orígenes en los estudios de sus años “ocultos” en Vich. Le había dedicado mucho tiempo, sobre todo para replicar las tesis de Guizot sobre la influencia positiva de la Reforma. Por el contrario, Balmes presenta el desenvolvimiento de la cultura europea por la acción de las doctrinas católicas. Intenta probar la nula influencia del protestantismo en el desarrollo de la civilización occidental. Sus innumerables sectas confirmarían su incapacidad para organizarse como sistema religioso sólido y duradero. En cambio, de los principios católicos se han obtenido beneficiosas consecuencias sociales, políticas y humanas. El libro fue un verdadero éxito editorial. Con su publicación Balmes empezó a ser conocido y valorado en Europa.
Después viajó a París. Se puso en contacto con los intelectuales católicos franceses y tradujo la obra al francés. La edición francesa apareció entre abril y junio de aquel año. Desde París viajó también a Londres para conocer a la sociedad inglesa, los pensadores católicos y preparar una edición inglesa de “su obra”. A finales de 1843, se estaba preparando la traducción al alemán y al italiano.
Las agitaciones políticas del año 1843 le obligaron a abandonar Barcelona. Se dirigió a la masía el Cerdá de Centellas, pero residió en la del Prat de Dalt, que pertenecía al término municipal de Caldas de Montbuy, que estaba muy cercana. En agosto regresó a Barcelona, pero el asedio de la ciudad, por las tropas del Gobierno, le obligaron a abandonarla de nuevo. No regresó hasta el 21 de noviembre, después de que se firmara dos días antes la capitulación. Durante esos días escribió El criterio. Era habitual en él concentrarse en la actividad intelectual mientras la vida política y social se agitaba. En el pequeño desván de la masía, de poco más de diez metros cuadrados, al que se accedía por una entrada escondida, mientras se bombardeaba Barcelona desde el castillo de Montjuic por orden de Espartero, escribió esta conocidísima obra, que ha alcanzado múltiples ediciones. Parece ser que en este escondrijo disponía de muy pocos libros para consultar y que escribió el texto como un discurso seguido. Cuando se publicó, casi inmediatamente, se dividió en capítulos.
El criterio es una obra destinada a enseñar a pensar de acuerdo con la realidad. Se inicia con estas palabras: “El pensar bien consiste o en conocer la verdad, o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí alcanzamos la verdad; de otra suerte caemos en el error” (cap. 1). La obra puede considerarse dividida en tres partes: introducción, pensamiento especulativo y pensamiento práctico. La primera comprendería los tres capítulos iniciales sobre el arte de pensar bien, las condiciones indispensables y los obstáculos que se presentan. La segunda, los capítulos cuarto al vigésimo primero y trata del objeto —de su existencia y de su naturaleza—, de las propiedades y relaciones de las cosas, de la actividad del pensamiento —de sus métodos y de las facultades auxiliares—, de la filosofía de la historia y de la religión. La tercera, sería el último capítulo, que se ocupa del objeto y fin de las acciones, cuáles deben ser las cualidades del buen juicio práctico y de los defectos que lo impiden, la moral, su guía, la utilidad de la virtud, la ciencia como su ayuda, su concordancia con la religión, reglas para los juicios prácticos, el papel de las pasiones y de la voluntad, y el ideal armonioso del hombre perfecto.
La verdad no requiere la clausura de la relación con los que no piensan igual, sino el diálogo. En él, se debe atender a las otras posiciones, que deben ser conocidas incluso con gran claridad, tanto en sus argumentaciones como en su misma fuerza convincente. Es preciso, por tanto, la comprensión. También se debe procurar tratar al otro con benevolencia. Sin despreciarle ni humillarle y procurando hallar y valorar la parte de verdad que presenta. Deben conservarse siempre la cortesía y la deferencia, sin por ello renunciar a la certeza ya que en nada se oponen a la verdad. Por último, es necesaria la sinceridad. El diálogo no supone la renuncia a la verdad. El derecho que tienen los demás de conocer la verdad comporta el deber de no encubrirla. Además, aunque no puedan hacerse juicios temerarios, en cambio, sí es posible el juicio de las posiciones, en cuanto tales, porque se fundamenta en el convencimiento de que el estar en la verdad es un bien para la persona.
Otra regla de El criterio, muy importante, es que las facultades del hombre tienen que estar sujetas a la recta razón. Es un hecho que se encuentran como insubordinadas. Al hombre le falta concordia, todo en él está en pugna. Le falta la armonía consigo mismo, especialmente en su razón y en su voluntad, y también con los demás. Para la ordenación de la conducta humana es necesaria la razón. Para pensar bien, o para conocer la verdad, hay medios que conducen y otros que obstaculizan. Los sentimientos o las pasiones son un gran obstáculo, porque pueden impedir el conocimiento de la realidad y, por ello, la orientación o guía de la conducta humana. Es preciso sujetar todos los sentimientos con la razón. Es necesario tener conciencia de ellos y encauzarlos, sin que ello suponga suprimirlos e incluso utilizarlos para hacer el bien.
Tanto para pensar bien como para actuar bien son necesarias tres facultades: entendimiento, voluntad, y sentimiento. Sin embargo, deben estar ordenadas y en concordia. La ordenación que propone, queda sintetizada así: “La razón es fría, pero ve claro: darle calor y no ofuscar su claridad; las pasiones son ciegas, pero dan fuerza: darles dirección y aprovecharse de su fuerza”. La norma o criterio del hombre entero, que quiere ser objetivo y ajustarse a la realidad completa será, por tanto, el siguiente: “El entendimiento, sometido a la verdad; la voluntad, sometida a la moral; las pasiones, sometidas al entendimiento y a la voluntad” (cap. 60).
El 7 de febrero de 1844, apareció en Madrid el semanario fundado por Balmes, El Pensamiento de la Nación, que tenía un aire periodístico y político y contaba con un excelente grupo de colaboradores. Se había traslado ya a Madrid, en donde vivió durante tres años. Emprendió en la publicación una campaña política encaminada al casamiento de la reina Isabel II con el hijo de don Carlos, el conde de Montemolin, para acabar con la cuestión dinástica y la reconciliación de carlistas y liberales. Para reforzarla, también fundó el periódico El Conciliador, que salió el 16 de julio de 1845, dirigido al sector moderado del partido isabelino. El proyecto fracasó, porque el partido moderado careció de la generosidad y el patriotismo que tuvo, en cambio, el carlista. El martes 9 de diciembre de 1845 salió el último número. También, después del matrimonio de la Reina con su primo el infante Francisco de Asís María, el día 10 de octubre de 1846, se suspendió la publicación de El Pensamiento de la Nación, aunque se alargó hasta el último día del año por deferencia a los suscriptores.
A finales de abril de 1845, realizó un segundo viaje a París para preparar una obra filosófica. Necesitaba estudiar en las bibliotecas, donde había obras que no había podido consultar en España. También estuvo en Bélgica. A los cinco meses regresó ya casi con la Filosofía fundamental terminada. El primer volumen apareció en febrero de 1846 y los tres restantes durante aquel año. Quería que saliera al mismo tiempo la traducción francesa, lo que no ocurrió hasta después de su muerte. Este extenso y cuidado libro invalida la consideración de Balmes como un filósofo divulgativo, autor de una filosofía del “sentido común”. Aunque la obra sea pedagógica, ofrece originales investigaciones sobre grandes cuestiones filosóficas básicas. De ahí el adjetivo “fundamental” de su título. Afronta tres grandes campos: los criterios de verdad, la experiencia sensible y la actividad intelectual. Al primero dedica el libro I (“De la certeza”). Los libros II y III (“De las sensaciones” y “La extensión y el espacio”) al segundo; y al tercero los siete restantes (“De las ideas”, “Idea del ente”, “Unidad y número”, “El tiempo”, “Lo infinito”, “la substancia” y “Necesidad y causalidad”). En todos ellos, Balmes demuestra un amplio conocimiento de la filosofía moderna. Acepta y discute, entre otras, doctrinas de Descartes, Locke, Leibniz, Condillac, Kant, Fichte y Schelling.
El criterio, obra con la que había iniciado su etapa estrictamente filosófica, presupone que la verdad existe. En la Filosofía fundamental se afirma su existencia, porque ésta se presenta al hombre como evidente. El mismo hecho de la duda patentiza su existencia. La duda implica el apoyo en unos conocimientos verdaderos, en unas verdades indudables. Reconoce Balmes que al hombre no le es posible muchas veces conocerla con la suficiente claridad en todos los ámbitos, pero en muchos casos posee una certeza absoluta o un firme asentimiento. El hombre accede o capta las verdades, poseyendo la certeza, por tres medios: la conciencia, la evidencia y el sentido común, que son así verdades subjetivas, verdades racionales y verdades objetivas.
La conciencia es el medio por el que se capta todo lo que pasa en nosotros. Por ella, se siente lo que nos es íntimo. Su función es la de señalar o presentar hechos. Nos pone en contacto con la realidad exterior. Aunque la conciencia sea subjetiva, proporciona una certeza absolutamente indubitable. Es el punto de partida de todos los conocimientos. La evidencia, o la patentización de la verdad racional, no se refiere directamente a lo contingente y a lo individual, como la conciencia, sino a las verdades necesarias y universales de los juicios, obtenidos por evidencia inmediata, como los primeros principios, o mediata, como conclusión de un razonamiento.
Además de la conciencia, a la evidencia le acompaña algo que no es evidente: la creencia en el valor objetivo de las mismas ideas. A esta inclinación Balmes la denomina “instinto intelectual”. Este impulso natural de la razón, que proporciona también la certeza, independientemente de la conciencia y de la evidencia, no es irracional, porque es posible la reflexión racional sobre el mismo. Tal tendencia responde a una ley natural de las facultades humanas, que la llama “sentido común”, por su carácter pasivo y por ser general a toda la humanidad. El sentido común no sólo se manifiesta en la objetividad del pensamiento, sino también en las sensaciones, en las verdades morales, en la aceptación de verdades en sí mismas demostrables, pero que accidentalmente no lo son para el sujeto, las verdades instantáneas, pero demostrables por cálculo de probabilidades y en los casos de analogía, aunque explicables por la ciencia.
El sentido común balmesiano expresa, por tanto, la orientación general del hombre hacia la verdad y el rechazo instintivo al error. Por este criterio de certeza, no puede entenderse a Balmes como el autor de una filosofía del “sentido común”, en sentido propio, ni incluso según el modo de la escuela escocesa. La filosofía balmesiana de la verdad no guarda relación ni con la de la escuela escocesa ni con la catalana de Martí de Eixala. Tampoco se encuentra ninguna influencia directa de Claude Buffier, como también se afirma a menudo. Para su comprensión debe tenerse presente el eclecticismo de la Universidad de Cervera, y su vinculación con filosofías eclécticas de siglos anteriores inmediatos, que conoció en su juventud.
Gracias a esta doctrina de los tres modos de acceder a la verdad, Balmes puede ofrecer una genial solución a la problemática del principio de la filosofía. Al tratarse esta cuestión, se presupone que debe buscarse únicamente un principio que sirva de punto de apoyo. Se han dado históricamente los siguientes: el principio de Descartes (“Yo pienso, luego soy”), el principio de no-contradicción (“Es imposible que una cosa sea y no sea a un mismo tiempo”), y el llamado principio de los cartesianos (“Lo que está contenido en la idea clara y distinta de una cosa se puede afirmar de ella con toda certeza”). Balmes propone que los tres sean necesariamente a la vez los principios fundamentales. Los tres son irreductibles entre sí. Son de órdenes distintos por expresar respectivamente: un hecho de conciencia, una verdad conocida por evidencia inmediata, y una verdad de sentido común. Estas verdades desiguales son conocidas por los tres criterios: el de conciencia, que es subjetivo y presenta hechos, pero es de una certeza absoluta y punto de partida e independiente de los otros; el de evidencia, caracterizado por la necesidad y universalidad de sus objetos; y el de sentido común, definido por una ley del espíritu humano, que denomina instinto intelectual, cuando se manifiesta en la vida intelectiva, y que expresa la inclinación natural a asentir a verdades no atestiguadas por los otros dos criterios y que llama “sentido común”.
Antes de aparecer, el cuarto volumen de la Filosofía fundamental, muchos de los lectores le pidieron la publicación de una obra parecida como ayuda para la impartición de clases. Empezó por ello la preparación de un curso de Filosofía elemental. En la obra, se exponen de modo sencillo y resumido las doctrinas de las otras dos obras. Comenzó a aparecer en 1847. Consta de ocho partes, agrupadas en cuatro volúmenes: Lógica, Ética, Estética, Ideología pura, Gramática general o Filosofía del lenguaje, Psicología, Teodicea e Historia de la Filosofía. Balmes empezó también la traducción latina, que no pudo terminar y que se publicó después de su muerte.
En junio de 1846 había publicado las Cartas a un escéptico en materia de religión, colección de veinticinco cartas, de las que, catorce habían aparecido en la revista La Sociedad. También se recogen de las otras dos publicaciones periódicas. En otras ediciones, se añadieron algunas más. En el libro, que no es meramente apologético, se ofrece un profundo análisis de los problemas del escepticismo. La filosofía social y política balmesiana no se reduce al tratamiento de cuestiones históricas del momento, sino que ofrece asimismo los principios de la filosofía social y política. Es una doctrina fundamental que se basa en el hombre. A estos estudios se les ha considerado como precursores de las enseñanzas de la moderna doctrina social de la Iglesia, y más concretamente de la encíclica Rerum novarum, de León XIII (1891), con la que comenzó el desarrollo del pensamiento católico social. Su principio más básico y fundamental es que la sociedad se explica por el hombre. Las necesidades humanas esenciales son inteligencia, moralidad y bienestar. Son al mismo tiempo los tres fines supremos de la sociedad. Por ser imprescindibles son irrenunciables. Estos tres bienes sociales deben estar regidos por la “ley de la caridad”, dado que hay diferentes maneras de posesión de los mismos. A las clases o grupos sociales que posean en mayor medida estos bienes, les recuerda Balmes el deber, hacia las otras más desfavorecidas, de “hacerlos buenos y hacerles bien”.
En 1847, en su último año de trabajo, preparó la publicación del gran volumen de los Escritos políticos, que recoge los artículos de las tres publicaciones que había fundado y de algunos otros opúsculos y un apéndice que preparó entonces. Empezó su aparición en este mismo año y se finalizó al año siguiente. Presenta una concepción completa de la política, que también está fundamentada en su idea humanística. Además de enunciar una teoría de la ley justa y del gobierno justo, trata los temas siguientes: religión y estado, instituciones políticas, autoridad y libertad, la monarquía, la revolución, Cataluña, España y otros de política en general. Todos ellos se cimentan en el principio fundamental de que la política tiene que basarse en la sociedad, al igual que ésta lo hace en el ser humano. La política no puede crear nada, sino reunir y dirigir los tres agentes principales de la sociedad: inteligencia, moralidad, y fuerza. Las instituciones políticas deben organizarlos y ordenarlos al bien del hombre, a su felicidad. Su realización más plena está en el régimen monárquico cristiano. La monarquía tiene grandes ventajas, porque mantiene el orden, garantiza la estabilidad y hace al mismo poder bondadoso.
Balmes considera que España es el pueblo más monárquico de Europa, aunque a veces los españoles no son conscientes de ello. El sentimiento monárquico del pueblo español se concreta en el de la monarquía cristiana, porque todavía es más profundo su sentimiento religioso católico. La religión católica es el alma de la nación y de la monarquía española. Por fidelidad a su tradición, monárquica y católica, España no puede quebrantar su unidad nacional. Para conservar este ser propio, la nación española debe conservar su unidad, lo que no impide que se ame la propia región. Incluso este amor a la propia provincia es la base del amor a España. Balmes no sólo no es “independentista”, o “provincialista”, como se llamaba entonces a todo tipo de separatismo, sino que lo critica con palabras muy duras. Condena el separatismo catalán, por ejemplo, por injusto, contrario al sentido común, utópico, estéril y perjudicial para la misma Cataluña. La solución más radical y, por tanto, más efectiva para los problemas de España, se encuentra en el fundamento religioso, en el cristianismo, verdadera raíz de la nación española, fundamento y causa permanente de su naturaleza, de su ser y de su unidad.
En su enjuiciamiento de todos los ámbitos de la entonces naciente cultura contemporánea se advierte en Balmes una actitud asimiladora y optimista. No le reconoce al mundo moderno la suficiencia para redimir total y definitivamente los males humanos, pero no se opone a ninguno de sus logros, desde los técnicos a los políticos. No considera que ninguno sea intrínsecamente malo, sino que está mal utilizado. Lo alcanzado por el mundo moderno es bueno en sí y apto para ser ordenado al bien. Establece, como consecuencia, la necesidad y la legitimidad de que los católicos los utilicen. Existe un riesgo, por el peligro del contagio de los males que le acompañan, pero es necesaria la presencia y restauración cristiana en estas novedades del mundo actual.
Esta actitud comprensiva y dialogante quedó expresada principalmente en su polémico escrito Pío IX, que apareció en diciembre de 1847 y que escandalizó a muchos católicos de su época. En verano de ese año emprendió su tercer viaje a París para prepararlo y documentarse. En Pío IX, Balmes defendió las reformas administrativas que, poco después de su elección, había realizado el nuevo Papa en los Estados Pontificios —concesión de la amnistía política, mayor participación de los laicos en la administración y promulgación de una constitución, que establecía la existencia de dos cámaras, una formada por elección popular—, todas ellas destinadas a una mejora de las condiciones de vida, y que para algunos católicos suponían una política poco clara y hasta equivocada. Incluso se le tachaba de “Papa liberal”. La publicación de Balmes desencadenó una gran oposición, que se convirtió en “persecución”. Llegó a decirse que era “el Lamennais español”. En nuestros días incluso se ha hablado de un “segundo Balmes”. No se comprendió adecuadamente su actitud. El reconocimiento de los bienes modernos y la necesidad de asumirlos, incluso en el ámbito político, no implicaba la aceptación de sus errores, tanto en el orden de los principios, que llevaban a una concepción del mundo distinta de la cristiana, como en el de las aplicaciones prácticas. Por el contrario, había que redimirlos. Éste era, a su entender, lo que estaba haciendo el papa Pío IX. También en el postrer escrito de Balmes, que ya no pudo terminar, titulado República francesa, dedicado a la revolución de 1848 y que es como su testamento político, explica que la revolución ha surgido desde la misma Monarquía de Luis Felipe, que juzga negativamente, porque, aunque conservadora, era también liberal. No es extraño, por ello, que haya terminado en revolución. Explícitamente declara al final de este escrito último: “¿Queréis evitar revoluciones? Haced evoluciones”. En esta frase está sintetizado todo su pensamiento político práctico, que confiesa haber aprendido del catolicismo, porque la Iglesia ha sido siempre reformadora con sus concilios.
A principios de 1848, apesadumbrado por la conducta de sus mismos amigos y sintiéndose enfermo regresó Barcelona. En mayo de aquel año partió para Vich, enfermo de tuberculosis. El 9 de julio murió el llamado doctor humanus por el carácter humanístico de sus claras y ordenadas publicaciones. Es muy conocida la declaración final del libro primero de la Filosofía fundamental: “Si no puedo ser filósofo sin dejar de ser hombre, renuncio a la Filosofía y me quedo con la humanidad” (cap. 34).
Obras de ~: Obras completas, primera edición crítica, ordenada y anotada por el padre Ignacio Casanovas, SI, Barcelona, Ed. Balmes, 1925-1927, 33 vols.; vol. I: Epistolario; vol. II: Primeros escritos; vol. III: Poesías; vol. IV: Del clero católico; vols. V-VIII: El protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea; vol. IX. Estudios apologéticos; vol. X: Cartas a un escéptico; vol. XI: Estudios sociales; vol. XII: Biografías; vol. XIII: De Cataluña; vol. XIV: Miscelánea; vol. XV: El criterio; vols. XVI-XIX: Filosofía Fundamental; vol. XX-XXI: Curso de filosofía elemental; vols. XXIII-XXXII: Escritos políticos; vol. XXXIII: Efemérides e índices. Obras completas, Prólogo, ordenación y notas por Basilio de Rubí, OFM, Edición conmemorativa del centenario (1848-1948), Barcelona, Ediciones Selecta, 1948, 2 vols.; vol. I: El criterio, Curso de filosofía elemental, Curso de filosofía fundamental, Religión demostrada al alcance de los niños, Cartas a un escéptico en materia de religión, La civilización, El protestantismo comparado con el catolicismo; vol. II: España y la política, Política extranjera, Cuestiones sociales, Biografías, Ensayos literarios, Obra catalana. Obras completas, edición de la BAC dirigida por la Fundación Balmesiana de Barcelona, según la ordenada y anotada por el padre Casanovas, 8 vols., Madrid, BAC, 1948-1950; t. I: Biografía y Epistolario; t. II: Filosofía Fundamental; t. III: Filosofía elemental y El criterio; t. IV: El Protestantismo comparado con el catolicismo; t. V: Estudios apologéticos, Cartas a un escéptico, Estudios sociales, Del clero católico, De Cataluña; t. VI: Escritos políticos (I); t. VII: Escritos políticos (II); t. VIII: Biografías, Miscelánea, Primeros escritos, Poesías, Índices; “Vindicación personal”, en El Pensamiento de la Nación, 133 (1846), págs. 513- 524.
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Eudaldo Forment