Vaquero Turcios, Joaquín. Madrid, 1933 – Santander (Cantabria), 17.III.2010. Pintor, escultor y arquitecto.
Hijo del pintor y arquitecto Joaquín Vaquero Palacios y de Rosa Turcios Darío (sobrina de Rubén Darío).
Inició su formación artística junto a su padre y se trasladó a Roma en 1950 donde estudió Arquitectura y amplió sus conocimientos sobre la pintura al fresco para murales, además del mosaico y la vidriera. En la capital italiana se afincó durante dieciséis años. En 1958 colabora en la construcción y decoración del Pabellón Español de la Exposición de Bruselas. En 1959 viaja a Estados Unidos becado por el Institute of International Education y allí estudia el arte norteamericano desde el punto de vista de la arquitectura y el urbanismo. Su dedicación a la pintura mural tiene hitos tan significativos como las de la Central Eléctrica de Grandas en Asturias (1955), la Universidad Laboral de Córdoba (1956), el Pabellón Español de la Feria Mundial de Nueva York (1964), el Aeropuerto de Palma de Mallorca (1967), el edificio de La Unión y el Fénix de Madrid (1970) y la Fundación Juan March en Madrid (1975).
Aunque la dedicación más continuada de Vaquero Turcios ha sido la pintura mural, también ha mostrado en distintas galerías sus pinturas de caballete.
Las primeras fueron exhibidas en Lugano y Roma en los años 1954 y 1955, convirtiendo a la capital italiana en protagonista con las fachadas de sus templos, los muros de la ciudad y los torsos de las esculturas clásicas. Posteriormente, fue la figura humana la que se introdujo como tema prioritario en sus lienzos realizando una amplia serie de personalidades ilustres del ámbito de la cultura española e internacional, hasta desembocar en una abstracción en la que el sentido compositivo de los planos y los colores sordos le entroncan con la pintura española de todas las épocas.
Su éxito ha sido tan rotundo y continuado que cuenta con un puñado de galardones entre los que destacan el Premio Internacional Enit (Roma, 1952), Medalla del Presidente de la República de Italia (1954), Premio de la Asociación Artística Internacional (1957), Medalla de Oro de la Bienal de Salzburgo (1957), Premio de la Universidad de Bari (1958), Medalla del Senado de la República de Italia (1959), Primer Premio de Pintura de la III Bienal de París (1963), Medalla de la Asociación de Grabadores Españoles (1967), Premio de Obra Gráfica de Budapest (1971), etc.
Luis Felipe Vivanco aseguraba en los años cincuenta, cuando Vaquero Turcios tiene poco más de veinte años, que en su expresión plástica “persiste un ligero acento subjetivo de filiación expresionista, pero su larga permanencia en Italia y el contacto obligado con determinadas formas de otras épocas le ha llevado a introducir en las suyas un equilibrio ancho y estable”.
Vivanco aseguraba que “los dibujos de Vaquero Turcios son una lección de ascética que traspasa los límites de su disciplina formal”.
Vaquero Turcios propaga con colores y formas en el lienzo las proyecciones sinestésicas que le produce escuchar música: “A veces, oyendo música, los barrocos o Mahler, siento como se producen llanos prolongados, densos campos de sonido que se extienden y luego se quiebran abruptamente. Yo lo veo inmediatamente pintado, identificando música con forma y color en superficies alargadas, al tiempo que experimento una emoción muy parecida a la que uno pueda hallar en Rothko o en extensiones largas, rendidas y luminosas, como el desierto o Castilla”.
“Los cuadros de Vaquero Turcios están inmersos en un proceso de elegantes adivinaciones, sucesión de imágenes arriesgadas que ofrecen lecturas sinuosas de realidades matizadas por la sospecha que convierte la apariencia en permanente representación de un universo que se manipula exclusivamente desde las premisas personales del silencioso caos que alumbra el pintor con determinaciones espaciales que profundizan tanto en perspectivas como en análisis filosóficos. Se impone la claridad, el destello como numen ilustrativo de una exposición roturada por la belleza. Vaquero Turcios sueña y vive en el perfecto ámbito donde sus contemporáneos han olvidado la solemnidad oferente de los dioses graníticos”.
El poeta Carlos Bousoño le preguntaba a Vaquero Turcios en el catálogo de la exposición conjunta con su padre, Vaquero Palacios, en el Palacio de Revillagigedo de Gijón, cuál era el proceso, en su obra, de transformar las ideas en materia artística. Y Vaquero Turcios se explayaba así: “Yo sostengo que el pintor o el escultor se pasan toda la vida tratando de pintar el mismo cuadro, intentando alcanzar una determinada visión, resolver un mismo problema, a través de muchos caminos diferentes. Ese camino o visión es una “cosa” que yo entreveo y a veces casi rozo con la mano, con la imaginación. Se trata de una superficie casi plana, como una estela de tacto pétreo y seco, con incisiones o grietas y algunas oquedades.
Es una visión que puede ser diurna y clara, casi blanca, o nocturna y azul, en la que yo encuentro una referencia de paz o goce plástico. Pintar es tratar de encontrar los catalizadores para que se precipite sobre la tela esa imagen que permanece en suspensión en la mente”.
El crítico asturiano, Rubén Suárez, manifiesta que “Vaquero Turcios pinta desde la atracción y el vértigo del tiempo. Pinta el misterio de lo inmanente que se representa, sin desvelarse, en la sustantiva expresividad de la materia, el color y las texturas como supremos valores plásticos. Asistimos en sus cuadros a una gozosa celebración cromática, negros y azules profundos, grises, violetas, naranjas, rojos brillantes, fluorescentes... Y junto al color, el poder evocador de la materia recorriendo la superficie para conjurar la erosión, la humedad, las grietas, la pátina, las piedras de las paredes antiguas, mediante goteos, lavados, incisiones, veladuras... mediante un sin fin de técnicas laboriosamente experimentales con un único objetivo: recorrer el espacio pictórico pintando como pinta el tiempo” Decía Mario Antolín que todo el quehacer de Vaquero Turcios es un testimonio de inteligencia, sensibilidad, de fuerza expresiva y de personalidad creadora, atreviéndose a destacar, en su faceta de ilustrador, su trabajo en la Divina Comedia de Dante, tanto en su edición romana de 1964 como la que vio la luz en Madrid en 1965, además de su monumento a Goya y, sobre todo, su relieve de veinticuatro metros de altura que ornamenta el Colegio de los Agentes de Cambio y Bolsa de Madrid en 1981. En 1967 fue elegido miembro de la Academia Florentina delle Arti dell Disegno y en 1996 es designado miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Sin embargo, los éxitos y el reconocimiento nacional e internacional parecen obligarle a continuar su fecunda proyección en galerías y museos de todo el mundo, asomándose con sus pinturas y esculturas, en la última década, al Centro de Arte Moderno Ciudad de Oviedo, al Museo Vaticano, al Museo de Arte Moderno de París y a pinacotecas de Cleveland, Ciudad del Cabo o Florencia en cuyas estancias sigue desarrollando su perpetuo diálogo con la geometría, el tiempo y el espacio, los muros terrenales y el firmamento para parir elementos tan apegados al suelo como alados que buscan las fantasías siderales en los más ocultos recovecos de la imaginación, sintetizándose la expresividad del artista madrileño con esta enriquecedora yuxtaposición.
Casó con la poetisa Mercedes Ibáñez Novo, con quien tuvo cuatro hijos. Falleció en Santander, donde pasaba largas temporadas, el 17 de marzo de 2010, como consecuencia de una larga enfermedad.
Obras de ~: Sacrificio, 1971; Pablo Picasso, 1973; Cauce, 1976; Monumento al Descubrimiento de América, 1977; Monumento a la Constitución española, 1982; Las puertas de Nishapur, 1983; Muro de Agrigento, 1985; La ola, 1993; Astrolabio oscuro, 1995; Muro agrietado, 1996.
Bibl.: L. F. Vivanco, Vaquero Turcios en sus dibujos, Madrid, Ateneo, 1955; J. M. Moreno Galván, Vaquero Turcios, Ediciones del Pabellón de España en Nueva York, 1964; A. Sartoris, Vaquero Turcios y el arte construido, Madrid, Ábaco, 1977; H. Schnell, Denkmal des Entdeckung Amerikas in Madrid, Munich, Schnell und Steiner, 1979.
Carlos García-Osuna