Hernández y Pérez de Larrea, Juan Antonio. Villar del Saz (Teruel), 28.IX.1730 – Valladolid, 21.IV.1803. Director de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, deán del Cabildo Metropolitano de Zaragoza y obispo de Valladolid.
Nació en el seno de una familia hidalga y destacó como alumno brillante cursando sus estudios universitarios en Zaragoza, Gandía y Valencia. Iniciado en la carrera religiosa, completó sus estudios de Gramática, Retórica, Filosofía y más tarde de Teología en las citadas universidades, siendo nombrado párroco de la localidad turolense de Terriente (1760), lugar en el que comenzaron sus preocupaciones por la situación deprimida de la agricultura y la educación de los jóvenes y, muy especialmente, de las mujeres que tan descuidada se hallaba, tomando partida por el impulso de las enseñanzas prácticas, a las que más tarde dedicaría sus desvelos desde la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País.
Opositó a las canonjías de Calatayud y de la Real Iglesia de la Granja de San Ildefonso, llamando la atención de la reina madre, Isabel de Farnesio, y del infante don Gabriel, quienes le reclamaron para ocupar el cargo de canónigo penitenciario y presidente del Cabildo de la Real Iglesia de San Ildefonso. En reconocimiento a sus labores, el 12 de octubre de 1788 fue nombrado caballero de la Orden de Carlos III.
Durante su estancia en el Real Sitio, participó en diversas iniciativas de carácter económico relacionadas con la puesta en práctica de nuevos cultivos y la realización de algunos experimentos siderúrgicos, promovidos por el caballero Juan Dowling. Gracias a la relación que trabó con este último, participó en los primeros momentos de la vida de la Real Sociedad Matritense de Amigos del País, en la que fue admitido como socio a propuesta del citado amigo el año de su constitución (1775).
Ese mismo año, Larrea había sido nombrado canónigo del Cabildo Metropolitano de Zaragoza, por lo que apenas tuvo tiempo para participar en las actividades de la recién creada Sociedad Económica Matritense, si bien elaboró, para el manejo e instrucción de los socios, una lista de libros sobre agricultura, artes, comercio y política que les sirviese de orientación. Ya desde Zaragoza envió esta lista, en la que se incorporan más de dos centenares de libros y que aún se conserva entre los fondos de la Matritense. Este documento resulta decisivo a la hora de contemplar sus influencias doctrinales y sus lecturas en el momento en que comienza su destino zaragozano. Por aquellas fechas, Larrea asumía por completo las ideas económicas del conde de Campomanes y, por tanto, suscribía posturas cercanas a un mercantilismo liberal con connotaciones agraristas.
Tales influencias quedarán explicitadas, a la vez que ampliadas, cuando al llegar a su nueva ciudad de destino, Zaragoza, colabore activamente junto a otros ilustrados aragoneses como los condes de Aranda, Sástago, Sobradiel, Ricla y Fuenclara, los marqueses de Ayerbe y Lazán y un conjunto de prestigiosos escritores entre los que destacan Ignacio de Asso, Martín de Garay, o Martín de Goicoechea, a constituir la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Con ello, Larrea estaba trasplantando la experiencia de la recién creada Sociedad Matritense a Zaragoza, ciudad en la que, durante su dilatada estancia, entabló una estrecha relación con personajes como el marqués de Roda, antiguo ministro de Gracia y Justicia, quien mantenía una tertulia en la que participaron las más relevantes personas que por aquel entonces habitaban en la ciudad; Juan Meléndez Valdés y Arias Antonio Mon de Velarde, oidor de la Audiencia y más tarde presidente del Consejo de Castilla, con quien coincidió igualmente en cargos de responsabilidad en la Económica Aragonesa.
Constituida esta última, en 1776, sus primeras preocupaciones derivaron hacia el problema del pauperismo y a la elaboración, junto al prestigioso y controvertido clérigo y economista Antonio Arteta de Monteseguro, de un Plan Gremial que contemplaba la rehabilitación social del artesanado, la abolición del monopolio comercial de los productos artesanales estimulando la competencia en el mercado de la artesanía y el establecimiento de asociaciones libres que promoviesen la figura del artesano independiente, al margen de la poderosa estructura gremial. Todo ello bajo el amparo y protección de la Real Sociedad Económica.
El Plan fue especialmente controvertido, motivo por el cual generó fuertes tensiones en el seno de la Económica y, finalmente, no fue aprobado ya que las autoridades municipales y el clero regular se negaron a perder sus competencias e influencias directas sobre el mercado artesanal.
También el problema del pauperismo enfrentó a diversos sectores dentro de la Sociedad. El grupo influyente de la nobleza, liderado por Ramón de Pignatelli, pretendía la integración laboral de los indigentes en instituciones creadas al efecto, como la Real Casa de la Misericordia. Larrea, por el contrario, luchaba contra este intervencionismo y control del mercado artesanal intentando fórmulas más flexibles en las que forzosamente chocaron las competencias municipales y clericales con las de la Real Sociedad Económica, que pretendía implementar nuevos sistemas para acabar con tan arraigado problema.
El interés por dotar a los estudiantes de la Económica de una formación analítica, le llevó a impulsar, a imagen de la Sociedad Económica Vascongada, la creación de una Escuela de Matemáticas —siendo uno de sus curadores— que dio comienzo a sus actividades docentes el año 1780. En ella fueron profesores, entre otros, Ventura de Ávila, Luis Rancaño de Cancio y el discípulo de Larrea, José Benito de Cistué.
Igualmente, en 1784 abrió sus puertas la cátedra de Economía Civil y Comercio de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, de la que Larrea fue inicialmente censor, y para la que fue nombrado profesor el joven abogado de los reales colegios Lorenzo Normante. La cátedra fue la primera de España en impartir esta disciplina y, junto a otras como la de Upsala, Viena, Nápoles y Milán, una de las pioneras en Europa. Como es sabido, las enseñanzas de Lorenzo Normante, especialmente las relacionadas con la población, el lujo o la edad mínima para acceder al estado eclesiástico, despertaron las iras del Tribunal del Santo Oficio, quien denunció al economista aragonés. Una de las personas que defendió activamente la causa de Normante, que finalmente no fue condenado, fue Hernández y Pérez de Larrea.
Cuando se creó la cátedra, Larrea elaboró un Informe en el que manifestaba que los conocimientos económicos no podrían alcanzarse por la mera lectura de textos; junto a ellos era preciso la existencia y aplicación de un método. Sería imprescindible que a las sociedades económicas se agregasen otros sujetos que conociesen y dominasen la teoría económica.
Por todo ello, el estudio de la economía iba dirigido a través de una serie de textos que fueron impuestos para la enseñanza en la cátedra desde el principio de sus actividades. Ésta adoptó el modelo de la instaurada previamente en Nápoles por Bartolomé Intieri; por ello se eligió como libro de texto los Elementos de Economía civil y comercio del abate napolitano Antonio Genovesi y, en tanto éstos no estuvieran traducidos al castellano, escogieron las Lecciones de economía civil que Bernardo Joaquín Danvila y Villarrasa utilizaba para la docencia en el Real Seminario de Nobles de Madrid, del que era su catedrático. Y junto a los textos citados, las lecciones que impartía el catedrático Lorenzo Normante bajo la supervisión del censor Larrea.
De esta manera, en las dos últimas décadas del siglo, la Económica sirvió como correa de transmisión del pensamiento neo-mercantilista italiano y francés, a través del cual también penetraron las ideas cameralistas y muy especialmente los del barón de Bielfeld.
Por los mismos años, Larrea impulsó igualmente la política de traducciones, siendo el inductor de la que Josefa Amar y Borbón realizó de la obra de Griselini, Discurso sobre el problema de si corresponde a los párrocos y curas de las aldeas el instruir a los labradores en los buenos elementos de la economía campestre, en el que se defendía la vía eclesiástico-municipal para la difusión de los nuevos procedimientos agrarios, una de las principales obsesiones de Larrea. Defensor de la integración social de las mujeres en condiciones de igualdad, elogió en las páginas del Memorial Literario la obra de Josefa Amar Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno, y otros cargos en que se emplean los hombres, publicado en 1786.
Igualmente, en el desempeño de sus funciones en la Económica, elaboró numerosos informes y dictámenes, la mayoría de los cuales no se han conservado aunque existe constancia de ellos en las actas de la Real Sociedad. Una excepción es el que se custodia en el archivo de dicha Sociedad, referente al Tratado de Comercio de Tomás Mun, con ocasión del cual expuso sus ideas sobre la situación del comercio español y los efectos nocivos de los desórdenes monetarios.
En el campo de la economía aplicada, destacó su interés por los experimentos botánicos, siendo activo impulsor del Jardín Botánico de Zaragoza y, según relató su principal discípulo y catedrático de economía en los primeros años del siglo XIX José Benito de Cistué —en un discurso pronunciado en 1803 en homenaje a Juan Antonio Hernández y Pérez de Larrea con motivo de su fallecimiento—, colaboró en tareas económicas innovadoras como el ensayo de fabricar carmín ideado por el químico Josef Velilla, la introducción del método Vaucanson para hilar la seda, o la publicación del arte de blanquear lienzos por medio del vapor alcalino ideado por Chaptal. Además, propuso la reapertura de la antigua Lonja y el establecimiento de un Consulado de comercio.
Impulsor decidido de las artes, fue fiscal y académico de la que a partir de 1792 se denominó Real Academia de San Luis. Sus inquietudes bibliográficas le condujeron, igualmente, a elaborar un copioso inventario con el título de Apéndice de libros raros cuya nota se sacó de los que tenía en su Biblioteca D.n Fran.co Perena, Médico de Cámara de S.M. y de las Descalzas R.s en Madrid. El inventario, que consta de 247 páginas y dice estar cerrado en el año 1795, pero en el que encontramos algún apunte posterior, constituye una muestra más de la erudición de Larrea como queda patente en los múltiples y documentados comentarios que realiza sobre alguna de las obras.
Se sabe que a partir del año 1798 pasó a ser director de la Real Sociedad, y que la cátedra de Economía siguió funcionando con normalidad bajo su supervisión.
A Normante, que marchó a la Corte en 1800, le suplió en sus tareas docentes primero el antiguo alumno de la cátedra Juan Polo y Catalina y, más tarde, el ya citado discípulo y verdadero hombre de confianza de Larrea, José Benito de Cistué, bajo cuya enseñanza las influencias doctrinales experimentaron un giro importante, sustituyéndose paulatinamente las ideas neo-mercantilistas por las más liberales de Adam Smith. En 1801 fue nombrado obispo de la diócesis de Valladolid, ciudad en la que murió dos años más tarde no sin antes haber intentado resucitar la Real Sociedad Económica Vallisoletana de Amigos del País.
Obras de ~: Nota de algunos libros que tratan de Agricultura, Artes, Comercio y Política, 1775 (inéd.); Correspondencia con la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, 1775 (inéd.); “Introducción”, en Griselini, Discurso sobre el problema de si corresponde a los párrocos y curas de las aldeas el instruir a los labradores en los buenos elementos de la economía campestre, Zaragoza, 1784, págs. 3-5; “Informe del censor Juan A. Hernández de Larrea”, en Actas de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, legajo 12/102 (17 de junio, 1784); “Carta á Doña Josepha Amar”, en Memorial Literario, VIII, 1786, págs. 430-438; Apéndice de libros raros cuya nota se sacó de los que tenía en su Biblioteca D.n Fran.co Perena, Médico de Cámara de S.M. y de las Descalzas R.s en Madrid, 1795 (inéd.).
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Alfonso Sánchez Hormigo