Lereu Molina, Hipólito. Boca de oro. Camañas (Teruel), 19.I.1741 – Madrid, 25.XI.1805. Escolapio (SChP), teólogo, helenista, calificador del Santo Oficio, consejero de Carlos III.
Ingresó en las Escuelas Pías el 1 de febrero de 1755 y profesó en el noviciado de Peralta de la Sal (Huesca) el 2 de febrero de 1757. Durante sus años de formación adquirió una cultura extraordinaria, en parte debido a sus maestros, el padre Benito Feliu entre ellos, y en parte también a su talento y aplicación. Latassa afirma que “en la carrera de estudios y magisterios de poesía, retórica, artes, teología, lenguas y oratoria sagrada, especialmente, lo señaló la alabanza más sincera”. Fue profesor de Lengua y Literatura en Daroca, de Filosofía y Teología en Valencia y de Filosofía y Griego en Zaragoza. A su cátedra de Griego, además de los alumnos del colegio, asistían con frecuencia “eclesiásticos respetables por sus dignidades y sabiduría, religiosos de condecoración y caballeros de la primera nobleza”, para oírle explicar a los clásicos griegos “en su nativo idioma”. Llegó a considerarse título de honor ser discípulo del padre Lereu.
Brilló también en Zaragoza como orador sagrado por su sana doctrina y un estilo “claro y elegante”, pero sobre todo por el espíritu apostólico que animaba su palabra. Era conocido como Boca de Oro y solicitado de los mejores púlpitos de la ciudad. En 1775 predicó la Cuaresma en la catedral de la Seo.
En 1776 fue destinado temporalmente por el general padre Cayetano Ramo a la provincia de Castilla junto con los padres Joaquín Traggia y Joaquín Ibáñez. Estos dos para regentar la cátedra de Retórica en los colegios madrileños de San Antón y San Fernando, y el padre Lereu, para la mejor formación de los juniores castellanos. Enseñó Filosofía en Getafe y seguidamente Teología en Madrid. Destacaron pronto los tres. Y cuando llegó el momento del regreso a su provincia de Aragón en 1778, el padre Lereu permaneció hasta su muerte en Madrid. Sus dotes de consejo, su ciencia, su oratoria y su celo sacerdotal en el confesionario le abrieron caminos seguros en la Corte.
Dentro de casa fue rector de los colegios de San Fernando (1790-1794) y San Antón (1794-1804). En los dos sobresalió como profesor. Pero en el de San Antón su acción como superior fue más lejos: contribuyó a que las “Escuelas Calasancias”, que funcionaban en la calle Fuencarral desde 1778, pasaran a los solares de la extinguida Orden hospitalaria de San Antonio Abad en la calle Hortaleza. Allí se estableció un verdadero centro docente, que Carlos IV, mediante Real Cédula del 23 de agosto de 1797, mandó se titulara “Real casa, colegio e iglesia de San Antón” y pudiera usar y poner escudo y armas reales en objetos y muebles. El arquitecto real Francisco Rivas dirigió las obras de reconstrucción. Antes había revisado y aprobado los planos del nuevo colegio el arquitecto mayor Juan de Villanueva. El edificio resultó digno del real mecenas y de los arquitectos que lo idearon y construyeron.
Latassa aseguró, después de contemplarlo, que seguía siendo en su tiempo “una de las fábricas que hermosean la corte”. La acción educativa escolapia fue conquistando el barrio. En una estadística de 1797 figuran 1.790 alumnos matriculados. Pero más que el número de alumnos importa la calidad de la enseñanza impartida en el centro, que terminó siendo referencia obligada para numerosas y cualificadas familias madrileñas. A ello contribuyó una selecta y numerosa comunidad educativa, guiada por el ejemplo permanente de su rector, el padre Hipólito Lereu. Y si no gobernó la provincia de Castilla, la sostuvo durante este largo período de sus dos rectorados en el doble cargo de consejero y asistente provincial.
Fuera de casa, se vio pronto solicitado por varios miembros de la Familia Real que le eligieron como confesor. Aprovechando sus profundos conocimientos escriturísticos, teológicos y filológicos, fue comisionado por Carlos IV para revisar, con los padres Calixto Homero y Luis Mínguez, la segunda edición de la Biblia del padre Felipe Scío. El Tribunal de la Inquisición le nombró calificador en materias de fe.
Carlos III le designó miembro y teólogo de la Junta de Notables, que debían asesorar al Rey en cuestiones eclesiásticas. Y dice su necrología que “en asuntos gravísimos, sometidos a la deliberación de la Junta, se adoptaron por unanimidad las conclusiones presentadas por el P. Hipólito”.
A pesar de tantos méritos y reconocimientos, se creía el último entre sus hermanos, y llegaba a tal extremo que en la madurez de sus años sólo deseaba ser olvidado.
Prefería enseñar y leer el catecismo a los más pequeños, que ser rector del colegio o asistir a las serias sesiones del Tribunal de la Inquisición o de la Junta de Notables. Esta definida y profunda humildad le llevó a publicar sus mejores libros bajo pseudónimo y así resulta imposible localizarlos y valorar sus méritos. Forzado por la obediencia a sus superiores, permitió que apareciese en algunos su nombre. Y dos de los más valiosos entre los conocidos —un práctico librito de lectura, editado y reeditado varias veces, y los tres volúmenes de la Historia de la Iglesia— los retuvo ocultos y sólo pudieron ver la luz tras la muerte de su autor.
Llorado por sus hermanos religiosos, por sus alumnos y sus amigos, murió pocos meses después de haber dejado el rectorado del Real Colegio de las Escuelas Pías de San Antón. A sus funerales asistieron en corporación todos los miembros del Tribunal de la Fe, presididos por el inquisidor decano.
Obras de ~: Conclusiones teológicas, Valencia, 1763; Ejercicios públicos de Letras Humanas y de lenguas latina. griega y francesa, que ofrecen e intitulan a la Muy Ilustre Ciudad de Daroca los Discípulos de las Escuelas Pías de la misma Ciudad bajo la enseñanza del P. Hipólito (Lereu) de la Purificación con un discurso latino De amore in Principem, Valencia, 1767; Academia de Geometría, Valencia, 1769; Generaliores quaedam ex phisica proposiciones, Madrid, 1777; Ex naturali philosophia proposiciones nonnullae, Madrid, 1778; Ex Ethica seu morali philosophia generaliores posiciones, Madrid, 1779; Historia general de la Iglesia cristiana (trad. de Pastorini), Madrid, 1805, 3 vols.; Lecciones escogidas para los niños que aprenden a leer en las Escuelas Pías, Madrid, 1805 (2.ª ed. Madrid, 1814; 3.ª ed., corr. y aum. por el padre Pascual Suárez, Madrid, 1825).
Fuentes y bibl.: Archivo de la Vicaría General de España (Madrid), Necrología del Padre H. Lereu, Peralta, Libro de difuntos n.º 2 y en el tomo de Necrologías de 1801 a 1830.
F. Latassa, Biblioteca de escritores aragoneses, t. II, Zaragoza, Imprenta de Calisto Ariño, 1884-1886, págs. 130-131; E. Llanas, Escolapios Insignes por su piedad religiosa desde el origen de las Escuelas Pías hasta nuestros días, t. IV, Madrid, Imprenta de San Francisco de Sales, 1899-1900, pág. 324; T. Viñas, Index biobibliographicus scriptorum Scholarum Piarum, t. I, Roma, 1908, págs. 205-206; C. Lasalde, Historia literaria y Bibliografía de las Escuelas Pías de España, t. III, Madrid, Agustín Avrial y Revista Calasancia, 1927, págs. 100-103; A. Clavero, Rev. Horizontes Calasancios (Buenos Aires), 285 (1942), págs. 16- 17; Historia de las Escuelas Pías de Aragón, t. V, Zaragoza, 1947, págs. 114-115; J. Lecea, Las Escuelas Pías de Aragón en el siglo XVIII, Madrid, Publicaciones del Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación (ICCE), 1972, págs. 407-408, 427 y 434; A. Arija, La Ilustración Aragonesa, Joaquín Traggia, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1987, págs. 157-162; D. Cueva, Las Escuelas Pías de Aragón, t. I, Zaragoza, Departamento de Educación y Cultura, 1999, págs. 170-171.
Dionisio Cueva González, SChP