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Francisco Solís y Folch de Cardona

Biografía

Solís y Folch de Cardona, Francisco. Barón de Santa María de Aracena. Madrid, 16.II.1713 – Roma, 22.III.1775. Obispo de Córdoba, arzobispo de Sevilla, cardenal.

Hijo del tercer duque de Montellano, José de Solís y Gante, Rodríguez de las Varillas, Grande de España de primera clase, y de la marquesa de Castelnovo, Josefa Folch de Cardona, dándose el caso insólito y sorprendente de haber nacido en la sacristía de la iglesia madrileña de San Francisco el Grande, cerca del Palacio Real, ya que su madre se puso de parto mientras asistía a misa en ese convento de padres franciscanos.

Así lo afirma Alonso Morgado, aunque el Diccionario de Historia Eclesiástica de España, erróneamente, lo hace natural de Salamanca. Como si fuera una señal de predestinación, el joven noble, después de estudiar algunos cursos en Alcalá de Henares, siguió la carrera eclesiástica, que ejerció siempre en Andalucía, con una canonjía en la Catedral de Málaga, desde la que ascendió a obispo de Trajanópolis y auxiliar de Sevilla (1749) hasta que pasó a ocupar la sede episcopal de Córdoba (12 de noviembre de 1752). En 1755 el Rey le nombró co-administrador de la mitra hispalense, ocupada entonces por el hijo de Felipe V, Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, que fue nombrado cardenal a los ocho años, y a cuyos honores renunció a comienzos de 1755. Solís, como otros prelados de la época (Alberoni, Carvajal, Álvarez de Castro, o Jaime Fort) quedó dispensado del grado universitario del doctorado, que no poseía para su consagración episcopal. Le bastaba su condición de pertenecer a familia de nobleza titulada, como lo era el diez por ciento del episcopado español en el siglo xviii. Entró en la Catedral de Sevilla el 19 de noviembre de 1756, cuando ya se habían reparado la Giralda y la Capilla Real, cuarteadas por el terremoto del año anterior, y el asistente dio licencia provisional para la circulación de coches, que estaba prohibida por los alrededores de la catedral desde entonces, quedando de nuevo prohibido su uso al finalizar la ceremonia.

Su hermano mayor, Alonso, conde de Saldueña, fue virrey de Navarra y dedicó a Fernando VI en 1754 un poema épico, El Pelayo. Su otro hermano, José, que fue virrey de Nueva Granada (1753-1770) compartió con él los juegos de infancia y juventud en el entorno de la familia real, como sumiller de cortina de Felipe V. Estando la Corte en Sevilla tuvo lugar la importante anécdota que cuenta Morgado y de la que ningún biógrafo se ha hecho eco. Cuenta el bibliotecario de la Colombina que “estando ensayando el florete con el Infante don Carlos, éste le saltó el ojo izquierdo, y el futuro monarca (Carlos III) le aseguró que se lo pondría de oro y diamantes”. Y parece que cumplió la promesa, ya que al joven tuerto le fueron llegando prebendas eclesiásticas y cuantiosas rentas que le permitieron pasar a la historia como el arzobispo de los pobres, entre los que repartía cuantiosas limosnas en las calamidades públicas, siendo además el benefactor de muchas comunidades religiosas, como las dominicas descalzas, de Sevilla, o las del Espíritu Santo, donde tomó el hábito su sobrina Teresa. Sufragó los gastos de reconstrucción del convento sevillano de las Capuchinas, destruido por un incendio “sin que se pudiese salvar siquiera S. M. Sacramentado”, celebrada con una semana de festejos a su costa; hizo lo mismo en el incendio de San Roque (1759) y amplió el Colegio de las Becas. Reedificó las iglesias de Brenes, Cantillana y Villanueva del Río. Fundó el Hospital de Umbrete y embelleció el palacio episcopal de verano “con estatuas y bustos traídos de Roma”, endeudándose en un millón y medio de reales, deuda para la que tuvo que pedir una moratoria en el pago.

Estos y otros datos están recogidos de la documentación conservada en Sevilla, tanto en el archivo municipal como en la Biblioteca Colombina, y de los cronistas de la época. Se conservan también los diferentes edictos publicados durante su estancia en la diócesis: desde el general, el día de su entrada, “a los fieles de este arzobispado” (1756); sobre que pueda comerse carne en la Cuaresma (1762); sobre reforma de trajes eclesiásticos (1767); prohibiendo a las monjas publicar revelaciones y profecías acerca del regreso de los jesuitas (1768); prohibiendo las Hermandades, imágenes y libros de la Virgen de la Luz (1770); otro sobre prohibición a los eclesiásticos del uso de sombreros gachos o chambergos, “y se manda el de tres picos a los de Menores, y los forrados en tafetán negro a los de Mayores” (24 de julio de 1770); con amenaza de excomunión mayor a las personas que guarden escritos de fray Sebastián de Jesús Sillero, el lego franciscano amigo de Carlos III, “cuya causa de beatificación se halla en sus manos” (1771); rezo de San Fidel de Sigmaringa (1771); prohibición de “cantar Salves en verso, coplas u otras oraciones que no sean las aprobadas y admitidas por la Iglesia Universal” (1771); rezo de Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, fundadora de las religiosas de la Visitación (1773); sobre que no se toquen las campanas parroquiales o de regulares antes que se hayan tocado las de la catedral (1773); asignación a la catedral y a la iglesia de Santa Ana, en Triana, “en que en adelante se haya de guardar y observar únicamente la inmunidad eclesiástica y sagrado asilo” (4 de junio de 1773). De carácter altivo y autoritario, tuvo varios tropiezos jurisdiccionales con la autoridad civil, en especial con el procurador mayor de Sevilla, conde de Mejorada. Fue el primer prelado hermano mayor de la Hermandad de los Negritos, que hasta 1848 sólo admitía hermanos de raza negra, y cuyo capelo cardenalicio figura en el escudo de la Hermandad. Además, defendió, respaldando la intención del Rey, el patronato sobre España de la Inmaculada Concepción frente a la diócesis de Santiago de Compostela, que quería mantener como único patrón a Santiago Apóstol.

En el plano cultural, se sabe que organizó una Academia particular de Derecho Canónico en el Palacio Arzobispal, que fue presidida por el polémico fraile jerónimo Fernando Zevallos, prior de Santiponce, en 1757. Para entonces ya había sido admitido como académico en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (1752) y había amparado en sus pretensiones literarias a su paje y familiar Cándido María Trigueros, para quien había obtenido una larga estancia en el convento de carmelitas de Carmona, el cual le agradeció su generosidad en un largo poema, inédito, en tercetos encadenados, fechado el 4 de octubre de 1765 y conservado también en la Colombina, en el que canta al “sucesor ilustre de Isidoro”, de quien más tarde escribirá Elogio fúnebre. Dos años después, tras la expulsión de la Compañía de Jesús, complace a Carlos III firmando, con el asistente de Sevilla, Pablo de Olavide, y el regente de la Audiencia, el plan de la nueva universidad, cuya sesión inaugural preside el 31 de diciembre de 1770. Esta postura, tan favorable a la reforma, le valió la borla de doctor, que se le concedió el 23 de febrero de 1772 a propuesta del primer rector de la universidad renovada. En agradecimiento, entregó 24.000 pesos para el arreglo de la iglesia universitaria de la Asunción, antigua de la Casa Profesa, la misma en que los universitarios sevillanos se congratularon en 1749 con motivo de su entrada en la diócesis.

Fallecido en febrero de 1769 el papa Clemente XIII, el cardenal Solís recibió carta de Carlos III en que le ordenaba ir a Roma para participar en el cónclave que había de elegir al nuevo Pontífice, que lo fue el 5 de mayo en la persona de fray Lorenzo Ganganelli, con el nombre de Clemente XIV. Su estancia en la capital italiana quedó marcada por su liberalidad y ostentación, ya que mandó acuñar monedas conmemorativas de oro y plata, y alquiló el palacio Spada, de la plaza Colonna, donde acogió con magnificencia a los cardenales presentes en la ciudad. Quedóse Solís en Roma para recibir el capelo de manos del Papa, luciendo una espléndida carroza fabricada para la ocasión, en la tarde del 22 de junio, y para tomar posesión de la Basílica de los Doce Apóstoles, cosa que hizo el 9 de julio, partiendo a continuación para Nápoles, donde había sido virrey hacía dos siglos su pariente Ramón Folch de Cardona, cuyo retablo en mármol blanco de Carrara, ejecutado por Giovanni de Nola en 1525, se conserva actualmente en la iglesia parroquial de Bellpuig de las Avellanas (Lérida).

En Nápoles cumplimentó al rey Fernando, hijo de Carlos III, que le nombró caballero de la Orden de San Genaro. Vuelto a Roma, visitó la Toscana, Parma y Turín, “distinguiéndose en todos sus viajes por su magnificencia en dádivas y limosnas”, como comenta el cronista, y organizó varios festejos y veladas para agasajar a nobles y jerarquías eclesiásticas, con grandeza pocas veces vista en una capital tan acostumbrada a ellas. El 20 de agosto es recibido en la Arcadia romana con el nombre de “Lucidauro”, apodo relativo a su lujoso tren de vida, que había culminado con el nombramiento real de “Protector de España en Roma”. De vuelta a España, permaneció en Madrid seis meses, donde dio cuenta al Rey de su comisión, el cual, agradecido, le concedió la primera Gran Cruz de la Orden de Carlos III concedida a un prelado (23 de octubre de 1771).

En octubre de 1774 falleció Clemente XIV y de nuevo Solís partió para Roma con siete familiares, entre los que se encontraba su médico particular, el académico Buendía y Ponce, para asistir al cónclave que debía elegir nuevo Papa. El cabildo hispalense le entregó 60.000 mil pesos para los gastos del viaje, pero no pudo repetir las pomposas solemnidades del cónclave anterior. Esta vez fue recibido por el embajador, José Moñino, quien le alojó en el Palacio de España. El 15 de febrero de 1775 fue elegido Pío VI, pero su ya precaria salud no le permitió en esta ocasión asistir a la coronación del nuevo Papa, aunque sí al banquete ofrecido a los cardenales. El 18 de marzo el cardenal Solís enfermó de una grave pulmonía que le produjo la muerte el día 22, a los sesenta y dos años de edad. El relato minucioso de su enfermedad, redactado por Buendía, se conserva entre los papeles del conde del Águila, del archivo municipal de Sevilla, por el que nos enteramos que sufrió durante tres días “esputos sangrientos”, que se intentaron curar por medio de sangrías, según el consejo de los médicos italianos, pero tras recibir los santos sacramentos y el consuelo espiritual del religioso mínimo fray Jaime Serrano, expiró sobre las siete de la mañana.

Su cuerpo, embalsamado, fue expuesto en el Palacio de España a los pies de tres altares de cartón piedra donde se celebraron misas continuas por su alma. Al día siguiente, su cuerpo fue trasladado a la basílica de su título, donde fue enterrado. Su corazón, en un pomo de cristal, fue trasladado al Convento de las Madres Capuchinas de Sevilla, como había dejado escrito en su testamento. A Sevilla llegó la noticia a mediados de abril y como dice el cronista “muchos contuvieron el llorar pues, repentinamente, unos se hallaron sin empleo y otros sin situado, cuyo número era muy crecido”.

A veces se le confunde con otro obispo de Córdoba, del mismo nombre, que firmó en 1709 un Dictamen sobre los abusos de la Corte Romana, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid, el cual fue solicitado por Felipe V para la defensa de sus regalías y aclarar la jurisdicción de los obispos españoles, en relación con la Santa Sede.

 

Bibl.: J. Gómez Bravo, Catálogo de los obispos de Córdoba y breve noticia histórica de su Iglesia Catedral y Obispado, vol. II, Córdoba, Juan Rodríguez, 1778, págs. 804-812; J. Alonso Morgado, Prelados sevillanos o Episcopologio de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla, Sevilla, Lib. Izquierdo y Cía, 1906; A. Domínguez Ortiz, “Las deudas del Cardenal Solís”, Archivo Hispalense, 170 (1965), págs. 201-203; F. Aguilar Piñal, La Real Academia Sevillana de Buenas Letras en el siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1966; La Universidad de Sevilla en el siglo xviii. Estudio sobre la primera reforma universitaria moderna, Sevilla, Universidad, 1969; A. Orive, “Solís Folch de Cardona, Francisco”, Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de la Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas- Instituto Enrique Flórez, 1975, págs. 2501; F. González de León, Historia y crítica descriptiva de las Cofradías de Penitencia, Sangre y Luz fundadas en la ciudad de Sevilla, Sevilla, Caja de Ahorros de San Fernando, 1986; F. Aguilar Piñal, Un escritor ilustrado: Cándido María Trigueros, Madrid, CSIC, 1987; Plan de estudios para la Universidad de Sevilla (2.ª ed. renovada y ampliada), Sevilla, Universidad, 1989; M. Molí Frígola, “Sevilla en Roma. Los viajes del cardenal Francisco de Solís en 1769 y 1774-75”, en Archivo Hispalense, 224 (1990), págs. 67-93; F. Aguilar Piñal, Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, vol. VII, Madrid, CSIC, 1993, págs. 5.303-5.305; M. Barrio Gozalo, “La jerarquía eclesiástica en la España moderna. Sociología de una élite de poder (1556-1834)”, Cuadernos de Historia Moderna, 25 (2000), págs. 17-59.

 

Francisco Aguilar Piñal

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