Zarco Gutiérrez, Pedro. Madrid, 25.III.1929 – 9.V.2003. Médico, catedrático, cardiólogo.
Hijo de Pedro Zarco Bohórquez, médico de prestigio, fue director del Sanatorio de Valdelatas, donde demostró que la tuberculosis no se trasmite de la madre al hijo, publicando el libro Tuberculosis y Embarazo que tuvo gran impacto por sus aportaciones. Influido sin duda por él estudió medicina en la Facultad de Medicina de Madrid. Ya es este periodo de su vida mostró sus inquietudes volcándose en la actividad hospitalaria, siendo alumno interno en el Hospital de San Carlos, a la vez que asistió al Hospital de la Princesa junto a Plácido González Duarte. Acabada la carrera, en 1953 se incorporó a la Cátedra de José Casas Sánchez como médico interno por oposición, compaginando esta actividad con la asistencia al Instituto Ibys en el laboratorio que dirigía por entonces Francisco Grande Covián donde se inició en el camino de la investigación. En 1957 leyó su tesis doctoral La cromatografía sobre papel en el estudio de las aminoacidurias que fue calificada con premio extraordinario.
En 1957, tras conseguir una beca de Relaciones Culturales, se desplazó al National Heart Hospital, Institute of Cardiology of the British Postgraduate Medical Federation en Londres y posteriormente con beca de la Fundación del Amo a Los Ángeles al Cedar of Lebanon Hospital de la Universidad de UCLA donde trabajó con Eliot Corday, Brian Hosffman y Travis Winsor. En 1961 realizó su más trascendente estancia fuera de España en Londres junto a Paul Wood en el National Heart Hospital. En 1963 lo haría en el Hammersmith Hospital becado por el British Council junto a John Goodwin. Cuando Zarco se fue a Inglaterra en 1957, la cardiología española hacía pocos años había empezado a estructurarse. En realidad aunque existía ya una buena cardiología clínica muy dependiente de la medicina interna, su explosión definitiva vendría precisamente a partir de la década de los cincuenta. Hasta entonces, la cardiología se aprendía donde y como se podía ya que no existían lugares adecuados y solo la inquietud de algunos hacía de su clínica hospitalaria un lugar más idóneo y de referencia. En 1952 nació la Escuela de Cardioangiología de Barcelona, la primera, dentro de la Cátedra de Patología y Clínica Médicas que regentaba el que fue insigne académico Juan Gibert Queraltó. A su vuelta a Madrid 1964, Zarco fue nombrado jefe del Departamento de Exploración Cardiopulmonar y de la Unidad Coronaria del Hospital Clínico de San Carlos de Madrid, jefatura que desempeñó con gran maestría, marcando un hito histórico en la cardiología española incorporando en él todas las técnicas de vanguardia. Previamente en 1959 había obtenido por oposición la plaza de profesor adjunto de Patología General que desempeñó hasta 1992 en que ganó por oposición la plaza de catedrático de Cardiología de la Universidad Complutense de Madrid, siendo nombrado profesor emérito en 1999.
Pedro Zarco ha sido sin duda uno de los grandes cardiólogos de la medicina española de siglo xx. Sus aportaciones calaron profundamente dando paso a una nueva concepción de la cardiología. Sobresalió como clínico, docente y por su capacidad de aglutinar e ilusionar a todo aquel interesado en la cardiología y en ciencia con independencia de su procedencia, creando una de las más importantes escuelas cardiológicas españolas. Entre su multitud de discípulos destacan Luis Martínez Elbal, Arturo García Espinosa, Ester de Marco Guilarte, Arturo Cortina Llosa, Manuel Gómez Recio, Camino Bañuelos, Manuel Remesal, José Luis Rodrigo López y Andrés Íñiguez.
Sus aportaciones a la cardiología fueron numerosas. Sus hallazgos en la auscultación en ritmo sinusal de las lesiones tricúspides fueron sobresalientes llamando la atención sobre el soplo presistólico que es “increscendo- indisminuendo” con un intervalo entre el final del soplo y el primer tono. Otra aportación exploratoria personal fue que la aurícula izquierda aneurismática y la aurícula derecha aneurismática se palpan en la pared anterior de tórax. En estudios hemodinámicos en pacientes intoxicados por aceite de colza observó que la hipertensión pulmonar era debida a una vasculitis tóxica y no a un a un espasmo de las arterias pulmonares como ocurre en la forma primaria.
Su libro Exploración Clínica del Corazón, obra magna, alcanzó diez ediciones, y supuso de alguna forma la explosión de lo que Zarco llevaba dentro. Desde la primera edición despertó el interés tanto de internitas como especialistas, agotándose las ediciones a velocidad de vértigo. Fue un libro que se compraba para estudiarlo, para aprenderlo, mejorar conocimientos, o simplemente para consultarlo. Francisco Vega Díaz, gran maestro, clínico y figura inolvidable de la medicina y la cardiología española, señaló cuando este libro se publicó que se trataba de un libro atinado, justo, correcto y completo. Libro atinado porque en la selección de los conceptos interpretativos el autor había tenido un tino exquisito; libro justo, porque se dice en él justamente lo que se debe decir; libro correcto porque no hay un solo dato que no reciba la explicación precisa, y libro completo porque en él se reseña cuanto un cardiólogo debe saber sobre exploración del corazón.
Sin embargo, Pedro Zarco nunca se quedó atrás. Otros se hubieran conformado y especulado con ese libro para justificar toda una vida. Siempre tuvo claro que su evolución como clínico y científico, al igual que como persona, no era algo estanco y permaneció alerta para introducirse en nuevos conceptos, conductas y habilidades. A través de sus libros nos fue situando en la cardiología exacta que se vivía en cada momento. En 1996 publicó, Las bases moleculares de la cardiología clínica, donde hablaba de una nueva forma de entender la cardiología con la misma ilusión que en sus años mozos lo hacía de la cardiología hemodinámica. En él hizo hincapié en el cambio tan profundo que había experimentado la cardiología y que en un futuro inmediato sería básicamente molecular. En los últimos años insistió en lo que bautizó como “cardiología finita”, expresando así su pensamiento de que dentro de unos cincuenta o sesenta años ya no habría nada nuevo por investigar en cardiología. Otros libros que destacaron fueron El fallo mecánico del corazón, La salud del corazón, y varios sobre La cardiopatía isquémica.
Miembro del Grupo Consultivo de Expertos de la Organización Mundial de la Salud de Enfermedades Cardiovasculares (1983-1998), recibió gran número distinciones: Fellow de la Royal Society of Medicine (1992), miembro de mérito de la British Cardiac Society (1976) y de la New York Academy of Siences (1988), Membership of the American Association for the Advancement of Science (1993), de la Facultad de Medicina de Santiago de Chile (1972), Santo Domingo (1990), Valparaíso (1993), y de las Sociedades de Cardiología Cubana (1985) y Venezolana (1986). Fue, además, Médico del Año en 1990 (Editorial Edimsa), Premio de la Sociedad Española de Cardiología en 1990, Hospital Universitario de San Carlos (1990, 1993 y 1997) y Premio Searle 1991 de la Sociedad Española de Cardiología.
En 2001 ingresó como académico de número en la Real Academia Nacional de Medicina con el discurso Panorama de la cardiología en el cambio de milenio.
Obras de ~: La bases fisiológicas de la fluidoterapia, Madrid, Ibys, 1955; con O. Salmerón, Exploración Clínica del Corazón, Madrid, Editorial Alhambra, 1961; con J. Pérez-Olea, El fallo mecánico del corazón, Barcelona, Ediciones Toray, 1975; Cardiología básica, Madrid, IDEPSA, 1985; con C. Sáenz de la Calzada, La cardiopatía isquémica, Madrid, 1987; Las bases moleculares de la cardiología clínica, Madrid, Editorial Médica Panamericana, 1996; La salud del corazón: cuidados, síntomas y medidas preventivas, Madrid, Temas de Hoy, 1996; con J. M. Martínez-Lage, Corazón, cerebro y envejecimiento, Madrid, Triacastela, 2002.
Bibl.: M. Díaz-Rubio, Contestación al discurso de ingreso del Dr. D. Pedro Zarco Gutiérrez en la Real Academia Nacional de Medicina, Madrid, Real Academia Nacional de Medicina, 2001; F. Torrent Guasp, “Profesor Pedro Zarco, cardiólogo”, en Madrid Medico, 6, (2003), págs. 20-21.
Manuel Díaz-Rubio García