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Luis de Carvajal

Biografía

Carvajal, Luis de. Toledo ?, c. 1556 – Madrid, 1607. Pintor.

Carvajal fue uno de los artistas españoles que parti­ciparon en la decoración del monasterio de El Esco­rial e iniciaron la formación de un foco pictórico en Madrid en torno a 1600. Su pintura ha sido valorada especialmente como precursora del interés por la apa­riencia humanizada e individual que predominó en el Barroco.

Aunque no está documentado, es muy probable que naciera en Toledo, hacia 1556, puesto que él mismo declaraba tener unos cuarenta y ocho años de edad en 1604. Fue hermano del escultor Juan Bautista Monegro. No se sabe con quién se formó, pero a juz­gar por su estilo debió de estar en contacto con los ambientes italianizantes que dominaban en la Ciudad Imperial en los años centrales del siglo XVI. Para com­pletar su educación artística marchó a Roma, donde está documentado su ingreso en la Academia de San Lucas en junio de 1576. Su estancia romana no debió de ser muy dilatada, porque el último día de 1577 se comprometía a tasar un cuadro de Luis de Velasco para el sagrario de la catedral toledana. Es probable que su etapa italiana fuera decisiva para su posterior incorporación a los trabajos de El Escorial, ya que ha­bía estado en contacto directo con las fuentes de la pintura reformada que deseaba Felipe II para la deco­ración escurialense.

Sus primeras relaciones con la obra del monasterio datan de 1579, fecha en la que vende a la fundación filipina varios cuadros: Sagrada Familia, Coronación de Nuestra Señora, Nacimiento del Redentor, Cristo ex­pulsando a los mercaderes del templo, Vocación de san Andrés y san Pedro, Magdalena penitente y El Salvador en casa de santa Marta. De todos ellos, sólo se han localizado por el momento la Magdalena penitente, que se conserva en el Museo del Prado, y la Voca­ción de san Pedro y san Pablo, que se encuentra en el Monasterio. En aquel momento el artista tenía unos veintitrés años, edad muy temprana para pensar que fuera llamado a participar en tan importante empresa por sus propios méritos, teniendo en cuenta, además, que de la etapa anterior a su llegada a El Escorial sólo se conoce de su mano el retrato del arzobispo Barto­lomé de Carranza, de la sala capitular de la catedral de Toledo, de 1578, y, fechadas también en este año, las pinturas para el retablo de una de las capillas del convento toledano de Santa Clara, en el que trabajó junto a su hermano el escultor Juan Bautista Mone­gro, quien estaba en contacto desde 1572 con la fá­brica escurialense, donde realizó sus obras más importantes a partir de 1580. Éste debió de avalar la valía de su pintura y posiblemente favoreció la compra de los cuadros antes citados, con los que el joven pintor se dio a conocer en El Escorial. El resultado de este acercamiento inicial debió de ser óptimo, pues poco después de la muerte de Navarrete recibió el primer encargo importante: la terminación del San Cosme y San Damián, uno de los cuadros de parejas de santos para la basílica, que el logroñés había dejado bosque­jado. A este trabajo se sumó la realización de otros nueve, entre 1580 y 1585, para el mismo lugar: Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís, San Sixto y San Blas, Santa Leocadia y Santa Engracia, Santa Ce­cilia y Santa Bárbara, San Juan Crisóstomo y San Gre­gorio Nacianceno, San Isidoro y San Leandro, San Bue­naventura y Santa Tomás de Aquino, San Martín y San Nicolás, y San Antonio de Padua y San Pedro Mártir. Estos cuadros constituyen lo más valioso de su pro­ducción entre lo conservado. En ellos se aprecia su in­terés por la monumentalidad de las figuras, que repre­senta sin comunicarse entre sí, como también sucede en las restantes obras del conjunto realizadas por Sán­chez Coello y Diego de Urbina, aunque Navarrete las concibió en una actitud más dialogante. Con dibujo seguro y flexible y pincelada prieta, el artista toledano define con nitidez contornos y volúmenes, dando a las figuras una intensa presencia física. Con estas obras, Carvajal se muestra como un claro seguidor del lenguaje verosímil y devocional impulsado por la Contrarreforma, que probablemente aprendió en Ita­lia. En general, todas son muy meritorias, y en ellas se aprecia un cierto interés por la realidad, en especial en el tratamiento individualizado de algunos rostros, que se adelantan a su tiempo anunciando el natura­lismo posterior.

Los últimos trabajos que hizo para el monasterio fueron dos grandes trípticos para uno de los ángulos del claustro de los Evangelistas, entre 1587 y 1590, con los temas del Nacimiento del Señor y de la Ado­ración de los Reyes, mientras Miguel Barroso, Rómulo Cincinato y Pellegrino Tibaldi llevaban a cabo los res­tantes. En esta ocasión muestra un estilo más distante y académico que en los cuadros para los altares de la basílica, posiblemente para adecuar su lenguaje al de los otros artistas que participaron en la decoración del claustro.

Su actividad se reparte entre Toledo, El Esco­rial y Madrid, ciudad en la que residió al menos desde 1583. Para la Ciudad Imperial, además de las ya citadas, realizó algunas obras, como el retablo del convento de la Concepción Francisca (1591-1592), y los desaparecidos de la iglesia de San Lorenzo y del monasterio de los mínimos de San Bartolomé de la Vega. En la iglesia de Yepes se conservan dos obras de su última época: San Blas y San Ildefonso, y en el Museo Casa del Greco, un San Nicolás de Tolentino depositado por el Museo del Prado, firmado y fe­chado en 1604. En la Corte también participó en la ejecución de varias obras efímeras, como el túmulo le­vantado en el monasterio de Santo Domingo en 1598 para las honras fúnebres de Felipe II, en el que trabajó con Fabricio Castello, y en la elaboración de tres ar­cos triunfales para conmemorar la entrada en Madrid de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, en 1599. Unos meses antes de morir se comprome­tió a pintar al fresco y dorar el aposento de la infanta situado junto a la galería de la Reina en el palacio de El Pardo, en cuya decoración también participa­ron destacados pintores de la época, como Pantoja, Bartolomé y Vicente Carducho, Fabricio Castello y Patricio y Eugenio Caxés, entre otros. Por desgracia estas pinturas han desaparecido, como muchas de las realizadas a lo largo de su vida por Carvajal, quien murió en Madrid el 27 de septiembre de 1607. Tuvo un hijo, también pintor, llamado Francisco de Car­vajal, que continuó sus trabajos en El Pardo. Nada se sabe de él, salvo que se encontraba en las Indias cuando se llevó a cabo, en 1616, el reparto de bienes de su madre.

El padre Sigüenza, en su texto sobre la Fundación del Monasterio del Escorial (1605), no le da relevancia y sólo menciona su condición de hermano de Mone­gro y algunos de sus trabajos. Sin embargo, su parti­cipación en una obra de tanto prestigio como la decoración escurialense le proporcionó cierta fama en el siglo XVII, posiblemente más por la relación de su nombre con la fundación filipina que por un autén­tico reconocimiento de sus méritos. Tras haber caído casi en el olvido, su arte ha disfrutado de una especial valoración en los estudios dedicados a la pintura es­pañola durante las últimas décadas, y la mayor parte de los historiadores le conceden cierto protagonismo en la influencia ejercida por el lenguaje escurialense en la definición de la pintura del primer Barroco en España.

 

Obras de ~: Vocación de san Pedro y san Pablo; Magdalena penitente; San Cosme y San Damián (junto con Navarrete, el Mudo); Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís; San Sixto y San Blas; Santa Leocadia y Santa Engracia; Santa Cecilia y Santa Bárbara; San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno; San Isidoro y San Leandro; San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, San Martín y San Nicolás, y San Antonio de Padua y San Pedro Mártir; Nacimiento del Señor; Adoración de los Reyes; San Blas y San Ildefonso; San Nicolás de Tolentino.

 

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Trinidad de Antonio Sáenz