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Alfonso de Dávalos de Aquino

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Biografía

Dávalos de Aquino, Alfonso de. Marqués del Vasto (II), en Nápoles. Ischia (Italia), 25.V.1502 – Milán (Italia), 31.III.1546. General, gobernador del Milanesado, Grande de España.

El 25 de mayo de 1502 nació Alfonso Dávalos en el castillo de Ischia que pertenecía a la casa de Dávalos.

Fueron sus padres Íñigo de Dávalos y Laura Sanseverino.

Al marquesado del Vasto otorgado a su padre en 1496 le fue añadida la Grandeza de España en 1521.

La casa de Dávalos, o Ávalos, había llegado a Italia con el séquito de Alfonso V de Aragón a la conquista del reino de Nápoles.

Alfonso de Dávalos era sobrino del I marqués de Pescara, Alfonso de Dávalos, y primo del II marqués, hijo del anterior, Francisco Fernando de Dávalos, artífice de la victoria de Pavía en 1525, y marido de la famosa poetisa Vittoria Colonna. A la muerte de su primo heredó el marquesado de Pescara.

Estuvo casado con María de Aragón, hija natural del rey Fernando I de Nápoles, la cual, tras la muerte de su marido, en 1546, estableció su morada en el castillo de Ischia, dedicándose a la educación de sus cinco hijos: Francisco Fernando, casado con Isabel de Gonzaga, César, que tomó parte en la batalla de Lepanto, en 1571, y fue canciller del reino; Beatriz, que casó con el conde de Potenza; Antonia, que fue esposa de Francesco Trivulzio; Íñigo, segundogénito, que fue cardenal.

Huérfano de padre en su primera juventud, quedó al amparo de su mencionado primo Fernando de Dávalos, marqués de Pescara, y evidenció desde el primer momento una clara inclinación a las armas y a las acciones de guerra, y no gustaba de las artes. Era de una belleza viril y mostraba aspecto de hombre resuelto. Gracias a la buena disposición y el empeño de la poetisa Vittoria Colonna, esposa de su primo, que residía en el castillo de Ischia tras su matrimonio con Fernando celebrado en 1509, entró por la vía del arte y la cultura; sobre todo, su trato con la literatura, desembocó en la redacción, por parte de Alfonso de Dávalos, de un poema con reminiscencias autobiográficas.

Alfonso siguió a su ya famoso primo, que le aventajaba en edad, en la campaña de la Provenza en 1524 y durante las batallas en el norte de Italia, animado por Vittoria, mujer rica en ideales, para que aprovechara la ocasión venciendo la incertidumbre y el justificado temor que su marcha a las campañas suscitó en el seno de su familia. Crecido y ambientado en esos años en las artes bélicas, resultó en ellas un digno continuador de las gestas de su pariente.

Tras diversos eventos militares e históricos en los que se vio implicado, como la batalla de Pavía en 1525, tras la cual murió su primo Fernando, marqués de Pescara, que la había prácticamente dirigido, estuvo presente en el saco de Roma en 1527.

En la campaña y sitio de Nápoles, de mayo de 1528, llevada a cabo por el general francés Lautrec, tuvo Alfonso de Dávalos, marqués del Vasto, una destacada actuación.

Tras la Liga clementina formada en 1527 por Clemente VII, Venecia y el ducado de Milán, los reyes de Francia e Inglaterra promovieron otra nueva con Venecia, Milán y Florencia, de lo que se aprovechó Francisco I, que quería a toda costa conquistar Nápoles.

Para ello, en enero de 1528 ordenó al general Lautrec, que estaba en Bolonia, se pusiese en marcha con tal fin. No obstante disponer de un ejército falto de víveres y dinero, y algo embotado por el ocio además de amenazado por la peste, emprendió Lautrec el camino con cuarenta mil hombres por Rímini, Sinigaglia, Acona y Benacanati. Finalizaba el mes de febrero de 1528 cuando estaba ya en los límites de la frontera napolitana y los Abruzzos. El príncipe de Orange, que mandaba el Ejército imperial, ante el peligro inminente, logra sacar sus tropas de Roma tras nueve meses de descanso. Según algunos cronistas, contaban los imperiales con cinco mil infantes alemanes, cuatro mil españoles, tres mil italianos y mil quinientos caballos. Orange, con sus ímpetus de juventud, ansiaba dar la batalla al francés, pero los expertos y prudentes Alarcón, Juan de Urbina y el marqués del Vasto, le hicieron ver que eran la mitad en número del enemigo, y les convenía aguardar los refuerzos que les enviaba Hugo de Moncada, ahora virrey de Nápoles por haber fallecido Lannoy. Efectivamente, llegaron los refuerzos consistentes en tres mil españoles, tres mil alemanes y cuatro mil italianos mandados por Fabricio Marramaldo. Lautrec también había recibido refuerzos venecianos, e iba empujando al Ejército imperial que abandonaba sucesivamente Chiet, Solmona, Trani, Barletta, Venosa, Foggia y Melzi; únicamente quedó en su poder Manfredonia.

Los imperiales, finalmente, tuvieron que encerrarse en Nápoles, ante cuyos muros apareció Lautrec a finales de abril de ese mismo año de 1528, formalizó el sitio y destacó una parte de su ejército a cercar Gaeta, gobernada por Pompeo, cardenal Colonna, que contaba tan sólo con unos pequeños grupos de soldados españoles y de otras naciones.

Aunque superiores en número los sitiadores, parece que la realización del sitio de Nápoles no fue muy bien llevada, por lo que perdió su eficacia. A dicha situación de bloqueo habían de contribuir, naturalmente, las fuerzas navales combinadas; no obstante, las venecianas andaban más preocupadas con su provecho mercantil, intentando poseer Monópoli, Brindis y Otranto. Tan sólo Felipín Doria, sobrino de Andrea, se aventuraba con algunas galeras francogenovesas en el golfo de Nápoles, causando verdaderos estragos.

El 28 de mayo tuvo la mala idea de salir a combatirlas Hugo de Moncada, llevando a bordo al marqués del Vasto con mil españoles, a Ascanio Colonna y más gente importante. Fue el encuentro en el Capo d’Orso y allí la superioridad numérica y marinera de los genoveses anuló el valor de los arcabuceros españoles.

Moncada murió en la cubierta de su barco; el marqués del Vasto y los demás jefes quedaron prisioneros, y de los españoles pocos sobrevivieron. Al enemigo le salió cara la victoria, pues perdió no menos de mil hombres.

La situación de los sitiados era cada vez más apurada, pero la muerte de Moncada, lejos de empeorar las cosas, vino casi a mejorarlas, pues Orange y Moncada no se llevaban bien y ahora el mando quedaba en unas solas manos, con lo que se ganaba en eficacia.

En esos críticos momentos Andrea Doria dejó el servicio de Francisco I y se pasó al de Carlos V. Parece ser que el soberbio marino se negó a entregar a Francisco I al marqués del Vasto y Ascanio Colonna, que consideraba sus prisioneros. Como consecuencia de esta desavenencia dio a ambos la libertad y los agasajó como merecían por su calidad. Según se deduce de las crónicas de la época, mucho tuvieron que ver los consejos y la diplomacia empleada por Alfonso de Dávalos en la decisión tomada por Doria.

El campo francés, azotado por la peste, el combate y la fatiga, se vio duramente afectado por la muerte de Lautrec, el 15 de agosto, víctima de la mencionada enfermedad. Los sitiadores, gracias a Doria, eran ahora los sitiados por mar y no tenían esperanzas de recibir más refuerzos, de tal manera que el 24 de agosto de 1528 levantaron el sitio.

En septiembre y octubre de 1529, con noventa mil infantes y treinta mil jinetes españoles a sus órdenes, participó Dávalos en la defensa de Viena sitiada por Solimán el Magnífico, el cual concluyó por levantar el sitio tras perder cuarenta mil hombres.

El marqués del Vasto se vio de nuevo casi enfrentado al peligro de la presencia de Solimán, cuando éste desembocó en Belgrado, en junio de 1532, al frente de un ejército de trescientos mil hombres, ante lo cual el Emperador reclutó con celeridad cien mil infantes y cuarenta mil caballos y tomó personalmente el mando de dichas tropas.

Antonio de Leiva desde Plasencia y Dávalos desde Casamaggiore, se juntaron en Mantua para disponer la movilización de las tropas de que se podía disponer en Italia para tal ocasión. El 25 de julio de 1532 emprendieron la marcha los diferentes cuerpos en dirección a Innsbruck, punto de encuentro, para acudir en ayuda del Emperador.

Solimán anduvo, en esta ocasión, impreciso e indeciso, intentando conquistar plazas de poca monta y perdiendo, por tanto, un tiempo precioso que le costó el fracaso de su expedición y su vuelta a Constantinopla en el mes de octubre, sin haber llegado a enfrentarse a las tropas del marqués del Vasto, que se volvió a Nápoles.

A principios de 1535, Carlos V perseveraba en sus preparativos para la expedición a Túnez, los cuales se llevaron mucho tiempo y dinero. La ocasión se presentaba oportuna. Mientras Solimán, en Asia, arrebataba a los persas Tauris y Bagdad, en 1534, la terrible marina otomana, al mando de Haradín Barbarroja, surcaba el Mediterráneo, llegaba a Túnez y destronaba al rey Muley Hacen, con lo que toda la costa septentrional de África quedaba convertida en guaridas de corsarios. Ni la intrépida milicia de Malta ni las flotas imperiales bastaban a la seguridad del mar, ni a proteger el extenso litoral de Italia y España.

Después de una revista solemne a las tropas reclutadas, Carlos V embarcó en Barcelona el 30 de mayo de 1535, rumbo a Cagliari, en Cerdeña, donde se había de concentrar toda la Armada; el temporal que se encontraron les hizo arribar a las Baleares, de modo que hasta el 14 de julio no pudo fondear en Cerdeña, donde ya le esperaba el marqués del Vasto con barcos y tropas de Italia y Sicilia, traídos por Francisco Doria, primo y lugarteniente de Andrea. En aquella inmensa flota había naves de España, Génova, Rodas, Holanda, Portugal, Nápoles y Roma, en número total no inferior a cuatrocientas. En ellas iban, desde el infante Luis de Portugal, hermano de la Emperatriz, hasta la flor de la alta milicia y la aristocracia españolas, con el duque de Alba al frente. Entre españoles, veteranos de Italia, italianos y alemanes, se reunieron cerca de cuarenta mil soldados, principalmente de infantería, pues se procuró llevar poca caballería y pocos bagajes, por que no embarazasen los movimientos.

En esta dura campaña Alfonso de Dávalos se distinguió notablemente. Mandó el Ejército imperial en tierra, mientras Doria lo hacía en el mar; distinguiéndose, sobre todo, en la dirección del asalto a la Goleta y en la de la batalla de los pozos de Túnez. Estos triunfos junto al Emperador le valieron, de vuelta en Nápoles, entrar en la ciudad como vencedor por la puerta Capuana.

En junio de 1536 tuvo lugar la nueva incursión de las tropas imperiales en la Provenza. Los consejos y deseos de Antonio de Leiva de penetrar en Francia fueron escuchados por el Emperador, en contra de la opinión del marqués del Vasto, quien creía que era mejor marchar sobre Turín. El generalísimo francés Montmorency fortificó perfectamente Marsella y Arlés y se concentró con sus tropas en Avignon. Carlos V pensó avanzar sobre Lyon y, pasando el Ródano, caer sobre la retaguardia francesa y marchar hacia París. No obstante, fue prudente, pues esta maniobra alejaba a sus tropas de su base de operaciones y las dejaba sin subsistencias, en un país que los franceses, en previsión, habían dejado asolado. Decidió poner sitio a Marsella para atraerse a Montmorency, que no hizo caso de la provocación y no se movió de Avignon.

Sin víveres ni enemigo con el que pelear, y con la peste asolando su cuartel general establecido en Aix, levantó el sitio de Marsella y se volvió a Italia con un ejército aniquilado, más por los contratiempos que por la acción del enemigo. Es decir, que se repitió la fracasada expedición de Pescara en 1524.

Antonio de Leiva murió en Aix a consecuencia de sus antiguas dolencias de gota, y de la peste, el 7 de septiembre de 1536. Antonio de Dávalos, marqués del Vasto, asumió el mando supremo de los ejércitos imperiales.

Por fin, después de tantos desafíos, Carlos V y Francisco I celebraron una cordial y fastuosa entrevista en Aigues-Mortes, del 14 al 17 de julio de 1538, resultado de la acordada Paz de Niza del 8 de julio, que estipulaba treguas por diez años. No obstante, la situación del Emperador era muy crítica, pues estaba más pobre que nunca. España se negaba a seguir pagando sus extrañas y muy costosas aventuras y campañas.

Las Cortes de Toledo de 1538 fueron borrascosas; la aristocracia y el clero se sumaron a las protestas del pueblo.

La carencia crónica de recursos económicos produjo motines continuados en Italia. Las tropas, acostumbradas a exigir por sí mismas contribuciones en víveres y dinero, no soportaban la disciplina que se les pretendía imponer para sujetarlas. Los pueblos en los que los soldados solicitaban alojamiento, los rechazaban y cerraban sus puertas; pero como esto era poco freno para soldados veteranos acostumbrados a duros combates, asaltaban las casas, corría la sangre y el saqueo estaba a la orden del día. Habiéndose terminado la campaña, había que proceder a licenciar para reducir aquel enorme número de soldados, pero como todos ellos eran voluntarios, no querían ser despedidos y mucho menos sin cobrar. Los veedores y contadores no tenían lo necesario para satisfacer sus pagas y los oficiales decidieron aprovechar el desorden.

El marqués del Vasto, que en ese año de 1538 había sido nombrado gobernador de Milán, desplegó toda su energía para reorganizar aquellas tropas amotinadas.

Llevó a cabo destituciones y arrestos en el castillo de Milán, no sólo de furrieles y alféreces que habían malversado fondos, sino de capitanes, como Cisneros y Lezcano, y de maestres de campo como Arce. Refundió veintisiete compañías en ocho, con una fuerza total de dos mil hombres, y un severo reglamento de 28 de agosto de 1538 regularizó el servicio. Sin embargo, estas medidas no fueron suficientes. En la Goleta y en Castelnuovo la penuria era extrema y la deserción enorme.

Vasto demostró en Milán grandes dotes de gobernante, reorganizando la administración y dictando leyes que merecieron siempre la aprobación del Emperador y la del Senado. Protegió y propagó los estudios literarios, por los que siempre demostró predilección, desde que se los inculcara en su juventud la poetisa Vittoria Colonna.

En 1542 los franceses achacaron al marqués del Vasto, y como consecuencia a Carlos V, los asesinatos, por motivos que se ignoran, de dos encargados por Francisco I de una misión diplomática: un español al servicio de Francia, llamado Rincón, y el proscrito genovés Fregoso. Fue suficiente motivo para la declaración de guerra por parte del ya achacoso Francisco I, que seguía ansiando el ducado de Milán. Rincón y Fregoso habían negociado y firmado la alianza del rey de Francia con Solimán II y fueron muertos al atravesar el territorio bajo mando de Dávalos.

En esta nueva confrontación con Francia, en 1543, el marqués del Vasto se apoderó de Mondovi, obligó al duque de Enghien a levantar el sitio de Niza y combatió a Annebaut en el Piamonte, pero se le frustró una atrevida sorpresa que intentó contra Turín.

En febrero de 1544, el marqués del Vasto se mantenía con dificultades en el Piamonte. El rey de Francia envió un poderoso ejército mandado por Francisco de Borbón, duque de Enghien, formando los jóvenes aventureros de la nobleza francesa, un brillante cuerpo de caballería. Enghien puso sitio a Carignano, plaza que por cubrir las comunicaciones del Milanesado era de suma importancia y estaba defendida por Pirro Colonna, valiente capitán, con mil quinientos españoles e italianos. El marqués del Vasto se hallaba en Lombardía con nueve mil hombres, que eran insuficientes para hacer frente a la invasión. De inmediato realizó levas de romanos, españoles y tudescos y corrió en socorro de la plaza sitiada. Burló al enemigo, cruzó el Po y llegó el 20 de mayo a Cerisola.

Entre esta ciudad y Carignano se encontraban los franceses por lo que fue necesario librar batalla, que ambos caudillos deseaban fuese decisiva para la suerte del Piamonte. Las fuerzas estaban bastante equilibradas: los imperiales contaban con veinte mil hombres, con predominio de la infantería, pues su caballería era poca y de inferior calidad que la francesa, excelente y numerosa. Vasto anduvo sobrado imprudente y confiado en aceptar el combate, dada su inferioridad.

Dávalos formó una vanguardia con tres mil españoles y tudescos aguerridos, que avanzaron hasta la falda de un bosque que servía de apoyo al centro francés.

Dos escuadrones de seis mil italianos y tudescos cada uno, constituían el centro y otro escuadrón igual cerraba la retaguardia. Los mil caballos de que disponía el marqués sostenían el ala derecha de la vanguardia y cubrían el flanco del centro. Esta disposición era del todo criticable y fatal para el ejército de Dávalos, porque exponía su caballería a ser envuelta por la del enemigo, más numerosa. Enghien dividió la infantería en dos cuerpos de seis mil y siete mil hombres, uno tras el otro, con la caballería y la artillería en el centro, procurando siempre llevar concentrada la caballería, base de su ejército, para poder descargar golpes decisivos.

Rompieron la batalla los imperiales con mucho ímpetu y fortuna, estimulándose españoles y alemanes, arrollando la vanguardia enemiga y llegando hasta la artillería. Abrasaban con sus fuegos a la caballería francesa que se esforzaba en cubrir los cañones.

Se apoderaron de doce piezas y algunos bagajes. Si el centro de los imperiales hubiese avanzado sosteniendo la vanguardia en lo que era un ataque victorioso, rápidamente se hubiese decidido la batalla en su favor; pero el marqués del Vasto no lo dispuso así, sino que reunió a su caballería en una masa y la lanzó contra el enemigo. La maniobra se realizó con lentitud, dada la dispersión en que se hallaba la caballería, y el resultado no pudo ser más funesto. La caballería francesa había sido desbordada por la vanguardia imperial, pero no destruida, de tal forma que le dio tiempo a reorganizarse y arremetió contra los jinetes de Dávalos que, sorprendidos porque creían ser los perseguidores y no los perseguidos, se dieron a la fuga llenos de terror.

Aún pudo el marqués emplear su retaguardia intacta, adelantándola para apoyar a la vanguardia, pero este general que tantas pruebas había dado, a lo largo de su vida militar, de valor frío y profundo, perdió la cabeza y, antes de que se completara la desorganización de su centro, huyó en busca de asilo en Asti, seguido por su retaguardia que se retiró sin haber disparado un tiro.

Cerisola fue la batalla más desastrosa de las que libraron los ejércitos imperiales: quedaron en el campo ocho mil hombres, por tan sólo cuatrocientos que perdieron los franceses.

Tan deplorable derrota no decidió, ni mucho menos, el éxito de la campaña. El marqués del Vasto reorganizó su ejército rápidamente y obtuvo, más adelante, grandes ventajas en Lombardía. De momento, Enghien y Vasto, cansados, firmaron treguas por tres meses.

Tras la derrota de Cerisola, el emperador Carlos recibió con frialdad, en España, a Alfonso de Dávalos.

Posiblemente a causa del disgusto y desengaño provocado por este hecho, y abatido por los achaques, el marqués se retiró a sus posesiones de la Lombardía y falleció en el castillo de Vigevano, siendo aún gobernador de Milán, el 31 de marzo de 1546.

Tuvo dos nietos de su hijo Fernando, uno legítimo y, al parecer, otro natural. Ambos llevaron el nombre de Alfonso de Dávalos, aunque lógicamente los títulos los ostentase el hijo legítimo de Fernando e Isabel Gonzaga. Ambos descendientes fueron militares y ambos llegaron a destacar en su profesión. El hijo legítimo de Fernando e Isabel llegó a ser capitán general de la Caballería del Ejército de Flandes en 1588.

Tiziano pintó dos magníficos retratos del marqués del Vasto. Uno se encuentra en el madrileño Museo del Prado y se titula Alocución del marqués del Vasto; en él aparece arengando a sus tropas, y a su costado derecho aparece un jovencito que sujeta su casco y que muy bien pudiera ser su hijo Fernando. En 1539, Dávalos se encontraba en Venecia enviado por Carlos V para asistir a la elección del nuevo Dux. Posiblemente aprovechara en ese viaje para encargar el cuadro a Tiziano.

El otro cuadro, en el que aparece de tres cuartos con magnífica armadura, pudo haber sido realizado en Bolonia cuando la coronación del Emperador, en 1530, aunque también se barajan las fechas de 1533, 1536 y 1543. Este retrato perteneciente a la empresa asegurada AXA, estuvo expuesto en el Museo del Louvre durante doce años. En diciembre del año 2003 lo adquirió el Museo Paul Getty de Los Ángeles (Estados Unidos de América).

También en este lienzo aparece un niño que sostiene su casco y que pudiera ser, también como en el otro, su hijo Fernando.

 

Bibl.: VV. AA., Museo Militar, Barcelona, Editorial Evaristo Ullastres, 1883; M. Lafuente et al., Historia general de España, Barcelona, Montaner y Simón, 1887-1890; A. Carrasco y Sayz, Icono-biografía del Generalato Español, Madrid, Imprenta del cuerpo de artillería, 1901; B. Gil Picache, Elementos de Historia Militar, Valladolid, 1908; J. Almirante, Bosquejo de la historia militar de España, Madrid, 1923; Catálogo del Museo del Ejército, vol. II, Madrid, 1954; J. Contreras y López de Ayala, Marqués de Lozoya, Historia de España, Barcelona, Salvat, 1967; P. Aguado Bleye, Manual de Historia de España, vol. II, Madrid, 1981.

 

Vicente Alonso Juanola