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Joaquín Arjona Ferrer

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Biografía

Arjona Ferrer, Joaquín. Sevilla, 1817 – Madrid, 1875. Actor.

Era hijo de la actriz Josefa Ferrer. Estudió Medicina en las Universidades de Barcelona y Zaragoza, pero abandonó la carrera por su vocación teatral. Debutó junto a Teodora Lamadrid.

Tuvo como maestro a Carlos Latorre, uno de los más reputados nombres de la escena. Su debut teatral se produjo en Granada. Alentado por críticas favorables y encendidos aplausos, marchó a Madrid para actuar en el teatro del Circo, con la comedia A un cobarde, otro mayor, en 1844.

Hacia 1849, se marchó a Francia con la pretensión de formarse a la vera de los mejores actores del país galo. A su regreso a España, se le reconoció su talento para representar obras en las que se mostraba con naturalidad, sin el envaramiento de otros actores.

En las temporadas 1856-1858 formó compañía con Julián Romea, uno de los actores más celebrados de su época. Estrenaron La escala de la vida, Los lazos de familia, de Larra; Hija y madre, de Tamayo y Baus; El desdén con el desdén, de Moreto y El sí de las niñas, de Moratín. Después, Joaquín Arjona dirigió el madrileño teatro Variedades y el teatro Lope de Vega, estrenando Deuda de honor, de Núñez de Arce.

Aquella experiencia francesa le sirvió para que le otorgaran una plaza de profesor en el Conservatorio de Madrid, en 1865. Entre los alumnos que recibieron sus enseñanzas estaban los futuros grandes actores Emilio Mario, Manuel Ossorio y Victorino Tamayo.

Realizó, algunas temporadas después, una gira por México y Cuba, llevando un granado repertorio de comedias españolas, volviendo satisfecho a Madrid en 1870.

Representó Joaquín Arjona toda clase de obras en el madrileño teatro del Príncipe. Sobre todo de Leandro Fernández Moratín y de Tamayo y Baus, siendo de los primeros actores en dar a conocer en los escenarios este comediógrafo.

En la historia del teatro, su nombre ha quedado como el de un tenaz actor que, si en los principios de su carrera no despertaba en el público demasiadas esperanzas sobre su futuro artístico, al tener una voz poco armoniosa, fue cultivándola y, a base de esfuerzos y muchos ensayos, acabó por poseer una perfecta dicción, además de mantener en el escenario aplomo y elegancia.

El actor Enrique Chicote, en una breve semblanza sobre su compañero, escribió: “Actor ilustradísimo, de escasas condiciones físicas, hacía olvidar sus defectos personales por su gran arte”.

 

Bibl.: E. Chicote, La Loreto y este humilde servidor, Madrid, M. Aguilar, editor, s. f., pág. 50; M. Gómez García, Diccionario del teatro, Madrid, Ediciones Akal, 1997, pág. 56; J. Huerta Calvo, E. Peral Vega y H. Urzáiz Tortajada, Teatro español: de la A a la Z, Madrid, Espasa Calpe, 2005, pág. 35.

 

Manuel Román Fernández