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Enrique Enríquez

Biografía

Enríquez, Enrique. Anrique Anríquez. El Mozo. Señor de Villalba y Nogales. Sevilla, p. s. xiv – ?, c. 1366. Caudillo del obispado de Jaén, justicia mayor de Alfonso XI, alguacil mayor de Sevilla, adelantado mayor de La Frontera (Andalucía).

Sobre el linaje de este personaje han mantenido los genealogistas dispares opiniones. Lo que se sabe actualmente sobre la filiación de este Enrique Enríquez es lo que sigue: el infante don Enrique el Senador, hijo de Fernando III el Santo, habría engendrado en doña Mayor Pecha un hijo ilegítimo, Enrique Enríquez I, heredado en el repartimiento de Sevilla y mencionado en la Crónica de Sancho IV. Éste casó con Estefanía Rodríguez de Ceballos, enviudada de Juan Mathé de Luna hacia 1299. El hijo de Enrique y Estefanía habría sido el personaje del que se trata: Enrique Enríquez II el Mozo, nacido a principios del siglo xiv, probablemente en Sevilla. Como su padre, residiría habitualmente en la colación de Santa María de esa ciudad.

La primera mención a la vida adulta de Enrique la sitúa la Crónica de Alfonso XI hacia 1327, cuando este Monarca conoció a su amante, Leonor Núñez de Guzmán, en la casa del noble sevillano. Leonor se encontraba allí porque, según el cronista, su hermana estaba casada con el Enríquez. Si realmente existió este primer matrimonio de este hombre, no se conoce que dejara descendencia. Lo que está demostrado documentalmente es que Enrique casó con Urraca Pérez Ponce (hija de Pedro Ponce de León, señor de Cangas y Tineo), que le dio una hija (Leonor, casada con Alfonso Pérez de Guzmán y luego con Fernando de Castro) y un hijo (Ferrán Enríquez, muerto seguramente antes que el padre); sólo la Crónica de Alfonso XI menciona otro más, un tal Alfonso. Viudo de Urraca, celebró nupcias con Teresa de Haro, de quien tuvo a Isabel, casada con García Fernández Manrique.

Enrique empezó a destacar en las expediciones militares emprendidas por Alfonso XI contra sus enemigos. En 1333 acompañó al maestre santiaguista Vasco Rodríguez en una infructuosa operación de descerco de Gibraltar, que acabó perdiéndose a manos de los benimerines. En 1336, en cambio, logró una victoria en Villanueva de Barcarrota contra los portugueses, liderando tropas del obispado de Jaén, y auxiliado por las milicias sevillanas, Juan Alfonso de Guzmán y Pedro Ponce, señor de Marchena. De vuelta a la lucha contra los musulmanes norteafricanos y granadinos, en 1340 colaboró en el socorro a la villa de Tarifa, y poco después estuvo en vanguardia del ejército cristiano en la batalla del Salado, con el cargo de “caudillo del obispado de Jaén”. En 1341 fue situado como frontero en el alto Guadalquivir, con el fin de hostigar a los nazaríes. Desde 1342 a 1344 llevó a sus huestes jiennenses y a sus hijos Alfonso y Ferrán a la campaña que culminó en la conquista de Algeciras, durante la cual siguieron en varias ocasiones el pendón del infante heredero, don Pedro.

Estos constantes esfuerzos militares de Enrique Enríquez fueron premiados por Alfonso XI con cargos y rentas. Al oficio de caudillo del obispado de Jaén se unió el de justicia mayor, que ejerció desde 1344 hasta 1350, fecha de la muerte del Monarca. Además, su hijo Ferrán Enríquez fue designado lugarteniente del oficio de adelantado mayor de “La Frontera” (Andalucía) de 1347 a 1350, durante los adelantamientos de don Juan Manuel y don Fadrique, hijo bastardo de Alfonso XI.

Sin embargo, Pedro I y sus hombres de confianza desalojaron de estos puestos tanto a Enrique como a Ferrán. La explicación es sencilla: los Enríquez eran parientes y aliados de la favorita de Alfonso XI, Leonor de Guzmán. En el momento en el que Pedro I llegó al poder, lleno de rencor contra la amante de su padre y sus hijos y los que los secundaban, se produjo un vuelco radical en las privanzas y en la distribución de los oficios de la Corte. Ahora bien, pasado el primer momento de desconcierto, Enrique Enríquez volvió a la merced del Soberano, y no se conoce que en los años que siguieron tuviera ni siquiera un conato de participar en las rebeliones contra el llamado Rey Cruel. Es más, le fueron encomendadas misiones de confianza por parte de éste. En 1354 fue enviado, junto al canciller del Rey, Ferrán Sánchez de Valladolid, a Alfonso IV de Portugal, para solicitarle colaboración contra el sublevado Juan Alfonso de Alburquerque, antaño mano derecha de Pedro I. Ese mismo año el Rey, que ya estaba casado con Blanca de Borbón y hacía vida marital con una amante, María de Padilla, se empeñó en declarar nulo su matrimonio y tomar como esposa a Juana de Castro, sobrina de Enrique Enríquez por parte de su mujer, Urraca Ponce. El noble sevillano apoyó al Monarca en su propósito, pero para asegurarlo en el espinoso proyecto hizo que le entregase como rehenes el alcázar de Jaén y los castillos de Dueñas y Castrojeriz. Como todo quedara en nada, Pedro I recuperó inmediatamente la tenencia de las fortalezas de Jaén y Castrojeriz, aunque dio Dueñas a Juana de Castro.

No sería el único asunto amoroso del Soberano en el que se vería implicado Enrique. En mayo de 1358 era alguacil mayor de Sevilla, y recibió orden de Pedro I de obedecer como a su persona a los caballeros encargados de la custodia en la Torre del Oro, de su nuevo capricho, la casada Aldonza Coronel. Estos guardianes aprovecharon las instrucciones dadas al alguacil mayor para ordenarle que prendiera a un enemigo de ellos, Juan Fernández de Hinestrosa, camarero mayor del Rey y tío de María de Padilla. La orden fue cumplida, y aunque el Monarca la revocó luego, no tomó represalias contra Enrique. Es más, el 29 de ese mismo mes de mayo de 1358 le nombró adelantado mayor de La Frontera (cargo que conservaría hasta su muerte), pasando el alguacilazgo sevillano a Garcí Gutiérrez Tello.

En 1359 retoma Enrique su carrera militar participando en la invasión de tierras alicantinas por parte castellana, en el contexto de la “Guerra de los dos Pedros” entre Castilla y Aragón. A finales de 1361 cambia de frente y de enemigo. Estando por frontero en el sector de Jaén junto al maestre de Calatrava y al caudillo del obispado (oficio que al parecer recuperó Enrique poco tiempo después), obtiene una gran victoria en Huesa sobre los granadinos que volvían de saquear Peal de Becerro. Sin embargo, la misma hueste sufrió una severa derrota en Guadix en enero de 1362, de la que culpa la Crónica del canciller Ayala a la pasividad de los jefes cristianos. Desde el reino de Jaén se trasladó Enrique al de Murcia para volver a comandar varias acciones contra Aragón. El 29 de mayo de 1364 él y el concejo murciano recibieron del Rey la orden de auxiliar y proveer a Pedro Fernández el Niño, adelantado del reino de Murcia y alcaide del castillo de Alicante. En el verano del mismo año consta que estaba Enrique en Elche, otra villa ganada para Castilla. El 26 de agosto Pedro I ponía bajo las órdenes del adelantado mayor de La Frontera a todos los hombres de caballo que estaban por fronteros en el reino de Murcia. El 4 de enero de 1365 continuaba Enrique en Elche, como se sabe por un albalá real que constituye la última referencia documental a este personaje en vida.

Debió de morir Enrique entre 1365 y 1366, pues el 9 de marzo de ese último año su esposa, Teresa de Haro, declaraba ser viuda, en la carta de guarda y administración de los bienes de la hija de ambos, Isabel. El 7 de marzo del año siguiente se verificaba la partición de la herencia de Enrique Enríquez entre sus herederos, documento por el que se conoce que el noble sevillano había acumulado un importante señorío alrededor de Villalba, en Tierra de Barros (que le había concedido en 1307 su madre Estefanía Rodríguez). Por compra o donación había obtenido Almendral (1333), Nogales (1344) y numerosas heredades de la actual provincia de Badajoz. A ello añadía fincas repartidas por los reinos de Sevilla (en Alcalá del Río, Lebrija y las Marismas del Guadalquivir) y Jaén (en Mengíbar y Andújar), así como casas, molinos, baños, tiendas, etc., situados en la propia ciudad hispalense.

 

Bibl.: L. de Salazar y Castro, “Pruebas del libro VI”, Historia Genealógica de la Casa de Lara, Madrid, Imprenta Real, 1696, págs. 78-81; P. Salazar de Mendoza, Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, Madrid, Imprenta Real, 1794 (editio princeps, Toledo, Diego Rodríguez de Valdivieso, 1618), págs. 226-227; D. Ortiz de Zúñiga, Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, metrópoli de la Andalucía, t. II, Madrid, Imprenta Real, 1795 (1.ª ed., Madrid, 1677), pág. 73; G. Argote de Molina, Nobleza del Andalucía, Jaén, Est. Tipográfico de Francisco López Vizcaíno 1866 (reed. Jaén, 1957; Sevilla, 1588, 1.ª ed.), págs. 359-360; C. Rossel (ed.), “Crónica del rey don Alfonso el Onceno”, en Crónicas de los reyes de Castilla. Biblioteca de Autores Españoles, t. I, Madrid, Ediciones Atlas, 1953, págs. 173-392; P. López de Ayala, Crónica del rey don Pedro, en Crónicas de los reyes de Castilla. Biblioteca de Autores Españoles, t. I, Madrid, Ediciones Atlas, 1953, págs. 394-614; S. de Moxó, “De la nobleza vieja a la nobleza nueva. La transformación nobiliaria castellana en la baja Edad Media”, en Cuadernos de Historia, 3 (1969), págs. 121, 183 y 186-187; “La sociedad política castellana en la época de Alfonso XI”, en Cuadernos de Historia, 6 (1975), págs. 187-326, 232; R. Pérez-Bustamante, El gobierno y la administración de los reinos de la Corona de Castilla (1230-1474), t. I, Madrid, Universidad Autónoma, 1976, págs. 370-371 y 389-392; P. de Barcelos, Livro de Linhagens, vol. I, Lisboa, Publicações do II Centenario da Academia das Ciéncias, 1980 (ed. de J. Mattoso del manuscrito del siglo xiv), págs. 196, 218-219, 266 y 385; G. Argote de Molina, Elogios de los conquistadores de Sevilla, Sevilla, Ayuntamiento, 1998 (ed. de A. Sánchez de Mora del original de 1588), págs. 26 y 86; P. Barrantes Maldonado, Ilustraciones de la Casa de Niebla, Cádiz, Universidad, Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, 1998 (original c. 1541), pág. 109; B. Vázquez Campos, Los adelantados mayores de La Frontera o Andalucía (siglos xiii-xiv), Sevilla, Diputación Provincial, 2006.

 

Braulio Vázquez Campos

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