Corbarán de Leet, Juan. Navarra, ú. t. s. XIII – ?, 1355 . Ricohombre, regente de Navarra.
Magnate navarro, su figura compendia las esencias de la dignidad nobiliaria, fruto de la grandeza de su estirpe y de su prestigio personal. La influencia política de su linaje se sintió en todas las crisis sucesorias ocurridas entre 1234 y 1328. Posteriormente, el apellido familiar mereció ser recordado como uno de los doce linajes de ricoshombres del reino, galería idealizada e inmutable de la memoria nobiliaria medieval.
Los ascendientes directos de Juan Corbarán de Leet fueron figuras destacadas del siglo XIII, como su abuelo el ricohombre Corbarán de Leet o su padre homónimo, Juan Corbarán de Leet, ricohombre en 1280, casado con Urraca Vélaz, hija de Vela Ladrón de Guevara.
A través de tan ilustre parentela conoció de primera mano los sucesos que décadas antes habían conducido a la formulación del Fuero Antiguo, así como los entresijos de los reinados de las dinastías francesas.
Además de ese bagaje histórico, de gran utilidad en sus años de madurez, se curtió desde joven en el arte militar.
No en vano fue alcaide de la fortaleza de Toro entre 1313 y 1321. La reputación de su linaje le aseguró un puesto principal en el entramado sociopolítico y pronto figuró con la dignidad de ricohombre, que le identificó a lo largo de su trayectoria vital.
En una etapa de grandes disensiones políticas, agravadas con las continuas crisis sucesorias que socavaron la estabilidad de Navarra, Juan Corbarán de Leet mantuvo su posición al servicio de la Señoría sin comprometer sus intereses familiares, lejos de las veleidades que en 1307 acabaron con ricoshombres como Fortún Almoravid o Martín Jiménez de Aibar.
De hecho, en 1313 colaboró con los reformadores del reino en las negociaciones que intentaron aplacar las reivindicaciones de la Junta de infanzones de Obanos. Gracias a su prestigio, en 1319 encabezó la delegación navarra que acudió a París al juramento de Felipe el Largo y en 1321 recibió el cargo de alférez, vacante tras la muerte de Martín de Aibar en la batalla de Beotíbar. La alferecía, insigne función de portaestandarte del rey al mando de las milicias, confirmó su jefatura simbólica del estamento nobiliario.
En su madurez política y personal, enaltecido por las máximas dignidades nobiliarias, afrontó las incógnitas políticas deparadas por el fallecimiento de Carlos el Calvo en 1328. Con el cometido de respetar la legitimidad dinástica y los derechos seculares de los grupos sociales, la asamblea reunida en Puente la Reina el 13 de marzo designó regentes a Juan Corbarán de Leet y a Juan Martínez de Medrano. Investidos de las supremas prerrogativas jurisdiccionales, ambos magnates destituyeron a la cúpula dirigente y renovaron los oficios con personas de su máxima confianza. En las negociaciones que culminaron en la restauración de la Monarquía, Juan Corbarán de Leet levantó suspicacias entre los delegados de los Evreux.
Gran conocedor de la tensa dialéctica entablada entre la Corona y el reino, no es de extrañar que hubiera asumido, con total legitimidad, las aspiraciones de una nobleza tradicionalmente combativa y difícil de contentar. De cualquier forma, su actitud no deja entrever mayores cotas de ambición personal que las permitidas por la mentalidad política de su linaje, forjado al servicio de la Corona. Su mandato expiró el 27 de febrero de 1329 en Larrasoaña y se simbolizó con la entrega de los sellos a Juana y Felipe de Evreux, aclamados por el reino como nuevos monarcas.
Los servicios del enérgico Juan Corbarán de Leet fueron reconocidos y se confirmó su jefatura militar como alférez del reino, único cargo que permaneció inamovible en la misma persona durante toda la crisis.
El 5 de marzo asistió al juramento regio al frente de los ricoshombres y participó en las reuniones de Cortes que reglamentaron la sucesión a la Corona y el Amejoramiento del Fuero. Su presencia pública fue cada vez menor, especialmente tras su enfrentamiento en 1334 con el obispo de Pamplona por el nombramiento del rector de Peralta, que le valió la oposición del gobernador. No obstante, en 1341 participó en las conversaciones con Aragón para resolver las diferencias de la villa navarra de Sangüesa y la aragonesa de El Real.
Vestigio de la antigua nobleza, en 1346 fue apartado de la nómina de barones, condición que recuperó en 1350 para la coronación de Carlos II y que mantuvo hasta su muerte en 1355. Sus descendientes intentaron mantener el prestigio de un linaje que pronto pasaría a un segundo plano.
Juan Corbarán de Leet había casado con Sancha Vallés de Foces, y de su matrimonio nacieron Urraca Corbarán, Elvira García y Juan Corbarán de Leet.
En sus últimos años pasó por el amargo trago de ver cómo el nuevo monarca cuestionaba la existencia misma de sus propiedades señoriales en Lesaca, Vera y Goizueta, y que la corona terminaría por confiscar en 1359. En compensación, el Rey donó en 1366 la villa de Andosilla con todas sus rentas a su hija Urraca Corbarán de Leet, casada con Álvaro Díaz de Haro, señor de los Cameros. Por una sentencia de 1365 a favor de su viuda, se sabe que el alférez tenía propiedades en Artazu, Orendáin, Arzoz, Opaco, Arguiñano, Arízala y Learza. Una Elvira de Leet, quizá la mencionada, casó con el ricohombre Fernando Gil de Asiain y del matrimonio nacieron Elvira, Fernando y Sancha Ramírez, esta última señora de Learza en 1365.
Hermanos del alférez fueron Urraca Corbarán de Leet y Martín de Leet, mesnadero de Tierra Estella al menos entre 1318 y 1350.
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Félix Segura Urra