Juana II de Navarra. Condesa de Evreux, de Angulema, de Mortain y de Longueville. París (Francia), 1311 – Conflans (Francia), 6.X.1349. Reina de Navarra.
Única hija de Luis el Hutín, rey de Francia (X) y de Navarra (I), y de Margarita de Borgoña. Fue educada en la Corte de los Capeto como primogénita del heredero del trono de Francia y como tal se propuso su casamiento con el heredero de los condados de Flandes y Nevers para apaciguar a la levantisca nobleza septentrional (1311). Sin embargo, al ser procesada y encarcelada su madre por adulterio (1314), recayeron sobre Juana sospechas de bastardía rápidamente acalladas por Luis, que proclamó su legitimidad.
Éste, una vez coronado en Francia (1315) y muerta Margarita en prisión, casó con Clemencia de Hungría buscando un heredero varón y falleció repentinamente.
Juana quedó entonces bajo la protección de su tío Eudes IV, duque de Borgoña, que no dudó en reconocer al hermano del Rey, Felipe de Poitiers, como regente (17 de julio de 1316). Pero tras la muerte prematura de Juan I (15-19 de noviembre de 1316), hermanastro de Juana, Felipe logró el reconocimiento de los barones franceses, fue coronado ignorando los derechos de la pequeña y ocupó igualmente el trono navarro por una política de hechos consumados. Con todo, el nuevo Monarca debió hacer frente a las reticencias del clero y la aristocracia navarra, al levantamiento de Luis de Nevers y a las reclamaciones de la nobleza borgoñona y champañesa que, defendiendo los beneficios que les habría reportado una larga minoridad, reivindicaban Navarra y Champaña para Juana como legado de su abuela paterna.
Felipe V buscó entonces el entendimiento con el duque de Borgoña (27 de marzo de 1318), quien, a cambio de su matrimonio con la hija del Soberano y la concesión de nuevas tierras en Artois, renunció en nombre de la pequeña a sus derechos al trono y cedió a la Corona los condados de Brie y Champaña, que serían devueltos si Felipe V fallecía sin vástagos varones.
En compensación, Juana recibió los condados de Mortain y Angulema y casó con Felipe de Evreux (18 de junio de 1318), siendo alejada así de la peligrosa influencia de su abuela materna Inés, hija de san Luis rey de Francia, que tenía por usurpador al nuevo Monarca.
Con Juana sin recursos y atada por la fidelidad de los Evreux a la Corona, la sucesión de un tercer hermano en los tronos de Francia y Navarra al morir Felipe V sin hijos varones (3 de enero de 1322) no suscitó grandes problemas. Quedaron asimismo en manos de Carlos IV (I de Navarra) Brie y Champaña, pese a las promesas de su predecesor. Pero la línea sucesoria se agotó al fallecer también éste sin descendencia masculina (1 de febrero de 1328) y una asamblea de barones designó en abril como nuevo rey a Felipe VI de Valois, excluyendo tanto a Juana como a Eduardo III de Inglaterra en virtud de una pretendida Ley Sálica. No dudaron, sin embargo, en reconocer a la pequeña sus derechos al reino de Navarra, necesitados del apoyo de su esposo Felipe, conde de Evreux y Longueville, ante el discutible cambio dinástico y las aspiraciones del inglés. No obstante, el Valois debía evitar una excesiva concentración de señoríos en manos de su primo de Evreux, que habría asfixiado los dominios regios en la Île-de-France, y la resolución definitiva de la cuestión de Champaña fue aplazada.
Mientras tanto, las fuerzas vivas de Navarra, ansiosas por desligarse de Francia tras décadas de sumisión, convocaron una asamblea en Puente la Reina (13-15 de marzo de 1328) en la que, sin resolver el problema de la sucesión, acordaron darle respuesta conjuntamente, nombraron regentes a Juan Corbarán de Lehet y Juan Martínez de Medrano el Mayor y destituyeron a los oficiales franceses. En una reunión de la Curia General en Pamplona (1 de mayo de 1328) en la que tomaron parte todos los estamentos, éstos proclamaron la ruptura de la legitimidad dinástica en Navarra a la muerte de Luis el Hutín, tomaron partido por Juana y su esposo, a los que juraron fidelidad los oficiales del reino (11 de mayo de 1328), y despacharon una legación encabezada por Pedro de Atarrabia para informar de la decisión en Francia.
Allí Juana despejó su camino al trono gracias a la mediación de su esposo, al obtener de su cuñada, viuda de Carlos IV, la renuncia a los posibles derechos de sus hijas a la Corona navarra (junio de 1328).
En contrapartida, Felipe de Evreux, en nombre propio y en el de su mujer, llegó a un acuerdo definitivo con Felipe VI sobre Champaña y Brie (julio de 1328), que sancionaba la situación previa ratificando su cesión a cambio de Mortain y Angulema. Resueltos de este modo los posibles conflictos en Francia, ambos pudieron transmitir a los emisarios navarros su disposición a ocupar el trono y enviaron a Navarra a tres lugartenientes de origen galo que, tras levantar las suspicacias del reino, debieron negociar largamente sobre la fórmula de juramento regio y el papel del consorte. Finalmente, Juana y Felipe viajaron a Navarra, serenando los ánimos, y consiguieron que las Cortes reunidas en su presencia en Larrasoaña (27 de febrero de 1329) aprobasen la jura conjunta y la implicación de Felipe en las tareas de gobierno.
Pudo así celebrarse la anhelada coronación con la tradicional elevación y juramento de los Monarcas en la catedral de Pamplona (5 de marzo de 1329). De este modo, recuperando la legitimidad dinástica, el reino conseguía desligarse de Francia, situando no obstante en el trono a dos príncipes de linaje, educación y fidelidades francesas que alcanzaban la dignidad regia con el compromiso de mantener y respetar las tradiciones navarras.
Desde un primer momento, Felipe III manifestó su intención de ejercer personalmente la potestad regia y dirigir las labores de gobierno, por lo que Juana II permaneció en un segundo plano. Era, sin embargo, la señora natural del reino y como tal acompañó a su esposo en sus desplazamientos por Navarra tras la proclamación, así como en un esporádico viaje a Amiens para participar como testigos en el homenaje del rey de Inglaterra a Felipe VI por sus feudos en Francia (6-11 de junio de 1329). Felipe de Evreux, preocupado siempre por legitimar su autoridad, procuró mantenerla a su lado en las manifestaciones públicas de poder monárquico en Navarra y hacerla partícipe junto a él, siquiera nominalmente, de las principales órdenes de gobierno, como la reglamentación sucesoria (15 de mayo de 1329), la concesión o confirmación de privilegios y el nombramiento de nuevos gobernadores, aunque su embarazo no le permitió acompañar al Rey en el viaje a Salamanca para firmar un acuerdo de paz y amistad con Alfonso XI (marzo de 1330).
Tras marchar a Francia en otoño de 1331 junto a su esposo y permanecer con él en la Corte de Felipe VI, volvió de nuevo a Navarra en la primavera de 1336 para resolver el conflicto abierto con Castilla tras la ocupación de Fitero. En el reino, Juana II ratificó los acuerdos alcanzados con los representantes de Alfonso XI (abril de 1336), que fueron igualmente confirmados por Felipe III desde Toulouse antes de llegar a Navarra. Rápida y conjuntamente, los Reyes regresaron a Francia, donde en el mes de julio ambos aprobaron ante Felipe VI en Vincennes la renovación de la renuncia a Brie y Champaña pactada meses atrás (14 de marzo de 1336). En previsión de conflictos, el monarca Valois lograba así consolidar la fidelidad de Felipe de Evreux, mientras por su parte, Juana II se aseguraba de que la Corona no revocaría sus concesiones.
En adelante, la Reina permaneció en Francia, de donde ya no regresaría, constando junto a Felipe en los mandatos concernientes al gobierno del reino peninsular, así como en las negociaciones para el matrimonio de la infanta María con Pedro IV de Aragón.
Tras la repentina muerte de Felipe III en la Cruzada de Algeciras (26 de septiembre de 1343), recayó directamente sobre Juana II el peso del gobierno de Navarra, Mortain y Angulema como su señora natural.
Al mismo tiempo, la minoridad del heredero evitó cualquier debate sobre la sucesión en Evreux y Longueville y pasó a regir de igual forma los dominios de su difunto esposo. Inició así un cambio sustancial en las relaciones con el Valois, plasmado de inmediato en un cambio de intitulación, que como “fille de roy de France” suponía una auténtica reivindicación moral de sus derechos, y en un alejamiento físico de la Corte parisina, estableciendo su residencia en sus propios dominios septentrionales, especialmente Evreux y Bréval. Tratando de aplacar a la Reina, Felipe VI ratificó rápidamente (octubre de 1343) los acuerdos que Felipe de Evreux había renovado con la viuda de Carlos IV antes de marchar a la Cruzada, lo que suponía reconocer de facto la legitimidad de Juana en el trono navarro; pero retuvo como precaución la tutela de los hijos de Juana y Felipe, aún menores de edad.
El cambio fue más evidente en Navarra, lejos de la presión de los Valois, donde Juana II manifestó abiertamente sus posiciones y se implicó personalmente en las labores de gobierno, deseosa de sanear la gestión y mejorar la imagen de la Monarquía en el reino.
Dispuesta además a renovar progresivamente los cuadros administrativos pro-Valois de los que se había servido su marido, relevó de su cargo al lugarteniente regio Felipe de Melun, que antes de acabar 1343 había sido sustituido por Guillaume de Brahe, señor de Servon (Brie), y retomó las medidas cautelares que ya Felipe III había iniciado contra su gestión (29 de marzo de 1344). También desde Francia, ya que no pudo realizar el viaje a Navarra proyectado en la primavera de 1344, promovió la reconciliación con el obispo de Pamplona hasta lograr la renovación de su compromiso con la Corona (junio de 1344) y nombró gobernador a Juan de Conflans (7 de noviembre de 1344), mariscal de Champaña, designación muy reveladora de las fidelidades de la Reina.
Las relaciones con los reinos peninsulares se vieron igualmente afectadas por el relevo en el trono.
Juana se apresuró a resolver los pagos pendientes de la dote de su hija María, casada con Pedro IV, gracias en buena parte a los ingresos procurados por la incautación de los bienes y rentas del banquero judío Ezmel de Ablitas (1344-1345), procurándose así el respaldo de Aragón. Trató de compensar de este modo la ofensiva diplomática de Felipe VI de Francia para atraer la fidelidad castellana aprovechando la tutela de los infantes navarros, al negociar el matrimonio de Blanca de Navarra con el heredero de Castilla. Sin embargo, el Valois devolvió finalmente a Juana II la autoridad sobre sus hijos (12 de diciembre de 1344), y pese a que los monarcas francés y castellano alcanzaron un acuerdo sobre los términos del enlace (1 de julio de 1345), la duplicidad diplomática de Alfonso XI y las reticencias de la reina de Navarra bloquearon la iniciativa.
Mientras tanto, y a instancias de Pedro IV, el gobernador de Navarra consolidó la alianza con Aragón sellando un acuerdo de defensa mutua y delimitación de fronteras, que fue ratificado por Juana II en Pacy (22 de julio de 1345), si bien todos los esfuerzos diplomáticos no pudieron evitar las fricciones con poblaciones fronterizas aragonesas y castellanas.
En Navarra, la Reina continuó con la depuración de cargos y responsabilidades, ordenando la detención del procurador real Jacques Licras (5 de julio de 1345). El que fuera brazo ejecutor de la política regalista de Felipe III fue enjuiciado por venalidad y otros abusos, y un año después ajusticiado de modo ejemplar en Pamplona. Fue también el caso de Hugo de Brion, merino de la Ribera, entre los de otros muchos oficiales destituidos y procesados antes de concluir el reinado de Juana II.
No obstante, fueron los asuntos franceses los que centraron la atención de la Reina en sus últimos años, marcados por los intentos de recuperación de uno de sus dominios principales, Angulema. Efectivamente, la estratégica plaza del frente de Gascuña había sido ocupada por las tropas inglesas del conde de Derby (diciembre de 1345), dando al traste con los esfuerzos que durante décadas había dedicado Felipe III a su protección. Recuperada por el duque de Normandía con ayuda de tropas enviadas por Juana II al mando de Gil García de Yániz, el rey de Francia la retuvo, sin embargo, en su poder al considerarla una posición demasiado valiosa para devolverla a su propietaria, de cuya fidelidad recelaba. Con el fin de compensar la pérdida y afianzar fidelidades en el sur de Francia, Felipe VI pidió la mano de la infanta Inés de Navarra para Gastón III Febo, conde de Foix, asignándole una importante dote suplementaria. Juana II, a la que esta alianza meridional podía aportar grandes beneficios, inició entonces negociaciones con la madre del pequeño conde (1347-1348) y aprobó el compromiso de su hija Blanca con Juan (1349), duque de Normandía y primogénito de Felipe VI, consolidando así un voluntarioso acercamiento al monarca Valois con el que sin duda pretendía acelerar la devolución de Angulema.
Tras asistir en París al enlace de su hija con el conde de Foix (4 de agosto de 1349), Juana II se trasladó a Conflans. Desde allí renovó su alianza con Pedro IV de Aragón (27 de agosto de 1349), mientras esperaba poder solventar de un modo rápido y definitivo los asuntos pendientes con Felipe VI. Sin embargo, sólo consiguió arrancar del Monarca las plazas de Pontoise, Beaumont-sur-Oise y Asnières en la cuenca del Sena, como compensación a la pérdida de Angulema (Vincennes, 2 de octubre de 1349), poco antes de caer enferma. La epidemia de peste negra, que desde un año antes asolaba toda Europa y afectó con especial virulencia al reino navarro, acabó con la vida de la Reina, dejando el acuerdo sin cumplimiento.
Su hijo Carlos (II) heredó entonces no sólo el trono navarro y la mayor parte de dominios familiares, sino el problema sin resolver de las compensaciones territoriales y una importante red de fidelidades familiares y nobiliarias en Francia. Juana II recibió sepultura junto a su padre en la abadía de Saint-Denis, panteón real de los Capeto, mientras que su corazón fue depositado junto al de Felipe III en la iglesia del gran convento de los dominicos en París.
Tuvo una nutrida descendencia, fruto de su matrimonio con Felipe de Evreux: Juana, primogénita, que, tras fracasar las negociaciones para unirla al heredero de Aragón (1331-1333), ingresó como religiosa en la abadía de Longchamp (1338); María (c. 1327), que fue quien casó finalmente con Pedro IV (1338); Luis (1330), primer vástago varón, fallecido a corta edad; Blanca (c. 1331), prometida al infante Pedro de Castilla (1345) y al heredero de Francia (1349), pero desposada finalmente con Felipe VI de Valois (1350), y que, al disfrutar de una larga viudedad, fue un firme apoyo de su hermano Carlos en la Corte francesa hasta fallecer en 1398; Carlos, nacido en 1332, que asumió como heredero el legado político materno; Felipe (1336), que recibió el condado de Longueville y se mostró ferviente partidario de su hermano frente a los Valois; Inés (c. 1337), casada con el conde de Foix (1349), que la repudiaría en 1362; un segundo Luis, el menor de los hijos varones, estrecho colaborador de su hermano hasta su marcha a Albania tras su enlace con Juana de Anjou, duquesa de Durazzo (1366); y otra Juana, nacida antes de 1343, cuyo matrimonio se propuso a Juan, primogénito de Pedro IV de Aragón (1363), a Jean III de Grailly (1364) y a Roberto de Alençon (ant. 1374), conde du Perche, que casó definitivamente con Juan I, vizconde de Rohan (1377).
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Roberto Ciganda Elizondo