Maragall i Gorina, Joan. Barcelona, 10.X.1860 – 20.XII.1911. Escritor, director de periódico, poeta.
Joan Maragall i Gorina es el hijo menor y único varón del matrimonio de Joseph Maragall i Vilarosal y de Rosa Gorina i Folch, que contaban ya con tres hijas.
El padre poseía una industria textil, instalada en los bajos de su vivienda, en la calle Jaime Giralt, n.º 4, de Barcelona. A pesar de su delicada salud, el pequeño Joan gozó de una infancia feliz en un ambiente familiar en el que estuvo rodeado del cariño y atención de sus padres y hermanas. En 1867 inició la primera enseñanza en el “Collegi del senyor Micolau”, en la calle de Calderers. Cursó después el bachillerato en el colegio de San Isidoro, situado en la calle de los Arcs, en el que destacó como alumno aplicado y brillante, apasionado por la lectura y con una notable sensibilidad para la música (siguió clases de Piano) y la poesía.
Desde niño había sentido, además, una especial atracción por lo religioso, como consta en sus Notes Autobiogràfiques (“quan anaba a missa o asistía a alguna solemnitat religiosa, me quedava encantat davant les magnificències del culte”), en las que evoca con nostalgia el fervor con el que era capaz de anegarse en el “sentiment inmens de la presència de Deu” (Maragall: Obres Completes [O. C.], I, 1960: 849-850).
Terminado el bachillerato en 1874, el padre le encomendó un trabajo en el despacho de la fábrica. El joven Joan acató los deseos del progenitor, aunque vivía una etapa de rebeldía interior al ver contrariadas sus aspiraciones culturales y su “passió per la poesía” (O. C., I, 852). Aprovechaba momentos libres para la lectura y la creación literaria. Sus primeros poemas conocidos (“Al veure’t l’anima entera”, “Quan t’acostes on jo soc” y “El barret de copa”) aparecen en la revista Lo Nunci (22 de septiembre de 1878 y 9 de febrero de 1879). De esta época son también cuatro poemas de “innegable inspiración becqueriana” y los únicos versos en castellano que se conocen de él (Marfany, 1986: 192). En 1879 el padre se avino a que Joan dejase la fábrica para estudiar la carrera de Derecho, en la que el joven veía una salida para sus inquietudes literarias. En octubre de ese año ingresó en la Universidad y se sintió feliz en el nuevo ambiente estudiantil (O. C., I, 853). Comenzó a interesarse por la literatura catalana y estudió alemán para poder leer en dicha lengua sus autores preferidos, especialmente Goethe: “Los autores alemanes me han seducido por completo [...] Goethe es mi poeta [...] me vuelvo a entregar en cuerpo y alma al Werther” (O. C., I: 971- 972). En 1881 se presentó al certamen de los Juegos Florales de Badalona y obtuvo la Flor Natural con un poema inspirado en el Fausto de Goethe (“Dins sa cambra”), donde recrea, en un contexto catalán, la visita de Fausto a Margarita en su cámara. En 1883 escribe “Or de llei”, de tema patriótico, en el que aparece ya una primera referencia a la unidad ibérica, tema al que dedicará más tarde su “Himne ibèric”. En 1884 terminó la licenciatura en Derecho. La difícil situación por la que pasaba entonces el negocio familiar empujó al joven abogado a comprometerse por todos los medios a salvar la empresa. Gracias a sus gestiones, se logró superar la crisis y consolidar una situación económica “ventajosa” (Comas, 1984: 15). En 1885 comenzó a escribir sus Notes autobiogràfiques, de gran utilidad para conocer su evolución personal y literaria.
En 1886 entró como socio en el Ateneo de Barcelona, frecuentaba el Teatro del Liceo y participaba en las tertulias de L’Avenc, donde se reunían intelectuales y artistas de las nuevas tendencias. El 30 de abril de 1888 publicó en la Ilustració Catalana “L’Oda Infinita”, en la que aparece ya su concepción de la poesía no como un artificio sino como fruto de la inspiración, por la que el “poeta extasiat” descubre el sentido de “la ignota meravella” de la vida.
En enero de 1890 comenzó a trabajar en el despacho del abogado Brugada. En octubre se incorporó a la redacción del Diario de Barcelona como secretario de su director, Joan Mañé i Flaquer, que sería para Maragall un amigo y un sabio “conductor”, que le estimulará en su trabajo periodístico y literario, contrastando sus percepciones “subjetivistas” con la realidad (G. Maragall i Noble, 1998: 67-68). Pronto abandonó el despacho de abogados para dedicarse íntegramente a la prensa y a la creación poética. En 1891, el 27 de diciembre, se casó con Clara Noble, hija de una acaudalada familia anglo-andaluza, más joven que él, en la que encontró el seguro “port” al que “sempre retorna” la nave del poeta, como proclama en sus versos de “L’esposa parla”. El día de la boda, los amigos (Josep Yxart, Joan Sardá, etc.) le regalaron la edición de cien ejemplares de un libro en el que se recogen los poemas conocidos de Maragall y algunas de sus traducciones.
Ese mismo año tradujo al catalán las Elegías romanas de Goethe, parte de las cuales se publicaron en la Ilustració Catalana (31 de julio de 1890), y los Epigramas venecianos, que aparecieron en L’Avenç entre agosto de 1891 y marzo de 1892. El poeta alemán le va a influir en el gusto por el ritmo solemne y la elegancia del verso, que Maragall trata de reproducir en el endecasílabo blanco, de acuerdo con la tradición europea y castellana de considerar este metro como verso noble de clásica resonancia.
La publicación de “La vaca cega” en L’Avenç en 1893, texto antológico por su calidad estética y trasfondo moral, consagró a Maragall como poeta, cuya fama trascendió ya el ámbito catalán: se destacan como rasgos de su poesía la ausencia de “énfasis retórico”, la “serenidad de ánimo aunada con la pasión amorosa y el hondo sentimiento de la naturaleza” (Blanco García, 1894: 172). Ese mismo año fue elegido miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, ciudad en la que por esas fechas surgió una realidad inquietante, el terrorismo anarquista, primero con el atentado contra el general Martínez Campos, y después en el Liceo, durante la representación de Guillermo Tell, a la que asistía Maragall con su familia. Al volver a casa, escribió “Paternal” (“Furient va esclatant l’odi per la terra...”), poema en el que deja constancia de tan triste fecha: “Tornant del Liceu en la nit del 7 de novembre de 1893”. En 1894 consiguió la “Englantina” en los “Jocs Florals” de Barcelona con su poema “La sardana” (“...es la dansa sencera d’un poble / que estima i avança donant-se les mans”). En 1895 publicó su primer libro de poemas (Poesies), editado por L’Avenç y recibido con grandes elogios por la crítica, que destacaba igualmente la naturalidad y sinceridad expresivas (“Era el parlar corrent de Barcelona, però dignificat, transformat en materia poética”, dirá J. Pijoan, 1927: 42) y el sentimiento de la naturaleza. En algunos poemas de “Claror” (“Enviant flors” y “Donant les joies”), se advierte la influencia del modernismo (Terry, 1963: 43-44).
Otros críticos perciben un influjo del simbolismo y una sensibilidad decadentista en poemas que se remontan a Pirinenques (1892), en los que se nota un tono de melancolía en la presencia frecuente de la luz crepuscular, los colores apagados, la niebla, típica del paisaje simbolista, etc. (Marfany, 1986: 203-204). En sus artículos de prensa, Maragall informaba a sus lectores sobre las nuevas corrientes literarias y sobre la evolución de la cultura europea de fin de siglo en sus escritores más representativos: Nietzsche, Ibsen, Ruskin, Maeterlink, Carlyle, Tolstoi, etc. Aunque en el aspecto político-social mantuvo, por su pertenencia a la burguesía, una posición conservadora (concebía el socialismo como un peligro, era contrario a la dimensión laica y anticlerical de la Tercera República, etc.), el pensamiento de Ibsen y de Nietzsche le ayudaron a descubrir las contradicciones de esa ideología conservadora.
En 1895 formó parte, como secretario, de la nueva junta catalanista del Ateneo. Desde su juventud se había sentido ligado a la defensa de la lengua y cultura catalanas, sin embargo, en el aspecto político, en los escasos artículos de prensa referidos al tema regional, a la vez que se mostraba partidario de la descentralización, se apartó de la versión tradicionalista del regionalismo, convencido de que si éste “quiere ser un germen viable y fecundo no debe vivir del pasado más que lo necesario para que las regiones sientan su individualidad, su carácter, su genio y aptitudes” (O. C., I: 352). No obstante, a partir de ahora, como poeta, dedicó buena parte de su obra “entre 1895 i 1900 a l’elaboració d’una mitología i una simbologia nacionalistas” (Marfany, 1896: 208-209). En 1896 ganó la “Viola d’or i plat” en los Juegos Florales de Barcelona. En 1897 comenzó a publicar sus memorables artículos sobre la crisis de Cuba, en los que Unamuno descubrirá un “hondo patriotismo español” (Corredor, 1960: 183). En el titulado El problema cubano (28 de noviembre de 1897), basándose en el informe del ingeniero bilbaíno P. de Azaola, advertía del enorme error de empeñarse en mantener “una colonia”, que ni era viable concediendo la autonomía (lo que deseaban los rebeldes era “la independencia”, y los autonomistas “la explotación de la metrópoli por la colonia”) ni continuando una guerra, que se ha convertido en “crónica e ilimitada”. Por lo que consideraba razonable “la evacuación de la isla en la forma y términos en que a España convenga hacerlo” (O. C., II: 522-524). En La escuadra que va a Filipinas (17 de junio de 1898) describe la “fiebre de guerra” desencadenada en el país tras el desastre de Cavite, y las expectativas que un pueblo desinformado tenía puestas en la escuadra del “desquite” y de la “esperanza” (O. C., II: 557-559). En La escuadra del Almirante Cervera (17 de enero de 1900) denuncia (comentando el libro estremecedor de V. M. Concas, que fue comandante del crucero María Teresa y sobrevivió al desastre) las condiciones en las que se produjo la destrucción de la escuadra en Cuba, que, contra el parecer del almirante y de su Estado Mayor, fue enviada “al sacrificio” con armamento y municiones en mal estado y que fue aniquilada al cumplir órdenes de salir del puerto de Santiago. Maragall lamenta el sopor (“duermen los políticos”) de éstos y de la opinión pública “torpemente hipnotizada” ante el desastre (O. C., II, 590-595) y la postración enfermiza del país, cuyas causas había señalado ya en un artículo anterior, El discurso de Lord Salisbury (18.V.1898): “la desorganización, la pobreza, la falta de grandes hombres, el desgobierno, la corrupción administrativa” (O. C., II, 555). El 10 de diciembre se firmó el Tratado de París por el que España cede Puerto Rico y Filipinas a Estados Unidos y renunciaba a la soberanía sobre Cuba. En este contexto escribió Maragall su Oda a Espanya, en la que le pedía que, dejando aventuras y glorias pasadas (“Massa pensaves en ton honor / i massa poc en el teu viure: / trágica duies a mort els fils”), piense en la vida y se convierta en una madre “fecunda, alegre y viva”.
La reacción que se produjo en algunos intelectuales y escritores jóvenes españoles ante dicho desastre alentó la esperanza de Maragall. Uno de esos intelectuales era Unamuno, que desde 1896 estaba en contacto con un grupo de escritores catalanes, amigos de Maragall: P. Coromines, J. Brossa (en cuya revista Ciencia Social escribió el escritor vasco en 1896), Soler i Miquel, J. Pérez Jorba, etc. Este último, en una carta a Unamuno en abril de 1898, le informaba sobre la obra y la personalidad poética de Maragall: “Esperit cristiá i pagà, a quina formació intellectual hi ha contribuit quasi exclusivamente en Goethe i en Nietzsche, manifesta el seu carácter en un sensualismo metafísic i en misticismo humá, en una aspiració fervent dels sentits cap a lo etern i en una religió filosófica de la Vida” (A. Sotelo, 2006: 14). Unamuno leyó entonces los poemas de Maragall y éste un ensayo de aquél, En torno al casticismo, que le impresionó por la profundidad con que definía el alma castellana, latente en “la intrahistoria del poble espanyol”, del que Maragall esperaba que surjiera la reacción contra el “marasmo” que asfixiaba al país. Esta lectura le hizo pensar que “Espanya està per descubrir i sols la descubriran els espanyols europeizats” (Corredor, 1960: 183 y 187). Entre éstos, figuran dos jóvenes escritores en cuyos libros (Alma castellana y Diario de un enfermo, de J. Martínez Ruiz, y Vidas sombrías y La casa de Aizgorri, de Baroja) constata un rigor, sobriedad y sinceridad peculiares del alma castellana y olvidados por la “retórica dominante”, a excepción de Galdós. En su artículo “La joven escuela castellana”, destaca la aparición de esa nueva generación de escritores que, en libros, periódicos y revistas demuestran poseer “ojos penetrantes para ver lo que pasa en el mundo [...]; brazos fuertes para sujetar el ideal y conducirlo por el camino propio” (O. C., II, 151). Por otra parte, su encuentro con F. Giner de los Ríos (con el que le unirá una gran amistad) y los hombres de la Institución Libre de Enseñanza le llevó a creer que la regeneración española contaba con un soporte fundamental: la educación.
En 1900 Unamuno envió su obra Tres ensayos a Maragall; se inició así un intercambio epistolar, que dio paso a una sólida amistad, basada en una sintonía espiritual y en unos ideales compartidos. Les unía un mismo interés por renovar la vida y cultura catalana y española y un deseo de promover un mutuo conocimiento, que, según Unamuno, “es el modo de quererse y de integrarse al cabo” (C. Bastons, 2006: 41). En segundo lugar, una concepción similar de la poesía (compartían el gusto por ciertos poetas europeos: Goethe, Novalis, Leopardi, Carducci, etc.), una visión trascendente del sentimiento de la belleza, un anhelo de conservar las realidades hermosas de este mundo más allá de la muerte, y un afán por dar realidad y vida a las criaturas poéticas: Augusto Pérez (Niebla) Adalaisa y el conde en El conte Arnau. Compartían también el ideal de la unidad ibérica y el objetivo de conectar España con Europa.
En 1900 publicó su segundo libro de poemas (Visions i cants) en L’Avenc, que incluyó textos tan significativos para la indagación de mitos autóctonos y rasgos culturales de la identidad nacional catalana como “La fi d’en Serrallonga”, “El comte Arnau”, “La sardana”, “El cant de la senyera”, etc. En este libro, destaca por su perfección estética y contenido el “Cant espiritual”, considerado como “una de la más altas cumbres de la lírica española de todos los tiempos” (Laín Entralgo, 1960: 19). En octubre de ese año viajó a Madrid, donde se encontró con Giner de los Ríos, Azorín, Díez Canedo, Martínez Sierra, etc. Visitó Toledo y el Escorial. Este año murió su padre, y en 1901 J. Mañé i Flaquer, a los que dedicó un emotivo recuerdo. En abril de 1903 dejó El Diario de Barcelona por discrepancias con la dirección.
En julio fue elegido presidente del Ateneo de Barcelona y el 15 de octubre pronunció el discurso inaugural del curso, Elogi de la paraula, acogido con grandes elogios en los ambientes literarios.
En 1904 apareció su tercer libro: Les disperses. Poesies originals i traduccions de Goethe. Curiosamente, en esta época se distanció de la poesía de Goethe (por faltarle “fonda emoció estètica de la vida florint en verb”, que es en lo que consiste para él la verdadera poesía) y se interesó por Novalis, cuyos Himnos de la Noche traducirá al catalán (O. C., I, 1019 y 1038).
En 1905 Prat de la Riba y Cambó le propusieron participar en la candidatura a diputado por la Lliga Regionalista, propuesta que no aceptó por mantener su independencia frente a los partidos. Sin embargo, en 1906 apoyó la formación de “Solidaridad catalana”, que concordaba con su ideal de unión de todos para salvaguardar los intereses superiores de Cataluña. Ese año se celebró el “Primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana”, en el que intervino Maragall, que publicó por esas fechas su cuarto libro de poemas, Enllá, con el que obtuvo el premio Fastenrath en los Juegos Florales de 1910 (A. Comas, 1984: 26).
En 1907 ocurrieron tres acontecimientos relevantes para las letras catalanas: se inauguró el “Institut d’Estudis Catalans”, Eugeni D’Ors inició el Glosari en La Veu de Catalunya y Josep Carner publicó su libro de poemas Els fruits saborosos, que marcó el nacimiento de la poesía catalana contemporánea y un distanciamiento de la poética de Maragall. Éste comenzó a colaborar en El Imparcial de Madrid y en 1908 lo hizo en la revista La Lectura. En dicho año, D’Ors y Maragall entablaron un debate sobre el concepto de ciudad y sociedad civil, sobre el que el primero venía escribiendo en su Glosari y al que Maragall se referirá en varios artículos y en su Oda a Barcelona. D’Ors deseaba contribuir con sus glosas a la “vertebración” del espíritu ciudadano a través de una campaña cultural y cívica (“una Kulturkampf, llevada por la vía de la restitución autónoma de las instituciones ciudadanas, generadoras de instituciones de cultura”, según E. Trías), que pudiera organizar el fuerte desarrollo demográfico y urbanístico de Barcelona, incorporando la masa de emigrados y las poblaciones vecinas (Trías, 1985: 206). Para Maragall, este concepto colonizador de la ciudad era una “abstracción” que contrastaba con la realidad viva y compleja de Barcelona, concepto en el que estaba ausente el “amor” solidario que permitiera superar el odio de clases. Los acontecimientos de la Semana Trágica en julio de 1909 (huelga general que terminó en insurrección, quema de iglesias y conventos, represión y condenas a muerte; J. Benet, 1966: 28 y ss.) confirman que el concepto de “ciudad ideal” de D’Ors no se aviene con el caos de la “ciudad real”, del que emerge la “turba” protagonista de la “revuelta” (Trías, 1985: 212-213).
El poeta, que estaba pasando el verano en Caldetes, al volver a Barcelona sintió una profunda tristeza al contemplar tanto destrozo y edificios religiosos incendiados.
Su reflexión pública apareció en tres artículos: en el primero, ¡Ah, Barcelona! (La Veu de Catalunya, 1 de octubre de 1909) pedía a los barceloneses que no buscasen un chivo expiatorio (“No me vengáis con aquello de que los que hacen el mal son los forasteros”) y asumieran su responsabilidad en lo ocurrido, al no oponerse al deterioro de la convivencia con valentía y con “amor”. Ante las condenas y fusilamientos llevados a cabo en el mes de agosto, Maragall envió cartas a Cambó y al gobernador Ossorio y Gallardo, pidiendo su mediación ante el Gobierno para parar las ejecuciones (Benet, 1966: 137). El 9 de septiembre se reunió el Consejo de Guerra para juzgar al anarquista Ferrer. Maragall escribió el día 10 un segundo artículo, La ciutat del perdó, en el que se enfrentaba a los “bienpensantes” (que, por cobardía, no arriesgaron su vida “al pie de una barricada o en la puerta de una iglesia” y ahora exigen castigo inmisericorde) y abogaba por el indulto de Ferrer. Sólo el amor y el perdón podrá redimir a la ciudad: “Id a pedir perdón para ellos a la justicia humana, que será tanto como pedirla para vosotros a la divina, ante la cual sois tal vez más culpables que ellos” (Benet, 1966: 142). A este artículo, que no fue publicado, al parecer, por un compromiso de Prat de la Riba con el gobierno de Maura (Comas, 1984: 30), siguió el de La iglesia cremada (La Veu de Catalunya, 18 de diciembre de 1909), que impresionó por su hondura religiosa y solidaridad evangélica con “los pobres, los oprimidos, los desesperados” (Benet, 1966: 184- 193). Finalmente, en la Oda nova a Barcelona, junto al elogio de su belleza (“Tens aquesta rambla que és una hermosura”), reprochaba sus pasadas discordias, que no impedían el gran amor del poeta: “Tal com ests, tal te vull, ciutat mala /[...] / Barcelona nostra! la gran encisera!”.
En 1910 tradujo al catalán los Himnos Homéricos y la Olímpica I de Píndaro (ese año terminó la “tragèdia clasica” Nausica, basada en la Odisea) y volvió a la redacción de sus Notes Autobiogràfiques. En 1911 fue elegido miembro del Institut d’Estudis Catalans, publicó su quinto libro de poemas, Seqüences, y escribió la última parte de El Comte Arnau. En noviembre cayó enfermo; el pintor Pahissa le hizo un retrato los días 27 y 28. La enfermedad se agravó: el 17 de diciembre recibió el viático y el 18 la extremaunción.
En la madrugada del día 20, rodeado del amor de su mujer y sus trece hijos, “moria cristianament” (Maragall i Noble, 1998: 189) el más grande poeta catalán del siglo xix al xx. Por su bondad excepcional y “honestidad insobornable” (A. Comas, 38), por su criterio independiente y conciliador “sempre orientat vers un ideal de noblesa y justicia” (Pla, 1981: 15), “consiguió mantenerse por encima de las luchas y resentimientos de la política catalana y rehuyó ser presentado y considerado como hombre de partido. Era un poeta [...] quien sabe si un profeta” (Benet, 1966: 84). Como escritor, ocupa un puesto relevante en la historia de la literatura española, tal como subrayó Unamuno en un merecido panegírico: “España acaba de perder a su más grande poeta contemporáneo, al que más dentro llegó de sus entrañas. Y llegó a las comunes entrañas ibéricas a través del alma de su Cataluña. A fuerza de catalán era honda, íntima, entrañablemente español” (Bastons, 2006: 145).
Obras de ~: Poesies, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1895; Goethe, Ifigenia a Tàurida, trad. de ~, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1898; Visions & cants, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1900; Les disperses, Poesies originals i traduccions de Goethe, Barcelona, Publicaciò Joventut, 1904; De les reials jornades, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1904; La paraula, Barcelona, Ateneu Barcelonés, 1904; Artículos (1893-1903), Barcelona, Imprenta de Fidel Giró, 1904; Eridon i Amina. Pastorel·la, Barcelona, Ediciò Catalunya, 1904; Enllà. Poesies, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1906; La Margarideta, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1907 (Biblioteca Popular de L’Avenç); Novalis, Enric d’Ofterdingen, trad. de ~, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1907; Elogi de la poesia, Barcelona, Bartomeu Baixeras, editor, 1909; Goethe, Pensaments, trad. de ~, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1910; Seqüències, Poesies, Barcelona, Tipografia L’Avenç, 1911; Obres Completes. Edició definitiva, Barcelona, Ediciò dels Fills de Joan Maragall, 1929-1955, 25 vols.; Epistolario entre Miguel de Unamuno y Juan Maragall y sus escritos complementarios, Barcelona, Editar, 1951 (y en C. Bastons, Joan Maragall y Miguel de Unamuno. Una amistad paradigmática, Lérida, Editorial Milenio, 2006, págs. 51-133); Obres completes: I, Obra catalana. II, Obra castellana, Barcelona, Editorial Selecta, 1960; Obra poética, vers. bilingüe, introd. y notas de A. Comas y trad. de J. F. Vidal Jové, Madrid, Castalia, 1984, 2 vols.
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Demetrio Estébanez Calderón