López de Salcedo, Diego. ?, p. m. s. xiii – p. t. s. xiv. Merino mayor de Castilla y adelantado mayor en Álava y Guipúzcoa.
Vástago no primogénito del señor de Vizcaya, Lope Díaz de Haro Cabeza Brava, y de Toda de Santa Gadea, del linaje de los Salcedos, su trayectoria histórica ilustra el papel de estos “segundones” de las familias aristocráticas en las tensiones entre la nobleza y la Corona castellanas. Desde mediados del siglo xiii, al detenerse la expansión territorial tras las conquistas de Fernando III, la Monarquía inició una política de centralización de recursos que le enfrentó a unos clanes nobiliarios cuya fidelidad ya no podía pagar con las adquisiciones de la reconquista. Por su parte, los nobles, que sufrían la reducción de ingresos a raíz de la crisis del modelo económico feudal, presionaron a los Monarcas encareciendo su lealtad para conseguir una mayor generosidad en la concesión de mercedes regias. En este enfrentamiento, los nobles buscaban el máximo beneficio repartiendo sus servicios entre el Monarca y otros pretendientes al trono; mientras, los Reyes alternaban su apoyo en las distintas facciones nobiliarias y atraían a los “segundones” de aquellos linajes cuyos líderes adoptaban actitudes rebeldes.
Nada más acceder al Trono en 1252, Alfonso X se enfrentó a la sublevación del señor de Vizcaya, Diego López de Haro. Para frenar al noble rebelde, el rey castellano logró el apoyo de sus hermanos menores, Alfonso López de Haro y Diego López de Salcedo.
Este último fue nombrado merino mayor de Castilla entre 1253 y 1256, años durante los que confirmó distintos documentos regios. Sus servicios fueron recompensados por el Rey Sabio con sesenta aranzadas de cultivo en Huévar (“Faznalcáçar”) dentro del repartimiento de Sevilla. Cuando en 1264 se inició una revuelta de mudéjares en el reino de Murcia, el monarca castellano volvió a contar con él para que, junto a Gil García de Azagra, dirigiera las milicias concejiles de Alarcón, Cuenca, Alcaraz y La Mancha en la recuperación de la ciudad de Cartagena.
En 1272, ante la rebeldía del nuevo señor de Vizcaya, Lope Díaz de Haro, y del infante Felipe, Diego López de Salcedo estampó de nuevo su firma en los diplomas de la Cancillería regia. Alfonso X, sorprendido en plena reorganización del reino murciano, le nombró “adelantado mayor en Álava y Guipúzcoa” para enfrentarlo con su sobrino, el levantisco señor de Vizcaya. A pesar de ello, le aconsejó al Monarca negociar con los sublevados e, incluso, participó en el frustrado “ayuntamiento de Almagro”. Finalmente, cuando los nobles rebeldes buscaron refugio en el reino de Granada, recibió el encargo regio de derribar sus casas en Castilla. Tras la pacificación de Castilla con la sumisión de los nobles rebeldes en 1275, el Monarca viajó a Beaucaire para defender sus aspiraciones a la Corona imperial ante Gregorio X. Antes de partir, convocó en Toledo a sus consejeros más fieles para encargarles la custodia del reino durante su ausencia. Evidentemente, entre éstos se hallaba Diego López de Salcedo, cuyo ámbito de actuación se amplió hacia La Rioja y Castilla la Vieja según el cargo que entonces desempeñaba: “prestamero en Álava y señor de la confradía daquende Ebro”.
Sin embargo, la paz resultó efímera, ya que en 1277 se produjo un nuevo levantamiento de gran parte de la nobleza a favor del infante Fadrique. En esta ocasión, la respuesta de Alfonso X resultó contundente, pues ordenó el apresamiento y la ejecución de dos de los principales rebeldes: el señor de Cameros Simón Ruiz y el infante Fadrique, su propio hermano. Aunque Diego López de Salcedo fue el encargado de prender y, posiblemente, ejecutar a dicho infante, la extrema violencia de la “ira regia” dejaría en él, así como en el resto de la nobleza castellana, un amargo resentimiento hacia el “rey sabio”. En gran parte por ello, al sublevarse Sancho contra su padre, el rey de Castilla, Diego López de Salcedo siguió el mismo camino que la mayor parte de los nobles y ciudades castellanas y apoyó al infante rebelde; de este modo puso fin a su fidelidad a Alfonso X. Cuando, el 13 de julio de 1282, figuraba por última vez como “adelantado mayor en Álava y Guipúzcoa” en un documento alfonsino, se trataba, más que de una realidad, de un deseo del Monarca (quien no se resignaba a perder a tan importante vasallo) o de una rutina de Cancillería, pues en mayo de ese mismo año el de Salcedo ya se encontraba en Burgos recabando apoyos en nombre del infante Sancho (“Sepades que con don Diego Lopez de Salzedo vos envio a dezir mio mandado. Et ruego vos, et mando vos, quel creades, delo que vos dixiere de mi parte, assi commo si yo mismo vos lo dixiesse”). Aún así, desempeñó un papel de mediación entre padre e hijo: en la primavera de 1283, Alfonso X solicitó a su hijo que le enviara a Diego López de Salcedo a Sevilla con una propuesta de negociación; en otoño de ese mismo año, fue el infante quien le envió para solicitar una avenencia con el Monarca en Palencia.
Alfonso X murió en 1284, todavía enfrentado con su hijo. Así, éste accedió al trono, como Sancho IV, en una situación bastante precaria. Por tanto, al nuevo Monarca le resultaba esencial la ayuda de Diego López de Salcedo, siendo éste un habitual en las signaturas de documentos reales. Por ello, el primer día de mayo de 1286, Sancho IV le donó, “por muchos servicios e bonos que nos fizo e nos faze”, las localidades de Escalante y Villarta. Incluso, un año más tarde, figuraba entre quienes, con Lope Díaz de Haro (señor de Vizcaya) a la cabeza, aconsejaron al Rey arrendar los ingresos del realengo al judío Abraham Barchilón. Se produjo entonces el matrimonio de María Díaz de Haro, hija de Diego López de Salcedo y Teresa Álvarez, con Nuño Díaz de Castañeda, cuyo linaje se hallaba también al servicio del señor de Vizcaya y del rey castellano.
Después del asesinato del señor de Vizcaya en 1288, a manos del propio Sancho IV, su apoyo a este Monarca adquirió un mayor relieve. En ese momento, el de Salcedo ocupó Vizcaya en nombre del Rey, venciendo los partidarios de Diego, hijo del ejecutado titular del señorío, que resistieron en la casa fuerte de Unzueta (Orozco). El 8 de diciembre de 1290 confirmó su último privilegio real y, en 1293, el propio Monarca desautorizó una concesión suya (que permitía a los vecinos de Herrera y Salinillas vender su sal en La Rioja). Sin embargo, no se puede deducir de ello una pérdida del favor regio, pues al año siguiente, como “merino mayor de Álava”, derrotó a su sobrino Diego López de Haro, hermano del finado Lope Díaz y nuevo jefe del linaje de los Haro, que pretendía irrumpir en Vizcaya desde su exilio aragonés. Sin duda alguna, su cercanía al Monarca alcanzó el cénit al concertar Sancho IV la boda de su vástago ilegítimo, Alfonso Sánchez (fruto de sus amores con Marina Pérez), con la hija de López de Salcedo, María Díaz de Haro, viuda de su anterior marido. Finalmente, prestó su último servicio a la Corona en marzo de 1304, cuando era “prestamero en Guipúzcoa” en nombre del nuevo rey castellano, Fernando IV, ante la nueva rebeldía del señor de Vizcaya, quien acababa de aliarse en Ariza con el rey de Aragón.
Los distintos cargos desempeñados por Diego López de Salcedo (“adelantado”, “merino” y “prestamero”) suponían la delegación de las funciones regias sobre territorios que adquirieron una importancia estratégica, casi siempre a raíz de una sublevación nobiliaria. Por tanto, no solía tratarse de una organización territorial estable, más bien eran oficios y funciones coyunturales que desaparecían tras subsanar el problema que los generó. El papel de delegado real en la Castilla nororiental le vinculaba patrimonialmente con este territorio: poseía bienes y rentas en las localidades burgalesas de Quintanilla de Bon y Escalante, así como en las riojanas de Villarta y Zarratón.
A pesar de enfrentarse a varios señores de Vizcaya (hermano y sobrinos suyos), no renegó de su linaje y mantuvo estrechas relaciones con otros familiares, como su hermanastra Mencía López de Haro, viuda del rey Sancho II de Portugal, y su hermano Lope Díaz, obispo de Sigüenza. Asimismo, centró sus esperanzas de salvación eterna en dos centros religiosos patrocinados por los Haro: los monasterios riojanos de Santa María de Cañas y Santa María la Real de Nájera. En 1257, confirmó una donación de Mencía a Santa María de Cañas y, cinco años más tarde, donó a este monasterio sus propiedades en Zarratón para financiar una misa perpetua por su alma y las de sus parientes. En 1271, falleció su hermano Lope, nombrándole testamentario; cuatro años después, él fue también encargado de ejecutar el testamento de su difunta hermanastra. Transcurridos cuatro años, en ejercicio de estas responsabilidades, fundó varias capellanías en Santa María de Nájera, lugar de sepultura de sus hermanos: cuatro con los 8.000 maravedís legados por Mencía y dos más (una por su hermano Lope, en el altar de San Nicolás, y otra por él, en el altar de Santiago) sobre otros 2.500 maravedís. Por último, en un epílogo que resume sus fidelidades familiares, escogió el reposo eterno en dicho cenobio najerino, junto a su amada hermanastra.
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Tomás Sáenz de Haro