González de Lara (I), Nuño. El Bueno. ?, c. 1215 – Écija (Sevilla), 7-8.IX.1275. Noble, adelantando.
Noble y ricohombre castellano, hijo de Gonzalo Núñez de Lara II y de María Díaz de Haro. Las primeras noticias sobre él coinciden con un período de decadencia familiar, consecuencia de la rebelión de los Lara contra Fernando III en 1217. Don Nuño intervino en una donación de sus padres al monasterio de San Andrés de Arroyo en 1225, primera de sus referencias documentales. En torno a esta fecha debió de ser presentado ante el rey, pues se crió junto al heredero, el futuro Alfonso X.
Sorprende a primera vista la concesión de tales honores a un linaje que tantas dificultades había ocasionado al rey Santo. Julio González plantea una mediación de García Fernández de Villamayor o de Diego López de Haro III, aunque lo cierto es que al monarca le sobraban razones para propiciar la amistad entre su hijo y el sucesor de los díscolos Álvaro, Fernando y Gonzalo Núñez II o, cuanto menos, la fidelidad del futuro magnate: los Lara debían de contar, pese a su derrota, con gran prestigio e influencia.
Sea como fuere, Nuño González se incorporó a las confirmaciones de los diplomas reales en agosto de 1242, participando junto al infante en la conquista de Murcia y, posteriormente, en las campañas andaluzas.
La proximidad del regio heredero rindió pronto sus frutos pues, tras estos acontecimientos bélicos, don Alfonso pidió a su padre que le armase caballero pese a la animadversión que, al parecer, sentía hacia don Nuño y todo su linaje. No sólo se cumplió este ruego, sino que el infante logró para el magnate un matrimonio ventajoso. La escogida fue Teresa Alfonso, descendiente de Alfonso IX de León, y el preceptivo consentimiento regio sugiere un interés por vincular tal enlace a la fidelidad del de Lara.
Según la Primera Crónica General, en 1244 fue destacada su intervención en la conquista de Arjona, adelantándose a las tropas reales y sitiando la plaza por orden de Fernando III. Además, es probable que don Nuño participara en el asedio de Jaén junto al infante heredero y en 1246 pudo acompañarle a Portugal en ayuda de Sancho II. Asimismo, dos años después tomó parte en el cerco y conquista de Sevilla.
En premio a sus servicios, Alfonso le concedió ciertas heredades en Murcia, la tenencia de Écija y, una vez accedió al trono, las de Sevilla y Jerez.
El favor del monarca hacia el noble y, en concreto, la aceptación de ciertas acciones de éste en Castilla, toparon con la decidida oposición de Diego López de Haro III, que poseía importantes intereses en estas regiones —había sido tenente de Bureba y Castilla Vieja entre 1227 y 1229—. Estos sucesos debieron de ocurrir en torno a 1254, cuando don Diego se desnaturó del reino, aunque no impidieron un posterior entendimiento entre ambos, los Lara y los Haro.
La actividad de Nuño parece centrarse, a partir de entonces, en tierras andaluzas. Alfonso X le envió en 1255 contra el infante don Enrique, que se había sublevado y contaba con ciertos apoyos en Andalucía.
El de Lara le persiguió al frente de las tropas reales, obligándole a entablar batalla en las cercanías de Lebrija.
El resultado de estos sucesos fue la derrota del infante, que se replegó hacia Cádiz para, poco después, embarcar hacia Valencia.
Cuando en 1264 estalló la revuelta mudéjar, se hizo necesaria la inestimable colaboración del magnate. En el caso de Jerez, se sabe que don Nuño ostentaba su tenencia desde hacía una década, cediéndola en custodia a su vasallo García Gómez Carrillo. Fue éste quien tuvo que defender la plaza de los sublevados y de tropas africanas procedentes de Algeciras y Tarifa, acontecimiento que dio pie a leyendas sobre su bravura y a críticas al de Lara por no haberla abastecido convenientemente de víveres y hombres. Sea como fuere, el magnate actuó con prontitud, pues se sabe que Nuño González y el maestre de Calatrava liberaron Matrera del cerco a que estaba sometida y, pese a que no hay constancia de su intervención en las reconquistas de Jerez y Lebrija, es probable que don Nuño acompañara a su rey en tales eventos. Estas acciones no le valieron la recuperación del alcázar jerezano, aunque mantuvo la percepción de los ingresos equivalentes a las rentas que otrora recibiera de su tenencia.
Alfonso X atacó la vega del Genil en la primavera de 1265, pues el reino de Granada había apoyado a los rebeldes musulmanes. No se sabe si Nuño González intervino en esta campaña, aunque lo cierto es que el monarca castellano contó con él para debilitar a su adversario. Según las fuentes, le confió una tropa de mil caballeros con los que apoyar a los “arraeces” de Málaga y Guadix, hostiles al rey granadino y sublevados en su contra al año siguiente.
Todos estos éxitos militares favorecieron el auge político del pariente mayor de los Lara, quien obtuvo del monarca no pocos beneficios. Según revela Alfonso X poco después, a las rentas provenientes de las tenencias de Écija, Sevilla y Jerez, en este último caso mantenidas pese a la pérdida de la villa, hay que añadir otras muestras del favor regio. Nuño González había recibido los ingresos reales de Bureba y La Rioja, que aumentó con la usurpación de rentas señoriales y el cobro de dos pedidos extraordinarios en los distritos a su cargo. Además, el monarca le donó heredades en Murcia y Castilla. Tampoco le faltaron propiedades en las tierras andaluzas, como los donadíos y casas recibidos en Sevilla, los molinos obtenidos en Alcalá de Guadaira, varias tierras y viñedos en Melgarejo o ciertas aranzadas y una bodega en Écija, algunas heredadas por su descendencia.
Sin embargo, las relaciones de Nuño González con Alfonso X se fueron enfriando, al decir de la Crónica, poco después de la rebelión mudéjar, pues Nuño no aceptó la paz firmada con Granada y continuó apoyando a los líderes de las revueltas surgidas en aquel reino musulmán. Es más, envió como emisario a su hijo Nuño González II, quien expuso a Muḥammad I de Granada el descontento de su padre con Alfonso X, e intercambió correspondencia con el sultán de los benimerines africanos, Abū Yusūf.
Con independencia de estos sucesos, lo cierto es que la nobleza castellana no estaba contenta con la actitud del monarca, quien, mediante importantes reformas legales, mermaba las prebendas adquiridas consuetudinariamente por la aristocracia del reino. En relación con esta actitud parecen estar ciertas conversaciones entre Nuño González y Jaime I de Aragón, que la Crónica sitúa poco después de las bodas del infante Fernando de la Cerda, en 1269. En esta entrevista el noble le informó de sus desavenencias con Alfonso X y se ofreció a servirle con cien o doscientos caballeros, aunque el monarca rehusó. Sin duda, debió plantearse la cuestión de Albarracín, señorío que pugnaba por su independencia frente a Aragón y Castilla, en manos de Juan Núñez de Lara desde su matrimonio con su heredera, Teresa Álvarez de Azagra.
Mayor trascendencia tuvo el enlace de Lope Díaz de Haro III y una hija del infante Alfonso de Molina, que las crónicas sitúan poco después del encuentro anterior. Según narran las fuentes, Lope casó con Juana Alfonso, hija del infante y su tercera esposa, sin solicitar el preceptivo consentimiento regio. Esta acción contó con el apoyo de Nuño González quien, a la sazón, era su tío, pues la contrayente era hija de Teresa González de Lara. González Jiménez sitúa este suceso justo antes de la sublevación nobiliaria de 1272, por lo que cobra sentido que tal evento fuera una muestra de la oposición de tan importantes magnates a la política castellana del monarca, actitud hostil sancionada por una afrenta que suponía la desobediencia directa hacia el soberano.
El descontento nobiliario se fundamentaba en el rechazo a la aplicación en Castilla del Fuero Real, norma legal que, entre otros aspectos, regulaba las relaciones vasalláticas y las obligaciones debidas al rey por la nobleza, sin olvidar las consecuencias de la inflación monetaria o, incluso, cierto desacuerdo con las tierras recibidas en los repartimientos andaluces. Los nobles se oponían a la continua intervención de los delegados regios, las repoblaciones efectuadas al norte del Duero y los excesivos impuestos ocasionados por la política internacional de Alfonso X. Además, se quejaban de aspectos más puntuales, como conflictos patrimoniales y sucesorios o el rechazo del rey a las pretensiones de don Nuño sobre Durango, aparte de las posibles críticas a su actuación en la defensa de Jerez.
Así las cosas, en 1272 se reunieron en Lerma el infante don Felipe, don Nuño, sus hijos Juan Núñez I y Nuño González II, sus parientes Nuño Fernández de Valdenebro y Rodrigo Álvarez de Alcalá, y miembros de los linajes más destacados de Castilla, entre ellos los Haro y los Castro, quizá contando con la connivencia de otros sectores sociales.
En un principio pretendieron que el monarca accediera a sus reclamaciones, aunque, al no conseguirlo, exacerbaron su postura y decidieron desnaturarse del reino. Tan grave decisión no podía tomarse a la ligera, aunque los contactos anteriores con los soberanos de Granada y Marruecos dan a entender cierta planificación.
Sea como fuere, prefirieron tratar primero con otros reyes cristianos, por eso enviaron cartas, según la Crónica, a Alfonso III de Portugal y Enrique I de Navarra, encomendando al infante Felipe que negociara con el último de ellos. Sólo las excesivas contraprestaciones reclamadas por el navarro y los acuerdos entre éste y Alfonso X dieron al traste con las pretensiones de los insurgentes, que tuvieron que recurrir a Muḥammad I. Entre tanto, no renunciaron a efectuar maniobras políticas. Durante los primeros momentos de la rebelión Nuño González y Lope Díaz de Haro III negaron formar parte de las intrigas nobiliarias, hasta que las evidencias demostraron su implicación.
No sirvieron ni la actitud dialogante del monarca, ni las cartas que envió a sus nobles recordándoles cuánto le debían, ni el intento del infante Fernando de la Cerda, la Reina y los maestres de Santiago y Calatrava por evitar su huida a Granada. Los rebeldes consideraron roto su compromiso vasallático y saquearon los campos en su camino hacia el exilio.
Según la Crónica, Nuño González aprovechó los contactos ya existentes entre los Lara y Muḥammad I de Granada, aparte de los comunicados favorables recibidos del sultán “mariní”. De hecho, instalados en aquellas tierras, los castellanos ayudaron al rey musulmán en su lucha por afianzar su autoridad y apoyaron el acceso al trono de su sucesor, Muḥammad II. Entre tanto, efectuaron un último intento por ser acogidos en Navarra, seguramente a través de Juan Núñez de Lara, pues en enero de 1273 redactaron varias cartas en las que informaban a Enrique I de sus quejas y le ofrecían sus servicios vasalláticos, sin conseguirlo.
Pese a los intentos del rey y sus fieles, los nobles mantuvieron su actitud y unieron a sus reclamaciones algunas peticiones del monarca granadino. Un nuevo intento de pacificación a principios de año resultó infructuoso, situación que empeoró temporalmente ante la poco acertada actuación del infante Fernando de la Cerda y el maestre de Calatrava, acusado, este último, de ser más proclive a los intereses de los Haro.
Pero el acuerdo alcanzado entre Alfonso X y Jaime I de Aragón, la ruptura entre los benimerines y los granadinos, la vuelta de Fernando Ruiz de Castro junto a su rey, abandonando a sus compañeros, y el hastío general de ambas partes terminaron por solucionar el conflicto. El desenlace de la rebelión, en la primavera de 1273, fue aparentemente favorable a don Nuño y los suyos, en lo que influyó el interés del rey por acabar con los problemas internos y retomar su política internacional.
A los nobles les fueron devueltas sus fortalezas y soldadas, confiscadas durante la rebelión, y don Nuño vio restaurado su prestigio en la Corte alfonsí, reanudando su confirmación en los privilegios reales en enero de 1274. Aunque en el caso del de Lara la Crónica afirma que se le concedió el adelantamiento de la frontera granadina, es probable que se trate de un dato erróneo, lo que no impide reconocer su renovada influencia política y militar.
La paz permitió al monarca ausentarse de sus dominios y realizar un último intento por recibir el título imperial, dejando a su hijo y heredero a cargo del reino. Hallándose don Alfonso en Francia y el infante Fernando de la Cerda en Castilla, los benimerines cruzaron el Estrecho y, con la colaboración de Granada, atacaron las comarcas andaluzas. La embestida “mariní” reclamó una pronta respuesta de los cristianos, que veían peligrar sus dominios meridionales, por lo que don Nuño acudió raudo al valle del Guadalquivir, resguardándose en Córdoba. Ante la proximidad de los invasores, el de Lara avanzó hacia Écija, fortaleza que guarneció con gentes de la frontera y vasallos suyos. Los musulmanes se situaron en las cercanías de la villa, mientras el castellano organizaba un ataque en su contra. Tras una primera tentativa de aplazar el combate debido a la superioridad numérica del enemigo, don Nuño decidió avanzar, acción en la que los cristianos fueron derrotados. En la batalla murieron muchos castellanos, entre ellos Nuño González de Lara, cuya cabeza fue cortada y enviada a Granada.
Muḥammad II, si bien se alegró por la victoria musulmana, se apenó por la muerte del magnate, al que apreciaba, y mandó que su cabeza fuera devuelta a los suyos para ser enterrada junto a los restos del noble.
De su patrimonio y rentas nos han llegado algunas referencias, muestra del favor regio, de la herencia familiar y de la propia iniciativa del de Lara. Ya se han citado diversas rentas cedidas por Alfonso X, a las que hay que añadir propiedades repartidas por todo el reino, fruto sobre todo de la herencia y de donaciones regias. A este respecto, la carta dirigida al magnate en 1272 le recordaba que había obtenido varias tierras y villas, entre las que se hallaba Torrelobatón, y ya se han mencionado las propiedades recibidas en Andalucía y Murcia. De herencia familiar debían de provenir villas y heredades a lo largo y ancho de Castilla, entre las que destacan las situadas en Santa María de Sasamón, y tampoco se pueden olvidar los bienes aportados por su esposa al matrimonio, como las propiedades situadas en Almuña y Villanueva del Carno.
Según se ha visto, había casado con Teresa Alfonso, descendiente de Alfonso IX. Salazar supone que era hija de Pedro Alfonso, el que fuera maestre de Santiago, y de una dama de la casa de Villamayor, aunque no está claro este parentesco, pues el conde Pedro de Barcelos y otros autores posteriores la identifican con una hija natural del monarca leonés. De este matrimonio tuvo a Juan Núñez I, Nuño González II, Álvaro Núñez II, María Núñez y Teresa Núñez de Lara, estas dos casadas, respectivamente, con Diego y Gil Gómez de Roa.
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Antonio Sánchez de Mora