Fernández de Azagra, Pedro. Señor de Albarracín (III). ?, 1192 – ¿IX.1246? Noble, caballero, mayordomo regio.
Noble aragonés de ascendencia navarra, hijo de Fernando Ruiz de Azagra y Teresa Ibáñez. Apenas era un niño cuando heredó el señorío de Albarracín, pues su padre falleció en junio de 1196. Pese a ello, gracias a la política de alianzas establecida por su progenitor, se mantuvo en el poder sin sobresaltos, apoyado por su madre, sus leales y la Orden de Santiago, que había recibido el encargo de velar por los derechos del menor. Contó, asimismo, con la colaboración de los reyes de Castilla y Aragón, pues a ambos les convenía que Albarracín se mantuviera autónomo, no por desear su independencia, sino por evitar que cayera bajo la órbita de uno u otro Monarca. De momento, Alfonso VIII sabía que la madre de Pedro, una alavesa, era afín a la Corte castellana, apoyada como estaba por el arzobispo de Toledo y por los caballeros santiaguistas.
Es más, los Azagra conservaban algunas posesiones en este reino y Toda Pérez, prima del señor de Albarracín, era la esposa del ilustre Diego López de Haro II. Por su parte, el joven Pedro II de Aragón sabía que el difunto Fernando Ruiz había gozado de la amistad de su regio padre, de quien había recibido tenencias y propiedades. Cierto es que el de Azagra podía elegirle por señor o decantarse por Alfonso VIII, lo que sancionaba su autonomía, aunque también lo es que el último testamento de Fernando conminaba a su hijo y a sus tutores a que sirvieran al rey aragonés, siempre y cuando éste le concediera ciertas propiedades, como así lo hizo: Pedro y su hermano Gonzalo recibieron Burbáguena y otras localidades turolenses y, a cambio, el joven señor de Albarracín sancionó su obediencia a Pedro II con su presencia testimonial en los pactos castellano-aragoneses de 1197.
Mayor preocupación inspiraba la tutoría de la Orden de Santiago, que en 1210 logró de Pedro Fernández su juramento vasallático. Quizás fuera el resultado de las aspiraciones expansivas de los freires, aunque lo más probable es que se tratara de otra maniobra para evitar una mayor intromisión de los monarcas vecinos, habida cuenta de que, mediante tal acto, Albarracín y su señor quedaban bajo la protección de la Orden. Por eso no extraña que Pedro, años después, mantuviera buenos contactos en esta institución, a la que concedió la villa de Huélamo.
Al acceder a la mayoría de edad, Pedro se incorporó a la Corte aragonesa; asistió en noviembre de 1212 a las bodas de la infanta Constanza, hija de Pedro II.
No hay certeza de su presencia en Muret (Francia), cuando falleció el Monarca, aunque se sabe que no tardó en ayudar al joven e inexperto Jaime I. Quizás comprendió la necesidad de reunir fondos para las acciones militares que se preveían, pues en noviembre de 1213 y mayo del año siguiente empeñó varias propiedades a Sancho VII de Navarra, actos que fueron escriturados en Tudela y en los que intervinieron su pariente Gil García de Azagra y su hermano Gonzalo Fernández. No tardó en estallar la confrontación y Pedro Fernández de Azagra se opuso a que los infantes Sancho y Fernando ostentaran la regencia. Contó con la ayuda del obispo de Albarracín, colaborador del legado pontificio, que se ocupó inicialmente de la situación, por eso no sorprende que Pedro fuera nombrado gobernador de los territorios situados al sur del Ebro. Entre tanto, Jaime I permanecía prisionero de Simón de Monfort y fue precisamente el obispo de Albarracín quien gestionó hábilmente su liberación.
De regreso en agosto de 1214, el Soberano recibió el juramento de fidelidad de todos sus nobles, acto en el que tomaron parte Pedro Fernández de Azagra y su primo Gil García. En septiembre de 1216 ocurrió otro tanto en Monzón, en esta ocasión para ratificar la obediencia de varios magnates y para sancionar la procuración del infante Sancho, conde de Rosellón y uno de los causantes de la inestabilidad política. El obispo de Albarracín y Pedro Fernández de Azagra se hallaron inmersos en estos u otros asuntos, fechas en torno a las que se concertó el matrimonio del señor de Albarracín con Elsa García, hija de un noble aragonés.
Fruto de su colaboración con la Monarquía fue la recepción de la tenencia de Teruel y, desde 1218, la obtención de la mayordomía regia. Sin embargo, la ambición de sus rivales, encabezados por Pedro de Ahones, acabó por corromper su fidelidad. Fernández de Azagra aún intervino en diversos acontecimientos, como las paces firmadas con el conde de Rosellón, aunque en 1219 deja de confirmar en los privilegios reales. No se sabe si hubo premeditación o no, aunque lo cierto es que Pedro Fernández de Azagra acogió en Albarracín a Rodrigo de Lizana, noble sublevado contra Jaime I. El Soberano reclamó la entrega del fugitivo y, al negarse Azagra, sitió su fortaleza en junio de 1220; pero las diferencias en la Corte hicieron recapacitar al Monarca, que levantó el sitio en el mes de agosto. Entre tanto, parece que el conflicto se extendió a otras comarcas, pues consta que el obispo de Zaragoza excomulgó al de Azagra por los daños infligidos a sus posesiones y es posible, incluso, que tantease la colaboración de los estados musulmanes próximos, a tenor de lo expuesto por un documento de 1221. No logró el favor de Jaime I hasta dos años después, cuando se le vuelve a ver implicado en los asuntos cortesanos. Se sabe que apoyó a Guillén de Moncada en sus disputas con Nuño Sánchez, hijo del conde de Rosellón, y Zurita lo implica en una confabulación de la nobleza para mediatizar el gobierno de Jaime I, aunque lo cierto es que el señor de Albarracín mantuvo buenas relaciones con el Monarca en los años sucesivos, acompañándole en su deambular por Aragón y Cataluña. Así hasta principios de 1227, cuando la reacción del Soberano a la excesiva influencia de la nobleza debió de alejarle de la Corte. Fernández de Azagra acudió a su señorío, síntoma de su preocupación por preservar su autonomía, y firmó un acuerdo con el señor de Molina, Gonzalo Pérez, por el que casaban al primogénito del castellano con Teresa Pérez de Azagra. No se sabe muy bien cuáles eran sus planes, pues, aunque en aquel texto se establecía la posibilidad de que ambos unieran sus estados si los recibían en herencia, en este mismo año el de Azagra otorgó testamento, designando a su hijo Fernando como sucesor. Llama la atención la mención a Nuño Sánchez, quien se ocuparía de garantizar su legado, pues este magnate había sido rival del señor de Albarracín con anterioridad.
Aunque un documento de 1228 evidencia sus contactos con la Orden de Santiago, a la que vendió sus propiedades castellanas, el magnate tenía claro que su actuación política debía orientarse al Levante, pues Jaime I se estaba preparando para someter los territorios musulmanes que aún subsistían. Sus contactos previos permitieron a Pedro Fernández de Azagra desempeñar un papel destacado y, en 1229, acogió bajo su protección al soberano de Valencia, Zeyt Abu Zeyt, que había perdido su trono y estaba refugiado en Segorbe. Por ello no sorprende que el de Azagra lo acompañara hasta Calatayud, donde pretendía entrevistarse con Jaime I. Convertido al cristianismo por mediación del obispo de Albarracín, Abu Zeyt se declaró vasallo del Monarca y pactó con él la rendición de sus antiguos dominios, pero el Soberano decidió posponer la conquista de Valencia hasta después de la empresa mallorquina. Entre tanto, fue preciso ratificar la paz con Navarra, asunto en el que Pedro Fernández participó por parte aragonesa, por más que poseyera buenos contactos en aquel reino. A su regreso, mientras Jaime I se ocupaba de la conquista de las Islas Baleares, el señor de Albarracín emprendió algunas acciones militares en las proximidades de sus dominios y conquistó varias poblaciones. Quizás por ello el Monarca, interesado en constatar los avances de Azagra y, acaso, inquieto por su iniciativa expansiva, se encaminó hacia tierras turolenses. En 1232, hallándose cerca de Albarracín, ambos se enteraron de la toma de Arés y la entrega de Morella, plazas a las que acudieron raudos el Rey y su ilustre vasallo.
Pedro Fernández de Azagra destacó por sus hazañas militares, como la conquista de Begís en 1233, y al año siguiente formó parte de la hueste que marchó sobre Jérica y Valencia. Desde allí los cristianos, el señor de Albarracín entre ellos, saquearon las tierras de Jérica y Segorbe y tomaron Burriana, Peñíscola, Castellón y otras localidades. No tardaron en rendirse Segorbe y Alpuente (1235), asunto en el que debió de mediar Pedro Fernández, y lo mismo ocurrió con la expedición contra el valle del Júcar y el Puig, en esta última ocasión como líder de las milicias de Teruel y Daroca. En 1236, acogido por el Monarca en Zaragoza, le fue encomendado, junto a Jimeno de Urrea, el ataque a Silla y las tierras situadas al sur de Valencia, acciones militares que encontraron honda acogida en la Corte, en la sede episcopal de Albarracín y en la arzobispal de Toledo. Sus titulares estaban muy interesados en la expansión de la diócesis segobricense hacia Levante, proceso ya iniciado con la adscripción de Ademuz al obispado de Albarracín en vida de Pedro II y continuado por Pedro Fernández de Azagra cuando hizo lo mismo con sus conquistas de Begís y Aguilar. Jaime I no tardó en ratificar las aspiraciones del obispo de Albarracín sobre Segorbe, acto formal del que fue testigo Pedro Fernández de Azagra y que se encontró con la oposición del arzobispo de Tarragona. De momento el Rey cumplió lo acordado, interesado como estaba en la colaboración de Pedro Fernández y su participación en la conquista de Valencia. Entre tanto, Azagra se ocupó de otro asunto: el enlace matrimonial de quien lo iba a suceder en el señorío de Albarracín. Por eso acudió a la Corte navarra y se entrevistó con Teobaldo I en marzo de 1238, donde acordaron el matrimonio de la infanta Inés con Álvaro Pérez de Azagra y, si éste fallecía, con aquel que heredase Albarracín. No fue lo único que firmaron, pues su hermano Sancho Fernández se hizo vasallo del monarca navarro, mientras que Pedro recibía en préstamo diez mil maravedís, seguramente para sufragar los gastos de las campañas militares.
No permaneció Pedro Fernández en Tudela mucho tiempo, pues en mayo ya se hallaba de vuelta en el sitio de Valencia, ciudad que fue rendida a finales de septiembre de 1238. De hecho, estuvo presente el día de la capitulación y protestó por el modo en que se organizó el reparto de tierras, aunque acabó acatando las decisiones regias y se benefició con varias propiedades.
Entre ellas destacaban los castillos de Chelva y Altura, la alquería de Cárcer, parte de la de Petraher y el valle de Canava, este último en las proximidades de Segorbe; algunas de estas propiedades las vendió a Jaime I unos años después. Además, firmó importantes acuerdos con el Monarca que afectaban a los intereses ganaderos y comerciales del señor de Albarracín y en 1240 asistió al Conquistador en su discurrir por tierras de Montpelier. Tras regresar junto a él a Valencia, se ausentó temporalmente de la Corte, aunque no faltó a la toma de Gandía, e intervino en la agitada política de la Corte.
Se sabe que en abril de 1241 acudió a tierras castellanas, ofreció sus servicios militares a Fernando III y colaboró con él en la lucha contra los musulmanes de Andalucía. Poco más se sabe de tales andanzas, pues la siguiente referencia lo sitúa de regreso en Valencia en el verano de 1242. Desde allí marchó a su señorío de Albarracín, donde amplió el fuero de la villa, viaje que repitió al año siguiente, esta vez para asistir al matrimonio de su hijo Álvaro con la infanta navarra. Asistió a las Cortes de Daroca, donde fue jurado por heredero el infante Alfonso, y en enero de 1244, cuando éste se alzó contra su padre, le prestó su ayuda. Poco después acudió a los sitios de Játiva y Biar y en 1246 luchó contra los mudéjares valencianos que se habían sublevado. Tampoco olvidó su tierra de origen, pues llevó a cabo algunas actuaciones en Teruel y Albarracín.
Aún tuvo tiempo de prestar consejo al Monarca en febrero de 1246, cuando lo convocó a una reunión en Valencia con otros magnates de su reino; es ésta la última noticia que se tiene de su actividad. Ya se hallaba difunto el 5 de septiembre, cuando su hijo Álvaro se hizo cargo del señorío familiar y de sus posesiones en Chelva, Tuesa y Altura.
Hijos de Pedro Fernández y Elsa García fueron Pedro, García, Toda y Teresa, si se admite que Fernando Ruiz, citado como primogénito del señor de Albarracín en 1227, era en realidad el mismo Álvaro.
En cuanto a Teresa, se sabe que fue comprometida con Pedro González de Molina, pero al final este matrimonio no se llevó a efecto. Respecto a sus hermanos, otro Pedro, hijo ilegítimo de Fernando Ruiz de Azagra, se hizo Caballero de Santiago antes de que acabara el siglo xii. De Gonzalo Fernández apenas se sabe que en 1214 se hizo vasallo de Sancho VII de Navarra, de quien recibió la tenencia de algunos castillos, y de Teresa, que casó con Lope Ortiz de Stúñiga. Finalmente hay que citar a Sancho Fernández, que acompañó a su hermano Pedro en varias ocasiones y que en 1238 juró obediencia a Teobaldo I de Navarra.
Fuentes y bibl.: Archivo de la Corona de Aragón, secc. Cancillería, Pergaminos de Pedro I (II) y Jaime I, s. f.
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Antonio Sánchez de Mora